Los ‘mariachis’ y la huelga de 1947
Por David Díaz Arias
Hacia julio de 1947, cuando se produjo una tremenda huelga, Costa Rica ya se encontraba irreconciliablemente dividida en dos grupos que escalaban hacia la violencia a veces ciegamente: los llamados “calderocomunistas” (partidarios del gobierno) y la Oposición.
La “huelga de brazos caídos”, como se llama a ese evento, comenzó como una reacción de la Oposición a la fuerza policial.
La huelga fue planificada por varias bandas de muchachos oposicionistas que se desenvolvían en Cartago. Para mediados de 1947, esos jóvenes solían salir de noche a las calles cartaginesas para promover la desobediencia e incitar a pelear a los vanguardistas (comunistas o partidarios del Partido Vanguardia Popular, PVP).
El grito común de esas bandas era: “¡Queremos sangre comunista!”. El nombre que se pusieron para combatir fue el de “la Resistencia”.
Hacia junio de 1947, la policía no había reprimido a esa pandilla porque el comandante del cuartel de Cartago, Fernando Segreda Castro, era partidario de la Oposición. Sin embargo, Segreda Castro fue obligado a dejar su puesto, lo cual hizo que las nuevas fuerzas policiales, venidas desde San José, se enfrentaran a “la Resistencia”.
Contrario a Segreda Castro, el nuevo comandante nombrado para dirigir el cuartel de Cartago, Víctor Vaglio, era calderonista y no iba a tolerar ningún tipo de desobediencia civil. No es extraño, por esto, que la actitud del nuevo comandante de Cartago fuera calificada de “arbitraria” por el Diario de Costa Rica, partidario de la Oposición.
Empero, las acciones de Vaglio tuvieron éxito y sirvieron para que la fuerza pública recuperase el control sobre Cartago, pero también para que los jóvenes oposicionistas reaccionaran diciendo que debían “luchar por la libertad”, como contó uno de esos jóvenes en 1948.
Inicio
El 20 de julio, después de haber atacado con furia a unos comunistas que gritaron “¡Viva Calderón Guardia!”, un grupo de jóvenes de la Oposición se enfrentó a la policía. Más tarde, La Tribuna , diario procalderonista, denunciaría que reconocidos dirigentes oposicionistas habían repartido licor entre sus seguidores.
En el barrio El Carmen de Cartago, los ulatistas trataron de tomar ventaja de las fiestas patronales para apoderarse de las calles y alborotar a la población. De allí se trasladaron al centro de Cartago, donde se liaron en una lucha contra los calderonistas.
Una vez que la policía intervino, los jóvenes ulatistas se enfrentaron con ella. Armas y blackjacks eran utilizados por los dos grupos.
La hora en la que se producía la pelea era la de la salida del cine y, por tanto, quienes venían saliendo de ver una película, de repente se vieron inmersos en una batalla campal de la que participaron con base en su identidad política y vecinal.
La policía, jóvenes oposicionistas, reconocidos calderocomunistas y ulatistas se dieron golpes, garrotazos y balazos unos contra los otros. De repente, la policía utilizó gas lacrimógeno para confundir a los oposicionistas, pero lo que logró, en unas calles repletas de gente, fue herir a personas inocentes que se mezclaban con los rebeldes.
El 21 de julio, Cartago lucía como la escena de una ciudad después de una gran catástrofe. Una noticia alborotaba la ya difícil situación política: los empresarios cartagineses que apoyaban a la Oposición se habían declarado en huelga.
En San José, dirigentes y partidarios oposicionistas organizaron una gran marcha cerca del Diario de Costa Rica para respaldar a sus compañeros de Cartago. El presidente Teodoro Picado le recordó a Otilio Ulate que, de acuerdo con el Código Electoral, las manifestaciones políticas estaban prohibidas, pero Ulate respondió culpando al presidente por las acciones de la policía en Cartago.
El 23 de julio, el Diario de Costa Rica comunicó con un gran encabezado que la Oposición había declarado una “huelga general de brazos caídos” en todo el territorio nacional. Los calderonistas y vanguardistas vieron una huelga de patronos en ese movimiento.
En San José, los bancos y los establecimientos comerciales se sumaron al movimiento. Picado no reconoció la huelga como legal y más bien la catalogó como una acción subversiva.
Violencia
A pesar de que los dirigentes de la Oposición llamaron a sus seguidores a hacer una huelga pacífica, el movimiento se volvió profundamente violento desde el principio. Tan solo dos días después de que se iniciase la huelga, la prensa reportaba ocho muertes como resultado de las luchas callejeras y las manifestaciones en Cartago y San José.
