Comentarios sobre el “48”

Comentarios sobre el “48”

Eladio Trejos

Eladio Trejos

I

El profesor don Miguel Acuña de quien tengo un buen concepto como persona honesta y estudiosa, acaba da publicar un libro llamado “El 48″, que ha producido y sigue produciendo variados y encontrados comentarios. El libro pretende hacer un estudio sobre los acontecimientos políticos de los años 1940 a 1948, que culminaron con la revolución de don José Figueres en marzo de 1948. Por haber tenido una participación activa en la políticas de todos esos años, me interesó la lectura de ese libro. Y por contener el relato algunos datos, información y conclusiones equivocados, voy a permitirme hacer algunos comentarios sobre el libro, limitándome a hechos en que me tocó participar en forma personal y directa. Es claro que no deseo provocar polémicas y menos aun revivir pasiones o atizar hogueras, que todos estamos en el deber de procurar que se apaguen para siempre. Pero tampoco considero que sea bueno dejar que queden como verdades históricas, hechos narrados en forma equivocada, no por mala fe del autor, sino por mala información.

El libro, aunque el autor no lo confiese ni lo quiera trata de defender las actuaciones políticas de esos años del Dr. Calderón Guardia y de don Teodoro Picado, con mengua del prestigio político de don León Cortés, don Otilio Ulate y don José Figueres. Yo no voy a analizar ninguna de esas personalidades; tampoco voy a hacer juicios políticos acerca de estas, en favor o en contra, porque eso seria motivo de otro libro, y no se trata de eso. S61o pretendo, en el deseo de que la historia no quede escrita en forma equivocada, aclarar algunos hechos en que me tocó participar en forma activa y que en el libro del profesor Acuña se relatan de manera distinta de como fueron en la realidad.

Debo decir que no he sentido ningún placer en rememorar los procesos electorales de los años 1941 al 48: pero que ha sido necesario hacerlo, para que el lector pueda comprender por que un pueblo tranquilo y pacífico como el costarricense apoyo en su gran mayoría la revolución del año 48.

De los discutidos hombres públicos de esos años, hacemos bien en recordar siempre lo bueno. Que los amigos del Dr. Calderón Guardia alaben las positivas realizaciones de su gobierno y se dediquen a perpetuar su nombre como indiscutible reformador social de Costa Rica. Recordemos a don Teodoro Picado como un gobernante bien intencionado, a quien las circunstancias políticas no le permitieron realizar sus proyectos. Reconozcamos y agradezcamos a don León Cortes, don Otilio Ulate y el Dr. Carlos Luis Valverde, sus luchas por libertad electoral en Costa Rica. Todos tuvieron sus aciertos y todos cometieron sus errores. Y si ponemos unos y otros en la balanza de la historia es posible que su patriotismo y su deseo de servir al país pesen mas que los errores cometidos.

Pero si lo que queremos es escribir la historia, como lo pretende el libro “El 48”, entonces hay que decir las cosas como son, aunque no nos gusten, sin mixtificaciones ni omisiones importantes, porque de no ser así se escribe una historia deformada, que no expresa realmente la verdad y que deja una imagen falsa de los hechos, a los que no tuvieron la oportunidad de vivirlos o de conocerlos en todos sus detalles.

Según el autor del libro “El 48”, la oposición al gobierno de Calderón Guardia nació de un resentimiento personal de don León Cortes y de un movimiento de los nazis de Costa Rica, a quienes acredita el merito de haber hecho que el capital quitara su apoyo al gobierno, que se creara desconfianza en la clase media qua se iniciara una campaña de desprestigio contra los hermanos Calderón”. Como uno de los fundadores del primer movimiento de oposición a ese gobierno, debo decir que esas afirmaciones son equivocadas y que los nazis, desde luego, nada tuvieron que ver en este asunto.

El Dr. Calderón Guardia llegó al poder en el año 1940, como candidato del partido Republicano Nacional, único que participaba en la elección, y con el apoyo del gobierno de don León Cortes. Pasados los primeros meses de acomodamiento, comenzaron los errores del nuevo gobernante. Ligó la suerte de su gobierno a la de un partido político caduco y dividido. Vino entonces la prodigalidad en los gastos públicos; se hacían negocios y se repartían contratos sin licitación entre las personas amigas del gobierno. A esos excesos hubo de agregarse luego errores políticos peligrosos, como fue el proyecto de reforma constitucional presentado al Congreso en el año 1941 y firmado por 35 diputados gobiernistas, para prorrogarle el período al Presidente y a los diputados por dos años más.

