El Combate del “Apagón”
Era el día 18 de marzo de 1948. El grupo de «Guerrilleros Doctor Valverde» compuesto por la flor y nata de la juventud porteña oposicionista, y un puñado de valientes campesinos de la región de Chomes, había estado hostigando a los resguardos del Comandante Juan Vega, el tiranuelo de Puntarenas, durante todos los días anteriores, en un lugar de la carretera denominado Judas, cerca de Chomes, (Puntarenas). Allí detenían cuanto vehículo pasaba por ese lugar, lo registraban y le requisaban las armas que llevaba.
Se hizo lo posible por atraer a Juan Vega al lugar y se le prepararon repetidas emboscadas para tratar de hacerlo caer en una de ellas, pero el cobarde coronel no se aventuraba por esos lugares, sabido de la valentía de los jóvenes guerrilleros puntarenenses; 2 días antes había hecho el intento, pero se había devuelto al saber que los bravos muchachos estaban cerca. Le faltaba valor para enfrentarse a los aguerridos oposicionistas que luchaban por un ideal patriótico. Pero ante las órdenes terminantes de sus superiores, se decidió a ir, echando por delante de carnada, a un pobre chofer con su camión, para que le indicara el camino y le denunciara los movimientos de los guerrilleros. El iba con dos camiones de mariachis armados, dos kilómetros más atrás. Pero ese día el valiente grupo de muchachos no se encontraba apostado en la carretera. Cansados de esperar al fatídico sargentón, se habían internado montaña adentro a su cuartel general, para conferenciar sobre la posibilidad de capturar las poblaciones de Acapulco, Sarmiento y Guacimal, y posteriormente, Las Juntas de Abangares. Cuando los vigías de los guerrilleros fueron a informar al grupo que los resguardos de Juan Vega se aproximaban a la finca denominada El Apagón, éstos decidieron ir a enfrentarse, pues era la oportunidad que estaban esperando. Como estaban a más de tres kilómetros de distancia, partieron a carrera tendida hacia el trágico lugar. Mientras tanto, el sargentón Vega llegaba al rancho de El Apagón donde se encontraban más de 15 mujeres, entre ellas algunas de las esposas de los valientes guerrilleros de Chomes. Con bellaquerías de tirano empezó a registrar el rancho, a insultar a las señoras y a disparar tiros para tratar de amedrentarlas. A un joven que llegaba en esos momentos al lugar, le disparó varios tiros a quemarropa y se lo llevó preso. Después de robar un jeep perteneciente a la Hacienda San Agustín, y de destrozar a balazos un camión de la misma, se dispuso a partir satisfecho de su fechoría. Pero en ese momento la primera avanzada de los guerrilleros se acercaba, y al oír los disparos, creyendo que era contra las mujeres que se encontraban en El Apagón, se dispuso a atacar. Habían ya los camiones del resguardo cruzado el río e iban de vuelta, cuando lograron ver a uno de los guerrilleros que tomaba posiciones; se bajaron del camión nerviosamente, y creyendo que eran unos tres o cuatro, gritaron: «Ríndanse, perros ulatistas». «Hagan fuego, hijueputas», les contestó el valiente tuerto Carlos Alberto Tenorio, y empezó a disparar con furia y osadía sin igual; le seguía de cerca Alvaro París, que hacía retumbar la tierra con su automática 45; luego el hermano de este último, Rafael París Steffens, con otra 45. Les seguían Raúl Canessa, Juan Aponte, Luis Rodríguez, Leonardo Campos, Alfonso López y otros, hasta completar el número de once. El resto de los muchachos tenía orden de avanzar por los flancos y situarse adelante de la carretera para cortarles el paso. Desgraciadamente, venían muy retrasados y no lograron llegar a tiempo. El fuego, que duró 45 minutos fue nutridísimo. Los valientes muchachos se habían extendido en forma de abanico en un frente de más de 100 varas en la ribera izquierda del río Guacimal, y disparaban sin cesar sus armas cortas, sus rifles guatuseros y sus armas marca «U».
