A 45 años de las Jornadas de Olama y Los Mollejones

A 45 años de las Jornadas de Olama y Los Mollejones
Juicios y testimonios

Olama y Los Mollejones

Recuerdo cuando estando yo en cuarto y quinto grado de escuela acompañaba a Papá a la Lucha a reunirse con don Pepe yo me quedaba en la terraza de la casona y los veía conversando con amigos nicaragüenses muy entusiastamente. Colgada en la pared las botas de don Pepe, su mochila y su ametralladora. Eran los años antes de Punta Llorona. Don Mario Echandi se quejaba de las aventuras internacionales. Aún faltaban muchos años para que se lograra los sueños de los conspiradores, hoy recordados por los trabajos del «El Espíritu del 48».

Estos documentos son muy importantes para el trabajo de recolección de la historia del PLN y de gran interés para los amigos que estudian nuestras raíces. No falta quienes hoy dicen que nuestras raíces son antibelicistas y exclusivamente la búsqueda de solución alternativa y pacífica de conflictos.

Muy cordialmente,

Rodrigo X. Carreras

—o—

Tomado de la La Prensa de Nicaragua

“Sobre Olama y Los Mollejones no tengo nada que añadir. Mantengo mi posición de que fue un disparate por muchas razones como la ubicación, el entrenamiento, el armamento, la preparación, el liderazgo y la más importante: la traición que nos hicieron el frente interno y los otros frentes que se abrirían en las dos fronteras de Nicaragua”.

Luis G. Cardenal / Mi rebelión (1992: 433)

En su último número (el 59) de la Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua (RAGHN), consagrado a relevantes figuras históricas de la familia Chamorro, se publica una extensa e inédita crónica de la Jornada de Los Mollejones (mayo-junio de 1959). Al mismo tiempo, un análisis de su trasfondo histórico escrito por el presidente honorario de la RAGHN, doctor Emilio Álvarez Montalván, más el testimonio —también inédito— de la experiencia de Olama, evocada por uno de sus participantes: el ingeniero Jaime Chamorro Cardenal.

Con algunas ilustraciones y otros textos reproducimos dicho testimonio. No sin reconocer que las ilustraciones proceden en su mayor parte de los papeles de Luciano Cuadra Vega (1903-2002). Éstos fueron facilitados al suscrito por el escritor y también participante de esa rebelión juvenil contra el somozato. Aerotransportada desde Costa Rica, con el apoyo de José Figueres, la rebelión tuvo como escenario el llano chontaleño de Los Mollejones y la zona de Olama, al norte de Boaco, próximo al departamento de Matagalpa.

Jorge Eduardo Arellano
Secretario/AGHN

DISCURSO A LOS SOLDADOS DE G. N. DE ANASTASIO SOMOZA D.

“Vale más la vida de un guardia nacional que la de todos estos Fidel Castro juntos, por lo cual les doy las gracias, soldados, de que no hubo derramamiento de sangre. Ustedes fueron generosos en no matarlos, bueno, está bien que no haya sido así. Les jugamos al garrote, y los asustamos de verdad. Con bravuconadas dijeron estos mentecatos, estos mismos que están aquí, que pelearían hasta morir. Ustedes han sido nobles al permitirles que siguieran con vida […] Como soldado y como jefe director éste es el día más feliz de mi vida”.

(Transcrito por Luis G. Cardenal: Mi rebelión, 3ª ed., p. 295)

JUICIO DE CARLOS FONSECA AMADOR

“Ocurrió en junio de 1959 la invasión llamada de Olama y Los Mollejones encabezada por Pedro Joaquín Chamorro, Luis [G.] Cardenal y Reynaldo Téfel. La lucha armada en Nicaragua requiere inusitados sacrificios que solamente se pueden soportar siendo dueños los combatientes de una alta moral, nacida del profundo interés en el derrocamiento de la tiranía, la transformación de la miserable y horrorosa vida que flagela a nuestros amados compatriotas. Tales elementos no podían darse en las personas mencionadas…”

(“Breve análisis de la lucha popular nicaragüense contra la dictadura de Somoza”, febrero, 1961)

CARTA DE PEDRO JOAQUÍN CHAMORRO SOBRE EL DELITO DE TRAICIÓN A LA PATRIA

[Cárcel del Primer Batallón, Casa Presidencial, 30 de octubre, 1959]  

