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La Columna Liniera

Parte II


La noche anterior al día del viaje a San José los comités de todas las fincas bananeras daban sus últimas órdenes organizativas. Así lo había acordado el Comité de la Federación de Trabajadores Bananeros.

En finca Guanacaste los trabajadores, reunidos en grupos después de la sesión del Comité, alumbrándose con mechones metidos en botellas llenas de «disel» (en ese tiempo no había luz eléctrica en los cuadrantes), hablaban expresando su confianza en la capacidad «del Partido» —Vanguardia Popular— para dirigir la defensa de las Garantías Sociales y del Código de Trabajo. Mientras, los que iban para San José, por recomendación del Comité, encargaban a las mujeres que debían de preparar algunos alimentos para llevar. Estaba lista para salir la columna liniera, de la zona bananera, a San José, a pie.

Las mujeres con rápidos movimientos a las 3 de la mañana, de un lado a otro en las cocinas chorreando el café, moviendo la «burra» en los peroles para que no se quemara; calentando el pan; otras hacían tortillas; algunas freían «rebanadas» de plátanos; los hombres también estaban activos: se bañaban, se rasuraban; otros ya estaban desayunándose con su buen plato de «burra» y café calientitos; en fin, los viajeros se preparaban para un viaje largo y duro.

El tren que nos reuniría con los demás integrantes de la columna, pitó «por la curva» antes de la hora en que se le esperaba. De todo el cuadrante surgió al mismo tiempo el alerta: «¡El tren, el tren, el tren!» Hombres y mujeres corrían hacia la vía férrea; unos para tomar el tren y otros para despedirlos. «¡Clin, clin, clin, foogrr, foogr, foogr!» El tren estaba frente al cuadrante. Venían varios carros con trabajadores de las otras fincas del Ramal de Esquinas, que saludaron a sus compañeros de finca «Guanacaste» con un estruendoso aplauso y un poderoso ¡Viva «Vanguardia Popular»! De uno de esos carros saltó «Calufa» al suelo. Rápidamente, la gente lo rodeó y le contaban muy contentos del «ajetreo de la madrugada». Y vos ya tomaste café, preguntaron algunas mujeres a «Calufa». —»Sí, compañeras, ya tomé», —contestó Fallas. «¿No nos estás engañando?», insistió una. «Si no hubiera tomado café, yo se los diría compañeras», volvió a decir Fallas. Y haciendo un esfuerzo alzó el brazo enérgicamente, al mismo tiempo que decía: «¡Arriba compañeros;» Ya extendía el brazo Fallas para dar al maquinista la orden de partida, cuando alguien gritó: —»Un momento, falta el Presidente del Comité». Siguiendo la dirección que con el dedo señalaba, se miraba a un hombre que salía de un excusado metiéndose la camisa al pantalón y amarrándose la faja precipitadamente. Corriendo de un lado a otro salió del campamento con un paquete en las manos y en la carrera abierta llegó al tren. Fallas, que lo seguía con la mirada, al tenerlo de cerca, con una sonrisa picaresca le dijo: «¿Cómo puede ser posible que al Presidente del Comité lo haya encontrado en esa «tarea»? Ambos subieron al mismo carro y el tren partió, flameando las banderas de Costa Rica y del Partido Vanguardia Popular, cuyas astas cruzadas entre las rejas de hierros de los carros apoyaban los trabajadores con sus propias manos. El tren corría vertiginosamente. Fallas vigilaba de un lado a otro y de vez en cuando hacía señales indicando a los compañeros que iban en las puertas de los carros que no sacaran la cabeza. Llegó el tren a Cacao. Mientras el conductor pedía orden al «despacho» para continuar la marcha, un grupo de trabajadores se embarcaba portando banderas de Costa Rica y la bandera del «Partido». Saludaban a sus compañeros moviendo de un lado a otro el puño en alto; los que estaban en los carros les tendían el brazo y de un tirón estaban arriba entre risas y bromas. En Finca 6 otro grupo subió al tren. En Finca 5 esperaban también los trabajadores de Finca 7, 8,. 13 y 14. Allí había un pelotón considerable que comenzó a invadir los carros vacíos y a rellenar los que ya tenían gente, subiendo por todos lados, saludándose los viejos conocidos, vivando el Código del Trabajo unos, y otros vivando al Partido Vanguardia Popular. En medio de todo aquel fraternal alborozo avanzaban hacia el tren 4 mujeres, entre ellas «La Chepa Pollo» (Josefa Pérez —de nacionalidad nicaragüense—). Era muy conocida y apreciada por sus luchas en defensa de los derechos de la clase trabajadora, especialmente de los trabajadores bananeros. Fallas le salió al encuentro y como buenos compañeros de lucha, primero se dieron la mano y después un enorme abrazo y luego saludó a las otras 3 compañeras. Caminando en medio de las 4 mujeres, Fallas daba órdenes para que el embarque se hiciera pronto. Y volviéndose a ellas les dijo: —»No creí que vinieran con nosotros». «No debes extrañarte», dijo la Chepa. Y agregó: «Nosotros somos vanguardistas y como buenos vanguardistas moriremos en el Partido, si fuere necesario. Ustedes no podían ir solos, tenía que ir con ustedes por lo menos una mujer y vamos cuatro. Ahora vos harás de padre de los muchachos y nosotras de madres. Mientras me subo agárrame el «paniquín» —lo traje de Nicaragua—. «Con cuidado porque allí llevo el «comestible» y llevo las cajetas que a vos te gustan, de rosa y de zapote».

