Cartas a un Ciudadano
José Figueres Ferrer
Presidente de la República
Cartas a un Ciudadano
Imprenta Nacional, 1956.
Producto Final
Ciudadano perseverante:
Le doy la buena noticia de que ya hemos llegado al final de mis Cartas. Ha sido usted muy paciente si las ha leído todas. No sé si he confundido su mente con mis numerosas observaciones sobre los asuntos que considero interesantes para todos, o si he logrado, con la ayuda de Dios y con el esfuerzo de usted al leerme, establecer una mejor relación, con mayor entendimiento, entre un ciudadano consciente y su Gobierno.
Antes de despedirme, quiero que nos hagamos usted y yo esta pregunta: ¿Cuál ha de ser el principal objeto de todos nuestros esfuerzos, particulares y gubernativos, como ciudadanos y como nación? ¿Para qué formulamos planes de desarrollo económico y de seguridad social? ¿Para qué mejoramos nuestra agricultura, y construimos carreteras, casas y fábricas? En resumen de todo ¿qué es lo que deseamos producir? ¿Cuál ha de ser nuestro producto final?
Con demasiada frecuencia cometemos el error de creer que la abundancia puede ser un fin en sí misma. Que nuestros empeños y nuestros sacrificios por tener más cosas se justificarían simplemente por el hecho de tenerlas o de disfrutarlas. Eso no es así: el verdadero fin de nuestros esfuerzos, el producto final, debe ser, no la riqueza, sino el hombre.
La calidad del ser humano que nuestra sociedad ayude a formar, la cantidad de ciudadanos que logremos modelar conforme a las más elevadas concepciones del espíritu: esa ha de ser la prueba del buen resultado de nuestros empeños.
Queremos levantar el rendimiento del trabajo nacional, y enriquecer al país, para que nuestros ciudadanos puedan cultivarse mejor; para que nuestros jóvenes no tengan que comenzar a ganarse la vida demasiado pronto, y puedan asistir al colegio; para que nuestros adultos dispongan de facilidades culturales, y del tiempo y de la salud necesarios para disfrutarlas, y no suspendan su educación al salir de la escuela y entrar en la vida madura; para que nuestro pueblo sea sano física y moralmente; para que nuestras casas, nuestras ciudades y nuestros campos proporcionen a todos los habitantes un ambiente de superación, de vida provechosa y digna, de plenitud espiritual.
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Esto nos lleva querido Ciudadano, a un tema que bien puede ser la médula del problema social, y de la mayoría de los problemas que afligen al hombre: la educación.
Usted a oído hablar mucho de escuelas, maestros y programas de enseñanza, y tal vez pensará que el problema educacional es un asunto suficientemente conocido ya, del cual no vale la pena ocuparse más.
Yo me permito discrepar de esa opinión. No me parece que la educación, en el amplio sentido de la formación de los seres humanos que constituyen un pueblo, sea un asunto suficientemente conocido y discutido, del cual tengan plena conciencia muchas gentes. No he visto, por ejemplo, que lo coloquen siempre en su verdadero lugar los reformadores sociales, ni los planificadores de la economía.
En realidad, la abundancia de facilidades educacionales, o culturales, o normativas, debiera ser el objetivo final del desarrollo económico; y la igualdad de oportunidades de mejoramiento individual debiera ser el móvil principal de las luchas sociales.
¿En que se diferencia un campesino nuestro, descalzo y jornalero, de un mecánico, de un profesor, o de un profesional? ¿Son todos ellos, acaso, seres distintos, o es que tuvieron oportunidad de educarse de diversas maneras?
Muchas gentes y muchos autores, se han hecho esta reflexión: si al hijo de un peón lo pudiéramos colocar desde que nace en un hogar pudiente, donde se cuida la salud y se observan los buenos modales y costumbres, y si lo enviáramos luego a la escuela, y al colegio, y tal vez a la Universidad, ¿qué tendría él en común después, como hombre adulto, con sus padres, si vivieran ellos todavía en la choza y en las condiciones en que el niño nació?
Y no hablemos sólo del campesino costarricense, que es generalmente de origen europeo. Yo he tenido bastante contacto con el indio de Sud-América, que en algunos países constituye la mayoría de la población, y con el negro de los Estados Unidos, que forma un 10% de los habitantes del país. en todas partes he encontrado el mismo fenómeno: entre un indio educado, que es maestro de escuela, y otro que es un campesino montaraz; entre un médico negro, y un bracero de su raza que cultiva los campos de algodón del Sur, hay exactamente la misma diferencia que entre un científico blanco y un peón nuestro de ascendencia europea.