Ante el peligro de un Congreso integrado exclusivamente por diputados gobiernistas, ante los errores visibles de la administración pública y ante el proyecto de prorrogar el período presidencial por dos años más, a fines del año 1941 un grupo de jóvenes constituimos el Partido Demócrata, para participar en las elecciones de diputados por San José y para iniciar una vigorosa campaña de oposición contra el gobierno. Aunque éramos jóvenes casi desconocidos y sin arrastre electoral alguno, nuestra lucha y nuestra prédica encontraron una acogida favorable y entusiasta en todos los lugares, lo cual siempre atribuimos al descontento popular contra el gobierno y no al prestigio o méritos de candidatos recién salidos a la arena política.

Poco tiempo después, don León Cortés, distanciado del gobernante por motivos políticos y personales, inició una campaña en la provincia de Alajuela apoyando la papeleta diputadil de su hijo Otto Cortés. También en Guanacaste, el Dr. Vargas Vargas presentó su papeleta de diputado independiente. Y en todas las provincias del país el Partido Comunista presentó papeletas para la elección de diputados, pero haciendo una campaña muy suave y muy tibia en contra del gobierno.

Aunque todos esos movimientos políticos tenían como objetivo común participar en la elección para restarle votos al gobierno, no eran iguales ni había entendimiento entre ellos. Nosotros nos empeñamos en resaltar que nuestro movimiento era algo más que una simple lucha por diputaciones; que su objetivo fundamental era el de denunciar y tratar de corregir los errores de la administración pública y, sobre todo, impedir la prórroga del período presidencial que se estaba tramitando en la Asamblea Legislativa.

También quisimos que quedara claro que nuestro partido era distinto y ajeno a la discusión puramente personal entre don León Cortés y el presidente Calderón Guardia. Así lo explicamos ampliamente al país y así hubo de declararlo oficialmente el Partido Demócrata en un manifiesto publicado en La Tribuna del 11 de diciembre de 1941, en el que se dice:

Nuestro movimiento (a pesar de la declaración de don León Cortés de que votaría por nosotros como sufragante de la provincia de San José) no ha dejado de ser independiente, ni tiene relación con campañas políticas pasadas o futuras, ni conexión alguna con los grupos que prematuramente ya se mueven en preparación de la próxima lucha presidencial.

En el momento más intenso de la campaña electoral vino el ataque a Pearl Harbor y la declaración de guerra de Costa Rica a las potencias del Eje. Esto sirvió de pretexto al gobierno para suspender las garantías individuales y para descargar su violencia contra el Partido Demócrata, que había tomado una fuerza que el oficialismo nunca imaginó.

Pero entre más grande y visible era la participación del gobierno en favor del Partido Republicano Nacional, más grande era el apoyo y la simpatía que nuestro movimiento despertaba en el electorado. Nuestras reuniones públicas —en las que siempre participábamos los únicos seis oradores del partido— eran numerosas y entusiastas. Las del oficialismo, por más que participaran conocidos políticos y los mejores oradores del país, no lograban despertar ningún entusiasmo popular.

Esto hizo alertar al gobierno y lo obligó a hacer el primer fraude electoral en gran escala, aprovechando la deficiente legislación electoral de esa época, en que no había cédula de identidad, ni Tribunal de Elecciones, ni representación de los partidos políticos en las juntas electorales, y según la cual el Presidente de la República nombraba a los miembros de las juntas e interpretaba a su gusto y sabor la deficiente ley electoral.

Pero del fraude del 8 de febrero de 1942 hablaremos en el próximo capítulo. Por lo pronto, lo importante es destacar que los nazis nada tuvieron que ver en este movimiento oposicionista, genuinamente costarricense y popular.

II

Después de una campaña fuerte en contra del gobierno, que participaba abiertamente en las elecciones usando a su favor la guerra y la suspensión de las garantías individuales, el Partido Demócrata llegó a las elecciones de medio período del 8 de febrero de 1942.

La campaña había durado escasos meses y había costado apenas ₡11.000,00. Nadie devengaba sueldo y la mayoría de los gastos los hacían los propios partidarios. En la provincia de San José se elegían en esa época nueve diputados. Nuestro partido obtuvo legalmente cuatro diputaciones, que luego fueron rebajadas a dos, en virtud de fraudes y anulaciones de votación en favor del gobierno, por medio de los famosos “votos a computar”.

Aunque solamente se reconocieron las diputaciones de don Fernando Lara y la mía, y la del candidato comunista, a nadie le quedó la menor duda de que legítima y moralmente el gobierno había perdido la elección. El resultado inmediato y directo de esa pérdida fue el entierro de la reforma constitucional para prorrogarle el período presidencial al mandatario.

Es bueno reseñar —aunque sea brevemente— los fraudes que se cometieron, para conocimiento de nuestra juventud, que, gozando ahora de libertad electoral y de un proceso legítimo y puro, posiblemente ignore cómo se violentaba la voluntad popular hace algunos años.

