La Legión del Caribe, un fantasma de la historia
Juan Bosch
[Política: Teoría y Acción, Año 5, No. 54, septiembre de 1984]
En Política: Teoría y Acción (número 44, página 27), dijimos que algunos periodistas norteamericanos convirtieron en Legión del Caribe el nombre de Legión Caribe, y explicamos que Horacio Julio Ornes le había puesto ese nombre al grupo de combatientes del levantamiento armado costarricense de 1948 con el cual había tomado Puerto Limón en lo que tal vez fue la primera operación militar llevada a cabo en América Latina por fuerzas aerotransportadas, y con esa denominación de Legión del Caribe ciertos periódicos de Estados Unidos hicieron mucha bulla, a la vez que contribuían a fortalecer dictaduras repugnantes de las que por esos años había varias en la región del Caribe, porque ese nombre de una fuerza armada fantasmal que nunca tuvo existencia despertaba en los sectores derechistas de la región sombras horripilantes que dormían en los recuerdos de aquellos que habían conocido en la historia de nuestros países las hazañas feroces de la piratería en las cuales funcionaban con espantosa crueldad los filos de los sables, las espadas y los cuchillos usados en los degüellos masivos de hombres, mujeres y niños y el resplandor de los incendios que dejaban convertidas en cenizas ciudades enteras cuyas mujeres habían sido violadas por hombres endemoniados, encarnaciones de la maldad sin freno y del terror desorbitado. En el caso de los dueños del poder económico, social y político de países como la Venezuela de Pérez Jiménez, la Nicaragua de Somoza o el Santo Domingo de Trujillo, decir Legión del Caribe era resucitar los tiempos tenebrosos de Henry Morgan y El Olonés, piratas para quienes el degüello de cualquier ser viviente era un ejercicio semejante al que era para una monja rezar el credo.
De los tiranos de esa época los más hábiles en el manejo de la propaganda internacional eran Trujillo y Somoza, si bien es posible que Trujillo supiera usar el dinero destinado a la propaganda mejor que Somoza. En los días en que cierta prensa norteamericana mantenía en alto la bandera de miedo que provocaba en Ciudad Trujillo y en Managua –sobre todo en esas dos capitales– la mención de la Legión del Caribe, que, como dije antes, nunca tuvo existencia, nos preguntábamos con frecuencia quién pagaba esas menciones de una Legión que no daba señales de vida, pero la respuesta no aparecía; no apareció entonces y ahora es muy difícil obtenerla. Tal vez algún día se hallen metidos en sótanos sombríos los archivos de los dictadores caribeños, y ojalá eso sucediera porque sólo así se sabría si la invención de ese fantasma fue o no fue un ardid para asustar a los núcleos de poder de los países de la región dominados por dictaduras y si en su creación y la difusión de su existencia jugaron o no jugaron un papel importantes empresas periodísticas de Estados Unidos, de ésas que influyen en los centros vitales de la política norteamericana, digamos, en el Departamento de Estado y el Congreso.
Orígenes de la Legión del Caribe
Si la Legión del Caribe fue una creación de algunos gobiernos tiránicos hecha con el propósito de asustar a la vez a grupos de poder de sus países respectivos y a sus socios yanquis, resultó ser también una respuesta hábil a un movimiento político internacional que había sido generado por el exilio dominicano.
¿Por qué precisamente el dominicano? Por varias razones. En primer lugar, con la caída de Gerardo Machado, ocurrida en septiembre de 1933, los exiliados cubanos retornaron a su país, pero, además, la mayoría de ellos no vivió en la región del Caribe sino en Estados Unidos y México, y con la muerte de Juan Vicente Gómez en diciembre de 1935, los exiliados venezolanos que se habían avecindado en Colombia, Costa Rica, Curazao, Cuba, Trinidad, retornaron a su país; lo mismo sucedió con los de Guatemala, que volvieron a su tierra desde México y otros lugares de Centroamérica tan pronto fue desmantelada la dictadura de Jorge Ubico a mediados de 1944, y otro tanto ocurrió en el caso de Honduras, donde Tiburcio Carías Andino mantuvo hasta el año 1949 una tiranía que duró diecisiete años. En cambio, el exilio dominicano iba siendo cada año más numeroso y se avecindó lo mismo en Puerto Rico que en el territorio continental de Estados Unidos, en México y en Venezuela, en Costa Rica, donde fueron pocos, pero muy activos, debido a su participación en el movimiento armado de 1948; en Haití, en Curazao, en Aruba, en Guatemala y, sobre todo, en Cuba, país que a través de revistas como Carteles y Bohemia y de estaciones de radio como la CMQ y RHC Cadena Azul ejercía influencia en la opinión pública de los países del Caribe donde se hablaba el español.