En cambio el abogado negro y el abogado blanco están hoy litigando de igual a igual ante los tribunales de los Estados Unidos, y el indio Juárez de México fué talvez, en las grandes luchas de América, el hermano espiritual más cercano a Bolívar, que no podía ser más europeo.
La verdadera diferencia entre hombre y hombre, la verdadera desigualdad social está en la educación que uno y otro han recibido. En el concepto religioso, todos los niños nacen con alma igual. En la idea democrática todos nacen con iguales derechos. Unos pueden traer más inclinación natural hacia la música, otros hacia el cultivo de la tierra, o cualquier oficio o profesión, pero todos vienen al mundo con la facultad de educarse, de pulimentarse, y de tratarse luego de igual a igual entre sus semejantes.
Cuando decimos que la justicia social se podría establecer simplemente repartiendo bien la riqueza, o el ingreso nacional, nos equivocamos. Un jornalero se podría enriquecer de la noche a la mañana, con un billete de lotería. Pero no podría llegar a ser persona culta sin recorrer de nuevo, de manera distinta, casi todo el curso de su vida. Esa es la tragedia.
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Nuestra tragedia no es solamente de cuestión de escuelas y colegios para todos. Hay otros medios educacionales igualmente necesarios, e igualmente costosos, que debemos proveer. Por ejemplo: la vivienda.
Pocas cosas hay de tanto efecto educacional, que influyan tanto sobre varias generaciones a un mismo tiempo, como la casa en que se vive. Cuando una familia sale del ranchito o del tugurio, y pasa a una vivienda mejor, aunque modesta y dispone de electricidad, de baño y demás servicios modernos, y comienza a limpiar pisos y a sembrar flores, el nuevo género de vida educa simultáneamente a los abuelos, a los padres y a los hijos.
Nuestro Movimiento se ha interesado tanto por el problema de la habitación, y ha creado ese gran organismo que es el Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo, a un costo de muchos millones al año, no solamente pensando en llenar una necesidad material de muchas familias, sino también porque comprende el efecto educacional, normativo, que un buen programa de vivienda ha de tener en nuestro pueblo.
Queremos la mejor educación posible, en todos los aspectos, para todos nuestros ciudadanos, aunque sabemos que esto implica una lucha a largo plazo.
Queremos esa educación general, física, intelectual, artística y moral, que no viene solamente de la escuela, sino también del ambiente en que el hombre se cría o vive. Queremos establecer un nivel mínimo de cultura en todo nuestro pueblo, que corresponda al grado de civilización que la humanidad ha alcanzado hasta ahora.
Y todo eso tiene un alto costo económico. Por eso damos tanta importancia a los planes de desarrollo, y al mejoramiento de los sistemas de trabajo. La cultura es una mercancía cara. El padre que ha educado a varios hijos, con recursos limitados, sabe lo que cuesta la cultura. Quien se ponga a pensar lo que costaría, en términos económicos, educar bien a todo un pueblo, comprenderá la magnitud del problema. Ese es nuestro problema.
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Los costarricenses de nuestro tiempo hemos prestado bastante atención a la enseñanza, pero muy poca a la cultura superior: al cultivo de las ciencias y las artes. Necesitamos más música, más pintura y escultura, más filosofía, más poesía, más literatura.
Hemos formado un ambiente nacional de poco estímulo para las altas manifestaciones del espíritu. Los autores no pueden imprimir sus libros, y los artistas no tienen oportunidad de adornar los edificios públicos. Los músicos no reciben remuneración adecuada, y los pueblos no tienen suficientes instrumentos musicales.
Sin embargo las aptitudes existen, y se están manifestando.
Esa frialdad hacia el arte y la cultura superior hace contraste con dos características notables de nuestro país: el alto número de librerías en nuestras ciudades, y la variedad de flores que adornan las casas campesinas.
Tal vez la falla más común de nuestros Gobiernos recientes, incluyendo el actual ha sido la falta de suficiente interés, expresado en el Presupuesto Fiscal, por las obras del pensamiento y de las bellas artes.
Nos hemos ocupado mucho de alfabetizar a nuestro pueblo, de cultivar la democracia política y, recientemente, del desarrollo económico y social. Pero hemos descuidado la cultura superior.
En nuestra opinión pública de los últimos tiempos se ha oscurecido la figura del Presidente Rafael Iglesias, porqué sus métodos políticos no correspondieron a nuestro concepto político de hoy. Pero hacemos mal en olvidar aquel espíritu creativo que, además de tender líneas férreas y tajamares durante el cambio de siglo, erigió nuestro gran Teatro Nacional.