También, justo es decirlo, los fraudes electorales no fueron un invento de la administración Calderón Guardia; también se cometieron en elecciones anteriores, incluso en gobiernos considerados modelos de nuestra democracia, y aun en el propio gobierno de don León Cortés. Pero los fraudes se fueron haciendo cada vez más violentos y más graves.

Para la elección de febrero de 1942 no se exigía la cédula de identidad, sino que se votaba mediante una cédula electoral entregada por el Registro Cívico a los ciudadanos debidamente inscritos. Pero el Registro Cívico era una dependencia del Poder Ejecutivo y su director, un obediente ejecutor de las órdenes de la Casa Presidencial.

En la distribución de las cédulas electorales comenzaba el fraude, pues se negaban a los electores de la oposición con múltiples pretextos. También existía la compra de cédulas, las cuales servían luego para votar por los candidatos del oficialismo mediante los llamados votos a computar, una maniobra inventada para que los fiscales, miembros de la fuerza pública y gran cantidad de empleados pudieran votar en cualquier lugar, fuera de su domicilio.

Así se daba el caso de que empleados públicos votaban cuatro o cinco veces, en distintas mesas, con cédulas compradas, escamoteadas o duplicadas en el Registro Cívico. En los mismos vehículos del gobierno se trasladaban esos votantes por diferentes cantones del país a votar varias veces por los candidatos oficiales.

Los fiscales de los partidos políticos debían legalizar sus tarjetas de identificación en las Gobernaciones de provincia. En la Gobernación de San José, se escamotearon al Partido Demócrata más de 90 tarjetas, con la excusa de que se habían extraviado; el día de la elección, esas tarjetas aparecieron en poder de elementos del oficialismo. Es claro que nuestros fiscales no pudieron actuar, y la oposición quedó sin fiscalización en las mesas, con el agravante de que todos los miembros de las juntas eran del partido oficial. Así, sin fiscalización y sin oposición presente, una vez terminada la votación se abultaban o variaban los resultados según conviniera a los intereses del gobierno.

Los fraudes electorales cometidos en esas elecciones —contra el Partido Demócrata en San José, el Partido Cortesista en Alajuela y el grupo del Dr. Vargas en Guanacaste— aumentaron el descontento ciudadano contra el gobierno, ya que el costarricense estima por sobre todas las cosas su libertad electoral.

El desentierro del oficialismo en el proceso electoral y la alianza posterior del gobierno con el Partido Comunista fueron los errores políticos más graves del Dr. Calderón Guardia y dieron una fuerza incontenible al movimiento oposicionista, que pocos meses después se aglutinaba alrededor de la figura austera y respetable del expresidente León Cortés, quien se convirtió en abanderado de la oposición y en símbolo de la lucha contra la corrupción administrativa y el comunismo.

El nacimiento y auge de la oposición, ante los errores y el desprestigio del gobierno —en los que nada tuvieron que ver los llamados “nazis criollos”, como se insinuó—, lo confirma el propio autor del libro El 48, sin quererlo, al reproducir en la página 60 una entrevista entre el Dr. Calderón Guardia y don Manuel Mora.
Ante el comentario del Presidente de que su gobierno “se está tambaleando” y que él ni siquiera puede salir a la calle, el jefe del comunismo le contesta:

No es cierto. Cambie de política. Elimine a tanto sinvergüenza que vegeta a su alrededor, y sobre todo, atraiga hacia su gobierno al aura popular.

Fue después de las elecciones del 8 de febrero de 1942 que se realizó la primera entrevista formal entre don León Cortés y los dirigentes del Partido Demócrata. Tras varias conversaciones y luego de reconocer públicamente don León los errores cometidos durante su gobierno, se llegó a un entendimiento por el cual él asumía la jefatura del Partido Demócrata y se convertía en su candidato a la Presidencia de la República para el próximo proceso electoral.

Se inició así una violenta lucha entre un pueblo dispuesto a defender sus derechos cívicos y un gobierno unido al comunismo y a un partido político desprestigiado, empeñado en mantenerse en el poder a base de imposición y fraude, con el pretexto de defender una legislación social que nadie estaba atacando.

Fue una lucha dura desde el primer momento, librada por un partido formado en su gran mayoría por la masa campesina del país, sin capital, sin dirigentes conocidos, pero con un líder popular indiscutible: León Cortés.

La figura de León Cortés, conforme avanzaba su lucha contra la imposición del gobierno, la corrupción del partido oficial y los desmanes del comunismo, se engrandecía cada vez más ante el pueblo. Después de fracasar el intento del gobierno de amedrentar a la ciudadanía con cárcel y multas por faltas inexistentes imputadas a los militantes de la oposición, el oficialismo ideó una peligrosa y torpe reforma electoral: traspasar al Congreso la facultad de escrutar y contar los votos emitidos en las elecciones.

