Ascender a la colina para contemplar el horizonte
Carlos Manuel Vicente Castro
A don Pepe, entre más se le conoce, más se le quiere. ¡Don Pepe es como un pedazo de pan, de bueno!
Don Pepe se preocupa por todos, no importa que sea o no su amigo. ¡Don Pepe no conoce el rencor!
¡Don Pepe es como un pedazo de pan, de bueno!
Feliz don Pepe, que llega a sus ochenta años, pensando igual a como pensaba en el exilio, cuando escribió «Palabras Gastadas», o cuando más tarde escribió «Cartas a un Ciudadano» y años después «La Pobreza de las Naciones». Entre más pasan los años, más firme es su pensamiento.
A los ochenta años don Pepe se despierta, o no duerme, pensando cómo se puede mejorar aún más nuestra sociedad. ¡Don Pepe no cambia!
Su lealtad para sus amigos es de una línea tan recta, como lo es su mismo pensamiento, pero va más allá: hace suyos los problemas de sus amigos y de sus allegados. Sufre con ellos sus penas y comparte con ellos sus alegrías,. ¡Feliz don Pepe, poseedor de tanta lealtad!
Feliz don Pepe, que es correspondido en igual forma por su pueblo y por sus amigos:
Feliz don Pepe, quien recibe cada cuatro años, con su alegre flamear, el abrazo cariñoso de las banderas de todos los partidos, verdes y azules como agradecimiento por haber conquistado, para todos, la libertad electoral.
Feliz don Pepe, ante quien se inclina en saludo civil ese vetusto y macizo edificio que hoy ocupa el Museo Nacional y antiguamente el Cuartel Bellavista, y que él derribó de un simbólico mazazo para anunciarle al mundo que en Costa Rica quedaba proscrito el ejército.
Feliz don Pepe, quien para procurar el desarrollo de Costa Rica, nacionalizó los depósitos bancarios.
Feliz don Pepe, quien restableció la dignidad del Poder Judicial y le otorgó autonomía económica. Su majestuoso edificio testifica esa conquista.
Feliz don Pepe, quien, en su diario alternar con estudiantes de la Ciudad Universitaria Rodrigo Fació, que él fundó y de la Universidad Nacional que él creó, ratifica su ejecutoria.
Feliz don Pepe, cuando en los atardeceres desde todas las montañas le guiñan el ojo las lucecitas de los pueblos, por haber sido él quien las llevó a todos los hogares de los pobres y de los ricos.
Feliz don Pepe quien ve su nombre gravado con vigorosas letras en todos los caseríos del INVU y del IMAS, instituciones que él creó para dotar de casa propia al costarricense y para hacer menos dura la vida del pobre.
Feliz don Pepe, cuyo nombre está ligado a los excelentes índices de salud con que hoy se enorgullece su Costa Rica.
Feliz don Pepe, que con su Ministerio de Cultura, sus sinfónicas y sus violines supo interpretar las ansias culturales del costarricense.
Feliz don Pepe, quien con su ejecutoria hizo estéril esta tierra para la violencia.
Feliz don Pepe, que con su bondad y su responsabilidad histórica logró cicatrizar las heridas abiertas por una inevitable guerra, y unir a la familia costarricense.
Feliz don Pepe, que a sus ochenta años y después de haber ostentado el mayor poder de nuestra historia, vive como nos recomienda a todos hacerlo cuando dice:
«La Sociedad Afluente que todo lo tiene, debe aspirar a convertirse otra vez, por educación por interés propio esclarecido, en la sociedad culta que todo lo modera y dignifica: La Sociedad Frugal».
Feliz don Pepe, quien logró «ascender a la colina y, desde su cima, contemplar el horizonte», y es desde esa cumbre donde escucha sereno los soeces ataques que desde el llano le lanzan sus frustrados detractores que no lo conocen, pero que constituyen señal inequívoca de que a sus ochenta años continúa cabalgando.
“¿HA MIRADO USTED ALGUNA VEZ HACIA EL MAR DESDE UNA COLINA? ¿HA NOTADO QUE A MEDIDA QUE USTED SUBE, EL HORIZONTE SE ENSANCHA? ASÍ LOS HOMBRES, A MEDIDA QUE NOS SUPERAMOS, PODEMOS VER MÁS Y MÁS ALLÁ EN EL PANORAMA DE LA VIDA. CADA CUAL TIENE SU PROPIO HORIZONTE, SEGÚN SU PROPIA ESTATURA ESPIRITUAL”.
Tomado de “Figueres 80 años de amor a Costa Rica”.
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