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Tras las huellas de un gigante: José Figueres Ferrer

Rodolfo Silva

Tras las huellas de un gigante: José Figueres Ferrer

Rodolfo Silva Vargas

Elegido como el hombre más importante del siglo XX; fue gloria de la social democracia latinoamericana; impulsor de la libertad, la justicia, la democracia y la solidaridad; defensor de la libertad de sufragio; luchador contra las dictaduras y el militarismo, abolió el ejército; vencedor en la guerra y en la paz; agricultor idealista; alma campesina; humanista del desarrollo; ferviente promotor de la cultura; lector incansable; defensor de precios justos para nuestros productos en el mercado internacional; impulsor de la modernización institucional, de la industrialización, del desarrollo energético, las telecomunicaciones, la red de caminos vecinales; innovador en la lucha contra la pobreza y la desigualdad social; escritor iconoclasta; gran sentido de humor; pionero de la arboricultura, del buen uso y la conservación del agua, de la construcción de viviendas de bajo costo. Dispuesto a tomar decisiones. ¡Es la trayectoria de un gigante de nuestro tiempo!

Todas estas características han sido resaltadas al cumplirse cien años de su nacimiento en la ciudad de San Ramón. Para no pecar de repetitivo, me referiré a experiencias personales con Don Pepe que creo retratan algunos de sus rasgos y actitudes salientes.

Habiendo sido electo presidente del Consejo Estudiantil Universitario a fines de 1954, me tocó promover la adhesión de mil estudiantes dispuestos a formar un batallón para ir a Guanacaste a luchar contra la invasión que, en enero de 1955, organizaron los adversarios del presidente Figueres con apoyo de la Guardia Nacional de Somoza. Nos presentamos a la Casa Presidencial, frente al Parque Nacional, donde Figueres nos recibió. Al mostrarle orgullosos las mil firmas que respaldaban la creación del batallón, Don Pepe reaccionó:

«¿Cómo se les ocurre ir todos juntos a pelear contra invasores bien armados, imagínense si los matan, se quedaría el país sin buena parte de su juventud profesional». Añadió con vehemencia: «Si quieren ir a pelear, distribúyanse en diferentes grupos, pero no vayan a formar un batallón de solo universitarios». Mostraba así su confianza en el papel de la juventud universitaria en el futuro del país.

Años más tarde, al comienzo de los años 70, me correspondería participar en el último gobierno de Figueres, en la cartera de Obras Públicas y Transportes. Durante 1971, Don Pepe había promovida la adquisición de maquinaria pesada y vagonetas para un programa masivo de caminos vecinales. Soñaba con hacer caminos a todos los confines del país, transitables todo el año, no los barreales que tuvo que pasar él mismo cuando en los años 30 subía a caballo o con carreta de bueyes, desde El Higuito de Desamparados hasta su finca La Lucha. El programa nació de una visita a Paquera, donde vio una rica región incomunicada por falta de caminos, donde la producción agrícola, o un enfermo grave, solo podían salir en lancha por el estero de Puerto Jesús durante la marea alta. La maquinaria se organizó en 50 grupos que sirvieron a todos los cantones, con gran beneficio para su desarrollo económico y su integración social, programa sin precedentes en América Latina. Figueres lo veía como una forma de reducir la desigualdad entre el campo y la ciudad, además de aumentar la producción y facilitar su mercadeo.

Concluida la construcción del nuevo aeropuerto de El Coco y su conexión vial a San José durante su administración a mediados del los 50, Figueres impulsó la nueva ruta de El Coco a San Ramón, que permitió una gran economía de tiempo y costo. Fue inaugurada en diciembre de 1972. Meses antes, cuando ya la carretera tenía una base «pasable», el MOPT emitió carnets que autorizaban a diputados de la zona a circular por la vía en construcción. Estando Don Pepe un domingo en San Ramón, quiso venir a San José por la nueva ruta, pero el guarda le advirtió que si no tenía el carnet, no podía pasar. Figueres preguntó al guarda: ¿Usted sabe quién soy? Claro que si, señor Presidente —respondió el guarda—, me da mucha pena, pero tengo instrucciones de que solo puede pasar quien tenga carnet. Don Pepe, respetuoso y a la vez divertido, no insistió y regresó a San José por la carretera vieja. Pero al día siguiente me llamó para ver cómo era eso del carnet y por qué no le habían dado uno. «Don Pepe —repliqué— usted es el Presidente, no necesita carnet para pasar». «Pues mire —me dijo socarronamente— esto confirma que no hay nada peor que un guarda con instrucciones…»

A la hora de tomar decisiones, se podía contar con Figueres. Cuando, a fines de 1971, la Northern Railway Co. tuvo serios problemas laborales, sumados al deficiente mantenimiento del ferrocarril al Atlántico, que llevaron a su paralización, tomó el teléfono y llamó cerca de medianoche a Londres para notificar a los accionistas de la compañía que el gobierno se hacía cargo de asumirlo. Después se dio cuenta de que, por la diferencia horaria, en ese momento eran las 5 de la mañana en Londres. Nombró interventor al Ing. Jorge Manuel Dengo, y comisiones de trabajo en aspectos legales, financieros y de infraestructura que condujeron a un proceso de caducidad de la concesión de 99 años, sin tener que pagar un centavo. Un modelo que convendría seguir en casos similares, donde el temor a decidir ha sido causa de grandes perjuicios para el país.

