La Legión Caribe

Don Pepe

La Legión Caribe

Testimonio de Carlos María Jiménez
Cabo de la Legión Caribe
(Primera parte)

Carlos María Jiménez, alcanzó el grado de cabo, en la Legión Caribe.

Ese cuerpo, organizado en Santa María de Dota a primeros de abril de 1948, realizó algo que pasmó al hemisferio americano en esos tiempos: el primer desembarco aéreo de una operación militar en ese continente.

El nombre de la legión, puesto casi inocentemente, ya que sólo se quería significar con él que ese batallón operaba en el litoral atlántico, fue tomado luego por algunos periodistas para cobijar con él a toda una pléyade de revolucionarios procedentes de varios lugares de Centro América y del Caribe, que estarían empeñados en la realización de movimientos revolucionarios en sus respectivos países con el apoyo del Gobierno de Costa Rica. Para muchos, el nombre fue aterrador.

Pero leamos el relato que Carlos María Jiménez hace de la Legión Caribe, la única que existió durante la Guerra Civil de 1948 y que formó parte del Ejército de Liberación Nacional.

«…Llegamos a Santa María de Dota. La jornada había sido agotadora. El lugar está rodeado de colinas que lo defendían de un posible ataque por tierra y lo cubrían con ataques aéreos. En la escuela se encontraba el Estado Mayor del Ejército de Liberación Nacional, en un galerón al lado de la Iglesia, la cocina militar, y al frente del cuartel, precisamente en donde estuvo la Jefatura Política, el pequeño campo donde guardaban prisión, vigilados por celosos guardianes, algunos de los mariachis tomados prisioneros en las batallas anteriores. En una pulpería frente a la Unidad Sanitaria, estaba la estación de radio que transmitía a diario los boletines informativos del Ejército, que mantenían al tanto al pueblo de Costa Rica de las victoriosas operaciones llevadas a cabo por las huestes de Figueres. El ingeniero jefe de trasmisiones era Arnoldo Miller, quien no se separaba de los auriculares.

AMBIENTE DE SANTA MARIA

«Todas las calles, la plaza y las casas rebosaban de figueristas barbudos, pertenecientes a los distintos batallones. Unos contaban con angustia la batalla de San Cristóbal, otros la masacre de nicas y linieros que hicieron nuestras tropas, inferiores en número, a los hombres capitaneados por Tijerino, quien murió en combate en San Isidro de El General; otros un más allá, hablaban del frío atroz de El Empalme y de las catastróficas derrotas que sufrían las fuerzas del gobierno cada vez que pretendían perforar aquella muralla que defendían Marshall, Tuta Cortés, Cardona y Rivas Montes.

«Los recién llegados descansamos una hora en la escuela. Una hora, tras setenta y dos de dura lucha. Al rato fuimos llamados A formar . En una mesita estaban instalados Hernán Rossi y el Mayor Horacio Ornes, en ese entonces capitán. Fue en ese lugar en donde por primera vez escuche estas dos palabras: «LEGION CARIBE».

Eso sonó extraño a mis oídos, pues no acababa de asociar el nombre del inquieto mar con los fines de la revolución. De momento lo olvidé, pues era más importante poner atención a las instrucciones que nos daban Rossi y Ornes. Nos tomaron el nombre y la dirección de nuestras familias, y se nos dijo que a la mañana siguiente teníamos que estar en pie a las seis.

«A las seis, en pie, pasamos a la cocina militar en donde nos sirvieron una vaporosa taza de aguadulce con unos cuantos frijoles y tortillas.

De la cocina pasamos a la plaza a formar dos filas y allí el campamento, una lechería sita a quince minutos de Santa María. Nunca se me olvidará la emoción y la alegría que sentí cuando llegamos al campamento: todas caras amigas de San José. Al primero que saludé fue a Julio Caballero, detrás de él comenzaron a parecer Carlos Steinvorth, Carlos de la Espriela, Vico Starke, Rodolfo Quirós, Benjamin Piza, Alvaro Rossi y una gran cantidad de amigos míos.

