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Discurso Diario de Costa Rica

Discurso Diario de Costa Rica

José Figueres Ferrer

Discurso Diario de Costa Rica

Discurso pronunciado el 23 de marzo de 1944, desde los balcones del Diario de Costa Rica, con motivo de su regreso al país. Anuncia la creación de la Segunda República.

Señores:

Saludo en ustedes a Costa Rica.

Antes que todo, hagamos un minuto de silencio en homenaje a los muertos de la presente campaña nacional…

Descansen en paz. Cayeron víctimas de la vanidad y de la insensatez de un hombre. Cayeron en las fosas de sus antepasados del 56, y del 18. Su carne y su sangre abonen esta tierra, para que no dejen de crecer en ella los lirios de las cívicas virtudes. Para que algún día vuelva a florecer el café de Costa Rica, en la República de Costa Rica.

Es triste, pero es al mismo tiempo alentador, regresar a la patria en estas condiciones. Triste porque la encuentro empobrecida, vilipendiada y deshonrada. Alentador porque los encuentro a ustedes, mis compatriotas, evidenciando en este acto la misma elevada aspiración hacia la vida digna que caracteriza siempre a los costarricenses.

Amarga como es la experiencia que hoy vivimos, es sin embargo un fruto de la vida democrática. Es el resultado de un fatal error electoral. Cuando en 1940 los costarricenses ocultábamos la pereza mental de aquella época bajo el superfluo lema de que «esto lo maneja cualquiera», incurrimos en un verdadero acceso de locura colectiva y elegimos presidente a un ciudadano que ya había demostrado en posiciones anteriores su absoluta ineptitud administrativa, y su mentalidad exclusivamente politiquera.

Producto de esa liviandad temeraria, que puso al país en manos de algo peor que cualquiera, fue el cataclismo apocalíptico mayor de nuestra historia, comparable tan sólo al que hoy aflige a otra tierra que yo adoro: Francia.

Desesperada sería la situación en que hoy estamos, para quien no conociera a Costa Rica. Ah, si yo no hubiera vivido quince años en las chozas del campesino tico, con más goteras que ventanas; si yo no hubiera tenido tan estrecha relación con nuestros hombres de negocios, y con nuestros profesionales de todas las edades; si yo no hubiera sentido, en el país y en el exterior, las palpitaciones de nuestros gallardos estudiantes, si yo no tuviera aquí los amigos que tengo, para quienes no se me ocurre ahora una frase laudatoria, porque su solo recuerdo me emociona; y la mujer costarricense… si yo no supiera que es de seda y acero su corazón, capaz de muchos quinces de mayo, capaz de mantener vivo el recuerdo de otras mujeres que, en día luminoso de la Historia, marcharon por un camino de Francia… en fin, si yo no fuera costarricense, mi único mensaje para mis compatriotas en esta hora sería una frase dantesca: «Abandonad toda esperanza».

Pero nada más lejos de mi actual estado de espíritu que un mensaje pesimista. Señores, yo no he tenido que aprender en libros, para estimar a nuestro pueblo, la historia de Juan Santamaría, de Rogelio Fernández Güell, o de los héroes de Llano Grande. Yo recibí de viva experiencia la lección, hace ya muchos años, de que el campesino costarricense no se sienta a llorar cuando se vuelca la carreta. Con más sabiduría que ciencia, con más diligencia que palabras, la para, la desembarreala y sigue. Y bueyes y boyeros se sienten superiores a la adversidad.

Hoy que la carreta de la patria está volcada, yo apelo a esas virtudes nacionales. Mucho podemos hacer mientras transcurre la noche. No todo se ha ido con el viento. Ahí está todavía ese suelo que produce buen cafe y hombres decentes. Ahí está todavía ese pueblo que lo cultiva con esmero, y que al caer de la tarde pide al cielo, más que bienestar, dignidad. Con este suelo y este pueblo, la reconstrucción nacional es segura. Trabajemos. Produzcamos más que nunca el pan nuestro de cada día. Con nuestros brazos y con nuestra mente, trabajemos. Pero los ojos del corazón mantengámoslos muy alto, más alto que las brumas de las dudas, más alto que las flechas del escepticismo, más alto que las del cinismo. Si así trabajamos en la tierra, y así mantenemos en el cielo nuestra noble aspiración, yo juro que algún día, sea mañana, sea dentro de meses o de años, al levantarse el sol sobre el oriente patrio volverá a alumbrar, para regocijo nuestro y para aliento de las demás naciones, el espectáculo grandioso de la Segunda República de Costa Rica.

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