A raíz de las recurrentes crisis en los muelles de Limón y Puntarenas en los años 50 y 60, debido a las marejadas en el primero y por falta de espacio en el segundo, se hicieron estudios de reubicación que llevaron a decidir la construcción del «muelle alemán», en Limón, y el desarrollo del nuevo puerto en Moín, apartándose de opiniones que proponían ubicarlo en Cieneguita, una controversia que había durado décadas. Junto a esta decisión del gobierno de Figueres, en 1973, había que definir sobre qué hacer con el puerto del Pacífico, ya que Puntarenas no ofrecía condiciones adecuadas debido a la falta de espacio para su desarrollo futuro. Un grupo técnico de consultores portuarios japoneses y funcionarios costarricenses presentó al presidente Figueres, en su casa de Curridabat, los estudios comparativos para su posible ubicación en Tivives, Mata de Limón, Caldera, Barranca, el Estero, Chomes y Punta Morales, y recomendó la bahía de Caldera, que aunque requeriría una inversión cuantiosa, incluyendo un rompeolas, la misión japónesa veía como un pequeño Yokohama con amplio espacio para desarrolla futuro. Después de unas horas de análisis, Don Pepe quedó convencido y así lo manifestó: «Estoy de acuerdo, ¡adelante!». Pero con su ya tradicional sentido de humor, añadió: «eso sí, déjenme consultar a la cocinera y la de adentro, a ver qué les parece. Ustedes saben que en Costa Rica todo el mundo tiene que opinar». Ante la mirada atónita de los consultores japoneses, recordaba Figueres la costosa, aunque ultrademocrática costumbre nuestra para llegar (o no llegar) a acuerdos sobre asuntos de interés público.

Gran convencido de la necesidad de promover los valores del espíritu, consideraba indispensable que, junto al desarrollo material del país, debía lograrse a la vez la elevación de la cultura. Dijo alguna vez: «¿para qué un país desarrollado, pero vulgar?». Esta preocupación lo llevó a apoyar fuertemente las artes y las letras, particularmente la música, de la que gustaba decir que estaba «años luz más adelantada que la economía». Esto lo reiteró en su libro «La Pobreza de las Naciones, iconoclasta y crítico de las teorías económicas prevalecientes, inclusive las de su propio equipo de gobierno.

Su inquietud intelectual lo llevó a investigar tecnologías que permitieran mejorar sistemas productivos para beneficio de la población. Experimentó en el campo de la arboricultura en su finca La Lucha, llegando a conclusiones que trataba de divulgar en una publicación donde predicaba seguir «las tres S» en la siembra de arboles: Semilla (selección de los mejores árboles), Separación (distancia entre las filas de árboles), y Sol (importancia del asoleamiento, «franjas de luz» en el paralelo 10). Investigó también cómo reducir el costo de la vivienda para familias de bajos ingresos, mediante el uso de sistemas de «línea de ensamblaje», que fue clave para abaratar la fabricación de automóviles a principios del siglo XX. Propiciaba el uso de maderas blancas tratadas con agentes químicos para evitar el pudre y el comejeén, y de guillotinas para cortar la madera, evitando el desperdicio de un 15-20% por el aserrío. Fue notable su diseño del «cañón de agua» para reemplazar el uso de costosas máquinas para movimiento de tierra. Similar a una manguera de bombero, pero de mayor diámetro y con mayor presión, que aplicada contra un cerro, lo podía demoler a un costo mucho menor que la maquinaria importada. Quiso utilizar el cañón de agua para mover cerros, y construir presas de tierra para embalsar agua de invierno y utilizarla durante el verano. Mientras Don Pepe lo experimentaba en La Lucha, estalló un nuevo conflicto bélico entre Egipto e Israel, en 1973, y los egipcios utilizaron el cañón de agua para destruir las dunas fortificadas que habían construido los israelíes en la margen oriental del canal de Suez. «Se llevaron mi invento», exclamó.

Don Pepe. ¡No cabe duda de que tuvimos un Leonardo da Vinci costarricense!

Su visión integral y humanista del desarrollo con frecuencia la trasmitía con simbolismos.

Cuando, durante su presidencia, se criticaba como excesiva la construcción de grandes edificios para el Banco Central, la Caja del Seguro Social y la Corte Suprema de Justicia, Don Pepe salió al paso diciendo: «están bien, son necesarios, y además simbolizan el desarrollo económico, la solidaridad social y la justicia, tres grandes aspiraciones de los costarricenses».

Noviembre de 2006

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