La Iglesia y el Partido Vanguardia Popular

La Iglesia y el Partido Vanguardia Popular

La Iglesia y el Partido Vanguardia Popular

Dentro de los hechos interesantes que sucedieron en los años 40 y que precedieron a la Revolución del 48 está la relación entre la Iglesia Católica y el Partido Vanguardia Popular. Interesante, pues es un hecho fuera de lo común, que incluso se le conoció como la «alianza inverosímil» y obedeció entre otras cosas al impulso personal que le dio Monseñor Sanabria a esta relación. Todo esto hay que verlo en el contexto de ese momento tan especial en la historia de nuestro país.

El Partido Comunista de Costa Rica fue fundado en el 6 de junio de 1931 y se llamaba «Bloque de Obreros y Campesinos». El 19 de noviembre de 1932, el Partido logró movilizar a cerca de 600 personas, que asistieron a una manifestación efectuada en uno de los parques de San José, y una de las oradoras en dicha protesta fue María Isabel Carvajal a quien la historia reconocería como la escritora Carmen Lyra. Varias huelgas conducidas por los comunistas sacuden al país en 1934; la de los zapateros en enero, la de los trabajadores azucareros en Turrialba en mayo y octubre, y la más importante de todas, cuyo epicentro fue la vertiente del Caribe, la bananera de agosto y septiembre. Surgen del seno del Partido Comunista a la vida pública e intelectual del país personalidades significativas, como Luisa Gonzáles y Adela Ferreto.

Con la disolución por Stalin de la III Internacional en la Unión Soviética, se autorizó a todos los Partidos Comunistas a variar el nombre si lo deseaban y a unirse a la causa de «Los Aliados» (todavía se peleaba la II Guerra Mundial) por medio de alianzas. Es así como sorpresivamente, el 13 de junio de 1943, en una Conferencia Nacional del Partido Comunista se acuerda oficialmente su disolución y cambia el nombre a «Vanguardia Popular». Los acuerdos de la Conferencia son los siguientes:

La Conferencia Nacional del Partido Comunista de Costa Rica acuerda:

1. Aprobar las condiciones presentadas por el Buró Político del Comité Central por medio del Compañero Mora, sobre la conveniencia de disolver el Partido Comunista de Costa Rica y resolver en consecuencia, su disolución.

2. Constituir un nuevo partido con el nombre de VANGUARDIA POPULAR al cual ingresarán automáticamente todas las organizaciones del anterior Partido.

3. Autorizar al Buró Político para que proceda inmediatamente a adaptar y actualizar el programa del nuevo Partido con base en el programa del anterior.

4. Autorizar al Buró Político para que introduzca en los Estatutos del Partido las modificaciones de forma que juzgue pertinentes.

5. Autorizar al Buró Político del Comité Central para que entre a discutir y lleve a cabo la alianza o alianzas electorales que las circunstancias políticas del país impongan, en el dado caso de que sea imposible lograr la Unificación Nacional sobre la base de un solo candidato y un solo programa progresista. Es entendido que la alianza o alianzas que el nuevo partido celebre han de tener coma base el programa del mismo, por lo menos en sus lineamientos fundamentales y una serie de otras condiciones que garanticen su ejecución.

5. Lanzar al país un manifiesto sobre las líneas acordadas y pedir al Jefe de la Iglesia Católica Costarricense un pronunciamiento sobre el nuevo Partido, en los términos propuestos por el compañero Secretario General.

Trabajo, 19 de junio de 1943

El Secretario General del «nuevo» partido Vanguardia Popular -que era el mismo del anterior Partido Comunista-, dirige al país un Manifiesto, en el que se explican las razones de los acuerdos; el Manifiesto es el siguiente:

Costarricenses:

La Conferencia Nacional del Partido Comunista de Costa Rica, después de un amplio estudio de la situación nacional e internacional, ha declarado disuelto el Partido Comunista. Al mismo tiempo, ha resuelto fundar el PARTIDO VANGUARDIA POPULAR, que continuará siendo la vanguardia políticamente organizada de la clase trabajadora y la vanguardia de todo el pueblo en su lucha por una vida mejor.

Nunca fue el Partido Comunista instrumento de fuerzas ajenas a nuestra realidad aunque sus enemigos se empeñaran en afirmar lo contrario.

Nunca sustentó el Partido Comunista postulados ajenos a la realidad nacional. Allí están sus programas y sus actuaciones corroborándolo.

La disolución de la Tercera Internacional debería haber disipado muchos temores absurdos en relación con el Partido Comunista. Pero, no ha sido así. Las calumnias del pasado siguen, como la sombra al cuerpo, el viejo nombre de nuestro movimiento. Y esto, claro está, nos incapacita para realizar plenamente nuestros fines de mejoramiento económico del pueblo, de consolidación y ampliación de nuestro sistema democrático, y de colaboración con las fuerzas que luchan dentro y fuera del país, contra las fuerzas del Eje totalitario.

