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El Frente Norte

LA HUIDA DE MODESTO SOTO Y SUS COMPINCHES


Como a medio día del 22 de abril corrió, como reguero de pólvora la noticia que anunciaba la huída del famoso General Soto. En efecto, se escuchaban disparos de fusilería y ráfagas de ametralladora por todas partes. Era una especie de locura colectiva. Soto preaparó su escape, junto con numerosos de sus secuaces, hacia Nicaragua llevándose una cantidad inmensa del producto de sus atropellos y saqueos. En veintisiete vehículos, entre ellos automóviles, camiones, pick-ups, cargados hasta el tope, iban parte de la tropa y el producto de su pillaje. En San Ramón no se escapó nadie de sus tropelías. Hasta negocios comerciales de su propios copartidarios fueron asaltados, como la tienda La Confianza de Domingo Rodríguez. En Esparza actuó de igual manera y así en todas las poblaciones que debía atravesar. Soto se convirtió en una especie de pequño Atila, sin causar daño a las personas dischosamente. Lo que le interesaba era robar, nada más. En Liberia se organizó rapidamente una fuerza para impedir su huída hacia Nicaragua, al mando del Coronel Santos; pero vadiendo caminos, Soto logró huir con su caravana. Nos contaron que Soto y su gente fue desarmada al llegar a Nicaragua y todo su cargamento de la mercadería robada, le fue decomisada por el Gobierno de Somoza, aunque nada de ella fue devuelta a Costa Rica. También se supo que Soto había sido muerto por un rival.

Entre los ramonenses que partieron con el «General», iban Marcelino Villegas, de quien jamás se supo su paradero, Martón Quesada Muñoz, Mario Araya Calvo, Rafel Angel Quesada, Fernando López González, Miguel Ángel -Pepo- Lobo, muerto en acción en Los Chiles, Rolando Orlich Ramírez, Nautilio Cordero, Francisco -Pipiolo- Alfaro Calvo.

Serían las dos de la tarde del día veintidós de abril, cuando hicieron su ingreso a San Ramón los revolucionarios acantonados en La Paz. Venían comandados por Fidel Tristán, Lisímaco Azofeifa y otros. De camino nos unimos Rogelio Valverde y casi todo el pueblo de San Ramón. Conforme la columna se acercaba a este lugar, la tropa se acrecentaba, la que fue recibida con gran entusiasmo y alborozo. Inmediatamente fueron dictadas las directivas necesarias para instalarse en el Palacio Municipal, que no sufrió daños durante el período que duró la revolución. Se procedió a organizar la vigilancia de la ciudad y sus alrededores.

Yo fui designado como Jefe de Patrullas, procediendo de inmediato a organizar los grupos que deberían cuidar los lugares estratégicos del cuadrante; fue organizada la cocina para la alimentación de los soldados y voluntarios, atendida por mujeres, que en forma generosa y patriótica, atendieron los requerimientos de la tropa y la que quedó instalada en los galerones que la Iglesia Parroquial usaba para turnos y actividades que le eran propias.

El día once de mayo siguiente, cuando me presenté, como de costumbre, a prestar mi servicio en la calidad dicha, Rogelio Valverde me entregó un telegrama expedido por su hermano Fernando Valverde que había sido nombrado como Ministro de Gobernación y Policía de la Junta de Gobierno presidida por don José Figueres. En dicho telegrama se me comunicaba que había sido nombrado como Jefe Político y Comandante de San Ramón. De inmediato procedí a ocupar la nueva posición continuando en la forma prevista con las circunstancias del momento. Había mucho que hacer. Entre las nuevas funciones que era urgente intervenir, estaba la del examen de los detenidos que poblaban la cárcel, ahora del otro lado de la medalla. Algunos de ellos había que seguirles causa por haber cometido hechos delictuosos; pero en su mayor parte, fueron puestos en libertad inmediata, pues su detención obedecía a medidas de seguridad. Entre éstos había ciudadanos honestos que su único delito era haber prestado servicio a una causa que ellos consideraron justa y correcta. Por ello fueron puestos en libertad, casi inmediatamente. Poco a poco, la calma fue colmando los hogares ramonenses, hasta volver a la normalidad, cuando todos nos dedicamos a tratar olvidar rencillas y odios provocados por la revolución. Mi función como Jefe Político debe ser juzgada por la historia pues me tocó gobernar San Ramón en una situación sumamente delicada y difícil, dadas las circunstancias propias derivadas del movimiento revolucionario.

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