La Pobreza de las Naciones
José Figueres Ferrer
A la memoria de Bertrand Russell, el gran rompedor
de cadenas del Siglo 20. Como Lutero y como
Carlos Marx, dedicó su vida a romper cadenas mentales.
Superior, como Voltaire, no impuso nuevas cadenas.
San José, Costa Rica, C. A.
1970-1973
LA SOCIAL-DEMOCRACIA
La Pobreza de las Naciones
INTRODUCCION
LA SOCIAL-DEMOCRACIA
Imprenta Nacional, 1973. pp. 33-37.
A John Stuart Mill, tendedor de
puentes; apóstol de la solución racional.
Con muchos nombres y variaciones, las líneas generales de la Democracia Social son las que inspiran hoy, en mayor o menor grado, a todas las sociedades que llevan adelante su desarrollo económico bajo gobiernos representativos.
Cada día es más difícil usar los votos de las mayorías desposeídas para favorecer solamente a las minorías propietarias. El poder político se impone.
El pensamiento Social-Demócrata es ahora más pragmático que doctrinario. No es patrimonio de ningún partido político ni grupo de partidos, ni contiene, que yo sepa, ningún concepto esotérico.
El término Social-Democracia fue usado por Lenin y varios antecesores y sucesores, para denominar el programa que se proponían desarrollar en la Europa y en la Rusia urbana de principios de este siglo. Este programa fue también bandera política en la lucha liberadora contra el Zarismo.
El movimiento no era, ni en filosofía ni en acción, tan democrático como el fabianismo inglés y demás socialismos europeos, ni tan abiertamente dictatorial como el Partido Comunista que le sucedió.
Varios grupos importantes cambiaron el nombre Social-Demócrata por el de Partido Comunista, con motivo de la decepción que sufrieron los dirigentes socialistas europeos durante la guerra de 1914 a 1918.
Sus prosélitos se dividieron en líneas nacionalistas y pelearon por sus respectivos países, en vez de agruparse internacionalmente por clases como se esperaba.
Los Social-Demócratas que conservaron el nombre y la devoción a la libertad, han estado en el poder prácticamente cuarenta años en los Países Escandinavos, Finlandia, Holanda y otras naciones de Europa y del Pacífico Sur, desde 1969 en Austria y desde 1971 en Alemania.
En Inglaterra el Partido Laborista es heredero de las mismas ideas social-democráticas, moldeadas «a la inglesa» por los nobles filósofos fabianos. A pesar de estar más tiempo fuera del Gobierno que dentro, el Partido ha influido notablemente en la vida del país.
Los mismos Conservadores británicos, igual que los escandinavos, sostienen tesis que serían revolucionarias en más de un país nuestro.
En Alemania el viejo Partido Socialista abandonó el credo marxista en 1959 y adoptó una nueva Carta Fundamental que es tal vez el documento más importante de la Social-Democracia europea. Está en el poder en coalición, y lucha por terminar la guerra fría.
En Israel, el Partido Mapai, social-demócrata, ha sido el grupo más fuerte desde que se fundó el Estado en 1948, y gobierna también en coalición.
En toda Europa Occidental cuesta saber cuál partido es «socialista», y cuál es «conservador». Todo es cuestión de grados.
La filosofía Social-Democrática, vista a grandes rasgos y sin partidismos electorales, se ha impuesto ya o influye decisivamente en todo lo que nosotros llamamos el mundo democrático.
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Algunos latinoamericanos y algunos observadores de Norteamérica creen que los Partidos Social-Demócratas, o Populares, o de Izquierda Democrática, son los únicos exponentes en el Nuevo Mundo de esta orientación filosófica general. Este error se debe a los visibles nexos que esos grupos mantienen con la Internacional Social-Democrática europea.
Pero este pensamiento político, no bien definido ni entendido por muchas personas, es en realidad más amplio. Aparece en varios países con diversos nombres y con variantes locales, a veces en partidos electoralmente en pugna unos con otros.
