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La Columna Liniera

Parte I


Eran los días en que la reacción atacaba reciamente la Reforma Social y en las altas esferas se hablaba de derribar al Gobierno de don Teodoro Picado. En las plantaciones bananeras, en cambio, los trabajadores se mostraban inquietos, pero en sentido contrario: su deseo era mantener al Gobierno de don Teodoro. Pero, ¿cómo hacerlo? Sólo el Partido podía dar la orientación. Se comentaba con insistencia y hasta con ansiedad: «¿Qué pasará con el Partido?»

Realmente estábamos preocupados: pero, un día del mes de setiembre del año 1947, empezando la noche, por el cuadrante de la finca «Guanacaste», circuló inesperadamente la noticia de que «Calufa» estaba allí. Delirantes de entusiasmo todos los trabajadores corrimos en su busca. Y de verdad que ahí andaba el dirigente. Al dar con él, a coro, saltó la pregunta: ¿»Qué nos traes?».

—Compañeros —dijo Fallas, que ya estaba rodeado por hombres y mujeres— vengo para hacer un recorrido por las fincas de «Esquinas». Se trata de que el Partido ha resuelto que una columna de obreros bananeros y de campesinos pobres, marche a pie desde el sur del país hasta la capital y asista a la celebración del 12 de octubre en San José, para manifestar así su apoyo al Presidente Picado y a las Garantías Sociales y al Código de Trabajo.

Todos nos pusimos en movimiento y se eligió el Comité encargado de organizar la salida.

—Bueno, muchachos, —dijo Calufa— me voy porque tengo que amanecer en las fincas de «Palmar». Pienso visitar esta misma noche la finca Seis.

—Un momento, amigo —sonaron las voces al mismo tiempo— usted no se va sin comer.

—No puedo —contestó— me coge la noche.

—¡Hum! ¡si ya es de noche! —coreamos.

—Bueno, aquí no mandas vos. Aquí mandamos nosotros. A comer, amigo y nada más —añadió alguien con energía.

Mientras preparaban la comida para Fallas, los trabajadores comentábamos con fervor y se oía repetidamente la misma pregunta: «¿Vos vas a ir a San José?». «Claro, hombre, eso no se pregunta».

—Un momento —intervino Fallas— todos no pueden ir; tiene que quedar gente para hacer los trabajos de la finca.

—Bueno, eso lo verá el Comité —se le contestó.

Mientras Fallas comía, unos cuantos compañeros rasgaban las guitarras alegremente y «se echaban» tonadas patrióticos y vivas a «Vanguardia Popular».

Cuando fue tiempo, interrumpió Chico Cortés:

—Hombre, acuérdense que desde aquí, de finca «Guanacaste», hasta «Cacao», es pura montaña y que el tigre hace sus «crucetes» de vez en cuando; no vaya a ser la mala casualidad que se encuentre con el hombre y bueno… pues que no sabemos qué puede pasar.

—Me voy solo —dijo Calufa.

—Nada; irá una comisión a dejarte hasta «Cacao». A ver, de los más machos, que den un paso al frente —gritó Cortés.

Todos dimos el paso al frente.

—No es posible, todos no pueden ir. Organizaremos una comisión. Yo, Chico Cortés, a la cabeza, que me siga Silva, vos Pedro y vos Félix, vos, vos y vos. Muy bien, listos, ¡viaje!

Hasta la línea vinieron hombres y mujeres a despedir a Calufa.

—Ya saben, compañeros, primero la vida que el hombre —recomendó el Secretario General del Sindicato en la finca.

—No tenga cuidado, mi jefe — respondió Cortés con una sonrisa.

Y emprendieron la marcha. Los hombres parados en la línea alumbraron con sus focos hasta allá cerca del teléfono de Jalaca, donde comenzó a desaparecer la comisión y Calufa, tragados por la oscuridad de la montaña que allí comenzaba.

—Que Dios los acompañe —musitó una mujer.

—Amén —contestó otra.

Y todos emprendimos el regreso a los campamentos.

—Bueno, muchachos, les propongo que señalemos de una vez a los que van a ir. Ya saben que no pueden ir todos. Vayan pasando por acá: uno, dos, tres, hasta llegar a treinta. No olviden que el día del viaje, antes de que’l tren pite en la curva, todos deben estar listos en la línea —dijo uno, que habíamos nombrado Presidente del Comité de Viaje a San José.

Entre cuatro y cinco de la mañana regresaron los que habían ido a dejar a Fallas. Los recibió el Secretario General del Sindicato.

—¿Qué pasó? ¿Cómo salieron las cosas? —preguntó.

—Todo salió bien, mi jefe, el hombre quedó en «Cacao», en la ranchería de finca uno, en el rancho donde por cierto Raúl Leiva, Chiriquí y otros, tiraban el «sardo» (jugaban dados).

—Ustedes tienen que trabajar hoy y vienen muy cansados, compañeros.

—Sí, hechos leña, pero teníamos que cumplir con el deber de compañeros y con el deber del Partido. No podíamos permitir que Fallas se fuera solo, de noche, expuesto a todo en esa montaña.

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