COMIENZAN A ORGANIZARNOS

Inmediatamente nos fue presentado, en forma oficial el capitán Ornes y nuestro grupo fue dividido en tres escuadras. Primero designaron a Rodolfo Quirós, pero debido a sus muchas ocupaciones lo sustituyeron por Benjamin Piza Carranza, como Teniente Instructor de los nuevos reclutas, entre los que se destacaba, por su gran cuerpo de atleta y su permanente buen humor, un viejo luchador de la oposición: Víctor Alberto Quirós Sasso.

«Esa misma mañana nos entregaron los fusiles y nos enseñaron a manejarlos. Vico Starke probaba una ametralladora. Era la primera vez que yo oía una máquina de esas trabajando.

«A nuestro grupo, a la Legión Caribe, se la sometió a un intenso entrenamiento durante seis días. Fue un entrenamiento metódico, tenaz: triangulación, tiro al blanco, prácticas con ametralladoras, simulacros de asalto a campo abierto, despliegues en masa, en fin, lo básico para entrar en combate. Ninguno, eso sí, sabía a dónde nos iban a mandar.

LOS TRES PELOTONES

«Los pelotones fueron bautizados; el primero no llevaba nombre; el segundo se llamaba Alvaro Paris, en recuerdo del compañero asesinado en El Apagón, Puntarenas y el tercero, se llamó Los Angeles, un homenaje a la Patrona de Costa Rica y que la gran mayoría de los miembros eran de Cartago.

El primero de los pelotones, capitaneado por el Teniente Hernán Rossi, era selecto. Lo integraban en su mayoría hombres fogueados en los frentes de batalla y expertos en el arte de la guerra.

El pelotón #2, el Alvaro Paris, estaba capitaneado por el teniente Rodolfo Quirós González, y en él figuraban Julio Caballero, los hermanos Daniel y José Antonio Calvo Astúa y Carlos de la Espriella.

Cada pelotón tenía una ametralladora Lewis. Quirós Sasso era el ametralladorista del nuestro y por su cuenta y riesgo, oficiando de sacerdote bautizó con el nombre de «Rosita» a la máquina que nos acompañó fielmente durante toda la campaña. Carlos Steinvorth Jiménez era el asistente primero de Quirós Sasso y jamás estuvo de acuerdo con el nombre que le pusieron a la preciosa maquinita. Es de añadir de que aparte de que cada pelotón tenía una ametralladora de esa clase, cada oficial tenía una sub-ametralladora Thompson, lo mismo que los miembros de la Plana Mayor de la Legión, que además tenían granadas de mano al igual que los sargentos primeros de cada escuadra.

REUNION Y ARENGAS

Eran las cinco de la tarde y el sol parecía decir «hasta mañana», cuando nos formaron en la plaza. Allí nos esperaba don Pepe Figueres con el Estado Mayor. El Padre Benjamín Nuñez, en uniforme de campaña y en presencia de una gran cantidad de gente del pueblo nos habló. Durante su discurso, la emoción era indescriptible y muchos de nosotros sentimos en los labios el sabor salobre de las lágrimas que brotaban por el amor que sentíamos por nuestra patria maltratada.

Luego nos habló don Pepe Figueres quien nos presentó a toda la oficialidad y nos dio las últimas instrucciones, sin citar en momento alguno cual era nuestro destino. Al terminar, un grito ¡Viva Figueres! Hendió los aires.

Montamos en dos camiones, y, vivando a Figueres quien junto con el Padre Núñez no se cansaban de despedirnos agitando a la caricia del viento sus brazos, comenzamos la marcha. Allí supimos que nos dirigíamos a San Isidro de El General.

Abriendo la marcha, un jeep en el que viajaban el Capitán Ornes, Alvaro Rossi y otros oficiales de la Plana Mayor.

La marcha fue dura por lo fragoso del camino, que era una trocha apenas, y porque éramos muchos para tan poco espacio.