Sus mayores agrupaciones en América han sido hasta ahora: el Apra del Perú, Acción Democrática de Venezuela, el Partido Liberación Nacional de Costa Rica y el Partido Popular de Puerto Rico.
Visto el cuadro americano con toda amplitud, tal vez el primer grupo social-demócrata del hemisferio fue el Batllismo del Uruguay.
La Revolución Mexicana, después de su etapa heroica, sigue hoy una modalidad propia, vigorosa, de la democracia social.
Los principales dirigentes de la Revolución Boliviana, que se halla todavía en circunstancias difíciles, son exponentes de esa misma orientación.
La Democracia Cristiana mundial, conservadora en Europa y revolucionaria en América Latina, ha llevado sin embargo al gobierno, en dos países nuestros, a dos notables estadistas de filosofía prácticamente social-democrática.
También son afines los Socialistas y los Radicales de Argentina y Chile, los Auténticos de Cuba y sus jóvenes seguidores exiliados, los Liberales de Colombia y Honduras y los Revolucionarios de varios países, entre otros grupos y nombres.
En cada país se dan explicables pugnas por el poder, mas en casi todos los partidos hay dirigentes que participan de las ideas social-democráticas de hoy. Aún los regímenes militares más recientes están mostrando una nueva preocupación social.
En Estados Unidos, el Nuevo Rumbo del Presidente Roosevelt, que acuñó la frase «Economía Mixta» y muchas otras más, fue en su tiempo el mayor propulsor de lo que ahora llamamos Social-Democracia.
Esta es hoy la filosofía predominante entre los liberales de Estados Unidos y Canadá.
Su lógica y su influencia son tales que el actual Presidente Nixon, supuestamente conservador, está tomando medidas en el campo social y en el manejo de la economía, de tinte netamente social-democrático.
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Desde otro punto de vista, la Social-Democracia no es una fórmula simple, como las dictaduras. Es difícil de entender, porque contiene preceptos éticos. Es una concepción elevada del ser humano.
La gente se pregunta: ¿Cómo va un hombre a esforzarse por el bien de todos? ¿Cómo va un empresario a pensar en algo que no sean utilidades? ¿Cómo va un trabajador a pensar en algo que no sea salarios? ¿Por qué ha de actuar nadie en «su negocio», en «su puesto», con responsabilidad social?
Olvidan algunos que tanto la democracia como el cristianismo parten de una estimación optimista del hombre; de un alto concepto de su dignidad; de una fe en su poder de superar los instintos animales ancestrales.
En medio del escepticismo de algunos, la responsabilidad social del empresario y del trabajador se están manifestando. Aparecen en más casos de los que mucha gente cree. Por otra parte, la alternativa opuesta, la no creencia en la educabilidad del hombre, sería la creencia en la eficacia única del látigo.
Con esa creencia negativa en lo económico, no se salvaría la libertad en lo político.
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He ofrecido repetir, y ya es repetición decir aquí, en resumen hasta ahora, lo que entiendo por Democracia Social. A la vez adelantaré otras ideas social-democráticas adicionales, que se desarrollan en el curso de este ensayo.
En un sentido amplio, no dogmático ni ligado a ningún partido electoral, la Social-Democracia propone:
a. Libertad Política: gobierno representativo, ceñido a la ley y a la dignidad del ser humano.
b. Economía Mixta: de propiedad en parte privada y en parte pública de los instrumentos de producción.
c. Empresa Libre: con responsabilidad social y con apoyo del Estado.
d. Planificación: con criterio de prioridades para el mejor aprovechamiento de los recursos de la ecounidad.
e. Concepto Empresarial: en vez del concepto familiar o personal de la actividad económica.
f. Adopción de estos principios: La actividad económica es una función social. El empresario y el trabajador son servidores de la sociedad. Las firmas establecidas, grandes o pequeñas, son concesionarias de la ecounidad, para el suministro de bienes y servicios; sus utilidades comprueban su eficiencia, y al reinvertirse llenan una nueva función social.