Señores: Desde la más encerrada cárcel de Managua me dirijo a ustedes para ponerles en conocimiento de un caso que atañe directamente a la Misión que los trae a este país. Voy a ser breve, porque apenas puedo garrapatear estar letras a escondidas. 1. Yo y ciento ocho personas más estamos siendo acusadas por el Gobierno de Nicaragua de “Traición a la Patria” . 2. Se nos acusa de ser “invasores” de nuestro país, y de haber concitado a “fuerzas hostiles procedentes del extranjero” contra él. 3. Nuestra prisión es inhumana y nuestro juicio digno de la edad media.

Éstos son los hechos, y ahora paso a relatar a ustedes, porqué atañen a la Misión que los trae a Nicaragua.

A La traición a la Patria es un delito contra la seguridad exterior del Estado.

B La principal finalidad de la Organización de Estados Americanos, por medio de su Comisión de Paz, es velar por esa seguridad exterior de los países miembros.

C Con la acusación se pretende infamar a ciento nueve jóvenes nicaragüenses (cosa que no es de la competencia de ustedes), pero también se trata de establecer un precedente jurídico atrabiliario en materia que tocan con el control de exiliados, inventando un supernacionalismo tan ridículo que llega a considerar traidores a quienes vienen por sus propios medios de un país vecino. Creo que esto último sí es de la competencia de ustedes.

Como ustedes saben bien, traición quiere decir entrega, y para que exista aquélla tiene que haber un sujeto que recibe lo que entrega […]

SEÑORES MIEMBROS: Dispénsenme ustedes la no inclusión de sus honorables nombres al encabezamiento de esta carta. Hasta mi prisión sólo ha llegado la noticia que viene una Comisión de Paz de la OEA, y es que en estas prisiones semifeudales, uno no puede averiguar muchas cosas. Si he de serles franco, aún dudo de los efectos de esta carta, a pesar de que estoy convencido de la veracidad de su raciocinio. Quisiera poder conversar con ustedes para ampliar más mis ideas y demostrarles cómo, lo que está sucediendo con nosotros los nicaragüenses, si no se rectifica a tiempo va a costar después mucha sangre. Cuando nuestra próxima generación despierte no lo va a hacer tranquilamente.

Perdonen ustedes mi sinceridad, mi confianza, y la mala redacción de esta carta, hecha en la forma poco protocolaria en que los presos solemos, aquí y en otras partes, hacer nuestras cosas. De ustedes atentamente,

[Tomado de Róger Mendieta Alfaro: Olama y Mollejones. Managua, Impresiones CARQUI, 1992, pp. 9-12.

TESTIMONIO DE LUIS G. CARDENAL
“Mi espíritu no logró dominar mi cuerpo”

Los Mollejones es un llano. Zona de potreros, con uno que otro árbol… Decidimos tomar rumbo Este buscando las montañas […] Por fin llegamos todos al ranchito. Tomamos agua y comimos mangos y bananos. Era lo único que había. Comenzamos a darnos cuenta de la dieta de hambre que sufren los campesinos nicaragüenses.

Seguimos la jornada siempre rumbo Este. Subiendo y bajando lomas, ladeando “criques”, pasando potreros y “burritas” de monte… Tratando siempre de caminar de día “me topé”. Mis 34 años de vida de escritorio, mis 220 libras, y las 45 de equipo, la falta absoluta de entrenamiento, y la noche en vela, me dominaron. Mi espíritu no logró dominar mi cuerpo, y casi me desmayé.

Le pedí un caballo a uno de los muchachos chontaleños que me lo cedió con gusto. Me doblé sobre el lomo del caballo y así seguí la marcha dormido. Estaba totalmente agotado […] Como a las cuatro de la tarde, llegamos a un ranchito donde decidimos descansar. Nos bañamos en el río y compramos un novillo. Esa noche comimos bien y dormimos todos en el suelo como benditos.