A pesar de que hemos demostrado con hechos, que se nos ha calumniado cada vez que se nos ha presentado como enemigos y perseguidores de la Religión Católica; o como enemigos jurados de la institución de la familia; o como partidarios del crimen como método de lucha social; o como enemigos de la pequeña propiedad que es producto del trabajo y no del robo, hay fuerzas que siguen empeñadas en desorientar al pueblo haciéndole creer lo contrario. Por eso, creemos que la disolución del Partido Comunista y la creación de un nuevo Partido puede contribuir a darle a nuestro movimiento la fisonomía que realmente le corresponde.

Declaramos: que El PARTIDO VANGUARDIA POPULAR es un Partido auténticamente costarricense; que su programa es el que se publica junto con este manifiesto; que respeta profundamente los sentimientos religiosos del pueblo; y que su único propósito es acabar con la miseria y con la ignorancia en Costa Rica.

Por la Conferencia Nacional,
Manuel Mora V., Secretario General

Trabajo, 19 de junio de 1943

Se dijo que era un nuevo partido, pero en realidad el cambio fue solo cosmético, seguía siendo lo mismo. Con esto lograron -por lo menos externamente- dar una imagen de «renovación» y apertura. Entonces tuvieron la posibilidad de buscar alianzas o entendimientos con otros sectores del país. Dentro de estos entendimientos está el que hicieron con grupos de la Iglesia Católica aglutinados alrededor de la figura de Monseñor Sanabria (a estos se les unen también, los sectores políticos liderados por el Presidente Calderón Guardia).

El 14 de junio de 1943; Manuel Mora Valverde jefe del Partido Comunista Costarricense escribió la siguiente carta a Monseñor Víctor Sanabria M. Arzobispo de San José:

San José, 14 de Junio de 1943

Señor
Excmo. Monseñor Víctor Sanabria M.
Arzobispo de San José
Presente

Estimado Monseñor:

El partido Comunista de Costa Rica fue disuelto ayer, en una Conferencia Nacional de carácter extraordinario que celebró. En el mismo acto se constituyó un nuevo Partido que se denominará «Vanguardia Popular» y se adoptó, además, el programa que me permito adjuntarle.

En el manifiesto, que también le adjunto, se dan a conocer las razones por las cuales fue disuelto el Partido Comunista y las orientaciones generales de la nueva organización política en la presente etapa de la vida nacional.

Como usted comprenderá por la lectura de los mencionados documentos, los dirigentes de «Vanguardia Popular» estamos sumamente preocupados ante la gravedad de los peligros de carácter, nacional y de carácter internacional que amenazan a nuestro país en estos momentos, lo mismo que ante las perspectivas sombrías de su porvenir inmediato. Así se explica nuestra convicción de que urge un bloque poderoso de todas las fuerzas nacionales progresistas que sean capaces de entender que se imponen grandes sacrificios para poder salvar a Costa Rica.

El propósito fundamental del nuevo Partido es ayudar a formar ese bloque a que acabo de referirme. No significa esto que pretendamos que todas las fuerzas progresistas del país vengan a nuestras filas. Lo que pretendemos es crear posibilidades para colaborar con ellas en las tareas de bien público que nos sean comunes como costarricenses y como hombres civilizados.

¿Cree usted -señor Arzobispo- que exista algún obstáculo para que los ciudadanos católicos colaboren o concierten alianzas con el Partido Vanguardia Popular? Muy respetuosamente me permito formularle esa pregunta en mi carácter de Jefe del nuevo Partido a usted en su carácter de Jefe de la Iglesia Católica Costarricense. Al mismo tiempo, me tomo la libertad de pedirle un Pronunciamiento en relación con la conveniencia de que todo el pueblo se unifique y combata decididamente contra las fuerzas salvajes del Eje totalitario que está amenazando la civilización.

Con las muestras de mi respeto, tengo el honor de suscribirme de Ud. muy atento servidor,

(f) Manuel Mora V.

El mismo día, Monseñor Sanabria contestó con una carta muy extensa donde daba su plena autorización a los católicos que quisieran ingresar al Partido Vanguardia Popular. Dada la rapidez con que se intercambiaron las cartas, se habló mucho acerca que ya el asunto estaba conversado entre Monseñor y Manuel Mora. La carta es la siguiente:

San José, 14 de Junio de 1943

Señor
Lic. don Manuel Mora V.
Jefe del Partido «Vanguardia Popular»
Presente

Muy señor mío:

He leído con suma atención tanto su carta de está fecha, como los documentos que la acompañaban, es decir, el «Manifiesto» y el «Programa del Partido Vanguardia Popular,» y después de maduro examen y serena reflexión y con el acuerdo del Excmo. Obispo de Alajuela, Mons. Juan Vicente Solís, y del Excmo. Señor Obispo de Limón, Mons. Juan Odendhal, y previa consulta a todas las personas a las que por derecho debo consultar en los asuntos y negocios de mayor importancia, y con plena conciencia de las responsabilidades que sobre mí pesan como arzobispo de San José, paso a contestar la interpelación de Ud.

