Dada la gravedad de la situación, intervienen como mediadores el Arzobispo de San José, el Embajador de Estados Unidos y el Ministro de Gran Bretaña, para levantar el sitio y rescatar con vida a Ulate y a varios de sus partidarios. Ulate y seis compañeros son detenidos por la fuerza pública al rendirse, con la garantía de que se respetará sus vidas; se les conduce como delincuentes acusados de la muerte de los dos policías, a la Penitenciaría de San José. Al día siguiente el Juez Segundo de lo Penal sentencia que no hay motivo para el arresto y ordena que sean puestos en libertad inmediatamente. De nuevo el Arzobispo y otras personalidades le acompañan a la salida de la cárcel, pues se teme que le asesinen de camino.
La intranquilidad del país es tan intensa que el Gobierno, ante la fuga de fondos de un pequeño banco en la región atlántica, ordena el cierre de todos los Bancos para conjurar un pánico, cierre que sucesivamente se prolonga por órdenes del Gobierno primero, de la Oposición después, al decretarse una huelga de brazos caídos.
Otilio Ulate Blanco