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Refutación a Miguel Acuña

Alberto Martén

Refutación a Miguel Acuña

Los siguientes párrafos son parte del Capítulo La Revolución Inconclusa, del libro de Alberto Martén Chavarría: La Capitalización Universal, Editorial Costa Rica 1984.

«Cuando en la noche del 13 de febrero, Francia sintió los dolores de su quinto alumbramiento, ambos esposos rogamos a los hados que no naciera el hijo de nuestro amor en la efeméride del odio. El cielo nos oyó y nació Federico en la madrugada del 14, día de San Valentín, fiesta de los enamorados.

Nuestra preocupación tenía su fundamento. El 13 de febrero es la fecha siniestra de la política costarricense. El recordatorio no debe servir, empero, para atizar los rescoldos del odio que el tiempo va extinguiendo, sino para prevenir –como la calavera en la botella de veneno– a los desaforados contra las consecuencias de sus criminales atropellos. Los costarricenses, sin olvidar el agravio, no debemos escalfar nuestras almas en la noción ardiente del rencor, sino refrescarlas con el pensamiento de que la noche lúgubre del 13, hito de horror, sigue la aurora del 14 de febrero, festival del amor, de la reconciliación y la fecundidad.

Miguel Acuña en su controvertido libro «El 48» se olvidó del 13 de febrero de 1944. De otros olvidos mayores adolece también la obra, en muchos aspectos excelente, pero sobrecargada de una pasión adversa a los revolucionarios. Considero la publicación lectura útil para los estudiosos de la historia patria por los dramáticos sucesos que el autor relata y documenta, si bien con la advertencia de que ahí no está toda la verdad ni sólo la verdad. Trataré de llenar algunos de los vacíos más notables, rectificar gravísimos errores y denunciar ciertas injusticias, pero reconociendo el laudable esfuerzo del joven historiador por recoger información auténtica, su preocupación por la objetividad y su valentía al calificar crímenes y desafueros, aunque en tono quizá grandielocuente.

El 13 de febrero es el pivote trágico de los acontecimientos del 48, que no fueron una revolución venida de Guatemala –afirmación inconsistente de Miguel Acuña–, ni un pronunciamiento contra Teodoro Picado, ganador en las urnas de la elección presidencial –otra afirmación falaz de Acuña–, ni un programa de reestructuración económica y social redactado en Venezuela por ideólogos marxistas –tercera de las inciertas premisas mayores de Acuña–.

El 48 es el epicentro de un sacudimiento nacional provocado, en una época de gravísimas tensiones internacionales y divisiones intestinas, por las actuaciones del doctor Rafael Angel Calderón Guardia y sus secuaces, que convirtieron en mezcla explosiva, por la adicción de un caldo infernal de represiones y abominaciones, el manantial de consecuencias de la mayor guerra mundial en la historia de los hombres y la mayor reforma social en la historia de los costarricenses. José Figueres Ferrer fue el héroe nacional que polarizó las rebeldías cívicas de un pueblo ultrajado pero aún no domesticado, en un articulado movimiento revolucionario: el patriota que supo conseguir armas y oficiales en los santuarios rebeldes del Caribe, y el comandante en jefe que llevó al ejercito de liberación a la victoria. Tan alejado de la verdad, empero, es la afirmación del profesor Acuña de que Figueres fue nombrado en Guatemala comandante de una legión de mercenarios, que habrían de asolar todo el Caribe, como la versión de algunos paniaguados de que el 48 fue reformar el país conforme a sus convicciones e intereses personales. La verdad es que el país entero hervía de indignación por haber Calderón Guardia «pisoteado con pies de monstruo la urna electora», amén de sus bribonerías hacendarias: que un dirigente civil, Otilio Ulate, había inflamado con discursos y proclamas la conciencia nacional, y que la sangre de mártires cívicos había abonado el espíritu revolucionario. En tales circunstancias, Figueres supo deslizar sus hombres de armas sobre la cresta de esa ola, con patriotismo y pericia inigualables, hasta las playas de la victoria. Ni las mismas armas reforzadas con nuevos aportes, ni los mismos capitanes extranjeros que las empuñaron junto a nosotros, pudieron repetir la hazaña en otros pueblos sujuzgados por tiranos crueles y envilecidos por décadas de dictadura.»

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El Espíritu del 48
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