Al día siguiente seguimos siempre rumbo Este. Ya había descansado y me sentía mejor. Estaba muy optimista y la moral de la tropa era excelente. Caminé con bríos y aguanté toda la jornada a pie. Ya el organismo se estaba acostumbrando y comenzaba a adelgazar. La marcha era un poco lenta por las medidas de seguridad que había que tomar, pero hicimos unos 20 kilómetros. Nos acercábamos ya un poco más a las montañas, pero estábamos siempre en zona de potreros. Los aviones nos perseguían todo el día, pero no habían logrado localizarnos. Sin embargo, oíamos de vez en cuando que ametrallaban la vecindad.

Llegamos a un río conocido como “Bulún”, a un sitio llamado “La Sardina” (…) En este lugar había dos ranchitos en una loma, rodeados por el agua por dos lados, y por un potrero y una montañita. Desde las proximidades se dominaban los ranchos y desde la montañita se podía atacar con la proyección que daban los árboles. Era perfecto para emboscar a quien durmiera en ellos.

Pusimos centinelas que, por el cansancio y la falta de buena alimentación, había que estar cambiando cada dos horas. Los muchachos lo hacían con gusto y alta moral, pero se quedaban dormidos sobre el fusil. Había que estarlos vigilando a ellos también.

Nos bañamos y comimos queso, tortillas y alguno que otro huevo de gallina. Al día siguiente decidimos que descansaríamos, mataríamos otro novillo y limpiaríamos armas y equipos. Trataríamos también a alguien a recuperar la radio y el motor de gasolina para operarla, que habíamos abandonado dos días antes. Ahora ya teníamos seis bestias y no teníamos que transportar todo el equipo a nuestras espaldas […]

Pasamos todo el día durmiendo, descansando y comiendo.

Correr y correr

A las cuatro y media de la tarde una pequeña patrulla de reconocimiento nuestro vio llegar a una patrulla de la Guardia Nacional. Eran unos 15 soldados y no traían radio […] Tuvimos reunión de comandantes. Mi opinión era la siguiente: atacar en la madrugada los ranchitos desde las 5:00 a.m., hasta las 7:00 a.m., que era la hora cuando llegaban los aviones. Después del ataque, seguir siempre con rumbo Este.

Ambas mociones fueron rechazadas y la mayoría decidió todo lo contrario, esto es: no atacar, salir huyendo esa misma noche, tomar rumbo Norte, ya que en esa dirección, en la lejanía, se veían montañas altas, azules, supuestamente con bosques vírgenes.

Me puse furioso y pedí la separación de cuerpos. Esto es que me dejaran solo con mi columna y que atacaríamos al día siguiente mientras ellos se retiraban esa noche. Pedí una ametralladora Jonson, calibre 3006 para apoyar mi ataque. Ambas cosas me fueron negadas […] Mi tesis era: atacar y correr, la de ellos parecía ser: correr y correr. En mi opinión, en el desacuerdo de ese día se perdió una batalla, se perdió quizás la revolución.

(Mi rebelión. 2ª ed. Managua, Ediciones El Pez y la Serpiente, 1979, pp. 243-247)

PRÓLOGO A LA “JORNADA DE LOS MOLLEJONES” DE ADÁN CANTÓN WASMER

Éste es un relato objetivo y verídico escrito por un soldado voluntario, testigo participante de la expedición patriótica emprendida en junio de 1959 contra el régimen dinástico de los Somoza. Mi propósito, al publicarlo, es dejar constancia de lo que hicimos entonces y de las circunstancias que nos rodearon en esos días de esperanza fallida.

No fue aquélla, es verdad, una hazaña digna de la épica, ni mucho menos, pero he querido dejar memoria de ello porque es documento fehaciente de un esfuerzo patriótico que desde años atrás venían reclamando nuestra propia conciencia y el pueblo democrático nicaragüense. No éramos militares y nuestro entrenamiento fue deficiente. Sin embargo, conscientes de que debíamos respeto y amor a la Patria, nos lanzamos, arriesgando la vida, contra un ejército infinitamente mejor armado, mucho más numeroso y perfectamente entrenado. Como parte de nuestro descargo valga, también, que el pueblo —del que esperábamos apoyo— no nos correspondió.

El número de nuestros muertos fue, por suerte, reducido. Pero calidad insuperable: Víctor Manuel Rivas Gómez, Napoleón Ubilla Baca, José Antonio Gutiérrez M. y otros. Que Dios juzgue a los culpables de su muerte.