Los ahorros personales que se invierten, enriquecen la ecounidad nacional.
La Social-Democracia es una actitud humanista. Su objetivo es procurar que se satisfagan, con el trabajo de todos, las necesidades de todos, en Comida y Techo, Ropa y Trabajo, Educación y Salud; y Paz Social. Todo eso sin sacrificar la libertad.
I. El Anuncio Comercial
Vox clamantis in deserto
La Pobreza de las Naciones
LA CUESTION ECONOMICA
SECCION D: EL MERCADEO
Imprenta Nacional, 1973. pp. 229-237.
Una de las mayores paradojas de nuestro sistema económico, llamado capitalismo, es el esfuerzo que hacemos por vender las cosas. Parece que las gentes pudieran siempre comprarlas pero no sintieran las necesidades. Como si la verdadera tarea no fuera producir, sino consumir.
En la presente etapa del desarrollo latinoamericano, es casi siempre innecesario fomentar el consumo, salvo con fines de educacion o salud. Nuestros paises estan todavía en la situación económica histórica: siempre hubo mas necesidades que disponibilidades.
Sin embargo, nuestro sistema de mercadeo fomenta más y más el gasto de las classes pudientes, consumidoras de las mercaderias caras. Ese gasto las induce a recetarse una proporción lo más alta posible del producto nacional. Como resultado, a los grupos débiles no les queda ni lo indispensable.
Peor aún, fomentamos hasta el uso del tabaco, el alcohol y demás drogas estupefacientes. Al contrario de lo que algunas personas piensan, nuestros métodos de mercadeo a presión constituyen una de las presentes causas de la Pobreza de las Naciones.
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Se dice que Estados Unidos llegó en 1930, por primera vez en la historia del Homo Oeconomicus, a una situación que requería fomentar el consumo (y la inversión). Esa fue una de las medicinas que aprobo Keynes en 1930, y la explicó luego en su Teoria General en 1936.
Pero la cura no estuvo en estimular la demanda por medio de la propaganda, sino en dar a los consumidores lo que no tenian: poder de compra. Cuando el público no tiene dinero, la actividad comercial disminuye. La inversión se retrae, y la demanda total baja aún más.
Poco hubiera contribuido el anuncio comercial a solucionar la Gran Crisis, vaciando los estantes de las tiendas y disminuyendo las necesidades de la gente. Un caballo débil no necesita espuelas, sino comida.
El Nuevo Rumbo de Roosevelt puso dinero en los bolsillos de los consumidores. Giró intensamente contra lo que llamó en otro capítulo “las existencias de la Gran Bodega” [Banco Central]. Esa Bodega estaba entonces bien abastecida, pero inactiva por falta de dinero circulante.
Semejantes deben haber sido los fenómenos, guardadas las diferencias, en las anteriores depresiones económicas históricas, que comenzaron a sentirse desde el principio del siglo dieciocho.
La falta de adecuada demanda en los años 30 no fue cuestión de “comportamiento”, o “behavior”, como dicen los sociólogos. No obedeció a una práctica de ahorro excesiva, inducida por las viejas y austeras virtudes europeas. La gente en realidad quería comprar, y los bienes existían en abundancia. Pero no circulaba el dinero necesario para moverlos. Igual que varias anomalías de hoy, aquel fue uno de los tantos errores monetarios de la historia.
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La propaganda comercial solamente surte efecto (bueno o malo para la sociedad) cuando la gente tiene dinero, o crédito. Precisamente, cuando el estímulo es innecesario y a veces hasta perjudicial, como sucede con el crédito de consumo.
El anuncio busca aumentar la demanda total, a pesar de que la oferta global es casi siempre insuficiente para satisfacer las necesidades de todos. Eso causa especial perjuicio a las clases más pobres, y a la balanza de pagos internacionales.