Las casas que se identificaban por pegar propaganda política en sus paredes o ventanas se convirtieron en el blanco de la agresión de partidarios que les lanzaban piedras al amparo de la noche.
En un intento de intimidar a la Oposición, el 24 de julio, el PVP empezó a desplazar hacia San José –en palabras de la prensa oposicionista– “negros y muelleros comunistas” que procedían del Caribe del país con el objetivo de vigilar las calles de la capital.
El Diario de Costa Rica hizo mofa de esos trabajadores y se burló de sus características étnicas y sociales al llamarlos “descamisados”, “descalzos”, o simplemente, “gente negra”. Tal actitud no era una sorpresa y más bien reproducía el racismo de la Costa Rica del Valle Central.
También los llamaron “mariachis” por el tipo de indumentaria que debían utilizar para afrontar el frío de San José. Nació así un mote que se extendería a todos partidarios de Calderón Guardia.
Durante el día, grupos de ulatistas chocaban con la policía y los vanguardistas. Los ulatistas luchaban por mantener los establecimientos comerciales cerrados, mientras que el gobierno contraatacaba publicando propaganda que deslegitimaba la huelga o la consideraba como un fracaso de la Oposición.
La violencia estaba por todos lados; diariamente, la prensa reportaba tiroteos y heridos en distintas ciudades y pueblos del país. El Diario de Costa Rica acusaba a Picado de “masacrar” a la población, y el presidente advertía a los empleados estatales que perderían sus puestos si apoyaban la huelga.
Los rumores –o «bolas»– sobre acontecimientos falsos o exageraciones de sucesos reales se esparcieron hacia todos los puntos cardinales y alarmaron a la ciudadanía que vivía en la capital.
El 28 de julio, la huelga alcanzó la forma de una revuelta en San José. Un par de días antes, el Partido Republicano Nacional (PRN) publicó un manifiesto en el que advertía sobre las consecuencias de rehusar vender alimento a quienes lo necesitaban.
Ese día, el Partido Vanguardia Popular había organizado una manifestación para protestar contra la huelga, pero el presidente Picado le prohibió desfilar por las calles. Durante la tarde, diferentes grupos se reunieron en varios puntos de la capital y se lanzaron a atacar y saquear las tiendas cerradas.
La Tribuna identificó a los revoltosos como “gente humilde” y como “ulatistas”. Manuel Mora rechazó que vanguardistas hubieran participado en el caos, mientras que el Diario de Costa Rica comparó el suceso con el que había ocurrido el 4 de julio de 1942, y afirmó que había sido provocado por las brigadas calderocomunistas.
Según ese diario, la “chusma” había gritado “Viva Calderón Guardia” y “Viva Vanguardia Popular” antes de comenzar a destruir los edificios. En su furia, la multitud atacó un almacén, una farmacia, varias cantinas, un par de despachos y algunas pulperías.
La mayoría de los edificios atacados pertenecían a reconocidos miembros de la Oposición, pero algunas tiendas de calderonistas también fueron destruidas. La prensa reportó siete heridos y un muerto como producto del alzamiento.
¿Fin?
En los días siguientes, a pesar de que la Oposición y Picado intentaron negociar, la huelga y la violencia continuaron. El 31 de julio, un grupo de mujeres de la Oposición publicó un anuncio por el que invitaba a todos los “hombres y mujeres dignos” a rezar y a movilizarse si el gobierno no aprobaba “garantías iguales para todos los costarricenses”.
De acuerdo con el Diario de Costa Rica, a las 9 de la mañana del 2 de agosto, día de la Virgen de los Ángeles, alrededor de ocho mil mujeres se reunieron en la Catedral Metropolitana y de ahí caminaron hasta el Parque Nacional para entregarle sus demandas a Picado.
Las mujeres esperaron la respuesta en el parque, y allí les llegó la noche hasta que fueron dispersadas por tiros. Al día siguiente, Picado, el PRN y la Oposición llegaron a un acuerdo. Este contrato, conocido como “Pacto de honor”, dio por terminada la huelga.
Básicamente, los distintos grupos políticos accedieron a aceptar los resultados de las elecciones presidenciales de 1948, cualesquiera que fueran. Una vez que el ganador electoral fuese declarado, el presidente en ejercicio debía entregarle el control de las fuerzas militares.
Además, el presidente se comprometió a no tomar represalias contra los huelguistas. Finalmente, después de ocho días de violencia y encontronazos, se declaró una tregua política. Los líderes de la Oposición consideraron el pacto como un triunfo.
– Exdirector del Posgrado de Historia de la UCR. Este texto forma parte de un libro que está en preparación.
Fuente: La Nación
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