RUMBO A SAN ISIDRO

En Villa Mills, campamento de la interamericana protegido por la bandera de los Estados Unidos, tomamos un café «con lengua». Continuamos la marcha, espaciados los camiones para prevenir un ataque por sorpresa; yo viajaba en el último de los camiones. En la casetilla, con el chofer, Vico Starke y Hernán Rossi, el primero con una metralleta 45 y el segundo con un fusil como el nuestro, de los llamados argentinos. Beto Quirós monta y carga a Rosita que iba sobre la casetilla del camión. Todos con el fusil a punto. A una hora de camino, más o menos, notamos que el jeep que nos guiaba se detiene bruscamente y que en sentido contrario avanza hacia nosotros un jeep con los focos encendidos. Ambos se dan el alto antes de identificarse y, al reconocernos la sorpresa es mayúscula: en el jeep viene la plana mayor de El Empalme: Marshall, Cardona, Pepino Delcore y Tuta Cortés. Nos saludamos con el mayor afecto y Tuta como siempre alegre y decidor, a manera de advertencia nos dijo que en El General nos esperaba el bautizo de fuego porque los mariachis venían avanzando peligrosamente por Buenos Aires de Osa. Aquello nos sonó extraño, feo. Ellos siguieron hacia el Empalme y no niego que la advertencia de Tuta nos puso la carne de gallina. ¡Yo me sentía cádaver! Tuta había logrado con su broma lo que se proponía: meternos miedo.

Llegamos al fin a San Isidro. Allí se nos ordenó entrar al salón que servía de dormitorio y comedor y me encontré con Roberto Fernández Durán, al que la revolución, las privaciones sufridas y la tragedia que se vivía, no le habían hecho olvidar sus buenos modales y su clásica sonrisa; al Coronel Miguel Angel Ramírez y a muchos otros más, a los que hacíamos mil preguntas sobre lo que hasta allí había sucedido en San Isidro.

Las historias eran brillantes.

En la noche, mil peripecias: hasta Beto Quirós, con Rosita al hombro, pero sin munición, se había perdido en los aledaños.

A las cinco y quince de la mañana, apareció con su máquina y con sus compañeros.

A las seis de la mañana estábamos todos de pie, nos mandaron al campo de aterrizaje y allí a la mitad de nosotros abordó un avión Douglas D.C.-3 piloteado por el Mayor Guillermo (Macho) Núñez y por Fernando Cruz (q de D.G); los demás subieron a otro avión, igual manejado por «Pillique» Guerra y Otto Escalante y las máquinas alzaron vuelo.

Otra vez la incógnita: ¿a dónde nos llevaban?

Los aviones ascendían y ascendían hasta llegar a unos quince mil pies de altura. En esta forma se ponían fuera del alcance de los aviones del gobierno, que de tanto en tanto asomaban por allí sus narices.

Desde esa altura, nos resultaba imposible guiarnos por más esfuerzos que hacíamos asomándonos por los vidrios de las ventanillas.

TERRENO DESCONOCIDO Y FAMILIAR

En verdad el terreno no me resultaba desconocido había en él algo familiar.

Una cosa sí extrañábamos y es que no se nos ordenara descender del avión. Nuestros compañeros habían llegado treinta minutos antes y nos esperaban allí.

Cuando bajamos, seguía el misterio; no sabíamos a ciencia cierta en dónde nos encontrábamos, hasta que apareció un grupo de soldados al mando de don Chico Orlich y ellos nos despejaron la incógnita: estábamos en Altamira en la finca de Gastón y Manuel Peralta. Más confundido aún: ¿qué andaba haciendo la Legión Caribe por esos rumbos?

Se monto un dispositivo de seguridad para evitar sorpresas. En tanto la Plana Mayor del Batallón se reunió en la casa de los Peralta, para darle los toques finales al plan que íbamos a ejecutar. Ese fue llamado el PLAN CLAVEL.

Hubo movimientos el resto del día y por la noche, la vigilancia fue mayor; luego al siguiente día los aviones trasladaron las fuerzas de Orlich a San Isidro, regresaron por nosotros y, en el interín, fuimos informados de nuestro objetivo: tomar Limón.

