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León Cortés, la leyenda del nazi

León Cortés Castro

León Cortés, la leyenda del nazi

Jorge Urbina Ortega

Con poco fundamento, una investigación histórica ha lanzado un cargo lamentable sobre el ex Presidente León Cortés Castro. Una o varias circulares o documentos suscritos por funcionarios de su administración, ordenando límites a la inmigración judía, han dado pie a que se acuse a Cortés, de antisemita y de nazi. Conviene aclarar el tema para evitar la consolidación de un juicio equivocado e injusto.

Para mejor entender lo infundado de las acusaciones, es indispensable tener presente el contexto histórico y la enemistad que se dio entre Calderón Guardia y Cortés Castro, la que llevó a los partidarios del primero, a acusar de nazi al segundo. Esa leyenda podría dar sustento a la temeraria acusación de hoy.

La alianza de Calderón con los comunistas, representantes locales de la Unión Soviética, el apoyo del arzobispo católico y la aparente aprobación de la Embajada de los Estados Unidos, le permitió a Calderón presentarse como parte de las fuerzas que combatían a Hitler, e impulsó a los calderonistas a señalar a Cortés y a sus seguidores como representantes del adversario bélico. De allí nace la acusación de que don León era nazi, una simple liberalidad del lenguaje.

En cuanto a la acusación de antisemitismo, Saúl Weisleder ha narrado recientemente la experiencia inmigratoria de sus parientes, judíos polacos, aprobada y firmada por el mismo ex Presidente. Ese testimonio de la conducta personal de Cortés Castro, tiene mayor valor probatorio que las circulares suscritas por un funcionario de mediano rango de su administración.

El testimonio de Weisleder coincide con lo que tantas veces escuché de boca de mi padre. No es cierto, no había en el espíritu de León Cortés atisbo de odio racial o religioso.

El testimonio de mi padre no es cualquier testimonio. Es el de un actor privilegiado de aquellos días y de aquellas relaciones. Francisco Urbina fue un muchacho trabajador y buen estudiante, que gozó del afecto y la confianza de don León, padre de su compañero de estudios, Otto Cortés. Durante más de veinte años, las actuaciones políticas de Urbina estuvieron ligadas a los intereses políticos de Cortés.

Tanto así, y de manera tan privilegiada, que cuando al concluir su mandato presidencial en 1939, el Presidente patrocinó la candidatura de Calderón Guardia, este encabezó la papeleta legislativa por San José con Otto Cortés y la de Alajuela con Francisco Urbina. Cuando la fuerte enemistad entre Cortés y Calderón creció, el diputado Urbina fue sacado violentamente de su curul por serviles del régimen. Su amistad con Calderón terminó y Francisco Urbina quedó del lado del cortesismo, que lo devolvió a la Asamblea Legislativa en 1949.

Este breve relato de la relación de Urbina con Cortés y su familia, legitima el testimonio que recogí y grabé de su boca. Le pregunté por el cargo de los enemigos políticos de Cortés, que lo calificaban de nazi y con detalle me habló de la admiración que despertaba en Cortés la capacidad técnica, científica y económica del pueblo alemán y también la organización, disciplina y empeño que hizo pasar a Alemania, de país derrotado y endeudado al finalizar la primera Guerra Mundial, a potencia de primer orden veinte años después.

León Cortés sentía admiración por el pueblo alemán, pero eso no lo hizo ni nazi, ni tampoco antisemita. El cargo de nazi es, como dije antes, una ligereza de lenguaje y el de antisemita carece de todo fundamento como lo refleja la experiencia recogida por Weisleder.

No es cierto, no había en el espíritu de León Cortés atisbo de odio racial o religioso. Nunca fue antisemita y no pocas veces.

Lamentablemente, León Cortés no tuvo responsabilidades políticas durante la segunda Guerra Mundial, en la que Costa Rica se involucró casi dos años después de concluido su mandato. Si se hubiera respetado la voluntad popular en las elecciones de 1944 y León Cortés hubiera vuelto a la presidencia, sus actuaciones concretas hablarían más claro de su posición respecto de los beligerantes. El despojo de que fue objeto no debería dar pábulo a la calumnia, mal fundada en documentos carentes de valor para probarla.

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