La internacional de las espadas

Internacional de las espadas

La internacional de las espadas

Conocida también como Internacional de los Sables, esta expresión alude a una alianza de hecho, no institucionalizada, entre dictaduras militares del Caribe y Centroamérica durante los primeros años de la Guerra Fría. No existió un pacto formal, pero sí una comunidad de intereses, métodos y enemigos.

Entre sus principales exponentes se encontraban Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y Anastasio Somoza García en Nicaragua. Estos regímenes compartían una concepción del poder basada en el control militar, el anticomunismo militante y la eliminación —dentro y fuera de sus fronteras— de cualquier experiencia política que cuestionara la centralidad del ejército.

Operó mediante financiamiento de conspiraciones, apoyo a exilios armados, atentados políticos y operaciones encubiertas. Su objetivo no era construir un proyecto común, sino impedir que modelos democráticos reformistas se consolidaran y se volvieran contagiosos.

En la década de 1950, mientras Costa Rica intentaba consolidar un proyecto democrático sin ejército, en el Caribe y el norte de Suramérica se afirmaba una red informal de dictaduras militares unidas no por tratados, sino por intereses comunes, afinidades ideológicas y enemigos compartidos. A ese entramado se le puede llamar, sin exageración, la internacional de las espadas.

En ese marco, la Costa Rica surgida tras 1948 fue vista como una anomalía peligrosa, y especialmente José Figueres Ferrer se convirtió en una figura particularmente incómoda. La abolición del ejército, las reformas sociales y la proyección internacional del modelo costarricense desafiaban directamente el discurso que legitimaba a las dictaduras armadas. Para esos regímenes, Costa Rica no era solo una anomalía, era un precedente peligroso.

La hostilidad no se limitó al plano retórico. Trujillo, en particular, asumió una postura abiertamente agresiva hacia Figueres, financiando conspiraciones, promoviendo el exilio armado y alentando acciones directas contra el gobierno costarricense. El intento de asesinato contra Figueres, documentado en detalle, no fue un hecho aislado, sino parte de una estrategia regional de intimidación y eliminación del adversario político.

La culminación de esa lógica fue la invasión de 1955, en la que confluyeron intereses, recursos y apoyos provenientes de esa red de dictaduras. Aunque fracasó militarmente, el intento dejó en claro que el conflicto abierto en 1948 no había terminado realmente, sino que se había desplazado al terreno regional.

La internacional de las espadas no buscaba construir un proyecto común, sino preservar el statu quo autoritario frente a cualquier experiencia que demostrara que otro camino era posible. En ese sentido, su enfrentamiento con Costa Rica fue tanto político como simbólico.

Vista desde hoy, esta red de dictaduras ayuda a entender por qué el proceso costarricense fue excepcional, pero también por qué tuvo enemigos tan poderosos. La democracia sin ejército no solo se defendió en los campos de batalla del 48 o en la resistencia del 55, sino en un entorno continental dominado por uniformes, cuarteles y espadas.

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