Ese panorama que acabamos de exponer era un factor de los cuatro que explican por qué el exilio dominicano jugó un papel de primer orden en la creación, por parte de las tiranías de Somoza y Trujillo, de ese fantasma de la historia que se llamó la Legión del Caribe. Los tres restantes fueron la prolongación del poder trujillista, que sobrepasó con mucho a todas las tiranías personales de la región –y decimos personales porque la de la familia Somoza fue más larga–; su agresividad en las respuestas a los ataques que se le hacían desde el exterior, como podemos verlo en el intento de asesinato de Rómulo Betancourt, presidente que era de Venezuela cuando Trujillo ordenó el ataque que estuvo a punto de costarle la vida, y, por último, la militancia de los antitrujillistas exiliados, que mantuvieron una lucha constante contra la dictadura dominicana, una lucha tan intensa que amenguó las diferencias ideológicas de los exiliados al punto de impedir que ellas pudieran dividirlos en grupos irreconciliables.
Liderazgo y tiranías del Caribe
El papel de líder en la lucha contra las dictaduras del Caribe que hizo el exilio dominicano se ve con claridad en la expedición de Cayo Confites, en la cual tomaron parte hondureños, nicaragüenses y, sobre todo, cubanos; hubo españoles republicanos, por lo menos un venezolano, un puertorriqueño y un norteamericano, y el movimiento tuvo apoyo del gobierno de Cuba, del de Venezuela y del de Guatemala, datos que indican de manera elocuente que la lucha contra Trujillo unificó fuerzas del Caribe, algunas de las cuales eran partes de los pueblos y otras de los círculos gobernantes. Los episodios de esos años que alcanzaron dimensiones más amplias que las simples luchas de grupos antidictatoriales de cada país afectado por tiranías no han sido debidamente estudiados, pero sin duda tuvieron aspectos progresistas que merecen ser destacados porque de no haber sido así no se explicaría que en Cayo Confites tomaran parte, de manera directa o indirecta, Fidel Castro, Feliciano Maderne, Manolo Castro, cubanos los tres; el hondureño Jorge Rivas, llamado a morir en Managua seis años después a manos de los esbirros de Anastasio Somoza; el nicaragüense Abelardo Cuadra, oficial de la Guardia Nacional de su país que desertó de ese cuerpo a causa del asesinato de Sandino.
La existencia de tiranías, y, sobre todo, la de Trujillo, que fue la más larga y, además, la más cruel –lo que naturalmente generaba una propaganda activa y constante contra ella– provocó, como su respuesta dialéctica, la formación de una especie de coalición de fuerzas progresistas que se unieron sin previo acuerdo y, sobre todo, sin previo planteamiento teórico por parte de alguna de ellas, y esas fuerzas respondían, en el caso de los hombres a quienes les tocó representarlas, a razones propias y al mismo tiempo históricas; por ejemplo, José Figueres y Rómulo Betancourt no se conocían, pero Betancourt había vivido en Costa Rica y se había casado con una costarricense por lo menos quince años antes de que Figueres se convirtiera en una figura política internacional al encabezar, en 1948, un movimiento armado que lo llevó al poder ese mismo año, y otro tanto puede decirse del mismo Figueres y los dominicanos del exilio. Antes de 1948 Figueres no conocía a ninguno de nosotros, y sin embargo el levantamiento armado que él encabezó se hizo con los fusiles de la fracasada expedición de Cayo Confites, pero, además, dos de los hombres de Cayo Confites, Miguel Ángel Ramírez Alcántara y Horacio Julio Ornes fueron figuras de primera categoría en las acciones militares del movimiento de Figueres.
