Reseñas
“El 48” de Miguel Acuña V.
Otto Saénz Lara
Cédula 1-213-322
Quien conoce a Miguel no le sorprende su libro… porque Acuña es un agudo polemista, un hombre respetuoso del parecer ajeno y hábil buscador de la enjundia en cuestión. Al leer con sorpresa muchos de los hechos relatados en su libro “El 48” diviso a Acuna otear el pasado ya hecho historia, con introspección profunda, su ardiente racionalismo y el asco que a menudo experimenta de la corrupción política vivida —quizá hoy continuada— pasando su persona a segundo plano en esos vividos momentos en que los hechos —muchos relatados por protagonistas hoy todavía vivos— no permiten distracciones ni comentarios ajenos a la acción.Cuánto me agrada la originalidad… aunque no sea perfecta. Por eso leí con más agrado los capítulos finales donde se siente a Miguel Acuña participar más genuinamente con su viva personalidad; en la que huele la putrefacción de hechos históricos que denigran tanto a tirios como a troyanos.
Revolver cenizas puede avivar el fuego de los enconos y remordimientos, trayendo de nuevo a la conciencia hechos pasados que nuestra moral repudia y nuestro falso ser guarda como temeroso guardián. Eso acarrea acervas criticas, desbordamientos de pasión y hasta agravios. Por otro lado, surgen diversas apreciaciones de los hechos mencionados, más o menos veraces que los descritos en la obra. Todo esto era de esperar al publicarse una obra como “El 48”.
En lugar de la posición neutral, de ensayismo histórico, Acuña pudo concatenar acciones en forma más homogénea hilando más estrechamente los hechos, siempre respaldado en la información escrita y verbal obtenida… quizá a modo de novela histórica. Es cierto que él tiene plena conciencia de lo así escrito y de que su obra —dedicada a sus hijos— es sincera y verídica. Suena el clarín de advertencia hacia el error del fácil idealismo épico y aventurero de que está condicionada toda juventud, pero también proclama Acuña: “Lo hago a mi modo, consciente de que esta tierra —dispuesta siempre al acto potente que preña— pronto parirá la nueva generación de arrebato, de ira y de volcán”.
Yo no sé qué filiación política tiene Miguel Acuña… creo que ninguna. Miguel es honesto y creo que así lo demuestra su obra aunque eludió quizá más participación en el relato de los hechos. El resultado es que el rompecabezas no se esclarece al final tal como es esperado… queda a modo de una pintura de Picasso.
Traer a luz evidencia histórica de tanto error y confusión —además de engaño— es parte del mérito de la obra. También lo es su advertencia a futuras generaciones de la desconfianza que merecen todos —o casi todos— los políticos de América; la ridiculez y fatalidad para los pueblos de los generalotes sin escuela ni moral, los nefastos aventureros de la política, los mercenarios que revolotean —todos juntos— alrededor de la miel de los tesoros y poderes públicos. Por eso también escribe: “No pretendo juzgar a individuos inexpresables. Eso queda para los estudiantes de la conducta humana. Ellos deberán explicarnos por qué las masas siguen a hombres hinchados por la concupiscencia de mando, mientras abandonan a líderes cuyo único ascendiente es su plenitud vital”.
Si el relato parece bastante completo… falló más conclusión y consejo moral (la obra es también una advertencia a sus hijos). Si demuestra que casi todo lo que aquí pasa es importado —hasta las ideas sociales y económicas más avanzadas, probando indirectamente la inautenticidad de nuestra “cultura” y de nuestros lideres— sí pudo exponer una solución al conflicto de la política “”nacional con más hondura; porque éste sigue nutriéndose de los mismos parámetros en un circulo vicioso.
Acuña es un destructor de mitos… ¡y “El 48” lo prueba!
Que cada lector medite sobre lo que Acuña dice: “Las generaciones nuevas deben aprender la lección de 1948. No esperar que después de una revuelta haya justicia. En todo caso habrá “justicia revolucionaria” que puede ser despido masivo del trabajo, sanciones inmediatas, intervención de bienes, enjuiciamientos, listas de intervenidos, contradicciones con el ideal por el cual se peleó…” o cuando agrega: “La revolución que Costa Rica necesita debe ser hecha por los hombres más capaces, no por los políticos, de cuya conciencia moral hay serias dudas. Para ello debe empezarse por despolitizar al joven para que no crea en la demagogia que como un torrente nauseabundo, sale de la boca de los buitres ideológicos” “Una revolución que no produzca mejores hombres, y si es posible, grandes hombres, no es auténtica. Es simplemente un cambio de camarillas que origina movimientos concéntricos alrededor de una figura con la propiedad absorbente que utiliza su magnetismo para poner a orbitar a cien tipos de larvarios que disfrutan de las mieles del poder hasta que una generación valiente decida echarlos”.