La posición invariable que en mi condición de arzobispo debo mantener en relación con los problemas y cuestiones sociales en general, quedó bien definida en los párrafos de mi Carta Pastoral del 28 de abril de 1940, dedicados a la cuestión social y, sobre todo, bien definida está en las Encíclicas Pontificias Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, y, principalmente, por lo que se refiere al caso concreto propuesto por Ud., en los números 102-113 de la edición de la segunda de las Encíclicas citadas patrocinada por el Centro Arquidiocesano de Acción Católica en 1941.

Apelo, además, a la autoridad de aquellos documentos, para dejar constancia de antemano, de que todas y cada una de las palabras de la presente, quedan desde ahora sometidas a la autoridad superior y juicio supremo de la Santa Sede, cual cumple a un obispo católico que se pronuncia en forma concreta sobre asuntos y negocios que en su forma o en su fondo no están taxativamente contemplados en las normas y doctrinas generales de la misma Santa Sede.

La Conferencia Nacional del Partido Comunista de Costa Rica ha tomado la resolución, que consta en el citado «Manifiesto», de disolver el Partido, por los motivos y razones que allí se expresan, y fundar una nueva agrupación, con base en la realidad nacional costarricense, realidad nacional que en substancia se contempla en la política social del Señor Presidente de la República, Dr. don Rafael Angel Calderón Guardia, «basada en las encíclicas papales,» y que como tal política social «enmarca sin contradicciones en los planes del Partido para la reorganización económico-social del país.»

No es del caso exponer en este lugar las razones que en el pasado movieron a la autoridad eclesiástica a asumir la actitud, bien conocida, que asumió con respecto al Partido ya disuelto, a pesar de que los anhelos y tendencias de aquella agrupación y los de los personeros de la Iglesia coincidían, parcialmente cuando menos, en más de un aspecto. Diferencias positivas de principios, sobre todo, y, en parte, diferencias de métodos, mantenían inconciliables las posiciones fundamentales de los unos y de los otros.

Tengo más de una razón para pensar que Ud., y también los suyos, al dar el paso que han dado, y cuya trascendencia nacional y aún internacional es bien evidente, han procedido con sentido realista, es verdad, pero al mismo tiempo movidos por la buena fe. Si otra fuera mi convicción, otra tendría que ser la respuesta que habría de dar a la interpelación de Ud.

Pienso, pues, que en la nueva situación creada por aquel acto de la Conferencia Nacional del partido disuelto, quedan solucionados, siquiera en su forma mínima, los conflictos de conciencia que para los católicos resultaban de la situación anterior. Juzgo que en el Programa del nuevo Partido o agrupación, tal como consta en el texto que he recibido, de una parte quedan a salvo, aunque en forma meramente negativa, las doctrinas fundamentales que informan la conciencia católica, y positivamente nada hay que desnaturalice o desmejore aquellas doctrinas fundamentales, y por consiguiente sin gravamen de conciencia pueden los católicos, que así lo deseen, suscribirlo e ingresar en la nueva agrupación. Estimo que habría de variar o modificar mi opinión y juicio solamente en el caso de que la nueva agrupación, en el desarrollo de sus actividades, adoptara o siguiera métodos que estén en contradicción con los principios católicos tantas veces mencionados.

El Programa contiene postulados económicos y políticos, algunos de estos relacionados con el orden internacional americano, sobre los cuales bien puede haber diversidad de opiniones, pero tal como los expresa el Programa no parecen exigir que sobre ellos emita una opinión concreta, porque de suyo no rozan principios de conciencia.

Por la naturaleza misma de las cuestiones tratadas en la presente, bien puede afirmarse que esta mi carta contiene orientaciones para la conciencia católica en relación con la nueva agrupación. Me parece del caso, por consiguiente, ampliar algunos conceptos. Afirmé antes que el Programa tantas veces referido viene a resolver, siquiera en forma mínima, determinados conflictos de conciencia. Empeño de los católicos que lleguen a militar en la nueva agrupación ha de ser el mantener, en primer término, y con libertad que nadie coaccione, directa ni indirectamente, ese mínimum de condiciones, y en segundo lugar el de adelantar, con igual libertad, el Programa de la agrupación en los otros aspectos, los positivos, de acuerdo con las normas y principios que sobre la materia rigen su conciencia. En todo caso creo indispensable que los católicos que militen en la nueva agrupación procuren imprimir ese sello positivo a las actuaciones, de cualquier género, que lleguen a corresponderles dentro de esa agrupación.

He de aprovechar esta oportunidad para decir que la autoridad eclesiástica está y estará empeñada en que se formen agrupaciones obreras católicas y en ampliar las ya existentes, no precisamente para debilitar el movimiento de cohesión, de las clases trabajadoras, sino para encauzar ese movimiento, en la forma que mejor convenga, dentro de los amplísimos derroteros marcados por las enseñanzas pontificias. Con respecto a las relaciones que entre unas y otras agrupaciones puedan o deban existir, me parece que bien puede regir el mismo criterio, y en los mismos términos, que anteriormente consigné en relación con los católicos que ingresen a la nueva agrupación.