Contra esa reforma electoral —que significaba un golpe mortal contra la pureza del sufragio— se alzaron las voces de don León Cortés y de los diputados cortesistas. Pero fueron las mujeres, los estudiantes y don Rafael Sotela desde su estación Titania, quienes con su lucha constante y decidida lograron hacer abortar aquel atentado legislativo contra el voto libre.

El 15 de mayo de 1943, una imponente manifestación de ciudadanos, encabezada por mujeres y estudiantes de San José, rodeó el edificio del Congreso y exigió el retiro de ese nefasto proyecto de ley. Ante la actitud firme y decidida de los manifestantes, el oficialismo tuvo que ceder, y después de varias horas de tensión, un ministro del gobierno anunció que la reforma electoral había sido retirada del conocimiento del Congreso.

Desbaratada el 15 de mayo la funesta confabulación de 35 diputados contra el ejercicio del sufragio, el partido oficial entró en una de sus peores crisis. Fue entonces cuando el comunismo propuso y obtuvo su alianza con el gobierno. El comunismo aportaba el poder de lucha de un grupo decidido y bien organizado, y el gobierno, por su parte, lavaba a don Manuel Mora de todos sus pecados y lo convertía en el inspirador y máximo dirigente de la política oficial.

Así se hizo constar oficialmente en el pacto político suscrito en setiembre de 1943 entre los partidos Republicano Nacional y Vanguardia Popular, en el cual, además de aceptarse al comunismo como socio en la campaña electoral y en el gobierno, el oficialismo le otorgaba puestos en las papeletas de diputados, en las municipalidades y en la administración pública.

A partir de la alianza entre el partido del gobierno y el comunismo, la propaganda oficial se hizo de acuerdo con los modelos comunistas: el partido oficial era el defensor de los trabajadores y el abanderado de la reforma social; la oposición era la caverna, la reacción, la enemiga de la legislación social y de los derechos del pueblo.

Pero esa propaganda comunista no fue creída por la ciudadanía, aunque sí aceptada por el autor del libro El 48. Los diputados cortesistas votaron a favor de las leyes sociales del Dr. Calderón Guardia, y los dirigentes de la oposición jamás combatieron esa legislación social, aunque no aceptaban que se usara como pretexto para alentar al comunismo o justificar la intervención del gobierno en el proceso electoral.

La alianza del comunismo y el oficialismo trajo mayor violencia a la campaña política. Se aumentó la presión del gobierno y la persecución contra los partidarios de Cortés; se confiscaba la propaganda de la oposición y la fuerza pública estorbaba o impedía sus reuniones; las brigadas de choque comunistas se adueñaron de las calles y golpeaban a los oposicionistas, ante la indiferencia —o el apoyo— de la policía.

La culminación de todos esos atropellos se cometió el 6 de febrero de 1944. Después de una grandiosa manifestación, entusiasta y pacífica, de más de cien mil cortesistas en la ciudad de San José, cuando el grueso de los manifestantes se había retirado a sus hogares, la fuerza pública y las brigadas comunistas atacaron a campesinos indefensos que habían venido desde los más apartados lugares del país. Los golpearon y dispersaron en forma inmisericorde e inhumana. Luego, el comunismo saqueó el Club Central del Partido Demócrata en San José y se llevó todos sus archivos.

Pero ni la presión del gobierno ni los atropellos comunistas quebraron la voluntad y firmeza del Partido Cortesista.

Y así, con trágicos presagios, la oposición llegó a votar el 13 de febrero de 1944.

III

La gran manifestación del 6 de febrero de 1944

La gran manifestación del 6 de febrero de 1944 puso de manifiesto la fuerza electoral del cortesismo. Pero la actitud del gobierno de desbaratar dicha manifestación por medio de la fuerza demostró su decisión de impedir, a como hubiera lugar, el triunfo de don León Cortés en las elecciones del 13 de febrero.

Pero a pesar de esa convicción, el Partido Demócrata llegó y votó en las elecciones y obtuvo un triunfo indiscutible, que solamente pudo ser burlado gracias al más escandaloso fraude electoral que se había cometido en Costa Rica.

Desde las primeras horas de la mañana, un gran despliegue de fuerza pública se hizo presente en los centros de votación, tratando de amedrentar a los oposicionistas para que no votaran. Como la fuerza militar de Costa Rica era insuficiente, las brigadas de choque comunistas hicieron su aparición en las mesas electorales con el mismo propósito. Por los caminos y las carreteras, sobre todo en los pueblos, los jeeps y los camiones del gobierno transportaban gentes provistas de cédulas electorales sustraídas o duplicadas para votar varias veces, en diferentes mesas, por el candidato oficial, mediante la corruptela de “los votos a computar”, de los que hablamos en capítulo anterior.

