Eliette Zamora, la Heroina
Entrevista en «Onda Libre» – Estampas de la Revolución
16 de junio de 1949
LOCUTOR: -La revolución había comenzado su marcha triunfante sobre los breñales, las lágrimas, la angustia y la sangre, mientras banqueros en la Avenida Central buscaban el camino fácil de las transacciones.
EL PARTIDO SOCIAL DEMOCRATA había dejado de esgrimir el Código Electoral (bajo aquel régimen), para entregarse en cuerpo y alma a la revolución que trasladaba, con avaricia, la libertad que nos quedaba a las montañas del Sur.
Todos nuestros compañeros ocupaban los puestos de combate que las circunstancias exigían: unos entregados a las informaciones clandestinas, otros al sabotaje en las ciudades y otros se convertían en reclutadores de revolucionarios para terminar partiendo también a empuñar las armas.
Eran perseguidos sañudamente aquellos cuyos nombres habían sido divulgados como eslabones del aprovisionamiento de valientes para el incipiente ejercito libertador: contra José Fco. Carballo había orden de captura, contra Carlos Monge, orden de tirarlo cuando los encontraran; algunos cruzaban felizmente las líneas de mariachis, a otros como a Jorge Fernández, Raúl Trejos y Francisco Alvarez se los tragaba la Penitenciaría.
Eloy Morúa y Oscar Padilla pudieron llegar hasta el frente de Guerra y lograron trazar con jornadas enormes y peligros de muerte, un plano con varias rutas convergentes en las fincas de don Jorge Zeledón. Llegaron nuestros dos compañeros a San José con varias misiones importantes. La más el reclutamiento de soldados para la Liberación. En la oficina de Claudio Padilla se estableció un nuevo centro de reclutamiento, a través del cual llegaron a ingresar las filas de valientes otros centenares más. Una mujer buscaba ansiosamente quien la condujera hasta la tierra de libertad. Y esa mujer ELIETTE ZAMORA, llegó hasta la oficina de Claudio Padilla. Fue allí donde por primera vez se trató de hacer desistir a Eliette de su empeño, enfrentándole los argumentos de las jornadas eternas, las noches de balas, la posible prisión, los vejámenes, el oprobio…
ELIETTE: -Si, yo había presentido que el primer obstáculo que tendría que salvar en la marcha hacia el amanecer de mi patria sería los argumentos que como hombres me opondrían aquellos valientes que en aquel momento solo tenían en sus manos el arma inconmensurable de la fe. Cuando regresé de la oficina donde recibí los datos que tendían a hacerme desistir de mis propósitos, también comprendí que debía luchar contra mí misma para no acobardarme. Bien sabía que la jornada no iba a ser por carreteras, sino por montañas, veredas, y pendientes terribles, y que las horas de caminar eran muchas. Casi números fantásticos para mi mente. Sabía que no iba a dormir, no comería por muchas horas, o días… En fin que no iba a ser lo que yo quisiera sino lo que las circunstancias me impusieran. Todo lo pensé y nada me hizo cambiar de decisión. Era una aventura peligrosa, pero si quería la tranquilidad y la decencia para mi patria debería sacrificarme también. Como había quedado Oscar Padilla de avisarme la hora de salida, estuve esperando la tarde del día señalado ansiosamente la llamada.
LOCUTOR: -En el ánimo de los organizadores del grupo de revolucionarios que debería salir ese día a las cinco de la tarde, estaba también el convencimiento de que una mujer con el coraje de Eliette y con el valor de ella no podría ser obstáculo para el viaje. Ella sabría ser lo que sus ideales le impulsaban. La serenidad que su semblante reflejaba, la enteresa que por sus ojos negros se manifestaba hicieron decidir al grupo directivo del reclutamiento el incorporar a Eliette en la marcha hacia la Revolución.