La nueva agrupación es también un partido político. Expresamente declaro que no hay razón para que juzgue de las derivaciones de carácter político que pueda tener el nuevo movimiento, y que, con la misma libertad estaría dispuesto a contestar cualquier interpelación que los partidos políticos tuvieran que hacerme en relación con principios de doctrina y de conciencia católicos. En otras palabras, y porque debo dejar muy en salvo la posición de la Iglesia en esta materia, ni la contestación de esta interpelación ni las interpelaciones que en cualquier tiempo tuviera que contestar, son ni pueden ser en provecho ni en perjuicio políticos de nadie.

Comprendo el valor histórico que quizá pueden tener los acontecimientos que dieron origen a la interpelación de Ud., y por mi parte pido a Dios, como obispo y como costarricense, que siempre podamos y sepamos resolver todos nuestros conflictos y problemas, con la mira puesta en el interés legítimo de la nación, a la que Dios bendiga siempre.

Con las protestas de mi consideración muy distinguida y obsequente, tengo el honor de suscribirme de Ud., muy att. S.S.,

(f) Víctor Sanabria M.
Arzobispo de San José

P.S. contesto por parte en este Post Scriptum la segunda parte de la interpelación de Ud., por cuanto en declaraciones formales y casi diría oficiales, como ésta, me vería obligado a emplear un lenguaje muy sobrio, que hasta cierto punto podría ceder en perjuicio de la necesaria claridad de los conceptos, y por consiguiente he de apelar a una cita. La entresaco de la Revista Javeriana, órgano de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, dirigida por los Padres de la Compañía de Jesús (Número 89, de Octubre de 1942), de un artículo intitulado «Orientaciones», y cuyo autor es nada menos que el R.P. don Juan María Restrepo Jaramillo S.I., de tan justo renombre entre la intelectualidad católica colombiana. Dice así:

Para el católico genuino los documentos de la Iglesia que condenan el nazismo, deciden plenamente el problema. Para los católicos puede quizá subsistir alguna duda acerca de que, la Iglesia se haya dejado llevar en sus condenaciones, de celo exagerado y haya atribuido al nazismo errores que este sistema realmente no haya defendido.

Aduce después el P. Restrepo testimonios múltiples y auténticos que vienen a justificar plenamente las condenaciones de la Iglesia, y más adelante agrega:

Fundados pues en los testimonios más imparciales y verídicos y en los hechos innegables, con absoluta imparcialidad, nos vemos obligados a confesar que la filosofía totalitaria, sobre todo la nazista, es absolutamente pagana e irreconciliablemente incompatible con el cristianismo.

Y tiene este sistema una característica que lo hace más peligroso. Esa propiedad fundada en su misma esencia es la crueldad inexorable con que combate y aniquila toda doctrina, toda institución que se le oponga, aunque sea solo en el orden ideal. Su esencia íntima es ser totalitaria, es decir, absorbente, exclusivista, única; no consciente nada a su lado, ni siquiera en la región del pensamiento. Es distintivo peculíar de la filosofía totalitaria la fuerza bruta aplanadora con que impone sus principios, fuerza bruta que aniquila al individuo, a la familia y a la nación que no se doblega a sus exigencias. Al meditar tranquilamente sobre la esencia del nacional-socialismo, como católicos y como simples amantes de la verdad, debemos decir que si la doctrina totalitaria triunfa, días negros, muy negros, esperan al cristianismo, ya que el poderío brutal y aniquilador propio de esa filosofía pretenderá ahogarlo en sangre por ver en el cristianismo un enemigo decidido. Y como la doctrina totalitaria dispone de la organización más poderosa hasta ahora conocida, como tiene tentáculos y raíces y apoyos en todos los países, por eso la lucha de esa filosofía, si resultara vencedora, será la más cruel y despiadada de las padecidas por el cristianismo en su historia dos veces milenaria.

Cierto es que la promesa de Cristo no puede fallar: ¡La Iglesia no sucumbirá! Pero nadie sabe el secreto de Dios, y puede ser que el triunfo de la doctrina totalitaria produzca defecciones y ruinas en el catolicismo mayores que las de la misma reforma protestante, que separó de la verdadera Iglesia más de la mitad de Europa, con las nefastas consecuencias de todos conocidas. Desde luego, los males causados ya al catolicismo allí donde con mayor lógica se ha llevado a la práctica la filosofía totalitaria, son extremadamente funestos y han arrancado lágrimas de sangre a la Iglesia, que llora sobre su juventud paganizada, sus instituciones de enseñanza cerradas y sus ministros, perseguidos con calumnia y destierro y aún muerte.

El triunfo de la doctrina totalitaria en la contienda actual crearía un gravísimo problema para el cristianismo, del que solo la promesa divina lograría librarlo: ¡Vendría para la Iglesia una nueva época de catacumbas, más crueles que las romanas!

Pero sea lo que sea del porvenir, el sistema totalitario nazista es un sistema pagano, destructor del cristianismo: ningún cristiano puede ser nazista; ningún cristiano puede simpatizar con el nazismo; tenemos que escoger entre la cruz de Cristo que irradia bondad y sacrificio, y la sombría cruz gamada, símbolo sangriento del nuevo paganismo.