En muchas mesas de lugares lejanos, los fiscales y miembros de mesa cortesistas ni siquiera pudieron entrar al recinto electoral, pues se les impidió actuar con múltiples pretextos. En la gran mayoría de las mesas, a la hora del cierre de la votación y del recuento de votos, la fuerza pública desalojó a los fiscales y miembros de la junta que no eran del partido oficial y después, dentro del recinto y al amparo de la fuerza pública, los votos cortesistas fueron eliminados y sustituidos por votos falsos a favor de don Teodoro Picado.

En los lugares en que los ciudadanos intentaron enfrentarse a las autoridades para evitar un fraude fueron flagelados y enviados a la cárcel; y en otros, públicamente masacrados, como Alberto Guzmán, Ignacio Guzmán y José Mercedes Rivera en Llano Grande de Cartago, y Timoleón Morera en La Ceiba de Alajuela.

Y como la presión de las autoridades y los fraudes electorales resultaron todavía insuficientes ante la avalancha de votos cortesistas, el locutor oficial comenzó a leer al revés los telegramas que indicaban los datos de las juntas receptoras de votos, y donde había 160 votos cortesistas por 21 picadistas, se daba el dato completamente al revés: 160 picadistas y 21 votos cortesistas; y después, dentro de la impunidad de los recintos cerrados de las gobernaciones y jefaturas políticas, se hacía el cambio de los votos de Cortés por los de Picado, para ajustar dichos votos al telegrama adulterado.

No puede concebirse fraude electoral más escandaloso que el cometido el 13 de febrero. Sin embargo, en el libro del doctor Acuña se pone en duda que en realidad se hubiera cometido dicho fraude o que éste tuviera las proporciones alarmantes que denunció y probó la oposición. A don León Cortés le dejaron apenas 44.131 votos, cuando el 6 de febrero, una semana antes de las elecciones, más de cien mil cortesistas llegaron a San José y dieron su apoyo entusiasta al candidato que luego apareció con menos de la mitad de los votos realmente recibidos.

También, dentro del mes siguiente a las elecciones, se recogieron más de noventa mil firmas de ciudadanos debidamente inscritos que declaraban, bajo la fe del juramento, que habían votado por don León Cortés el 13 de febrero.

Ese fue el segundo gran fraude electoral de los años cuarenta. El primero fue el del 8 de febrero de 1942, en que el oficialismo despojó de varios diputados a la oposición. En este del 13 de febrero de 1944, el oficialismo despojó a don León Cortés de una presidencia legítimamente conquistada, y también a muchos diputados de la oposición, al extremo de que a don José Figueres, que encabezaba la papeleta de diputados por San José, no le dejaron siquiera hacer cociente.

El 13 de febrero de 1944 ha quedado como la fecha más trágica en la historia electoral de Costa Rica. Y a partir de esa fecha, muchos ciudadanos comenzaron a preocuparse y a pensar que el camino de la violencia iba a ser, a la postre, el único medio para poder restablecer la libertad electoral y los derechos cívicos de los costarricenses.

IV

La reacción de don León Cortés y la campaña demócrata

El fraude electoral del 13 de febrero dejó un amargo sabor en la ciudadanía costarricense. Había tristeza y también una sensación de impotencia dentro del pueblo, que comenzaba a pensar que ya nada podía hacerse dentro de la ley. Pero los exaltados que hablaban de violencia fueron calmados por la actitud ecuánime y serena de don León Cortés, quien reaccionó como un gran costarricense ante el atropello cometido.

Estuve muy de cerca de don León en esos días y jamás le oí manifestación alguna que pudiera significar encono o resentimiento personal. Lamentaba, como lamentábamos todos, lo ocurrido; pero por el país, por tener que soportar aquella violación de su derecho electoral y tener que soportar, durante cuatro años, un gobierno ilegítimo que no era el producto de la voluntad popular. A todos recomendaba calma, y todas sus manifestaciones eran para elogiar la actitud de los costarricenses durante la larga y penosa campaña eleccionaria.

Según propias palabras de don León, él era quien estaba en deuda con el pueblo; y el cariño y la adhesión que recibía de todas partes bien valían los sacrificios de la campaña y el dolor del 13 de febrero.

La campaña del Partido Demócrata se hizo en plena guerra y con las garantías individuales suspendidas. Por eso el cortesismo no podía hacer uso del correo ni del telégrafo, porque las cartas y los telegramas, cuando llegaban, lo hacían con varias semanas de retraso. Tampoco disponía el partido de gasolina ni de llantas, porque había racionamiento de esos artículos; y para los cortesistas, como es de suponer, casi nunca había cupones ni para llantas ni para gasolina. Había que comprar esos artículos en el mercado negro, a precios prohibitivos. Aun así, el partido siempre se movilizaba, y las cartas y la propaganda se repartían en forma individual por los entusiastas partidarios.