El tren continuó su marcha. Fallas hablaba y comía lentamente las cajetas de «rosa» que ya le había regalado La Chepa. En las fincas 4 y 3 nuevos grupos de trabajadores subieron al tren y un poco más allá de «La Boca de la Trocha» se embarcaron trabajadores de fincas 9, 10 y 15. En finca 11 se embarcó el último grupo de obreros bananeros de Esquinas. Entre 7 y media y 8 de la mañana llegó el tren al «muelle de materiales» de finca 17… ¡Todo el mundo abajo!, decían los mismos trabajadores y saltaban del tren cantando, silbando, dándose bromas. Saludábanse los que no se habían podido saludar a la hora de embarcarse y que eran viejos conocidos y compañeros de trabajo. Allí se encontraban los obreros de las fincas de los Webb, los de Palmar y los campesinos pobres de Puerto Cortés, dirigidos por Eduardo Mora, que habían llegado a pie una media hora antes. Inmediatamente, con pedazos de tablas colocados sobre piedras, se improvisó una tribuna desde la que debía de hablar Fallas. Al terminar el caluroso aplauso, Carlos Luis comenzó su discurso diciendo que nos transmitiría las recomendaciones y disposiciones del Partido. «El Partido les pide que mantengan la mejor disciplina y fraternidad entre ustedes; que no tomen ni un solo trago en todo el tiempo que dure esta jira; que sean respetuosos y amables con las gentes de las ciudades y pueblos por donde pasemos. El Partido les recomienda que no respondan las provocaciones de palabras de los enemigos políticos para no darles la oportunidad de que nos hagan incidentes molestos; si en San José los enemigos intentaran llevar las cosas al terreno de los hechos, el Partido les dará las instrucciones y tratará de conseguir los medios necesarios para la defensa. El Comité del Sindicato, a petición de muchos compañeros, aceptó que ustedes lleven sus «rulas» como instrumento de trabajo y no como armas para amenazar y menos para atacar a nadie. Cada Comité es responsable de la gente de su finca y todos deben acatar las órdenes de sus comités. Continuaremos el viaje embarcados hasta Dominical. El regreso lo haremos por Puntarenas».

Cada recomendación era aprobada con sonoros aplausos y vivas a Vanguardia Popular… Y ahora a contarse para saber cuántos vamos, uno, dos, etc., etc.. 1600 hombres y 4 mujeres.

Fallas terminó de darnos las instrucciones del Partido. Luego comprobó personalmente el número de integrantes de la columna. La orden de abordar la embarcación fue por fin recibida: sería el único trecho que no haríamos a pie. En un decir «amén» estuvimos encaramados a bordo. Calufa, desde tierra, giraba las últimas recomendaciones. Después, subió él.

—¿Listos?

—Listos —respondió el capitán.

Ahora se oyó la campana de mando. La máquina, en estrepitoso ruido, se puso en movimiento, y nosotros saludamos con gritos y gran alegría. La nave se movía lentamente. Otra vez la campana, y en lento bum-bum-bum, se tomaba dirección hacia la salida. Estaba terminando la maniobra de despegue. Aquí la campana sonó con nueva energía, y la barcaza se deslizó suavemente sobre las aguas serenas del Río Grande de Térraba. La marea, en creciente, apenas se movía con una brisa leve. El sol era radiante en la hermosa mañana. El Térraba, hecho una ondulada sucesiva, corría a tocar el follaje de los árboles, que se inclinaban para besar al río: el ambiente estaba perfumado con el aroma de la selva.

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