Esa especie de coalición en cuya formación jugó un papel decisivo el exilio dominicano no pasó desapercibida, por lo menos del todo, para un diplomático norteamericano, que se dio cuenta de su existencia al comenzar el año 1946, según podemos ver en el tomo I del libro Los Estados Unidos y Trujillo, año 1946, publicado por Bernardo Vega. En la página 99 de esa obra aparece un documento marcado con la designación de “Secreto”, fechado en Caracas el 8 de enero de 1946, que fue enviado nada menos que al Secretario de Estado del gobierno de Truman, en el cual se daban informaciones sobre las “Actividades de Juan Bosch y Buenaventura Sánchez, líderes políticos dominicanos en el exilio”. El autor de ese informe secreto era Allan Dawson, Encargado de Negocios interino de Estados Unidos en Venezuela. Dawson había desempeñado un cargo diplomático, algo así como Agregado Político, ante el gobierno de Ramón Grau San Martín, de Cuba, y antes de eso había sido periodista al servicio de una agencia, no podemos recordar si de Associated Press o de la que entonces se llamaba United Press y luego pasaría a ser la Associated Press International.
Los informes de Allan Dawson
En ese informe Allan Dawson decía que iba a ocuparse de “las actividades en Venezuela y otros países de Juan Bosch, dirigente político dominicano en el exilio, así como de su principal lugarteniente en el mencionado país (Venezuela), Buenaventura Sánchez”, y a seguidas pasaba a decir:
“Bosch reside normalmente en La Habana, Cuba, pero vino a Caracas durante los últimos días de octubre, un poco después de que triunfara la revolución del 18 del mismo mes y antes de que ningún país hubiera reconocido a la Junta Revolucionaria de Gobierno…” “Partiendo de mis conversaciones con Bosch y Betancourt, soy de opinión que las principales razones para el viaje del primero fueron 1) conseguir la mayor ayuda posible de la Junta Revolucionaria para su lucha en contra del régimen de Trujillo de la República Dominicana y 2) actuar de enlace en un intento por lograr algún tipo de entendimiento informal entre el Partido Acción Democrática de Venezuela, el Auténtico de Cuba y el régimen de Arévalo de Guatemala”.
Como sucede en todos los informes que los diplomáticos norteamericanos enviaban a sus superiores para dar cuenta de lo que hacíamos los exiliados, en el de Allan Dawson abundan los datos falsos, que por lo general eran rumores sin base aceptados por esos diplomáticos como verdades, lo que a menudo se debía al desconocimiento que tenían de los actos de los gobiernos de la región y de los exiliados de las dictaduras, pero con frecuencia sucedía que los informadores de oficio –esto es, pagados– de esos diplomáticos inventaban mentiras para suplir verdades que no se producían porque las fuentes de información no funcionaban de manera regular.
Por ejemplo, no hay ni asomo de verdad en la historia que cuenta Dawson de que nosotros nos proponíamos comprar armas que se hallaban en manos de personas particulares de Caracas pero habían sido robadas del cuartel San Carlos cuando la guarnición de ese lugar se rindió a las fuerzas militares que habían derrocado el gobierno del general Medina Angarita en octubre del año anterior (1945); pero hay menos verdad aún en la información de que nosotros pensábamos ir a Bogotá con el propósito de visitar al presidente Alberto Lleras Camargo, idea de la que, según Dawson, nos disuadió Betancourt. Lo importante, sin embargo, del informe de Dawson es que en él se advierte, por primera vez en los documentos del Departamento de Estado publicados por Bernardo Vega, que estaba poniéndose en marcha un plan para crear una coalición de fuerzas políticas del Caribe que tuvieran poder suficiente para ayudar al derrocamiento de la tiranía trujillista, si bien en ese informe Dawson decía: “Aún no está claro lo que Bosch se propone con su actual viaje a Venezuela. El habla de Betancourt como “el principal pilar del triunviro de las democracias caribeñas”, siendo los otros dos Arévalo (Juan José, el presidente, en esos años, de Guatemala, nota de j. b.) y Prío Socarrás (primer Ministro del gobierno cubano de Gran San Martín, nota de j. b.), y dice que quiere ayudar al primero en todo lo que esté a su alcance. Mi opinión es que su principal papel es el de servir de intermediario entre Betancourt, por un lado, y por el otro Grau y Prío Socarrás… Cuando Bosch partió de Caracas en noviembre, intercedió personalmente ante Grau a nombre de Betancourt, al ocurrir la escasez de azúcar en Venezuela…” y efectivamente, conseguimos que el gobierno de Cuba dispusiera que se le vendiera a Venezuela el azúcar que ese país necesitaba para abastecer a su población antes de que comenzara la zafra venezolana, que debía empezar a fines de diciembre (de 1945). En otro párrafo decía Dawson: “Bosch dijo que había estado muy ocupado en La Habana y no había podido ir a Guatemala, lo que de todas formas era innecesario, ya que él había estado allí sólo unos meses antes y mantenía una amistad estrecha y completa con Arévalo”.