Gran parte de la avalancha de propaganda de nuestro sistema es una actividad económica estéril, a menudo socialmente nociva. No hay peligro en nuestros paises de que las mercaderias o los servicios útiles se queden sin vender. Si eso empezase a suceder, bastaría con aumentar ligeramente los ingresos familiares más modestos, o los servicios sociales, para que pronto faltasen otra vez los menesteres.
El no subir los salarios durante los años 20, cuando se acumulaban las mercaderias, fue una causa de la Depresión que se comentó poco en aquel tiempo pero que se ha visto con mayor claridad posteriormente.
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El anuncio comercial, característico de la Sociedad de Elites, proporciona ganancias a un sector privilegiado de la ecounidad [Economía de un país], compuesto por las empresas periodísticas más prósperas y los anunciantes grandes. Generalmente no crea riqueza. Como negocio parasitario que es en gran parte, absorbe riqueza producida por las demás actividades. Solamente es útil a la sociedad en ciertos casos, como al dar a conocer productos o métodos nuevos, socialmente recomendables, o al fomentar el consumo de los productos agrícolas que están en cosecha, o en situaciones semejantes.
Las guerras de propaganda suelen ser guerras de mentiras, muy costosas, pagadas por el consumidor. Es un error del tiempo de Adam Smith, o más bien de sus neófitos de hoy, el creer que lo que es bueno para un individuo o para una empresa es automáticamente bueno para la sociedad. Con la propaganda sucede más bien lo contrario. Quita recursos de trabajo a las actividades útiles, aumenta sin justicia la remuneración de los sectores sociales a expensas de otros más débiles.
La industria del anuncio, gigantesca como se ha hecho en algunos paises con el advenimiento de la Sociedad Afluente, ilustra la contraposición entre quienes tratan solamente de acumular riqueza en su favor, aunque sea descremando la leche de todos, bajo la filosofía del dejar hacer, y quienes tienen en mente el interés general, que debe ser el móvil de toda actividad económica responsable.
Las utilidades han de ser más que nada una prueba de eficiencia, y una fuente de capitalización socialmente útil. No se puede conservar el régimen de multiples iniciativas sin la solidaridad de clases.
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El anuncio comercial fomenta la avidez de los consumidores más pudientes, y la frustración de los más pobres. Esto lo hizo ver hace dos décadas [años cincuenta] Wright Mills.
En cierto sentido, cuanto más atrasada esta la democracia, más poder ejercen las gentes de altos ingresos –ya sean ellos terratenientes, empresarios o miembros de la alta clase media-, para adjudicarse una fuerte proporción del producto nacional. Espoleados por la propaganda, especialmente extranjera, desean comprar más y más cosas, con frenesí, tal vez sin poderlas disfrutar. Para eso necesitan ganar más y más; y como el trabajo nacional no da para que todos ganen tanto, los grupos débiles tienden a recibir cada vez menos, en proporción. Así se mantiene la Sociedad de Elites.
Los sectores privilegiados llegan antes a la saciedad que a la satisfacción. Sus hijos pasan facilmente de la saciedad a la inconformidad, y luego a la anarquía.
Las naciones que se desarrollan debieran aplicar desde un principio, junto con los instrumentos de acero de la producción y del crecimiento económico, los frenos de oro de la sobriedad y la cultura.
La abundancia no es un bien cuando conduce al exceso de consumo, que es lujuria. Tal vez por eso Galbraith, tan filósofo como economista, para definer la moderna opulencia en 1958 uso el término latino “affluentia”, que da cierta idea de corriente incontrolada. Solo una sociedad austera, aunque rica, puede vivir en paz y sin angustia.
El consumo inmoderado de artículos extranjeros, cuando no se producen las divisas para pagarlos, es una irresponsabilidad que raya en el vertigo.
Platón recomendó establecer la ciudad ideal bien lejos de la costa, para que no llegasen a ella los mercaderes que van de puerto en puerto, decia, llevando con sus baratijas foráneas la lujuria, y con la lujuria el reblandecimiento del carácter nacional.