Del otro lado, 60 máuseres y una ametralladora escupían fuego constantemente contra los heroicos porteños.
Cuando empezaba a agotárseles el parque, se dio orden de replegarse un poco y tomar nuevas posiciones a unos 100 metros más atrás. Esta orden no fue atendida por Alvaro y Carlos Alberto, posiblemente porque no la oyeron y siguieron disparando sus armas con gran decisión hasta que se les agotaron completamente las balas. Ei enemigo aprovechó esta circunstancia para avanzar y tomarlos presos. Después de maltratarlos duramente, fueron conducidos caminando a unas doscientas varas adelante, que era en donde estaban situados los camiones. En seguida se oyeron dos detonaciones de armas calibre 45. Las balas les entraron por la espalda a ambos. Carlos Alberto tenía destrozado el corazón; Alvaro, perforado el pulmón izquierdo. Las balas fueron disparadas muy de cerca. El único que portaba arma 45 entre las fuerzas del gobierno era Juan Vega. ¡Que el público juzgue! Después de consumado el horrendo asesinato, el fatídico comandante dio orden a su gente de retirarse; salieron huyendo precipitadamente, dejando regados tiros, las compuertas de los camiones, etc. Según testigos presenciales, Vega no se acercó en ningún momento al frente de combate; estuvo a más de 100 metros de distancia escondido tras una piedra.
Las fuerzas de Vega tuvieron 10 bajas, pero éstas no fueron llevadas a Puntarenas; muertos y heridos fueron dejados en Esparta para que en el Puerto no se dieran cuenta. Los dos heroicos oposicionistas sí se les condujo a Puntarenas, pero fueron abandonados en la puerta del cuartel a la orilla de la acera, hasta que pasó una persona conocida y dio aviso a las familias. Carlos Alberto estaba ya muerto; Alvaro París fue conducido al hospital en donde falleció por falta de sangre; lo habían dejado desangrarse criminalmente. Al día siguiente, el entierro de los heroicos porteños fue un acontecimiento apoteósico: más de 30 automóviles y camiones les acompañaron hasta su última morada.
Todo Puntarenas quiso expresar su intenso dolor por la muerte de estos valientes muchachos. Al salir de la ciudad todos los automóviles sonaron sus bocinas al unísono; y al pasar frente a las oficinas de la Union Oil Company, en donde Alvaro trabajaba, las sirenas de la Empresa dejaron oír su grito doloroso, y en los ojos de todos sus empleados, desde el Gerente hasta el último peón, asomaron las lágrimas. Así era de querido Alvaro por todos; desde el más humilde hasta el más poderoso. Ya en el cementerio, don Luis París, venciendo el intenso dolor paterno que le agobiaba, pronunció un bellísimo y sentido discurso, lleno de fe y esperanza, que más parecía una arenga a la Oposición Costarricense; y antes de bajar los féretros a la tumba, la muchedumbre cantó el Himno Nacional con profundo fervor, gritando, al terminar las marciales notas, ¡Viva Costa Rica Libre!
Al regresar del cementerio, don Luis París fue hecho preso sin ninguna consideración, y metido al calabozo No. 1, el más inmundo, pues tiene al frente las letrinas y orinales. Pero el espíritu de este gran hombre, ejemplo de civismo sin igual, no se amilanó por esa nueva injusticia. Supo soportar estoicamente todas las humillaciones, todos los vejámenes, todo el sufrimiento moral y material porque tenia Fe, Fe ciega en el triunfo de las buenas causas, y confianza completa en que la sangre derramada de su querido hijo, como la de tantos otros costarricenses dignos, no habría de ser derramada en vano.
Tomado del periódico La Nación, 1948.
Nací en Golfito, pero fui a la Escuela Central de la Compañia Bananera.
Siempre, quise saber porque la escuela del pueblo civil, se llamaba Alvaro Paris, hoy al leer un fragmento del «Apagón» supe quien fue este heroe puntarenense, que ofrendo su vida por una COSTA RICA LIBRE.
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