La financiación de la campaña se hizo en forma popular, sin grandes aportes, por más que el libro del profesor Acuña exprese, erróneamente, que el gran capital apoyaba a León Cortés. La única contribución económica importante fue la de don Fernando Castro Cervantes; las demás eran de cinco mil colones para abajo, y las más, de cien a quinientos colones, pero todas entregadas con cariño y desinterés.

Recuerdo que para las elecciones, después del atentado del 6 de febrero en San José, había apenas veinte mil colones en tesorería. Fue entonces cuando se recibió el último aporte de don Fernando Castro Cervantes, quien envió cincuenta mil colones en dinero efectivo y un recado:

Díganle a don León que gastar ese dinero en las elecciones, con el fraude que le tienen preparado, es como botar la plata en la acequia de las Arias”.

El costo total de la campaña, que fue muy difícil y que duró dos años, fue de ochocientos mil colones. Y gran parte de esa suma se invirtió en pagar multas injustas impuestas a los cortesistas y en comprar llantas y gasolina en el mercado negro, a precios exagerados.

No había dentro del Partido Demócrata grandes personajes ni políticos de campanillas. Con excepción de don Ricardo Castro Beeche, personalidad de altos quilates dentro de la política nacional, quien fungió como jefe de acción del cortesismo, todos los lugartenientes de don León eran gente joven y noveles políticos recién salidos a la vida pública.

Don León Cortés se complacía en relatar y resaltar estos hechos importantes de la campaña electoral, y no se cansaba de decir que estaba agradecido con el pueblo, ya que, teniendo todo en contra, pudo movilizar al país a su favor a base de fervor patriótico y de mística.

Existe un hecho significativo y una actitud patriótica de don León Cortés que revelan su gran amor por Costa Rica, y que el libro del profesor Acuña narra y exalta, pero con error de fecha y oportunidad. A principios de enero de 1943, un grupo de “picadistas auténticos”, incluyendo uno o dos ministros, intentó un acercamiento entre don Teodoro y don León, que pudiera tranquilizar al país y hacer más factible el gobierno de Picado.

Don León Cortés, olvidando agravios y la afrenta del 13 de febrero, ofreció apoyar al gobierno a cambio de que éste rompiera definitivamente sus lazos con el comunismo y que diera efectivas garantías de libertad electoral; y hasta autorizó que elementos cortesistas reforzaran la fuerza pública, si fuera necesario.

Cuando los dirigentes calderonistas y comunistas que rodeaban y asfixiaban a don Teodoro Picado se dieron cuenta de las conversaciones, obligaron al presidente a echar marcha atrás y a publicar el reportaje que aparece en La Tribuna del 6 de enero de 1945, del cual reproduzco los siguientes párrafos:

Gobernaré con mis amigos. Prometí cumplir el pacto que suscribí con el Partido Vanguardia Popular (comunista), y ese partido ha observado siempre una gran lealtad y un gran desinterés en sus relaciones con el gobierno. Con ellos compartí las vicisitudes de la lucha electoral y con ellos quiero compartir las de la presidencia; y con ellos estoy dispuesto a ir hasta donde haya que ir”.

Dicen que Dios ciega a quien quiere perder. Una vez más don Teodoro no pudo encontrar el buen camino, ni pudo librarse de las fuerzas políticas que lo mantuvieron maniatado durante todo su gobierno. Con ese desafortunado reportaje liquidó lo que pudo haber sido la salvación de su gobierno, y también la salvación del país.

V

De la muerte de León Cortés a la Revolución de 1948

Durante la campaña electoral de León Cortés, que terminó el 13 de febrero, don Otilio Ulate y el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, si bien mantenían una constante y firme oposición contra el oficialismo y el comunismo entronizado en el gobierno, no quisieron participar en el proceso electoral a favor de Cortés.

Todo el peso de la lucha recayó sobre el cortesismo, con don León a la cabeza. La diputación cortesista trabajaba con empeño en denunciar las irregularidades de la nueva administración de don Teodoro Picado. Por esa época, el Congreso discutió y aprobó un nuevo Código Electoral, que quitaba al Poder Ejecutivo gran parte de sus atribuciones en materia electoral y las ponía en manos de un Tribunal Supremo de Elecciones.

Pero el oficialismo, ante la estéril protesta de la diputación cortesista, dispuso que el nuevo Código no regiría para las elecciones de 1946, sino hasta las de 1948. Sin embargo, el libro del profesor Acuña, mal informado, expresa que las elecciones de 1946 fueron libres y limpias, gracias al nuevo Código Electoral recién emitido.

