Luchas ganadas, batallas perdidas

Rodolfo Silva

Luchas ganadas, batallas perdidas

Rodolfo Silva Vargas

p.p. 4-7 del libro “Luchas ganadas, batallas perdidas”

* Consejo Estudiantil Universitario (CEU), antecesor de la FEUCR.

El CEU ante la invasión en enero 1955

Con apoyo de la Guardia Nacional y del dictador Somoza, un grupo de costarricenses que habían radicado en Nicaragua como «exilados» desde la guerra civil de 1948, invadió Costa Rica por la frontera norte en enero de 1955. A Peñas Blancas ingresó una columna reforzada por tanquetas y vehículos de la Guardia, apoyada por un avión artillado DC-3. A los invasores se les dio el apodo de mariachis porque usaban mantas de colores, como en México. Supuestamente, Abel Pacheco venia en ese grupo, para «defender las garantías sociales que creía estaban amenazadas por el gobierno de José Figueres». Al mismo tiempo, otra columna ingresaba por Los Chiles, llegó hasta las cercanías de Ciudad Quesada, formada casi solo por Guardia Nacional, esperaban que se produjera un levantamiento contra Figueres en la región de San Carlos, que nunca ocurrió. Años después, estando en el Banco Centroamericano en Tegucigalpa con Jorge Manuel Dengo, nos tocó escuchar del director nicaragüense designado por Somoza, general retirado Francisco Büchting, G.N., su versión: se habían acantonado en San Carlos a esperar, disponían de varias direcciones y teléfonos de algunos calderonistas con quienes deberían coordinar acciones; pero después de un par de días sin que nada sucediera, llamaron a uno de los contactos, a quien explicaron su misión, pero este, aunque «mariachi», al saber que guardias nacionales nicas se encontraban en suelo costarricense para atacar al gobierno de Figueres, les respondió indignado que se retiraran inmediatamente, pues nada tenían que hacer en territorio de Costa Rica ni en sus asuntos internos. Nos contó el general Büchting que se sintió obligado, por primera vez en su carrera, a proceder de una manera contraria a lo que disponen las ordenanzas militares: ordenó a su columna devolverse a Nicaragua sin haber solicitado previamente instrucciones al efecto. Si alguien pregunta qué hacía un exgeneral G.N. de director en el BCIE, cuando los estatutos requieren que sea alguien con experiencia bancaria, la respuesta se le ocurrió a Ulises Flores, quien era el director alterno por El Salvador: «Büchting había sido el encargado en Managua de la vigilancia y de la seguridad del edificio del Banco Central, por lo que ¡tenía experiencia bancaria!» Ulises era ingenioso y ocurrente, popularizó en Centroamérica la expresión «estamos jodidos todos ustedes …»

En el frente de El Amo y El Hacha se logró derribar el avión DC-3 de los invasores, y por tierra la Guardia Civil costarricense y voluntarios iniciaron el hostigamiento a los invasores, mientras que en la OEA, reunida de emergencia en Washington, se condenaba la invasión y se solicitaba a los estados miembros colaborar con Costa Rica. De ahí se derivó la asignación por Estados Unidos de cuatro aviones caza, para salvaguardar nuestra soberanía.

Ante la invasión, quienes habíamos sido electos para dirigir el CEU nos habíamos dado a la tarea de recoger firmas de todos los estudiantes dispuestos a ir a Guanacaste como voluntarios para defender a la patria. Muy orgulloso, con más de mil firmas de respaldo, solicité al presidente Figueres audiencia, con toda la directiva del CEU, para ofrecer el apoyo de un «batallón universitario». No esperábamos la respuesta de don Pepe: «¿Cómo se les ocurre formar un batallón de universitarios para ir a pelear contra invasores bien armados y entrenados? Arriesgan a que el país pierda una generación de futuros profesionales. Si quieren ir a pelear, distribúyanse en diferentes grupos … «. Así lo hicimos. Como estudiante de ingeniería, me apunté con el grupo de artillería, había dos cañones marca Skoda checoeslovacos en el sótano del cuartel de la Peni, hechos en 1867, apenas una década después de la guerra contra William Walker y sus filibusteros. Fuimos a probarlos a la finca La Lindora, de Marcial Aguiluz, amigo de don José Figueres y conectado a la Legión del Caribe. Había dos cajas de munición con doce balas cada una. Para economizarlas, decidimos hacer únicamente dos disparos de prueba, para calcular el alcance del cañón con ángulos a 30° y 45°, e interpolar las distancias de alcance con otras inclinaciones. Tuvimos que hacer la prueba con cinco balas, solo dos estallaron, estaba húmeda la pólvora por haber estado almacenadas largo tiempo en el sótano del cuartel. Ante el riesgo de que quienes no sabíamos manejar armas como la M-1 y la M-3 quedáramos indefensos en un eventual combate con la Guardia, caso de que los cañones no funcionaran, nos pidieron quedarnos un día aprendiendo su manejo en el Centro de Entrenamiento de la Unidad Móvil, en Guadalupe (hoy Colegio Napoleón Quesada), lo que aprendí a hacer hasta con los ojos cerrados, pero me obligó a postergar hasta el otro día la salida a Guanacaste con la columna de artillería. Al buscarlos al día siguiente, se habían marchado, por lo que se me ofreció alistarme con el SMM (Servicio Médico Militar), tenía la doble función de participar en las batallas y atender después a los heridos en combate. Salí con un grupo SMM rumbo a Santa Rosa ese mismo día bajo las órdenes del teniente Briceño, originario de Santa Cruz.

En la Hacienda Santa Rosa

Ya los invasores habían estado en las cercanías de la Hacienda y bombardeado con morteros un cerro vecino a la Casona, coronado por un gran árbol de guanacaste, que causaron bajas. Además, tal vez podía alcanzar a la columna de artillería, lo que no fue posible. Me dediqué entonces a hacer los planos de la Hacienda -no se encontraron-, con la ubicación de los edificios, los antiguos corrales de piedra, árboles y accidentes topográficos, usando una brújula para los rumbos cardinales y midiendo las distancias con pasos. Esto me subió acciones con el teniente Briceño, quien me designó como su segundo. Para probar mi puntería con la M-1, me pidió disparar a un gavilán posado en lo más alto de un árbol. Todavía me arrepiento de haberle acertado. En cambio, como servicio médico, no me fue del todo bien: traté de ponerle una inyección de antibióticos a un guardia con gripe, y se me dobló la aguja.

La impresión más vívida que guardo de Santa Rosa fue de la noche en que me correspondió hacer la guardia nocturna, vigilando desde el balcón del segundo piso de la Casona, con una carabina M-1 atravesada sobre el regazo. Había una luna llena rojiza espectacular la luna llena de enero en Guanacaste, una imagen y un recuerdo de nunca olvidar.

Terminadas las hostilidades con la retirada de los invasores, regresamos a San José, donde trabajaba en diseño de estructuras con Arguedas, Dobles y Soto, empresa precursora de EDICA. Había estado ausente una quincena completa. El Ing. Soto me informó que no me la pagarían, por no haberla trabajado. Yo que esperaba reconocimiento por defender la soberanía patria. Mientras, un decreto ejecutivo autorizó el pago a quienes eran empleados públicos, pero yo no lo era. Recibí la noticia con resignación, en cierta forma me ayudó a tomar la decisión de renunciar, me esperaba un año de trabajo intenso como presidente del CEU, además de los estudios de sexto año de Ingeniería.

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