LIBRES DEL TEMOR Y LIBRES DE LA MISERIA
FRUTO DE UNA VICTORIA MILITAR
Presbítero Dr. Benjamín Núñez Vargas
Mensaje pronunciado por radio en los días de la victoria,
en funciones de Capellán del Ejército de Liberación Nacional,
y publicado en La Prensa Libre, el 27 de abril de 1948.
La aspiración de un combatiente
«Yo he venido a pelear a fin de que, cuando ganemos, yo pueda vivir con mi familia una vida más decente y más cómoda».* Esto me decía un obrero de edad madura, mientras hacía guardia entre la neblina. en uno de los cerros de «El Empalme», con el máuser entre las manos y el corazón en su hogar.
Como este soldado, todos los demás combatientes de «El Empalme» y El General, de El Tejar y Santa Elena, comprendían que el objetivo integral del sacrificio nacional rebasaba la estrecha esfera, por valiosa que ella fuera, de defensa del resultado de una elección popular.
Fuimos a la montaña a hacer respetar la voluntad del pueblo no sólo en lo que se refiere al orden electoral. Queríamos hacer respetar también sus aspiraciones en el orden económico-social. La victoria, que estamos celebrando, perdería su verdadero valor si creyéramos que se trata tan sólo de una victoria electoral. Se trata de una victoria de un pueblo en sus aspiraciones tanto de libertad como de justicia. Es la victoria de un pueblo que, desde hace mucho tiempo, venia pidiendo a gritos, inútilmente, una patria libre del temor y libre de la miseria.
Cuando fue designado para guiar al pueblo en su lucha cívica contra los atropellos electorales, don Otilio Ulate, comprendió bien la extensión del mandato de liderar a los costarricenses en la lucha por sus aspiraciones, tanto de carácter cívico como también de carácter social, de los costarricenses. A través de múltiples declaraciones por la prensa y por la radio, y desde la tribuna pública, don Otilio fue elaborando un pensamiento político tan amplio que incluía esas aspiraciones, en el terreno cívico y en el terreno social. Largo sería resumir, en este momento, los puntos de vista de don Otilio sobre la cuestión social y sobre las soluciones a los problemas sociales más urgentes: la clase trabajadora fue comprendiendo que al lado de la lucha cívica se forjaban planes para una lucha por el bienestar social.
Una noche tuve la satisfacción, en mi calidad de dirigente de un movimiento sindical obrero, de escuchar una frase pronunciada por don Otilio, que era un reto lanzado por un hombre público a un conjunto de intereses egoístas, mezquinos, que han retardado siempre la hora de la justicia para las inmensas mayorías. Dijo don Otilio al grupo de sindicalistas que le rodeábamos: «El gobierno futuro que asuma la oposición no será un gobierno al servicio exclusivo de los intereses capitalistas. Sólo un gobernante estúpido puede pensar en echar marcha atrás en las corrientes sociales modernas». Quedaba, por tanto, incorporado dentro del programa de un partido, como promesa de gobierno, el propósito fundamental de que el Estado coordinara las energías vitales del país, hacia las soluciones de los pavorosos problemas sociales, que se traducen en desnutrición, falta de vivienda, falta de cultura y falta de seguridad económica para la mayoría de los costarricenses.
La Guerra Civil es lucha por la justicia
Cuando el grito de rebeldía nacional en defensa de la dignidad ciudadana resonó en los cerros que bordean la Carretera Interamericana Sur, ese grito proclamo una lucha, de reivindicación cívica, y una lucha de reivindicación económico-social. Es necesario establecerlo con claridad: la lucha se emprendió no sólo por la dignidad ciudadana. Esa lucha se emprendió y se libró por la dignidad humana. Era un enjuiciamiento, que tenía que llevar a la liquidación de un sistema político, que había atropellado ferozmente a los ciudadanos en casi todos los rincones del territorio nacional y había violado desvergonzadamente la libertad electoral. Pero esa lucha era también un enjuiciamiento, para liquidarlo, de un sistema económico que había explotado al pueblo y defraudado sus legítimas esperanzas de bienestar. Por eso, porque representaba al alma atormentada de Costa Rica, fue que el Movimiento Revolucionario adqurió una mística y una fuerza incontenible que, desde el principio, le aseguró el favor de Dios, el apoyo del pueblo y la victoria final, don José Figueres, el líder visionario de la Guerra de Liberación Nacional, en su «Segunda Proclama de Santa María de Dota», señalo que la gesta heroica no solo tenía un objetivo de reivindicación cívica, sino también un objetivo, que adquiría una mayor profundidad histórica, de lucha por el bienestar del mayor número. *
Fuimos a la montaña a raíz y con ocasión de una grande estafa cívica. En la montaña tomamos el pulso de una patria en agonía. Escuchamos un mundo de lamentos y de dolor. Percibimos la miseria que ha hecho presa el pueblo de Costa Rica. Nos decidimos todos a rubricar, con la sangre caliente y redentora de nuestros compañeros de lucha, con la de nuestros enemigos y con la nuestra propia si era necesario, el juramento de fundar una República consagrada a la dignidad cívica y a la dignidad humana, a la libertad del temor y a la libertad de la miseria, al civismo y a la abundancia para todos, a la Justicia y a la libertad.