Yo agregaría que también una cultura que nuestro pueblo no ha adquirido todavía y otras cesas más.
Cabe esperar esto de Miguel, por cuanto es profesionalmente un Físico-Matemático, acostumbrado a sintetizar, resolver y dar soluciones. Cierto que esto no es fácil, pero es necesario… casi un deber para el autor del libro.
Quizá un día veremos la segunda parte de “El 48” y lo que es capaz de aportar Acuña en el devenir histórico, no el destructor de mitos.. .sino un auténtico creador.
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¡Un nuevo libro! El 48del Lic. Miguel Acuña V.
Esta obra es un documental vivo, salido de labios de personajes que participaron y vivieron la tragedia de 1948, incluyendo a los que a la fecha ya gozan del descanso eterno, tales fueron don Otilio Ulate, el Dr. Rafael A. Calderón Guardia y Lic. Teodoro Picado. El autor —joven educador e inquieto escritor— ha querido escribir la historia de la Revolución de 1948 aprovechando la cantera viviente del grupo de dirigentes del país durante los ocho años del 40, y los jefes de la lucha armada dé marzo y abril de 1948.
El Lic. Miguel Acuña entrega al público lector una obra valiente, viva y polémica, con testimonios controvertibles. Trata de encontrar la verdad por sus propias conclusiones o por las que se logren obtener a través de las premisas, que tenían como origen la estricta reflexión sobre los hechos descritos por elementos de uno y otro bando.
Hay una serle de acontecimientos, apenas conocidos por unos pocos hasta hoy, que pasarán a dominio público a través de las páginas de este libro y, en forma especial los relativos a los hechos bélicos. La acción prerrevolucionaria de don José Figueres; el suministro de armas desde Guatemala, tolerado, por el gobierno guatemalteco de aquellos días; la iniciación de la rebelión a raíz de la anulada elección presidencial de don Otilio Ulate; el papel del señor Figueres como Comandante General y la acción militar del General Miguel Ángel Ramírez, como Jefe del Estado Mayor, según los compromisos previos con los suministradores de las armas. La Legión Caribe, la actitud de Somoza durante el conflicto, el pacto de la Embajada de México y el gobierno de facto de la Junta. En todos estos relatos el autor trata de basarse en relaciones y diálogos, muchos de ellos efectuados en el lugar de los hechos; también hace uso de documentos oficiales ya publicados.
En esta obra histórica se presentan hechos que en lo posible coinciden con la verdad —no todos los hechos históricos conocidos como tales tienen a su haber un ciento por ciento de verdad— pero el autor se abstiene de juzgarlos. Desea que el libro tenga carácter de cúmulo de informaciones para que en el futuro vengan las comprobaciones y juicios reposados. Repetimos. El 48 es un libro de documentos vivos y variados, donde los historiadores puedan encontrar, no el documento oficial que con frecuencia refleja la ideología propia del gobernante de turno, sino las opiniones a veces controvertibles sobre un mismo tema. que al examinarlas y cotejarlas. para formular un juicio sin prejuicio, salga la verdad de nuestra historia a partir de 1940.
Si destaca el autor de EL 48, la lección que encierra el breve lapso de log ocho años que remata en 1948. ¿La lucha fratricida que produjo dolor y muerte a centenares de costarricenses por los errores de unos y otros, se justifica…?
Recordemos siempre, sobre todas las cosas, que la preservación de la paz, el respeto a la dignidad humana y el equilibrio democrático «toben ser los objetivos primordiales de nuestra vida política. Esa es la lección positiva que debe recoger la juventud costarricense a través de las páginas de esta extraordinaria obra de Miguel Acuña.
EL 48 es una nueva obra de historia reciente, vinculada a los recuerdos personales de millares de costarricenses, es interesante y amena. Aclara conceptos, enseña, señala errores y aciertos de unos y otros durante el periodo propiamente revolucionarlo y sus consecuencias inmediatas. Por tal razón la figura política principal surgida de aquel hecho histórico —don José Figueres— no es enfocada con prominencia en el campo de las armas, sino que su papel señero en la historia nacional comienza precisamente una vez que se han depuesto las mismas. El General Figueres de que se hablaba en abril de 1948, desaparece para dar campo al político y estadista don José Figueres —don Pepe— que sí ha tenido trascendental papel en la historia política y económica de Costa Rica en loa últimos 25 años.
Abra las páginas de este libro, amigo lector, con confianza. Estamos seguros que no se «errarán por tedio o por decepción. De acuerdo o en desacuerdo con su contenido, siempre permanecerá el interés hasta el final. En síntesis, EL 48 de Miguel Acuña es un libro apasionante y determinante en la interpretación histórica de las últimas décadas, pues señala el comienzo de un periodo de grandes transformaciones en la vida costarricense.