Hasta aquí la cita del R.P. Restrepo.

También Monseñor Sanabria dio unas declaraciones al periódico La Tribuna del 20 de junio de 1943 sobre este asunto:

Una vez más se honra La Tribuna con la brillante colaboración de su muy distinguido y apreciable amigo el Ilustrísimo señor Arzobispo de Costa Rica, doctor don Víctor Manuel Sanabria, quien refiriéndose a un tema de gran actualidad, que es objeto de debate, nos hizo ayer las sensacionales declaraciones que muy complacidos llevamos a conocimiento del país, y que dicen así:

Dos personas en estos días han cargado con la responsabilidad gravísima de escribir, cada cual en su propio campo y con los recursos que a la mano tenían, una página de historia. El uno, el Jefe del Partido «Vanguardia Popular» escribió una página de historia político-social. El otro, el Jefe de la Iglesia, escribió una página de historia eclesiástica. Y ambos escribieron una página de historia costarricense.

Al señor Mora lo juzgará la historia, al señor Arzobispo lo juzgará igualmente la historia, pero no por lo que los hombres digan o dejen de decir de él, sino por lo que juzgue y decrete la Santa Sede, a cuya autoridad y juicio quedaron sometidas todas y cada una de las palabras de la carta del 14 del corriente y todos y cada uno de los hechos en ella comentados.

Había formulado el propósito de no acudir a la prensa a defender mis actuaciones, pues que tan claros son los conceptos de mi carta referida, que sólo la mala fe o la ignorancia maliciosa pueden atribuirle otras interpretaciones que aquéllas que naturalmente se derivan del texto y contexto de la misma. Había para ello otra razón, de carácter jerárquico. En la Iglesia no son los fieles ni los sacerdotes los que sentencian a los obispos, que ese es derecho privativo del Romano Pontífice. En verdad no han sido ni son los fieles ni los sacerdotes, los que en esta oportunidad están sentando al Arzobispo en el banquillo de los acusados y le están pidiendo cuenta de algunos de sus actos. Unos y otros, con disciplina que los honra y que honra a la Iglesia, cualesquiera que sean sus aficiones políticas y aun su manera de juzgar determinados detalles de los acontecimientos de estos días, mantienen la línea de conducta que a su conciencia les impone la disciplina jerárquica y con serenidad de espíritu pueden retar, a quienquiera que sea, para que pruebe que en aquella mi carta haya el menor desliz en la doctrina o abandono, aunque fuera sólo parcial, de los deberes que me imponen las funciones de mi cargo. Saben ellos, los sacerdotes y los fieles, lo que en la Iglesia se suele llamar la conciencia episcopal. Confían incondicionalmente en la responsabilidad del jefe espiritual que les ha señalado la Iglesia y convencidos están de que no le mueve ni el interés de lo temporal, ni el afán de lo político, ni la hinchazón de las vanidades. Sus móviles son de orden superior, o sea, para dicho en católico, de orden sobrenatural y sus actos y sus dichos se inspiran en aquel aforismo tan celebrado de San Ignacio de Loyola: «Ad maiorem Dei gloriam».

No obstante, razones y motivos, independientes de mi voluntad, me obligan a explicar periodísticarnente lo que en mi carta teológicamente dejé explicado. Es aquello que los filósofos llaman, las circunstancias de las acciones. Y esto es lo que voy a hacer. ¿Mis intenciones…? Transcribiré un párrafo del discurso de Navidad de Su Santidad el Papa Pío XII. «Siempre movida por motivos religiosos, la Iglesia ha condenado las varias formas del socialismo marxista; y ella las condena hoy, porque es su permanente derecho y deber, librar a los hombres de las corrientes del pensamiento y de las influencias que pongan en peligro su eterna salvación. Pero la Iglesia no puede ignorar o tolerar el hecho de que el trabajador en sus esfuerzos por mejorar su condición, se estrella ante una maquinaria que está no sólo en contradicción con la naturaleza, sino también en oposición con el plan de Dios y con los propósitos que El tuvo al crear los bienes de la tierra. A pesar del hecho de que los caminos que ellos siguieron eran y son falsos y condenables, ¿qué hombre y en especial qué sacerdote y qué cristiano, podrá permanecer sordo ante el clamor que se levanta desde lo profundo y clama por la justicia y el espíritu de fraternal colaboración, en un mundo regido por un Dios justo? Un silencio tal sería culpable y no hallaría excusa ante Dios, y se opondría además a las enseñanzas del Apóstol, quien al mismo tiempo que inculca la necesidad de la resolución en la lucha contra el error, reconoce también que nosotros debemos estar llenos de compasión para los que yerran y abiertos a la comprensión de sus aspiraciones, esperanzas y motivos».