Yo sólo relato lo que vi y alcanzo a recordar de los sucesos en que participé en la jornada de Los Mollejones. De lo de Olama resumo lo que me contaron días después quienes actuaron allí. Es de esperar que alguno de ellos describa detalladamente esa jornada. Yo, si hubiera tomado parte en ella, lo haría con orgullo, ya que los compañeros que allí desembarcaron tuvieron la ansiada oportunidad de batirse con la guardia, demostrando su temple y decisión.

Pero, al fin y al cabo, me siento satisfecho de haber cumplido con mi deber de patriota nicaragüense, y de haber contribuido con toda mi buena voluntad, hasta el fin, en aquel intento desafortunado. Hicimos lo que pudimos.

A.C.W.
Managua, D.N., Sep. de 1960.
(Escrito por Luciano Cuadra Vega, quien corrigió la crónica de Cantón Wasmer; puede consultarse en la Revista de la Academia de Geografía e Historia, Num. 59, julio, 2004, recientemente aparecido)

RECUERDOS DE OLAMA

Por: Jaime Chamorro Cardenal

En el extremo noroccidental de la península de Osa, en el sur de la República de Costa Rica y en la costa del Océano Pacífico, se encuentra Punta Llorona, lugar donde estaba instalado el campamento de entrenamiento, de lo que fue la aventura que culminó con la invasión de Olama y Los Mollejones.

Es una playa, tan extensa como ninguna que he visto hasta ahora y de gran amplitud en marea baja, lo que permitía sirviese de pista de aterrizaje a aviones de regular tamaño. En su extremo norte, la playa termina en un peñasco donde brota una fuente de agua cristalina que cae a la costa, en un sitio donde es reducida. Es posible que ese ojo de agua le dé el nombre al lugar. Frente a esta parte de la playa se encuentra un islote pequeño, con abundante vegetación que nos servía para hacer prácticas de tiro al blanco desde el extremo oeste del campamento, que estaba localizado enfrente.

Unos pocos días antes de partir a Nicaragua, nos ordenaron quitar monte y arbustos de un predio, relativamente extenso, que estaba contiguo a la playa. Se nos dio como razón que vendría de Venezuela un avión más grande que el Curtis que nos había transportado, para poder invadir Nicaragua en un solo viaje. La realidad fue que la dicha nave aérea nunca llegó y eso fue la causa para que la invasión se hiciera en dos días consecutivos con el resultado que ya todos conocemos, pues en Nicaragua se había preparado un solo campo de aterrizaje y éste ya estaba localizado por la GN. Por tal motivo, resultaba imposible tratar de usar el aparato nuevamente para el segundo desembarque. Así que donde aterrizamos nosotros (el segundo grupo) el valle que nos tocó fue Olama, el cual no era apropiado para descender y luego despegar.

No sólo no era adecuado, sino que cuando abordamos el avión para partir, aún no sabíamos dónde descenderíamos. Recuerdo que cuando todavía volábamos sobre el lago de Nicaragua yo le pregunté al piloto, el capitán ex GN. Víctor Manuel Rivas Gómez:

—¿Dónde vamos a aterrizar?

—En cualquier lugar, que encontremos —me dijo.

Desde el aire el valle de Olama se veía muy apropiado, siendo una extensión muy grande empastado con la grama verde que crece en invierno, con ondulaciones muy suaves que se juntaban en pequeñas depresiones, formando zanjas lodosas. Sólo se veía un arbusto cada cien metros, aunque la enorme planicie estaba rodeada de colinas, llenas de árboles, que nosotros asumimos era la montaña.

Lo que no sabía el piloto capitán Rivas Gómez es que la grama verde estaba sobre sonsocuite, pegadero natural, bien conocido en Nicaragua.

Cuando finalmente nos avisaron que nos alistáramos porque íbamos a aterrizar, nos asomamos por las pequeñas ventanillas, creyendo que estábamos bajando en unas colinas con montaña. Cuando al fin, el avión tocó tierra, de inmediato dio un frenazo que nos hizo correr desde donde estábamos sentados hasta la parte delantera del piso del avión, sin sufrir ningún golpe, aparte del susto del violento aterrizaje.