El presidente Park, de Corea del Sur, mando quemar en plaza pública los cosméticos y las baratijas de Occidente, que simbolizan el consumo irresponsable y la incontinencia de las minorías privilegiadas.
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Tengo fe en que la sociedad norteamericana, cuna del anuncio desbordado, mostrará suficiente elasticidad para salirse de esta era de insania social, como salio ayer de la catástrofe económica y emocional de los años 30, como ha sobrevivido la discriminación racial, y como sale hoy de la frustración espiritual en que la ha sumido la cruzada de Vietnam.
Se siente en Estados Unidos el malestar de varias generaciones que ven sus metas idealistas alejarse más cuanto más se esfuerzan en alcanzarlas. Todos los problemas del dia, la discriminación, la balanza de pagos, la polución, la guerra innecesaria, la inflación, son difíciles de analizar serenamente en una atmósfera de propaganda de consumo que penetra hasta el último rincón de la consciencia.
Algunos fabricantes sienten ya el nacer de una era que no permitirá más las grotescas mentiras sobre las supuestas virtudes de sus artículos.
Ya se logró al menos prohibir en la televisión la propaganda del tabaco y el licor. En el país de la libertad empresarial supuestamente ilimitada, eso ya es un paso de sobrevivencia nacional.
Resulta insoportable en nuestro tiempo el ensordecedor repique de campanas que, para sacarnos el dinero del bolsillo, por mania, nos llaman sin cesar, no al templo adusto de Minerva, ni al retiro piadoso de Francisco el Ermitaño, sino a la piara voluptuosa de Epicuro.
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Puede ser explicable que una sociedad civilizada tolere la venta pública de artículos nocivos para la salud física o espiritual. Digo que puede ser explicable, porque lo contrario, prohibir su consumo, podría traer males mayores, como la limitación de la libertad y el incentivo a la infracción de la ley.
Pero permitir que se use un medio penetrante de formación de hábitos como el anuncio, para inducir a la gente a que corra los riesgos del licor, el cigarrillo y demás drogas, cada día más señaladas como letales por la ciencia, me parece inconcebible.
El día vendrá en que las salas de los museos exhiban, como vestigios de épocas pasadas, junto a las armaduras y lanzas del Medioevo, unos cuantos ejemplares monstruosos de la edición dominical de los diarios metropolitanos de hoy.
Se venden en nuestro mercado artículos cuyo mayor “costo de producción” es el anuncio. Nada mas absurdo.
Hace poco, una gran firma farmaceutica encargó a su agencia de publicidad diseñar una campaña de propaganda ingeniosa; y luego que prepare un producto que más o menos respondiera a la campaña.
Esa práctica viciada se comento sin protesta, casi con elogio, en las revistas de mayor circulación, que son portavoces de la Sociedad de Elites privilegiadas. Eso se llama capitalismo sin riendas. Descremar la leche sin el trabajo de alimentar la vaca: acumular una porción injustificada del producto del trabajo nacional en una clase; la clase de los periódicos y otros medios de publicidad, y los anunciantes prósperos.
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¿Quienes pagan los anuncios comerciales? Los consumidores. ¿Quienes pagan los impuestos fiscales? Los contribuyentes, que son los mismos consumidores. Todos formamos la ecounidad [economía] nacional.
Pues bien: la ecounidad costarricense, pobre como es, gasto en anuncios comerciales en 1972 algo más de ¢70 ($ 10.5) millones. En el presupuesto anterior, el Ministerio de Salud Publica gasto ¢19 ($ 2.85) millones. El Ministerio de Trabajo y Protección Social, ¢7 ($ 1.05) millones. La Asamblea Legislativa gastó ¢7 ($ 1.05) millones. El déficit de la Universidad de Costa Rica, que ocasionó manifestaciones de protesta en aquel año, no llegaba a ¢15 ($ 2.25) millones.