El Teatro que ya había sido comenzado en la Administración Rodríguez, fué terminado en 1897. Esta obra artística significó un esfuerzo económico tal vez desproporcionado, pero indicativo de la aspiración cultural de aquella época.
Hace medio siglo que se construyó nuestra modesta Biblioteca Nacional, en San José. Desde entonces, nuestras inclinaciones han seguido exclusivamente otros senderos.
Toda esta deficiencia de la vida reciente de nuestro país puede corregirse a un costo relativamente bajo, dentro de la magnitud de nuestro problema económico. Es cuestión de que nos demos cuenta del vacío que se ha ido estableciendo en el lugar que corresponde a nuestra cultura superior.
La formación del hombre, y del pueblo, debe ser integral. Muchas aptitudes humanas afloran espontáneamente, pero necesitan cultivo, estímulo y ambiente, para alcanzar su plenitud.
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La educación en el más amplio sentido, junto con la salud, debe ser la meta final de todo esfuerzo de un país. Mejorar el ser humano, puliendo el espíritu inculto con que nace y manteniendo sano su cuerpo, es aprovechar bien el más valioso de todos los «recursos naturales».
Nos dolemos cuando los bosques se queman, o las tierras se erosionan, o los ríos fluyen sin producir energía. Lamentamos todo el desperdicio de nuestros recursos naturales. Pero el mayor de nuestros recursos, nuestro hombre, nuestro pueblo, solemos olvidarlo y hasta desperdiciarlo.
Nos dice la democracia que el hombre es digno y respetable. Nos dice la religión, y la ciencia nos lo confirma, que el hombre es el ser más perfecto que habita sobre la tierra. Y sin embargo, el mayor de todos los valores, el ser humano, lo dejamos transcurrir, en miles y miles de hermanos, desde la infancia hasta la tumba, sin estimarlo, sin darle brillo, sin pulimentarlo.
¿Que diferencia hay entre un campesinado de hoy, en muchos de nuestros países, y un campesinado de hace varios siglos? Muy poca. ¿Cuántos espíritus selectos se han perdido, y se están perdiendo todavía en nuestro pueblo y en nuestro tiempo, por falta de oportunidad educacional? ¿Cuántos operarios especializados podríamos haber tenido, hijos de trabajadores del campo? ¿Cuántos profesionales, cuántos artistas y cuántos sabios, hijos del artesano agobiado por la carga de alimentar a su familia?
Todas esas cosas se han dicho muchas veces, amigo ciudadano. Pero no siempre se presentan en relación con lo que ahora llamamos «el desarrollo» de un país. Es necesario que nos acostumbremos a establecer esa relación: no se puede proporcionar cultura a todo un pueblo sin desarrollar su economía, porque la educación tiene un costo elevado; y no tendría mucho objeto el desarrollo económico de un país, si no se empleara principalmente en mejorar la calidad humana de sus habitantes.
Un individuo pobre puede excusarse tal vez mediante una aptitud y un esfuerzo excepcionales Una minoría afortunada, en un país pobre, puede cultivarse, y se ha cultivado siempre en todas partes, acaparando el producto del trabajo de toda la población. En eso ha consistido la verdadera injusticia social: en la desigualdad educacional, que ha sido profunda. Pero un pueblo entero, para educarse, necesitaría producir mucha riqueza; necesitaría un ingreso nacional tan elevado, como el que hasta ahora empieza a producirse en las naciones más adelantadas del mundo.
Esta debe ser en nuestro siglo, la meta de todos nuestros esfuerzos, basada en el aprovechamiento de la ciencia, e inspirada en un sentimiento de solidaridad humana: producir suficiente riqueza para sufragar el costo de un alto nivel de cultura, de salud, de criterio moral, generalizado a todos nuestros hermanos.
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Es la máxima aspiración del Movimiento de Liberación Nacional, cuya ideología inspira al Gobierno de hoy en Costa Rica. No todo avanza con la rapidez que los costarricenses quisiéramos. Se necesita paciencia y perseverancia. Es una lucha a largo plazo. Quienes mejor enterados de lo que se está haciendo, por razón de nuestro trabajo, tenemos una situación ventajosa, para esperar, sobre la mayoría de los ciudadanos. La paciencia en más fácil para nosotros.
Veamos un ejemplo que ilustra lo que es la impaciencia, en contraste con lo que en realidad se está avanzando: nuestro programa de electrificación nacional.