Aunque el Partido Demócrata o cortesista era, sin lugar a dudas, el mayor contingente electoral del momento, con el objeto de poner en pie de lucha a los importantes grupos que constituían el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales y el de don Otilio Ulate, don León Cortés estuvo de acuerdo en participar en las elecciones para diputados del 10 de febrero de 1946 en forma unida, con igual participación de los tres grupos políticos.

En esa época y en esa lucha no había mayor interés personal, sino el interés supremo de salvar nuestro sistema democrático. Así, la oposición llegó unida a dichas elecciones.

Según el libro del señor Acuña, esas elecciones fueron limpias y don León Cortés y varios dirigentes cortesistas felicitaron públicamente al presidente Picado por la legalidad del proceso electoral. Esa es una afirmación equivocada del libro, que es necesario rectificar: esas elecciones, al igual que las anteriores celebradas por el régimen, fueron fraudulentas, y sus resultados no fueron aceptados por los partidos de oposición.

Cuando se realizó el convenio político entre el partido cortesista, el grupo de don Otilio Ulate y el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales —ya convertido en el Partido Social Demócrata— para participar unidos en las elecciones de febrero de 1946, se convino también, como prueba de desinterés personal de los candidatos y como gesto de presión hacia el gobierno, que si esas elecciones no eran libres y limpias, los candidatos electos no irían al Congreso ni a las municipalidades.

Con tal motivo se suscribió un compromiso entre los candidatos y se integró un Tribunal de Honor de la Oposición, el cual decidiría si las elecciones habían sido legales o no, y si los diputados y munícipes electos podían o debían abstenerse de ocupar sus cargos.

A mí me correspondió formar parte de ese tribunal en representación del cortesismo. También formaron parte don Abelardo Rojas, en representación del ulatismo; el Lic. don Manuel Antonio González, por el Partido Social Demócrata; el Ing. don Alfredo Volio Mata y don Fernando Esquivel Bonilla.

El tribunal, después de analizar todo el proceso electoral, dictaminó que las elecciones habían sido fraudulentas y que, por lo tanto, los diputados y munícipes elegidos por la oposición no debían juramentarse ni ejercer sus funciones hasta tanto no se obtuvieran reales y verdaderas garantías de libertad electoral.

Del fallo de ese tribunal, publicado en el Diario de Costa Rica del 23 de abril de 1946, reproduzco los siguientes párrafos:

Debemos declarar de manera terminante que las elecciones recién pasadas fueron fraudulentas, en algunas provincias más que en otras, de acuerdo, parecería, con un plan preconcebido. Se desprende de lo anterior que no existe libertad y menos pureza electoral en Costa Rica.

Con estas elecciones era la tercera vez consecutiva que se violaba la libertad electoral de los costarricenses, los cuales, una vez más, fueron burlados en sus derechos cívicos. Cada vez se iba haciendo más claro que, al cerrarse el camino de la ley para eliminar al comunismo del gobierno, había que ir pensando en el otro camino y en la otra trágica alternativa que quedaba: la violencia.

El 3 de marzo de 1946, pocos días después de celebradas las elecciones de medio período del gobierno de Picado, fallecía don León Cortés, víctima de un derrame cerebral. Su muerte estremeció hasta lo más profundo el alma nacional. El país vistió de duelo, y sus funerales constituyeron el homenaje más grandioso y emotivo que el pueblo de Costa Rica haya rendido a hombre público alguno.

Pero la muerte del caudillo no mermó el fervor cívico de los costarricenses ni apagó la llama de la oposición, que él había encendido con su verbo enérgico y ardiente durante los años de campaña electoral.

El Partido Demócrata de don León Cortés, el Partido Unión Nacional de don Otilio Ulate y el Partido Social Demócrata de don José Figueres, que ya habían participado unidos en las elecciones para diputados del 46, acordaron ir también unidos a las elecciones presidenciales del 8 de febrero de 1948.

Se convino que el candidato presidencial se escogería en una convención libre y democrática en el Estadio Nacional; y en esa convención resultó electo, por gran mayoría de votos, don Otilio Ulate. El candidato del Partido Demócrata, don Fernando Castro Cervantes, en una declaración hecha el mismo día de la convención, manifestó que si resultaba electo trataría de llegar a un arreglo o transacción con el gobierno y el partido oficial; y es claro que, con esa declaración inoportuna e inconsulta, el candidato del Demócrata liquidó toda posibilidad de resultar electo en la convención opositora.

La campaña de don Otilio Ulate se caracterizó por la violencia, violencia que el libro del Dr. Acuña se empeña en presentar como exclusiva del lado ulatista. Pero lo cierto es que hubo violencia de ambos lados; y, como es de suponer, la oposición más bien trataba de defender sus derechos contra los abusos de la fuerza pública y de las brigadas comunistas.