Tomen nota de eso los estudiantes. Tal vez una generación venidera, aprovechando alguna conmoción de importancia, podrá dar la batalla, por ahora difícil y hasta frustrante, contra la estulticia del anuncio comercial en la sociedad contemporanea de Occidente.
Uno de los mayores desperdicios del anuncio es la capacidad empresarial de los hombres y mujeres que a esa industria se dedican. Empresarios, escritores, artistas, sicólogos y sociologos, desaprovechan su preparación y su aptitudes, contribuyendo más bien a deformar los hábitos del público. Si se dedicaran a trabajos útiles a la sociedad, aportarían una gran contribución.
¿Que sucedería en ese caso a las empresas periodisticas, o de radio y televisión, que viven de los anuncios, y peor aun, a las que realizan su negocio afeando el paisaje y provocando accidentes en las carreteras? Y, pregunto yo, ¿que sucedera a quienes se ganan la vida vendiendo marihuana a los adolescentes, si las leyes llegan a ser efectivas?
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En muchos campos los órganos informativos prestan imprescindibles servicios sociales. El público tendrá que pagar siempre esos servicios como ahora tiene que pagar sus perjuicios. Pero los debiera pagar por otros medios, y no como ahora, por medio del anuncio comercial, que viene a ser un recargo en los precios de los menesteres, con efectos malsanos.
Todo esto es tan ilusorio de momento como el desarme universal. Pero una sociedad que no analiza sus males, por insolubles que parezcan, no va bien orientada. El dicho es viejo pero sabio: Si quieres subir, dirige tu carro hacia las estrellas.
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Algunos argumentan (y para todo hay argumentos) que no es fácil definir la utilidad o perjuicio social de un negocio, en este caso el negocio del anuncio. ¿Quien decide cual actividad económica es deseable y cual no?, se preguntan.
La verdad es que la sociedad de hoy esta lejos todavía de poder vivir filosofando. Hasta quienes somos inclinados a filosofar, tenemos que filosofar viviendo.
Repito un cuento que oi una vez a un predicador de la Ciencia Cristiana: Un señor contrato a un labriego para que desyerbara su huerto de fresas. Supongo que tu conoces las diferentes yerbas que debes arrancar, le dijo: No señor, no las conozco, replicó el trabajador. Pero no se preocupe usted: conozco bien las fresas.
III. La empresa y el Estado
La Pobreza de las Naciones
LA CUESTION ECONOMICA
SECCION A: OBSERVACIONES GENERALES
Imprenta Nacional, 1973. pp. 161-162.
Nótese que llamo empresa, o empresario, a toda entidad o persona que produce bienes o servicios para el uso de otros.
Nada tiene que ver el carácter empresarial con el tamaño de la unidad productiva. La finquita y la pequeña pulpería son empresas, porque no sirven solamente a su «dueño» o a su familia, sino también al público. El almacén y la hacienda son empresas porque son entes de producción o distribución de mercancías. Las grandes compañías son empresas porque representan el moderno ordenamiento del ahorro capitalizado por muchos ahorrantes, con fines de producción.
En las ecounidades* desarrolladas que mantienen la propiedad pública y la propiedad privada o empresarial de los medios productivos, desde Suecia hasta el Japón, cualquiera que sea su sistema político, detrás de cada empresario, grande o pequeño, está el Estado dándole sostén. No se considera allí indebido que el Estado ayude a un «productor particular», puesto que es un servidor social.
En el Japón de posguerra, los bancos nacionales prestan a algunas empresas hasta el 80% del total de su inversión, a veces sin vencimiento. En Europa, la Ericksson, compañía de accionistas, es mirada como un brazo del gobierno sueco y la Phillips como una extensión del gobierno holandés. En Estados Unidos, el Eximbank ( Banco del Estado ) financia la exportación de locomotoras eléctricas sin que a nadie se le ocurra acusarlo de favorecer a los dueños de la General Electric, o a su presidente. En todos los países adelantados, ayudar a una empresa productora de utilidad social, grande o pequeña, es ayudar a la ecounidad nacional.