ELIETTE: -A las dos de la tarde recibí el aviso: NECESITO CUATRO Y CUARTO LIBRAS. ME LAS TRAE AL MISMO LUGAR. Con esto me querían decir que debería estar a las cuatro y quince de la tarde en las oficinas de la Botica Oriental. Allí estuve puntual, y allí me encontré con José J. Herrera, quien después fue de la Legión Caribe y a Oscar Padilla. Nosotros tres seríamos los primeros en salir y los organizadores del viaje. El segundo grupo saldría a las cinco y media y el otro a las siete. Eramos como 75 en total. Y a las cinco de la tarde como si fueramos de paseo salimos de San José. Enfrente de la Escuela Porfirio Brenes, en el puro centro de San José nos quedamos sin gasolina, ya que íbamos en un carro de alquiler. Después de una espera de minutos, que para nosotros fue de largas horas, volvimos a emprender la partida y llegamos hasta donde deberíamos emprender la marcha a pie: cerca de un puente entre San Sebastian y Alajuelita. Cuando se terminaba la tarde, los tres dábamos los tres primeros pasos hacia la lucha por la reconquista de nuestras libertades. Y comencé a sudar… Fueron siete horas de subir y subir pendientes a veces sin ver, a veces con miedo a perdernos. Teníamos que salir pronto del peligro. Y así fue toda la noche: caminábamos dos horas y esperábamos media hora. Eso era lo convenido, ya que se calculaba que a las ocho de la noche todo el grupo debería de estar reunido. Pero no fue así. Las esperas se hicieron más largas, pero nadie aparecía. Creímos que todos habían caido prisioneros. Y a las once de la noche decidimos no descansar más en las esperas y seguir solos. En cada portillo o en cada cruzada en que hubiera peligro de que se extraviaran dejaban Padilla y J. Herrera la contraseña: FEDERICO, a la derecha o a la izquierda. Luego supimos que eso sirvió de mucho. Bueno… esa noche llegamos a Londres, en tierra sin peligros, en las fincas de don Jorge Zeledón, a las dos de la mañana. Y después de varias horas estuvieron a nuestro lado todos los muchachos que esperábamos. Todos los grupos se habían extraviado, pero habían encontrado nuestras contraseñas: Federico a la derecha… Y esa noche fue la primera que dormí fuera de casa y con hombres por quienes no sentía el más mínimo temor sino para quienes entregaba toda mi confianza.
LOCUTOR: -Y esa confianza y esa entereza acompaño a Eliette todas las noches y por todos los caminos. Poco a poco su feminidad y su valentía se fue adentrando en el alma de todos los soldados, hasta llegar a tener de todo el Ejército de Liberación el apoyo decidido y franco. Todos la respetaban y la consideraban como hermana, como compañera y por sobre todo como heroina.
ELIETTE: -Después de jornadas en medio de la muerte, del frío, del hambre y de insomnio, después de una jornada cerca de 60 horas, cosa que casi nunca había inmaginado, llegamos al Cuartel General del Ejército de Liberación Nacional, donde permanecí hasta el día en que salimos para Cartago. Entré, pues, a Santa María de Dota con el grupo más grande de voluntarios: 112 hombres y yo.
LOCUTOR: -La influencia de Eliette sobre el grupo inicial de 112 hombres alcanzó caracteres generales abarcando todo el ejército. La cooperación de Eliette en la revolución, pues fue enorme. El estímulo moral que significó todo el tiempo para los soldados libertadores, sobrepasó a lo que pudiera hacer físicamente.
Acompañó al Ejército constantemente, en sus padecimientos, en sus triunfos, su angustia, tranformándose en el símbolo de fe que animó en todo momento el despertar costarricense en contraste con los eternos calculadores de nuestra política convertidos en elementos de sabotaje por su pasividad interesada. Hombro a hombro con los heroicos soldados hizo la jornada última: LA MARCHA SOBRE CARTAGO, cuyo relato oiremos algún día de los labios de esta heroina, si logramos vencer una ocasión más su recato y modestia.
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