Al bajar del aparato, observamos que si bien el avión estaba intacto, sin ningún daño, las ruedas aparecían enterradas hasta el eje dejando dos zanjas, una a cada lado de las ruedas. Luego de bajar Víctor Rivas Gómez, e inspeccionar la situación, regresó a la cabina del aparato y empezó a forzar los motores para sacar el avión del atolladero. No obstante, a pesar del estruendoso ruido que indicaba una aceleración a fondo de los motores, no se lograba mover el avión ni una pulgada.

La importancia estratégica del avión al mantenerlo funcionando era indudable, pues serviría —según nos decían— para el reabastecimiento y avituallamiento desde Costa Rica. En ese momento el capitán Napoleón Ubilla Baca conferenció con los demás oficiales, entre ellos el mayor Freddy Fernández (dominicano nacionalizado “tico”) y decidieron, dada la urgencia del caso, ir a pedir auxilio a una casita que estimábamos se encontraba a poca distancia. La idea era contratar una yunta de bueyes que desatascase la nave aérea y la pusiera en tierra firme. Al efecto se envió un pequeño destacamento, del cual yo era parte, al resto se le ordenó separarse una buena distancia del aparato y esperar en fila india, metidos en las hondonadas que fungían como trincheras naturales. La misión no tuvo éxito, ya que la casita era más bien alojamiento de un cuidador que no disponía de ninguna yunta de bueyes. Así pues, nos regresamos al lugar donde estaban nuestros compañeros.

En el avión habíamos transportado muchos rifles extras para armar a la gente que quisiera acompañarnos en esa aventura. Pero no había nadie, pues nadie sabía que llegaríamos, al menos hasta ese momento. Ni siquiera el propio piloto sabía dónde iba a aterrizar. No obstante el valle Olama, donde tomamos tierra, se encuentra en las inmediaciones del río Olama, afluente del río Grande de Matagalpa y muy cerca de los poblados de Tierra Azul y Muy Muy, villorrios que se encuentran entre Boaco y Matagalpa.

Con el desembarco del día anterior efectuado en Los Mollejones, suponíamos que todas las unidades disponibles de la Guardia Nacional permanecían en estado de alerta. Por tanto, ver bajar un avión tan grande como el nuestro a un lugar como ése, deberían haber avisado inmediatamente desde Muy Muy o Tierra Azul a Managua, para que mandaran aviones Mustang, como en efecto sucedió.

Cuando divisamos los dos primeros aeroplanos en el horizonte, ya habíamos regresado de la operación “yunta” y estábamos al final de la línea, junto con todos los demás. Por otra parte, no había tiempo de llegar a las montañas, pues el valle donde nos encontrábamos era sumamente extenso y con los Mustang encima no había otra alternativa que esperar. El capitán Rivas Gómez, quien se encontraba cerca de mí por habernos esperado junto al avión, dio una orden terminante e hizo que se pasara por cadena. Nadie debe disparar a los aviones. “¡ÉSTA ES UNA ORDEN TERMINANTE!”, agregó. Además explicó que los pilotos de los Mustang siendo de combate no nos pueden ver por lo rápido de su vuelo y por el camuflage de nuestros uniformes, que eran del color del pasto.

De todas maneras, yo me encontraba junto con Víctor a la orilla de uno de los escasos árboles, más bien arbustos grandes diría yo. De pronto divisé a los dos Mustang viniendo hacía mí, aunque en realidad era hacia el avión Curtis que estaba a la espalda nuestra. En ese instante pensé, y juré que venían hacía mí al haberme localizado. Fue en ese momento que pensé que moriría. Lo único que se me ocurrió fue encomendarme al Creador y hacer una oración para morir en paz con el Señor.

El estruendo de los seis cañones de 50 milímetros (tres en cada ala) que traían los aviones se oyó al mismo tiempo que pasaban encima de nuestras cabezas. Primero se veían los fogonazos, luego el estruendo y finalmente, un eco sordo como un temblor de tierra. Al instante, el Curtis empantanado explotó, a pesar de lo cual el siguiente avión siguió ametrallándolo mientras el primero volvía a repetir lo mismo. Parecía entonces correcto lo que dijo Víctor: “Ellos no nos pueden ver”. Esto se demostró durante todo ese día.