Entre nosotros no se entienden todavía los papeles de la empresa y del Estado en el proceso económico. Aún se considera al productor como un simple buscador de lucro personal o familiar. Así se considera también el productor a sí mismo. Por importante que sea su actividad, se le sigue llamando «privada», cual si estuviera desconectada del interés general de la nación.
Repito una vez más: empresariales son las actividades que producen bienes o servicios para el uso del público, en grande o en pequeño, y por tanto necesitan y merecen el apoyo del Estado. Privados son los asuntos de la persona, la familia y el hogar, para los cuales las obligaciones del Estado son distintas.
Aún los conocedores de teoría económica debieran tener más a menudo presente el principio fundamental de la economía Social-Democrática: la actividad económica es una función social. Debe ser apoyada y regulada por el Estado.
Notas:
* Ecounidad: la palabra «economía», como la palabra «cultura» y muchas más, ha adquirido con el tiempo numerosos significados. A veces la economía es el ahorro, a veces es una ciencia. A veces significa el conjunto de bienes económicos de un país, como en la frase «la economía nacional». Para esta última acepción hace falta un término sustituto más preciso, que se use en vez de «la economía» de un país. Varios años atrás, en rueda de compañeros de estudio se me ocurrió la voz «Ecounidad» (en inglés «Ecounit»), para significar lo que a veces llamamos la «economía» de la nación. El nombre Ecounidad resulta especialmente útil en los estudios sobre el comercio internacional, pero es también expresivo al tratar de asuntos internos, como las relaciones del empresario con la «economía total del país», o sea la ecounidad. (Tomado del glosario de la obra).
VIII. La Traslación de la Pena
La Pobreza de las Naciones
LA CUESTION ECONOMICA
SECCION H: LA INFLACION
Imprenta Nacional, 1973. pp. 331-332.
La política de crear desempleo para mantener la estabilidad monetaria es un ejemplo flagrante de lo que llamo Traslación de la Pena.
Si los precios de los víveres suben, indicando que no hay comida abundante para todos, hagamos que algunos no coman, en vez de disminuir lo mucho que otros comen. O, peor aún, en vez de aumentar el producto para todos. Quienes toman las decisiones restrictivas no serán, por supuesto, quienes queden sin comer. Serán otros. La pena se traslada a los más débiles.
En los años de malos precios del café, muchos productores pequeños y medianos siguen mostrando prosperidad. Mientras el Inspector de Trabajo no llegue, pagan la mitad del Salario Mínimo Legal, y el negocio sigue siendo bueno para ellos. Es un buen negocio la Traslación de la Pena.
Algunos banqueros son gentes pragmáticas. Hablando de las divisas, dicen y repiten: no nos engañemos; si damos crédito, los patronos colocarán trabajadores; los trabajadores recibirán dinero, y comprarán algunos artículos extranjeros: un machete Sollingen, un radio japonés, una lata de sardinas Sirena. Eso hará escasear los dólares que otros necesitamos para la gasolina. Por lo tanto, no se debe dar crédito.
El consejo técnico es “evitar la inflación”. Quien dice la frase, sin darse cuenta de que sirve a las Elites, pasa por persona entendida. Casi nadie sabe lo que es inflación aunque todos la sufrimos todos los días en todos los países, en parte como consecuencia de las medidas destinadas a combatirla. Hay remedios que empeoran las enfermedades.
Si quienes opinan por el crédito bajo tuvieran que pagar un impuesto alto para el seguro de desempleo, quizás opinarían diferente. Repartir la pena entre todos, en vez de trasladarla a los más débiles, es “socialismo”, o es “inflación” o “crea desconfianza”.
Las penas pueden venir de afuera, de adentro, o del cielo. Eso no importa. Lo importante es que no queden donde caen primero, en las clases pudientes. Lo importante es la Traslación de la Pena.
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