¿Los hechos reales…? Son los siguientes: Había en Costa Rica un partido llamado «Partido Comunista», que tenía un jefe y tenia un programa. En éste, según afirma el jefe una y otra vez en sus discursos y escritos, y lo demuestra objetivamente con documentos que merecen absoluta fe, nada se contiene que en el orden religioso positivo, se oponga a la conciencia católica. Pensaba el señor Mora que en el pasado se había procedido con él y con su partido, con notoria injusticia, aplicándoles la Iglesia un rasero más estrecho que a los partidos que existen y han existido siempre en Costa Rica. El partido disuelto tenía un nombre: el de «Partido Comunista», nombre que en Costa Rica y en todas partes la Iglesia tenía que interpretar como un programa, y como un programa síntesis de ideas condenadas por la misma Iglesia, una y otra vez, en documentos oficiales de la mayor solemnidad. Esa síntesis de ideas se refiere a Dios, a la familia, a la propiedad, a la lucha de clases, a los métodos de revolución y de violencia. La Iglesia tomaba y tenía que tomar por su valor facial el programa de que era síntesis el nombre. De aquí aquella diferencia de rasero que el partido disuelto le aplicaba a los demás partidos. Sabemos ahora claramente y sin lugar a dudas, por las declaraciones de los programas y de los jefes, que el nombre, «Partido Comunista», no tenía para ellos el valor que le daba la Iglesia. Pero de todas maneras, aún en el supuesto de que en Costa Rica todos hubieran llegado a entender el caso en la forma que aquí se presentaba, el nombre tenía que significar algo. Decide el partido primero disolverse como partido y formar luego una nueva agrupación, que ni en sí misma ni en sus programas contiene cosa alguna de lo que significa la palabra Comunista. Ni pretende imponer la dictadura del proletariado, así lo dijo antenoche el señor Mora, ni es enemigo de la propiedad, ni promueve la lucha de clases, ni persigue la Religión, la Iglesia ni la familia, antes bien proclama enfáticamente en su manifiesto de presentación que respetará los sentimientos religiosos del pueblo, que es un partido «auténticamente costarricense» y que «su único propósito es acabar con la miseria y con la ignorancia en Costa Rica» y pide que con él no se cometa la injusticia de medirlo con vara más encogida que a los demás partidos políticos. El jefe del nuevo partido no está en peores ni en mejores condiciones, en sentido abstracto y teórico, que los jefes de los demás partidos. Sus propósitos, o mejor dicho, los de su partido, son los de que el país sea gobernado conforme a la constitución y a las leyes, con la misma voluntad cuándo menos con que lo quieren los demás partidos, en sentido «netamente costarricense». Más aún. El nuevo partido, en su programa social incorpora un inciso en que dice: «El Partido Vanguardia Popular» apoya la política del Presidente Calderón Guardia, basada en las Encíclicas Papales y declara que esa política enmarca sin contradicciones en los planes del partido para la organización económico-social del país». Tengo por católico al señor Presidente de la República, doctor don Rafael Angel Calderón Guardia. A su legislación social le ha dado la más amplia base católica, tan católica que la misma Santa Sede, en documento oficial, con solemnidad, manifiesta su complacencia por lo que de católico tiene aquella legislación. Viene ahora el Partido «Vanguardia Popular» y se declara, en su programa que es declaración oficial de principios, de acuerdo con una política social basada en encíclicas pontificias, política que enmarca sin contradicciones en los planes del partido, para el logro de sus fines.

¿Puedo yo condenar al nuevo partido? No lo puedo, condenar. Y si lo condenara tendría que dar las razones de esa condenación, y no las tengo. Tengo que declararme «abierto a la comprensión de sus aspiraciones y motivos», para usar palabras de Su Santidad Pío XII.

Pregunto yo: ¿puedo condenar los demás partidos existentes en Costa Rica por el simple hecho de que no sean partidos netamente católicos, es decir, político-religiosos, y decirle a los míos que no ingresen en sus filas? No, me dice mi conciencia. Pues en paridad de condiciones no condeno, porque no puedo condenar el nuevo partido. De condenarlo tendría que condenarlos a todos y en el orden práctico, como en el orden ideal, debe reinar la justicia y la equidad y en todo tiempo la caridad que es comprensión de aspiraciones y motivos.

Eso creía que debía hacer y lo hice. No le estoy diciendo a los católicos que ingresen en este o en aquel partido, que no ingresen en esta o aquella agrupación política. Todos esos partidos están en la línea de mínima en que ahora está el Partido «Vanguardia Popular». Aún más. A los católicos dije que formaran, agrupaciones obreras católicas. Y lo dije para los católicos que militan en todos los partidos. Se me dice que eso no será posible. Sí, no será posible que esas agrupaciones católicas degeneren en partidos políticos. Eso sí es verdad. Pero sí podrán existir y existirán como agrupaciones. Y en todo caso existirán no para combatir las agrupaciones obreras que no sean anticatólicas, sino para colaborar con ellas y con todos los hombres de buena voluntad para el bien general de la comunidad costarricense.