Durante la dura campaña política, en que la figura de don Otilio Ulate se hizo grande y llegó a brillar con caracteres de verdadero caudillo popular, se hizo muy clara la determinación de la ciudadanía de no permitir nuevos atropellos electorales ni nuevas burlas a la voluntad popular.

Después de una larga huelga de brazos caídos y de una manifestación patriótica de las mujeres de Costa Rica el 2 de agosto de 1947, se firmó un pacto de honor entre el oficialismo y la oposición, en virtud del cual ambos bandos se comprometían a respetar el resultado de las elecciones y acatar sin demoras el veredicto del Tribunal Supremo de Elecciones.

Las elecciones se celebraron el 8 de febrero de 1948 y dieron una ventaja de diez mil votos a favor de Ulate sobre el Dr. Calderón Guardia, en una votación de menos de cien mil sufragantes.

En esas elecciones no hubo fraudes de importancia, tanto porque fueron hechas de acuerdo con el Código Electoral dictado en el gobierno de Picado —mucho menos imperfecto que la legislación electoral anterior—, como porque el pueblo se decidió a defender las votaciones. La oposición se organizó para evitar los fraudes, y los llamados “votos a computar”, con los cuales el oficialismo siempre ganaba las elecciones, fueron reducidos al mínimo.

El 8 de febrero de 1948, por libre votación popular, don Otilio Ulate fue elegido Presidente de la República.

El 9 de febrero, al día siguiente de las elecciones, comenzaron manifestaciones comunistas denunciando imaginarios fraudes de la oposición, y al grito de “¡Queremos votar!” iniciaron una peligrosa agitación en el país.

Después vinieron el incendio de parte de la documentación electoral por el comunismo, atentados contra elementos de la oposición, el incumplimiento del pacto de honor hecho por el oficialismo, el asesinato del Dr. Carlos Luis Valverde, la persecución personal contra don Otilio Ulate y la anulación de la elección de don Otilio en la sesión del Congreso del 1.º de marzo de 1948.

Fueron vanos todos los intentos del señor Ulate y sus proposiciones generosas —y hasta exageradas— al oficialismo, con tal de que se respetara la elección. El calderonismo no aceptaba la presidencia de Ulate, y el comunismo tampoco aceptaba que se le eliminara del poder, del que era copartícipe desde 1943.

Ante la anulación de la elección de don Otilio Ulate, ante esta nueva burla a la voluntad popular, al pueblo no le quedaba más vía que la violencia para defender sus derechos contra la arbitrariedad y el desafuero del gobierno.

Ése fue el origen, la razón de ser y la fuerza popular de la revolución de don José Figueres y su puñado de valientes, que en el libro del profesor Acuña se presenta con móviles injustos y caracteres equivocados.

Lo cierto es que a la ciudadanía no le quedaba otro camino que el de la violencia para sacar al comunismo del gobierno y restablecer la libertad electoral.

Lo innegable es que, después de la Revolución de 1948, el pueblo de Costa Rica ha vivido en el pleno disfrute de sus derechos cívicos.

Y quiera Dios que las armas no tengan que usarse nunca más en Costa Rica.

Acotación final

Sin ánimo polémico, y sin otro objeto que el de evitar que la historia quedara deformada, escribí varios comentarios sobre los procesos políticos de los años cuarenta, con el propósito de aclarar y rectificar hechos en los que me tocó participar en forma activa y que, en el libro El 48, se narraron de manera equivocada.

En esos artículos hube de referirme a los errores políticos del Dr. Calderón Guardia, figura de primera línea en la política de esos agitados años. Para ser justo, creo mi deber dejar al menos constancia y hacer mención de los logros y la labor positiva de su gobierno.

No debemos empeñarnos en ocultar o negar, como tampoco alarmarnos demasiado, por los errores que puedan cometer los gobernantes y políticos. Esos errores son humanos y naturales. El buen gobernante no es el que no comete errores, sino aquel cuyos aciertos y realizaciones positivas sobrepasan los errores que pudiera cometer. Después de todo, los errores se rectifican y corrigen; las realizaciones quedan. Tal vez el único error que no debiera permitirse ni perdonarse a un gobernante es el de no hacer nada, sobre todo, no hacer nada en beneficio de las clases sociales más necesitadas.

El Dr. Calderón Guardia tiene a su haber el mérito de haber sido el reformador social de Costa Rica y cuenta a su favor con grandes realizaciones, positivas y trascendentes, como el arreglo de límites con Panamá, el restablecimiento de la Universidad, la creación del Seguro Social, las Garantías Sociales y el Código de Trabajo. Y, como expresé en la primera parte, si ponemos esas realizaciones en la balanza de la historia, es posible que los aciertos valgan y pesen más que los errores cometidos. Y esto, a mi juicio, es mucho más meritorio y valioso que la calificación de un gobernante con cero errores, pero también con cero aciertos.

La Nación

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