Entre los fragores de una lucha armada, fue adquiriendo contornos de fuego y fondo de acero el ideario social, que el jefe de la oposición nacional había delineado durante la campaña política, como expresión de la decisión popular en el campo cívico y en el campo económico.
Por el bienestar del mayor número
Todos y cada uno de nosotros, partiendo de ese propósito, fuimos agregando algo a un programa de gobierno que, en nombre de nuestros muertos queridos y en virtud de la victoria final, venimos decididos a exigir y realizar.
Ese programa social se expresa, según el Señor Figueres, en una forma muy sencilla: el bienestar del mayor número. *Ese bienestar pide que los bienes que nuestro país tiene y puede producir, sirvan para la satisfacción de las necesidades humanas de todos los costarricenses. Ese bienestar exige que las actividades de carácter económico no se inspiren, exclusivamente, en el afán desmedido del lucro a favor de unos pocos, con perjuicio de la necesidad vital de otros muchos. Ese bienestar exige que el mundo económico esté orientado con un espíritu de servicio hacia las necesidades fundamentales de todos los costarricenses. Ese bienestar pide que se cumpla la exigencia cristiana de que los bienes creados por Dios sirvan para el uso de todos los hombres. Ejecutar ese plan divino es la más noble aspiración que el Movimiento de Liberación Nacional se ha comprometido realizar en nuestra patria, a la faz de tantos muertos.
Sería criminal defraudar la justicia
Algunas personas se han servido indicarnos que es peligroso enunciar estos postulados que acabo de enunciar. Creen esas personas que, al descubrir nuestro ideario social, corremos el peligro de atraernos la enemistad de muchos ciudadanos que, aunque están dispuestos a aceptar las llamadas libertades políticas, se resisten a ordenar de tal manera sus actividades económicas que se aseguren las libertades económicas del pueblo.
Nosotros nos vemos forzados a disentir del parecer de tan prudentes consejeros. El pueblo tiene el derecho de exigir que se le diga ya, si la lucha que con tanto dolor ha emprendido, fue solamente para asegurar el respeto al sufragio electoral o si esa lucha se enderezaba también a un fin más amplio, que era asegurar una vida mejor para ciudadanos mejores.
Creemos que seria criminal que después de tanto dolor, de tanta angustia, de tanta sangre, de tantos sacrificios, que ha sufrido nuestro pueblo en los frentes de batalla y en los frentes domésticos, el pueblo deba continuar viviendo en la miseria material y en la miseria espiritual.
¡No y mil veces no! No podemos defraudar las esperanzas de los pueblos con una mentira política bañada en sangre de costarricenses.
¡No!, no podemos sustraernos a la mirada fija y enjuiciadora de los muertos y los heridos, y de los ojos llenos de lágrimas de tantas madres, de tantas esposas. de tantas hermanas y de tantas novias.
No podemos sustraernos el destello fulgurante de los ojos de tantos niños desvalidos y desnutridos, que están reclamando a los hombres de hoy una patria mejor, libre de miseria y libre de temor.
¡No es posible que tantos muertos hayan muerto en vano!
En nombre de esos muertos, del uno y del otro lado, y en nombre de Dios, declaro, en esta noche, criminal a quienquiera que, por cualquier consideración mezquina y egoísta, trate de burlar la sangre derramada y traicionar la causa justa de un pueblo sufrido.
A encarar responsabilidades con fe en el hombre
¡La hora es grave! Las responsabilidades son claras. Los recursos nacionales suficientes. Falta que las energías humanas se reúnan y tiendan, como impetuosa corriente, a una cita con la historia, que señala la hora de la justicia como la hora undécima para el establecimiento de la paz.
La guerra impuso una serie de sacrificios. Con una altura de pensamiento y una nobleza de corazón que ha asombrado al país, respondieron todos sin distinción de clase. El aspecto sublime de abnegación que el país ha dado, nos permite creer en la bondad humana y tener fe en el hombre. Se ha alcanzado la primera etapa de una gran lucha.
Estamos ahora abocándonos a la segunda etapa de esa lucha. Para esa segunda etapa se requieren, aún en mayor grado, las virtudes colectivas que fueron el secreto del éxito de la primera etapa. Necesitamos que nadie deponga su espíritu de lucha, que nadie deponga su espíritu de sacrificio, que nadie deponga su espíritu de abnegación, que las energías coordinadas de todo un pueblo, sobre todo de los sectores privilegiados, se mantengan en tensión al servicio de las necesidades de todo ese pueblo.
Así como la guerra planteó ante los costarricenses una emergencia de carácter nacional impostergable, que exigió todos los sacrificios, la paz nos viene a plantear otra emergencia nacional impostergable e ineludible: la emergencia de la miseria de nuestro pueblo.
Hemos bajado de las montañas decididos a afrontar esa emergencia con la misma decisión con que afrontamos la guerra. Ni un paso atrás en la lucha contra la injusticia que produce la miseria. Tal la consigna que como testamento recibimos de nuestros queridos muertos. Todos a la obra de la redención nacional, a la obra de la libertad económica y cívica, a la obra de la dignidad humana, a fin de que tanto muerto no haya muerto en vano.
* Mensaje del autor, en funciones de Capellán del Ejército de Liberación Nacional de Costa Rica, pronunciado por radio en los días de la victoria, y publicado en La Prensa Libre, el 27 de abril de 1948.
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