Sin la ayuda del Presidente Arévalo no habría sido posible organizar la expedición de Cayo Confites porque fue él quien gestionó la compra de las armas que sirvieron para ese movimiento. Esas armas procedían de una fábrica argentina, propiedad del Estado, que las hacía con patentes japonesas, y el Presidente Arévalo le pidió a Juan Domingo Perón, que por ese tiempo era el jefe del gobierno de la Argentina, que se las vendiera para ser usadas en Guatemala. El dinero fue aportado por don Juan Rodríguez, pero el dinero por sí solo, ni aun multiplicado varias veces, no era suficiente para conseguir lo que se consiguió gracias a la mediación de Arévalo.
La trilogía Grau, Betancourt y Arévalo
La trilogía Grau, Betancourt, Arévalo, iba a ser ampliada desde mediados de 1948 con la intervención de José Figueres, y cuando Grau estaba a punto de entregar el poder a su sucesor, Carlos Prío Socarrás, y Rómulo Betancourt tuvo que entregarlo a Rómulo Gallegos, convencimos a Prío Socarrás de que debía hacer viajes de presidente electo a Caracas, a San José de Costa Rica y a Guatemala, y los viajes se hicieron. En ellos el futuro presidente de Cuba hizo conocimiento personal, pero a un alto nivel político –tan alto como si Prío Socarrás fuera ya el presidente en funciones de su país– con tres jefes de Estado, y antes había conocido a Rómulo Betancourt cuando éste viajó a Estados Unidos –y creemos recordar que en esa ocasión visitó también México– con escala en La Habana. En ese viaje de Betancourt nosotros acompañamos a Prío Socarrás al aeropuerto de la capital cubana cuando fue a saludar al presidente de la Junta de Gobierno venezolana, y lo acompañamos en los viajes que hizo luego, como acabamos de contar, a Caracas, San José de Costa Rica y Guatemala; pero no sólo lo acompañamos sino que antes que él viajamos a esas capitales del Caribe para preparar el recibimiento que se le haría al presidente electo de Cuba en esas capitales y de manera especial a preparar las reuniones de carácter confidencial que se llevarían a cabo con cada uno de los presidentes que serían visitados.
En esas reuniones confidenciales estuvimos presentes con la misión de tratar el caso dominicano, y naturalmente lo tratamos pero sin resultado alguno porque de los cuatro países gobernados por los hombres que formaban eso que en este artículo hemos llamado coalición de fuerzas progresistas unidas sin previo acuerdo, el que tenía más poder económico y militar era Venezuela, y Venezuela no pudo contribuir con nada en la lucha antitrujillista planeada debido a que el gobierno de Rómulo Gallegos fue derrocado por un golpe militar en noviembre de ese mismo año 1948, cuando el nuevo presidente de Cuba apenas tenía algo más de un mes de haber tomado posesión de su cargo, y lo que era peor, el jefe militar que participó en la reunión confidencial de Caracas fue quien ocupó el cargo del cual había sido despojado el Presidente Gallegos (ese jefe militar se llamaba Carlos Delgado Chalbaud, que sería asesinado menos de dos años después), y por su parte el gobierno de Figueres estaba manteniendo en las vecindades de la capital de su país un campamento de revolucionarios antisomocistas que dirigía Rosendo Arguello, en el cual se entrenaban cincuenta o sesenta nicaragüenses en el uso de las mismas armas que habían sido compradas para la expedición de Cayo Confites.