En 1949 creamos el Instituto Costarricense de Electricidad, con pocos recursos económicos, pero con buena orientación. Unos cuantos ciudadanos abnegados, en calidad de directores sin remuneración, y un Gerente modestamente pagado, atendieron al joven organismo en su infancia, lo libraron de todo mal, en días políticamente difíciles, y emprendieron la realización de nuestro gran programa eléctrico.
Vinieron los atrasos conocidos. Sin embargo, hoy tenemos plantas en construcción, o proyectadas para un futuro inmediato, con una capacidad total de 100.000 kilovatios, de propiedad de la nación. En toda nuestra historia anterior, desde la Independencia hasta 1953, la capacidad generadora instalada (con capital extranjero) no llegó sino a 40.000 kilovatios.
Es decir, estamos rápidamente reponiendo todo el atraso anterior, con el ahorro nacional, con tecnología nacional, con la fe nacional.
Pues bien: si un vecino de San José solicita en este momento (diciembre 1955) una conexión eléctrica para su casa, no se le puede otorgar. Hay más de 4000 solicitudes esperando turno. Se ha establecido un mercado de «derechos de conexión», que alcanzan precios elevados.
Y aquí viene el ejemplo: el dueño de casa a quien se le niega una conexión, si no sabe lo que está haciendo, se impacienta, se indigna, y puede hasta dar un reportaje a los periódicos diciendo que, después de tantos años de hablar nosotros de la solución del problema eléctrico ¡no hemos hecho nada!
La realidad es, en este ejemplo, que ya el país no sufrirá más racionamientos, y que en el próximo invierno de 1956 se podrán conceder todas las conexiones eléctricas que el público pida., por primera vez en nuestra historia.
Luego vendrá el mejoramiento de las instalaciones en los lugares alejados de la red principal.
Así en todo, cuando un país está despertando a una vida mejor, como despierta ahora Costa Rica. Todo adelanto necesita estudio, trabajo y tiempo, en dosis mayores de los que suele imaginar nuestra impaciencia. Una vez vencidas las dificultades, como con los racionamientos eléctricos, no volvemos a recordar siquiera que existieron.
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Es humano acostumbrarse pronto a lo bueno del presente, olvidar las angustias del pasado, levantar las aspiraciones, y anhelar con impaciencia las venturas del incierto y esquivo porvenir.
En Costa Rica se han levantado ahora las aspiraciones, y con ellas la impaciencia. Esa nueva actitud de nuestro pueblo es normal; revela un despertar; puede resultar constructiva, y espero que así resultará, si sabemos canalizarla por las vías de la perseverancia, del esfuerzo y de fe.
Esa es nuestra lucha. Por encima de todas las dificultades e incomprensiones, y a pesar de innegables limitaciones personales, con la benevolencia divina y con la fe de nuestro pueblo, estamos desarrollando en Costa Rica un programa de gobierno de múltiples aspectos, destinado a enriquecer al país, no como un fin en sí mismo, sino con una finalidad superior: proveer los medios para que a medida que avanza el tiempo, más y más ciudadanos, libres de la miseria, puedan modelar mejor su personalidad.
En este pequeño jirón del Nuevo Mundo, deseamos acercarnos cada vez más, por el camino sin fin del progreso humano, a la imagen ideal que los grandes escultores de la civilización americana concibieron para el hombre americano. Ese ha de ser el producto final.
Por una causa así, querido ciudadano, vale la pena vivir, y morir. Nuestro movimiento pasó primero por su época de estudio, de planes ideales, de aspiraciones de juventud; queríamos una Costa Rica mejor.
No sabíamos que nos estaba reservada la etapa heroica, la de morir o vencer. El tiempo la trajo en sus alas, como el viento trae la tempestad, y no la rehuímos. Cuatro veces empuñamos las armas, siendo espíritus de paz.
De la etapa heroica salimos unos con vida, otros quedaron con gloria. Cualquier día, inmerecedores, les iremos a hacer compañía en su reposo. Eso no importa. Siempre quedarán compatriotas dispuestos a servir.
¡Servir, siempre servir!
Hemos entrado en la fase dura de la lucha: la etapa de las realizaciones, de los desengaños, del trabajo perseverante, de la construcción del porvenir.
Ahora más que antes, debemos servir. Servir con el esfuerzo mientras estemos aquí, para que merezcamos después, en humilde medida, servir con el recuerdo.
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Termino mis Cartas, Ciudadano común, con el pensamiento y el afecto puestos en usted, en nuestra Patria y en nuestra América.
Atentamente,
José Figueres Ferrer
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