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Luis Alberto Monge: Un campesino cultivado

El Padre Núñez

“Mi primer matrimonio fue un tortón a los 17 años de edad. Durante un tiempo fui vendedor, anduve ´polaqueando´. Y mientras tanto fue naciendo una relación muy estrecha con el Padre Núñez. Fue una relación de amigo, de hermano, de maestro. Hubo distanciamientos naturales, de los que se dan en política, pero por suerte no al final de su vida. Incluso, prologué el libro de sus documentos, antes de que muriera.

“Unas veces, la relación era como de discípulo, otras veces como de hermano, y muchas más como de amigos. Cuando se enojaba, yo le decía: ´si me sigue jodiendo, yo voy a escribir las memorias suyas´. Eso lo asustaba porque en algunos momentos fui su confesor.

“Monseñor Sanabria lo preparaba para obispo o arzobispo, pero su descarrilamiento lo bajó de categoría. Es que a la par de su inteligencia y su cultura, tuvo problemitas porque se enamoró.

“Aun así, Monseñor Sanabria siempre lo tuvo como su predilecto. Todos los curas lo respetaron mucho, lo protegieron mucho.

“El papá, don Juan Pablo, era agricultor sin tierra, alquilaba pedacitos o pagaba con parte de la cosecha. El Padre Núñez recordaba episodios muy tristes. Por ejemplo, que una vez no le alcanzó al papá para las cosechas con que tenía que pagar.

“Benjamín le ayudaba a herrar caballos, durante todos los fines de semana, en Turrialba. Eran de Pacayas, y migraron hacia Santa Cruz de Turrialba, la tierra de los poetas Jorge Debravo y Laureano Albán.

“La mamá, doña Mariana, era costurera. Benjamín y su hermano Santiago fueron encaminados a estudiar para sacerdotes porque un curita alemán se dio cuenta de que eran unos genios sin posibilidad de estudiar, y les ofreció que se hicieran curas porque era la única posibilidad que tenían de educarse.

“Eso pasó mucho con los buenos estudiantes. A mí también me ofrecieron hacerme cura, porque creían que no tenía posibilidades de estudiar. Me ofrecieron igual que se lo ofrecieron a Héctor Morera, porque éramos compañeros en el colegio.

“Pero Héctor sí quería. Yo lo conocí desde muy jovencito. Siendo muy chiquillo trabajé en los tabacales del papá de Héctor, quien tampoco tenía tierra, sino que alquilaba, y nosotros dos íbamos a trabajar como los demás peones, siendo un par de carajillos.

“Tenía un poco de frijoles en un terrenillo de Esquipulas, y recuerdo que una vez nos mandó a los dos a aporrear frijoles a pura varilla.

“También un señor le daba un pedacillo de café, y nos mandaba a Héctor y a mí a coger café.

“Tengo muy presente en la memoria cuando Héctor Morera entró al Seminario. Los papás de los estudiantes de las zonas rurales sólo podían venir cada dos o cada tres meses, pero yo sí iba a visitar a mi amigo Héctor todas las semanas, todos los domingos. Eso le impresionó mucho a Monseñor Arrieta.

“Y el domingo en la noche me iba para Alajuela. Siempre fuimos muy amigos, aunque después tomamos caminos muy diferentes. Me alegré mucho cuando lo nombraron obispo de Tilarán. Antes era coadjuntor de Puntarenas. A los 75 años, los obispos tienen que presentar su renuncia, pero, bueno, él sigue trabajando como desde los primeros años, cuando era un recién ordenado pichón de cura. Siempre ha sido muy humano. Es un tipo que siempre pudo comunicarse directamente con sus feligreses. Es mal hablado como todos los palmareños. Hay un pueblo en México famoso por los mal hablados. Aquí es Palmares.

“Figúrese qué torta si hubiera aceptado yo seguir los pasos de Héctor, qué enredos para la iglesia”, dice don Luis Alberto, muerto de risa.

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