Era en ese momento, precisamente ya a fines de 1948, cuando más bulla hacían los periodistas norteamericanos que propagaban en periódicos de su país, pero también en los de lengua española a través de las agencias de prensa el nombre de Legión del Caribe aplicado a cualquier movimiento progresista de los que luchaban contra las dictaduras de la región a las cuales había que agregar la de Venezuela y la de Colombia. La de Colombia empezó en 1950 con el gobierno de Laureano Gómez y se radicalizaría a partir del golpe militar que dio el general Gustavo Rojas Pinilla en junio de 1953.
El caso de Acción Democrática
Si ese fantasma de la historia se construyó con esencia de mentiras para crear una muralla aislante de las fuerzas progresistas del Caribe, no hay duda de que en lo que se refiere a Trujillo y a Somoza, o mejor dicho, a las dictaduras que llevaban esos nombres, el tal fantasma hizo su efecto, pero no pudo destruir la coalición de que hemos estado hablando porque ésta funcionó a los niveles más altos en la lucha contra la dictadura que Marcos Pérez Jiménez y el grupo militar que le acompañaba habían establecido cuando derrocaron el gobierno de Rómulo Gallegos, porque la unión de fuerzas que se había creado para luchar contra Trujillo le sirvió sin cortapisas a Acción Democrática, el partido fundado por Rómulo Betancourt, que llevó al poder a Rómulo Gallegos en las primeras elecciones verdaderamente limpias que había conocido la historia del país.
A principios de 1949 empezaron a llegar a La Habana líderes sindicales y políticos de Acción Democrática que huían de Venezuela o salían de Colombia, Curazao, Trinidad. Por la capital cubana había pasado Andrés Eloy Blanco, a quien el golpe contra Gallegos sorprendió en Europa, donde estaba participando en una reunión de ministros de Relaciones Exteriores; nos tocó ir a esperarlo al aeropuerto habanero y también ir a despedirlo cuando algún tiempo después se fue a México, donde iba a morir en un accidente de automóvil; a La Habana fue a dar más tarde Rómulo Betancourt, cuya casa en el reparto Almendares se convirtió en el centro de la actividad propagandística en todo el Caribe contra la dictadura de Pérez Jiménez. A la casa de Betancourt llegaban los mensajes enviados por el movimiento clandestino de Acción Democrática, que estaba dirigido en Venezuela por Leonardo Ruiz Pineda, y de esa casa salían los mensajeros que llevaban órdenes y noticias lo mismo a los grupos de exiliados de Costa Rica o de Curazao que al propio Ruiz Pineda; de La Habana salió para Caracas, por la vía de Trinidad, Gonzalo Carnevali, que llevaba la misión de hacer contacto con militares no adictos a Pérez Jiménez y el pequeño grupo de sus
favoritos.
A la casa de Rómulo Betancourt, esa de Almendares, que era una construcción modesta adecuada para una familia de tres personas –él, su esposa costarricense Carmen Valverde y su hija Virginia Betancourt Valverde– llegamos un día del año 1951 José Figueres y el autor de este artículo a llevarle al líder venezolano 250 mil pesos cubanos, equivalentes a 250 mil dólares. La entrega de ese dinero fue ordenada por el Presidente Prío Socarrás y fue puesto en manos nuestras en el Ministerio de Educación, donde, según dijo Figueres la última vez que habló de ese episodio ante nosotros, “deben estar todavía los recibos que tú y yo firmamos”.
Cuando habló de esa manera, al lado de Figueres estaba José Ares Maldonado, que entonces era subsecretario de Interior y Policía de la República Dominicana. El episodio que contamos ocurrió en nuestro hogar, en los días del último viaje de José Figueres a la República Dominicana, que debió ser a fines de 1979 o tal vez en los primeros meses de 1980, cuando ya nadie recordaba que unos treinta años atrás se hacía mucha bulla con la existencia de un fantasma de la historia llamado la Legión del Caribe.
Fuente: https://juanbosch.org/
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