La enseñanza de Tairak
(Un relato en seis cuadros)
Por Roberto Fernández Durán
Publicado en la Revista Surco Nº 39 de Setiembre de 1943
Edición especial de aniversario
I.
A la muerte de su padre heredó Mohammed el califato de Tairak. Nombró a su hermano Alí Cogía e hizo promesa a su pueblo de gobernar con justicia y honradez.
Poco a poco mediante un extraño proceso, se fué rodeando de pícaros y su corte llegó a ser el lugar de reunión de cuanto bribón existiera en el país.
Trabó gran amistad con Manuelo «El Morado», famoso bandolero español llamado así por el color de su traje parecido al usado por los obispos cristianos. Era el mismo a quien los periódicos de Valladolid habían apodado «El Rojo» por su crueldad. Emigrado al Africa, había cambiado de religión y estudiaba para muezín porque pensaba predicar la guerra santa contra sus hermanos de sangre. Tenía este Manuelo bajo sus órdenes a Arnoldo «El Ferrado», denominación ésta debida a que en la juventud había recibido una coz de jaca andaluza en la cabeza. Arnoldo era un valioso auxiliar para Manuelo. Como Natura no lo había dotado de grandes luces, era fácil de convencer y cuando había que llevar a cabo una empresa de peligro, él era el encargado de realizarla mientras «El Morado» permanecía escondido.
II.
Primo del Califa, Aben Hassan había empezado su carrera desempeñando humildes oficios. Comenzó como simple guardia en el castillo de Tairak. Pero sus admirables aptitudes lo dieron a conocer, y poco a poco se fué destacando entre sus compañeros. El Califa le encargó la fabricación de haschiss, bebida a la cual eran muy aficionados los habitantes del lugar. Después lo hizo administrador de los establos reales, ya que los camellos eran importantísimos para el transporte de soldados y de mercaderías saqueadas a las caravanas que se aventuraban por los desiertos.
III.
Una tarde llegó un hombre a Tairak. Se dirigió al lugar donde se acostumbraba reunir el pueblo y habló. Se llamaba Zotar y vivía solitario en el desierto. Zotar reunió a los habitantes y les habló de muchas cosas. Todos los días a la misma hora siguió reuniendo a las gentes para instruirlas.
El mundo estaba pendiente de una singular querella: dos tribus de esquimales peleaban en el Polo Norte; una era la dueña de las focas y la otra de los osos blancos. Como Mohammed simpatizaba con ésta última, hizo saber (allá, muy lejos, en el desierto africano) a sus vasallos que si seguían reuniéndose libremente, castigaría ese delito con la muerte, porque -dijo- se reunían inspirados por la tribu de las focas para murmurar de su gobierno y «el enemigo de Mohammed lo era también de la tribu de los osos» y «había que cooperar con éstos en todo lo que significara esfuerzo para salvar la civilización y el progreso».
La libertad no existió desde aquel día. Zotar hubo de esconderse en el desierto y por un tiempo no se volvió a saber de él. Manuelo dijo que vivía en una caverna, pero como este bandido español hablaba tanto, nadie le hizo caso.
IV.
El Califa Mohammed, Alí Cogía el Visir, y Aben Hassan, el floreciente guardia musulmán, acumulaban rápida y misteriosamente cuantiosas fortunas.
Algunos se atrevieron a preguntar el origen de esas riquezas y Manuelo y Arnoldo se encargaron de llenarlos de denuestos. Los curiosos de más peligro fueron hechos prisioneros.
Aben Hassan, el próspero guardia musulmán, paseaba todas las tardes montado en hermoso caballo y por las noches agasajaba a sus allegados con espléndidas fiestas.
Poco a poco casi todas las tierras y ganados pasaron a manos de la familia gobernante.
V.
En la lejanía, una tarde, pudo ser visto Zotar el eremita. Se acercó lentamente, con los brazos en alto. Los moradores de Tairak no se atrevieron a articular palabra cuando habló.
Y habló Zotar el eremita y dijo muchas cosas que todos sospechaban. Les contó cómo al norte de las posesiones de Mohammed, donde se extendían los dominios de otros reyes amigos del Califa, millares de camellos eran introducidos furtivamente a Tairak, sin pagar los impuestos que exigían las leyes.
Les habló de la libertad tan desconocida entonces.
Habló también de muchas otras cosas. Explicó el origen oscurísimo de las fortunas de Mohammed, Alí Cogía y su primo el acaudalado guardia musulmán.
Hablaba de un extraño pacto entre el Califa y Manuelo, cuando llegó Aben Hassan, el poderoso guardia musulmán, rodeado de secuaces que insultaban al eremita. Zotar no respondía nada. Los contemplaba con mirada fija y profundamente triste. De pronto se irguió y dijo a su atacante:
-¡Cállate ya, Aben Hassan! ¡Cállate ya, ladrón y primo de ladrones! Podrás robar el oro a estos hombres que me rodean ahora y me protegen. Podrás arrasar sus tiendas y matar sus ganados, pero tarde o temprano tendrás tú y tendrán todos los tuyos el castigo merecido.
VI.
El final de esta historia lo relatan todos los beduínos: Mohammed, Alí Cogía y Aben Hassan, junto con el «Morado» y Arnoldo y los otros miembros de la pandilla gobernante, fueron expulsados de Tairak.
Desde entonces los moradores exigen a sus Califas el cumplimiento exacto del juramento de justicia y honradez.
Tairak ha vuelto a ser un pueblo alegre y sus habitantes recuerdan constantemente a sus hijos la época pasada, para impedir que el país vuelva a caer en manos de alguno de los muchos truhanes que pueblan este mundo.
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