Como vemos, había un malentendido fundamental con respecto a la palabra «comunista» y todavía lo hay. Me refiero, desde luego, a Costa Rica. Muchos círculos de personas, para mí muy respetables, temían al comunismo no por lo que éste hiciera o dejara de hacer, dijera o dejara de decir, contra la Religión y la Iglesia sino por lo que hiciera o dejara que pudiera significar un peligro para sus intereses, quizá no siempre legítimos. Esa era para ellos, la esencia del comunismo. Y hasta habrán pensado que León XIII y Pío XI fueron comunistas, que el Arzobispo de San José es comunista, que el Presidente de Costa Rica es comunista. De modo que si el comunismo no dijera ni hiciera aquello que hemos dicho, en contra de los intereses de aquellos círculos de personas, sino que solamente atacara la Religión y la Iglesia, ese comunismo sería para ellos cosa bien inocua, como inocuo les ha parecido el liberalismo que en el orden religioso ha sostenido y sostiene tesis que en substancia allá se van con las del comunismo, propiamente tal, en cuanto dice relación con la Iglesia y con la Religión.

Como se comprende, tal no es el punto de vista de la Iglesia. Nuestra misión es predicar y promover la justicia, no tal como la imagina o pueden imaginarla las ambiciones y concupiscencias de los hombres, sino como es ella en verdad. A los obreros les decimos: sean justos. A los patronos les decimos: sean justos. La justicia no es patrimonio de una sola parte, tiene que ser patrimonio común.

Examinemos ahora qué beneficios ha alcanzado el país y en particular la Iglesia, con la nueva situación creada por la disolución del Partido Comunista y por la creación del nuevo partido, y con el programa que es la base de sus actividades. En primer término se han logrado cuando menos los mismos beneficios que el país y la Iglesia alcanzan con los demás partidos.

Hay ahora quienes, por motivos que no tengo derecho a examinar, están tristes porque se ha disuelto el Partido Comunista. Así andamos de lógica. Yo no estoy triste por ello y los mismos que integraron el antiguo partido tampoco lo están, no obstante que algunos de ellos tuvieron que sacrificar lo que yo llamaría el romanticismo de un nombre.

Habrá quienes hubieran deseado que el Arzobispo no contestara la interpelación pública que se le hizo. ¿Qué se habría alcanzado con ello? Por lo menos el ridículo para el Jefe de la Iglesia, que medrosamente callara cuando se le interrogaba públicamente. Y además de eso el estigma de la irresponsabilidad que eso y no otra cosa habría significado el hecho de que la Iglesia, que había venido orientando a los fieles contra el comunismo y combatiendo tenazmente las ideas programas que estaban en la entraña del nombre desaparecido, desorientando positivamente la conciencia católica con aquel silencio. No entiendo así, el cumplir con las responsabilidades de mi cargo. Esa habría sido una posición indigna.

Otros hubieran querido que el Arzobispo le cerrara la puerta de su casa a un hombre, a quien nadie le niega inteligencia, que venía a cambiar impresiones con él sobre puntos de vista trascendentales. Eso no lo hace el Arzobispo. Su casa es la casa de todos. ¿Y porqué he de usar mezquindad, y no he de decir el concepto que me formé del hombre? Lo diré con palabras de Cicerón, quien en carta a Lentulo juzgaba así a Pompeyo: «Quem ego ipsum quum audio, eum prorsus libero omni supicione cupiditatis». A mis puertas nunca ha tocado el liberalismo como tal, en busca de conciliaciones positivas. Y sin embargo lo hizo aquel hombre.

Otra ventaja ha sacado la Iglesia. Y ventaja enorme. Por la oposición de principios que existía en la situación anterior, el ambiente era propicio para que incubaran en el partido disuelto los sectarismos de que nos hablaba el señor Mora en su discurso, y de los que dijo que los desarraigaría en los suyos. La gente que estaba con el antiguo partido, por una u otra razón, se envenenaba contra la Iglesia. Y la base de la Iglesia es el pueblo. Ha sido enviada a los pobres, vive de los pobres. En adelante no habrá dos enemigos que disputan frente a frente, sino dos personas que discuten en ambiente de armonía lo que en realidad convenga al verdadero y legítimo interés económico y social de la nación. Eso se ha alcanzado.

Otro punto hay, que al parecer es el que más interesa en algunos sectores. El punto político. Se dice: «El Arzobispo interviene en política; que se quede en su Iglesia». Bueno es el consejo y está aceptado aún antes de que se le dé. El Arzobispo no se ha pronunciado ni tiene que pronunciarse sobre las derivaciones políticas del nuevo partido. Le preguntaron por la doctrina y contestó sobre la doctrina. Si eso es intervenir en política es inútil que diga que intervendré en esa forma cuantas veces sean necesarias. Aquella teoría tan acariciada por determinado sistema, de que la Iglesia y el sacerdote se mantengan recluidos en la sacristía, no se puede sostener hoy día. Es una doctrina totalitaria como la que más, que no admite, cuando la Iglesia y de la Religión se trata, otras ideas que las suyas propias. Por eso también soy enemigo del totalitarismo.