Al rato se fueron los primeros dos aviones. Sin embargo, no habían desaparecido del cielo cuando vinieron otros dos, y así por muchas horas, iban y venían, de dos en dos, dedicándose a barrer todo el valle con sus metrallas, pasando de aquí para allá, y después, de allá para acá; unas veces cerca, otras muy largo de nosotros. Siempre lo mismo, los fogonazos, el gran estruendo, el eco y la tierra temblando especialmente cuando era cerca de nosotros. No sé cuántas horas pasamos así, cuando siendo como a las dos y media o tres de la tarde, se aparecieron unos aviones Douglas C-47 con el rótulo de LA NICA con cohetes debajo de las alas. Estos aeroplanos disparaban sus cohetes, siempre barriendo el valle, todo lo que podían. Después del disparo, se oía un zumbido fuerte y luego una explosión con un temblor de tierra mucho mayor que el anterior, con la misma rutina de ir y volver hasta ya tarde. Cuando ya eran las cuatro o cuatro y media, todo se silenció, y los aviones desaparecieron.

Empezamos entonces a oír tiroteo de un combate: la Guardia Nacional había enviado una columna, que después en el Consejo de Guerra, supimos procedía de Tierra Azul. La patrulla GN llegaba “a recoger muertos”, ya que el bombardeo había sido tan grande y extenso en tiempo y forma, que pensaron que si quedaba alguien estaría listo a rendirse. Así que la patrulla venía caminando hacia el avión quemado sin mayor protección y sin ninguna precaución.

Como expliqué antes, nuestra gente estaba en una larga fila en el fondo de las depresiones, que a modo de trincheras se formaban entre las lomas o montículos que condicionaban al enorme llano. La patrulla GN se topó primero con nuestro compañero José Antonio Gutiérrez M., quien se encontraba en un extremo de aquella formación en hilera. Al ver sus compañeros que la GN lo estaba encañonando, aquéllos que nos encontrábamos más próximos a Gutiérrez disparamos a los guardias, cayendo unos y los demás se replegaron disparando, matando al instante a José Antonio.

El combate duró como una y media hora. Cuando comenzó, yo me encontraba un poco desorientado, pues no acertaba a ubicar de dónde venían los tiros, ya que sólo se oían silbar sobre nosotros. Para tratar de orientarme, me deslicé sobre la pendiente en busca del enemigo. En ese momento recibí una ráfaga de ametralladora que comenzó a un metro de mi persona para extenderse al lado contrario, donde yo estaba. Esa ráfaga me orientó y de inmediato me coloqué hacia el lado de donde procedían los disparos, hallando a mi lado a Mundo Leal y cerca de Víctor Rivas Gómez . Éste se puso detrás del árbol que mencioné al principio y con una ametralladora y de pie, disparaba hacia la patrulla. La mayor parte del tiempo se salía del resguardo que le daba el árbol para facilitar su puntería, quedando así, totalmente al descubierto. Fue un acto de valentía de Rivas Gómez que me impresionó. Al atardecer y ya casi sin luz, el tiroteo cesó y los que quedaron de la GN se retiraron. Posteriormente, supimos en el Consejo de Guerra que la GN tuvo tres muertos y dos heridos.

De ese momento en adelante pasamos como 15 días tratando de llegar a una montaña o selva, para esperar los resultados del frente interno. Caminábamos la mayor parte del tiempo de noche con mucha dificultad, bajo una fuerte lluvia y en una región mayormente ganadera, sin mucha protección por el despale de los potreros y con nuestra dotación de municiones reducida por el combate de Olama, sin ninguna posibilidad de obtener nuevos suministros, aparte de la comida que los campesinos nos suministraban, me imagino que algunos por solidaridad y otros por miedo, pero sin duda con mucha solidaridad, compartían con nosotros sus exiguas vituallas. Recuerdo una campesina acarreando en su cabeza una olla de sopa, hasta donde nos encontrábamos.

En varias ocasiones nos acogieron en sus humildes viviendas y nos sirvieron de guías, pero la montaña nunca aparecía, siempre las haciendas de ganado, los potreros y la lluvia incesante que caía a torrentes.