Prof. Gabriel Ureña M.
TITULO: EL 48
AUTOR: MIGUEL ACUÑA
LIBRERIA: LEHMANN S.A.
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Libros: “El 48”, visto por un salvadoreño
En La Prensa Gráfica de San Salvador, se ha publicado este comentario sobre el libro «El 48» del costarricense Miguel Acuña.
LA REVOLUCION COSTARRICENSE DEL 48
Por doctor Manuel Luis Escantilla
Apasionante. «El 48», libro de Miguel Acuña. Se lee de un tirón. Es de esos libros que no le dan reposo al lector.
La edición, según noticias recogidas en la misma Costa Rica, se agotó en menos de 4 meses. Despertó toda clase de comentarios. Las páginas editoriales de los periódicos del segundo semestre del año anterior se ocuparon de ese libro, ampliamente. Se trata pues, de un verdadero «best seller” de la historia contemporánea de Costa Rica, en particular, de la guerra que ensangrentó al hermano país en los meses de marzo y abril de 1948.
En realidad, el libro es un documental sobre la revolución costarricense. Su autor vivió esa guerra, la observó e inclusive, probablemente la idealizó, desde los misteriosos rincones de su adolescencia. En electo, conversando con Acuña, a quien conocí en la noche del 17 de marzo anterior, a raíz de una conferencia que tuve el honor de dictar en la Cátedra Pública que tiene el Colegio de Doctores. Licenciados y Profesores de Filosofía. Letras Ciencias y Artes en el bello Teatro Nacional, deduzco que por ese entonces debe haber estado al comienzo de su pubertad. Acuña, quien es hoy uno de los sólidos valores del referido colegio, debe haber sido un muchacho de 15 años cuando ocurrieron los lamentables sucesos de la guerra civil. Eso podría explicar el tono de leve amargura y tristeza, que en forma de transparente anacronía se mantiene en todo el libro.
El autor narra los hechos de la revolución en forma viva, sangrante, magistral. No obstante y pese al atrevido y hasta agresivo estilo con que polemiza, no puede salvarse, lo repetimos, del tono doloroso con que lo hace: Acuita es un intelectual de pura cepa, amamantado por una verdadera tradición civilista, y, adolescente aún. cuando ocurrieron los hechos, los había cargado con las magnificencias del ideal. En todo muchacho hay. ciertamente, una buena dosis de sentido heroico o de vocación mesiánica. que en el caso del autor comentado y en forma de clima interior, podría explicar el efecto diacrónico del dolor, presente a lo largo de toda la obra. Muchos costarricenses, por lo demás, se encuentran en situación semejante. Guillermo Malavassi para el caso, ex ministro de Educación y uno de los Decanos actuales de la Universidad Nacional, se resiste a aceptar el hecho de una Costa Rica guerrera. Así se lo hizo ver al mismo Acuña la noche del 18 de marzo anterior, cuando coincidimos en una recepción ofrecida por el canciller Facio. Pero los hechos son los hechos, como le contestó Acuña, y por encima de la pena personal, “debemos aceptar que Costa Rica quería la guerra”. Para los no costarricenses, los hechos narrados por Acuña resultan inexplicables, justamente por el país en que se dieron, la crueldad que alcanzaron y la calidad de las gentes que los dramatizaron. Es increíble que el pueblo de Costa Rica haya disparado contra sus propias gentes y más aún, que para hacerlo, hayan admitido la jefatura y dirección de un grupo de extranjeros.
El libro comienza con una interpretación de las raíces de la tragedia. Las figuras de don León Cortes y el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia son examinadas críticamente. Con juicios ponderados, desprendidos de una severa meditación sobre el testimonio de quienes conocieron de cerca a dichos grandes políticos y se adueñaron de sus ideas e intenciones y a base de una documentación bien escogida. Acuña devela la imagen real de esos hombres y les hace entrar en una exégesis histórica correcta: En ellos está el antecedente de la revolución. El autor entra, después, a describir los puntos iniciales de la tormenta, las clases de gentes que se ven comprometidas, las gestiones extranacionales como la compra de armas a Guatemala, las escaramuzas iniciales, los grupos guerreros y en fin las batallas que se dan a lo largo de toda la guerra. Al final de la lectura el sabor amargo de que eso haya ocurrido precisamente en el país que tiene la más larga tradición de paz y civilidad, se hace acre, al comprobar que corolario de Tucídides sobre la guerra estaba presente allá: la revolución no fue el punto de partida para redimir Costa Rica y desde ahí irradiarla a Nicaragua, Haití, Santo Domingo, como se susurró al oído de toda la América, sino el simple juego de la ambición de poder, en esta guerra como en todas las guerras, Tucídides ha tenido la razón: se explican por la ambición de poder.
Fuente reseñas: Sinabi
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