Bien dijo el señor Mora. El Arzobispo no lo ha engañado. El no ha engañado al Arzobispo. Me explico caritativamente los temores que algunas personas pudieran abrigar con respecto a la sinceridad de propósitos de los militantes del nuevo partido. Todavía quedaba el olor en el vestido. Desapareció ya ese olor. Del futuro sólo Dios puede responder. Respondo del presente. En el presente obré como lo hice, con la conciencia tranquila. En el futuro obraré como lo tenga que hacer, con la conciencia tranquila. Al comunismo como tal, es decir, a las ideas que ese nombre encarna, en cuanto estén condenadas por la Iglesia, tendré que combatirlas siempre. Con mucha lógica el año pasado, cuando dos de los señores candidatos hicieron declaraciones anticomunistas, los felicité por ello. Estaban dentro de la posición de la Iglesia.

¿Queríamos todos, sinceramente, que desapareciera el comunismo en Costa Rica? Pues ha desaparecido sin luchas ni violencias, en una forma netamente costarricense. Para decirlo con palabras célebres del Primer Ministro inglés, Churchill, el antiguo partido, al incorporarse netamente a la vida nacional, ha recobrado su propia alma, aquélla que el nombre le impedía recobrar.

Pero, ¿no hubiera sido mejor que el nuevo partido adoptara de una vez positivamente todos y cada uno de los postulados católicos sociales? Sin duda que sí. Lo mismo diría de todos los partidos de Costa Rica. Eso sería lo mejor. Pero no lo han hecho. Cada persona en los partidos costarricenses mantiene sus posiciones individuales ideológicas. En ellos hay católicos y no católicos, agnósticos y ebionitas, clerófobos y clerófilos. Lo esencial en el caso es que esos partidos no desmejoren positivamente, cuando menos, los principios sobre que descansa la conciencia católica.

Al comunismo como tal lo he combatido con denuedo, y tendré que combatir sus principios y doctrinas, dondequiera que se encuentren, ya en un partido popular, ya sea en cualquier otro que no lleve ese nombre. Pero a la agrupación «Vanguardia Popular», mientras ella sea lo que dicen los programas y los dirigentes que es, y lo que dirán los hechos que será, no podré combatirla, porque mi misión no es ni impulsar ni combatir partidos políticos como tales partidos políticos.

Hoy en una caricatura se me condecora con la insignia tradicional comunista, la hoz y el martillo, y al señor Mora se le pone lo que vulgarmente se llama la camándula. Pues, bien, ni yo me avergüenzo de lo que he hecho ni tengo que avergonzarme ni el señor Mora se ha avergonzado ni tiene que avergonzarse por el paso que ha dado. La caricatura muchas veces es el fallo de la estulticia. Y con caricaturas nunca se ha escrito la historia.

Por supuesto, la oposición no se quedó callada y sobre el particular, el grupo Acción Demócrata -del Partido Demócrata de León Cortés- dijo en un editorial en su semanario:

Es realmente un misterio de la morfología social costarricense la amalgama en un solo partido político de los católicos y los comunistas. La Iglesia Católica persigue el establecimiento del reino de Dios en esta tierra. Por su parte el marxismo sostiene que las condiciones de la vida económica son las que engendran las instituciones humanas. Monseñor Sanabria ha apoyado incondicionalmente la gestión social cristiana del Dr. Rafel Angel Calderón Guardia cuyo resultado en lo espiritual ha sido: fraudes, odio entre hermanos, violencia, despojo inicuo y sangriento de los derechos electorales de la mayoría del pueblo costarricense… Ayer no más las brigadas de choque vanguardistas que Monseñor Sanabria bendijo paternalmente, profanaban el templo de La Soledad… La voz del Prelado no se hizo oír en defensa de la casa de Dios…

También estaba la posición del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales que en el plano ideológico combatía al Partido Comunista. Transcribimos los siguientes párrafos del editorial de la Revista Surco número 37 de Julio de 1943 que al respecto del cambio de nombre y el entendimiento con la Iglesia dice:

13 de junio de 1943. Cesa de existir el Partido Comunista de Costa Rica, y en su lugar se levanta el Partido Vanguardia Popular. Así transfigurado, el nuevo partido procede a organizarse. La comedia, no obstante, se resiente por falta de aparejo: no hay dimisiones, aunque sean formales, ni unos días de intervalo entre el fénix y sus cenizas. El buró político en masa alza el vuelo, y, un instante después, el buró político en masa toma tierra en el nuevo campo. Nada más. Pero de manera automática, dialéctica tal vez, desempolvando la pelota que antaño rodó del radicalismo al frente-populismo, del rooseveltianismo al anti-imperialismo y de éste a aquél, a través de la trayectoria constelada de rectificaciones del partido, la doctrina comunista, cimentada a través de 12 años, se esfuma de la conciencia de los ideólogos dirigentes y de la dócil masa popular, y rueda hacia lo «progresista» y lo «auténticamente costarricense» bajo el asombro de los más y el aplauso de alguno que otro caballero insomne.

Ante la visión clara de las circunstancias, y ese profundo aproximarse a la realidad nacional, se acabó la lucha de clases y el materialismo, y entonces fué la hora de recibir la bendición arzobispal. Ahora respetan el «opio del pueblo».

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