En un atardecer caminábamos en fila, hacia la hacienda La Corona, cuando divisamos que abajo de la colina donde nos encontrábamos y en el mismo camino en que veníamos nosotros se acercaba una hilera de Jeeps, con sus luces, llegando a escuchar el ronronear de sus motores. Sin duda, era la Guardia que venía a tomar posición a la misma hacienda a donde nos dirigíamos. Nuestros jefes nos ordenaron tomar posiciones en el camino para tenderles una emboscada, pero por el apuro, o falta de entender la orden, cuando nos vimos estábamos a ambos lados del camino, lo que resultaba inaceptable, ya que nosotros mismos íbamos a ser blanco de nuestros propios compañeros. Una voz de mando ordenó no atacar y efectuar un repliegue, ya que no había tiempo de recomponer la formación.

Una vez pasado el incidente, a la mañana siguiente, nos dimos cuenta que nos habíamos dividido en dos grupos, por lo cual seguimos separados por uno o dos días, al cabo de los cuales los mismos campesinos de la zona nos volvieron a juntar para seguir buscando la famosa e inalcanzable montaña donde haríamos nuestro campamento.

Ya para entonces nos llevaron unas papeletas en las cuales se decía que el grupo de Los Mollejones se había rendido y que nos garantizaban la vida si deponíamos las armas y nos entregábamos. Al principio no creíamos mucho, pero confirmamos la noticia en nuestros aparatos de radio.

Reunidos todos, el capitán Ubilla Baca, el capitán Rivas Gómez, el mayor Freddy Fernández, que creo era de la Legión del Caribe y me imagino que otro costarricense más, quienes habían pertenecido a las fuerzas de José Figueres, decidieron no entregarse y tomarse el riesgo de huir hacia Costa Rica. Más tarde supimos que llegaron cerca de la frontera, unos en un lugar y otros en otro y fueron ejecutados por la Guardia, ya que no les dieron oportunidad de rendirse, a excepción de Freddy Fernández quien fue capturado y llevado al Consejo de Guerra que se instaló después. Algunos de nosotros quisimos acompañarlos, pero ellos se opusieron. Entre los que insistían enrumbarse a Costa Rica estaba, según me acuerdo, Reinaldo Antonio Téfel. Los compañeros que iban al sur, buscando la frontera meridonial nos ordenaron que nos quedáramos, pues su huida se dificultaría siendo un grupo muy grande.

No hay duda que los capitanes ex-GN, Ubilla Baca y Rivas Gómez, sabían que si se entregaban no tenían posibilidades de sobrevivir, porque ya se había probado en el levantamiento del 4 de abril de 1954 que aquellos guardias que se levantaban contra los Somoza, eran eliminados, sin más trámite. En cambio, nosotros jóvenes sin experiencia militar y representantes de muchas familias influyentes, no corríamos el peligro de ser asesinados. Poco después fuimos rodeados y encañonados, como si hubiéramos caído en una trampa sin salida. Muy a nuestro pesar, no tuvimos otra alternativa que rendirnos.

Así terminó esta aventura que emprendimos un grupo de jóvenes entusiastas provistos de valor, en el empeño de lograr la liberación de nuestra Patria. El destino hizo, sin embargo, que se frustrara nuestro propósito. No obstante, dejamos al menos constancia a las futuras generaciones, que a pesar de nuestra inexperiencia, improvisación y falta de recursos logísticos, hicimos lo posible por derrocar a una nefasta dictadura. Por desgracia para Nicaragua no logramos nuestros empeños.

Managua, 23 de junio del 2004,
a 45 años de esta aventura.

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BIBLIOGRAFÍA

CARDENAL (Argüello), Luis G.: Mi rebelión. La dictadura de los Somoza. (3ª ed.) San Salvador, Talleres Gráficos UCA, 1997.

CHAMORRO CARDENAL, Pedro Joaquín: Diario de un preso. (2ª ed.) Managua, Editorial Nuevos Horizontes, 1963.

MENDIETA ALFARO, Róger: Olama y Mollejones. Managua, Impresiones Carqui, 1992.

REVISTA DE LA ACADEMIA DE GEOGRAFÍA E HISTORIA DE NICARAGUA: (Managua), Tomo LIX, julio, 2004 (trabajos de Adán Cantón Wasmer, Jaime Chamorro Cardenal y Emilio Álvarez Montalván, todos inéditos)

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