Benjamin Piza nos llamó aparte y nos dio una amplia explicación sobre el Plan Clavel, con la ayuda de un plano de la ciudad de Limón, bien elaborado y con señalamiento expreso de los puntos a tomar de inmediato.

«No quedaron dudas».

A las tres y media de la tarde, me enviaron con un grupo a relevar la guardia que cuidaba el avión del Capitán Guerra. A las cuatro y cinco minutos, llegaron Alfonso Goicoechea y Guerra para tratar de comunicarse por el radio con el cuartel general en Santa María de Dota. Estaban los dos en la cabina del avión y yo con unos compañeros bajo las alas, cuando escuchamos un ruido de motores de avión que iba aumentando y aumentando: eran tres aparatos del Gobierno que venían a atacarnos. Nuestra ubicación la conocieron porque el Jefe Político de San Carlos, le había informado al Gobierno que estábamos en Altamira.

NOS ATACAN LOS D.C.-3

A las cuatro y pocos minutos de la tarde, un DC-3 del Gobierno desencadenó el ataque. Fue salvaje. El más grande que se registró en toda la guerra civil. Temimos que nos borrara del mapa y se frustrara el Plan Clavel.

Luego se vino el otro DC-3 y finalmente un caza, modelo viejo, nos ametrallaba.

Una gran cantidad de bombas, fabricadas por López Masegossa en el Ferrocarril al Pacífico o en Obras Públicas, con cilindros de oxígeno llenos de explosivos, eran lo que nos dejaban, en un rosario, caer, aparte de que nos disparaban con ametralladoras.

Guerra y Goicoechea cuando se dieron cuenta del ataque, bajaron del avión y corrieron. Los fragmentos le cayeron en los pies a Goicoechea, sin causarle daño.

El otro avión venía en picada, lanzando bombas, y cuando estaba a baja altura, Rolando Aguirre, malogrado compañero le abrió fuego nutrido con su Lewis, desde un cerrito, alcanzándolo en la parte inferior el fuselaje, a la vez que la ametralladora que teníamos en el campo, así como las de Rodolfo Quirós y Jorge Arrea, tableteaban incansablemente, situadas en puntos estratégicos a la salida del campo de aterrizaje. El avión lanzó desde mediana altura una bomba que destrozó un ranchito desocupado.

Nuevamente el ataque, pero esta vez fueron sesenta fusiles y seis ametralladoras los que le dieron una recepción calurosa al aparato.

Lanzó una bomba y se fue. Luego el avión de caza nos ametralló de nuevo y, finalmente, con uno de los aviones grandes volando con dificultad, los vimos perderse en lontananza.

LO QUE CAYO

El avión que fallaba, iba piloteado por el norteamericano Sherman Wilson a quien acompañaban Arquímedes Alvarez, (a) Quintales, Alfredo Chamorro, Jorge Suárez, Ramón Muñoz, Antonio Carmona, Alejo Poveda, Juan Bautista Montero, Víctor Manuel Chacón y otros más cuyos nombres jamás supimos.

Ese avión cayó un poco más allá, por Palmira de Alfaro Ruiz y todos murieron. La Legión Caribe se apuntaba su primer triunfo.

Cayó la noche de ese diez de abril de 1948. A las nueve y media nos retiramos a dormir.

Antes de entregarnos al sueño, conversamos un rato con la sta Thais Peralta, que estaba allí y tomamos prisioneros a dos espías del gobierno y los dejamos presos, al cuidado de los guerrilleros que operaban en la zona.

La oficialidad y la plana mayor, durmieron esa noche bajo las alas de los aviones, teniendo por compañía el canto de los grillos y el croar de los sapos y por novias a sus pensamientos sobre lo que mañana, once de abril, a los noventa y dos años de gesta de Juan Santamaría en Rivas, tendríamos que hacer: tomar la ciudad de Limón, sin importar el sacrificio que para ello hubiera que realizar. Ante la Patria, es poco el sacrificio de vida.

Tomado del Excelsior
Testimonios del 48 de Guillermo Villegas
25 de agosto de 1977, pag. 10

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