Los recuerdos quebrados del 48

Mariachi

Figuras carnavalescas traídas por el Gobierno para asustar a la ciudadanía —Se les conoce por los motes de «mariachis», «apóstoles» o «cobijados»— Provocaron hiladridad.

Los recuerdos quebrados del 48

Isabel Gamboa Barboza

Boletín AFEHC N°44, publicado el 04 marzo 2010, disponible en: http://afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=2368

De cómo vivieron, hombres y mujeres pobres, habitantes de zonas rurales de Costa Rica, las guerras de los años 1948 y 1955, trata el trabajo que usted se dispone a leer. Se interesa sobre todo por las representaciones y los sentimientos que dichos acontecimientos causaron a estas personas. Como resultado del análisis de las entrevistas en profundidad que se les hizo, puede sugerirse que se da una relación entre guerra y pobreza al menos en dos sentidos; uno metafórico, en tanto la vida misma se vive como una guerra, y otro concreto, por cuanto la guerra trajo para ellas y ellos vivencias y consecuencias, materiales y emocionales, que se ubican en el plano de lo que ha dado en llamarse, la realidad real.

Fecha: Marzo de 2010

Las críticas de María Flórez-Estrada Pimentel me hicieron ver imprecisiones y ambigüedades que he intentado corregir. Mi reconocimiento también a Silvia Molina Vargas y Pablo Rodríguez Solano, estudiantes de la Maestría de Historia de la UCR, por la transcripción de las entrevistas. Marcelo Gómez Bravo realizó, desinteresadamente, la corrección ortográfica y de estilo de las entrevistas.

Sobre la investigación

Conocí a las personas de las que hablo acá en el período comprendido entre agosto del año 2006 hasta diciembre del 2007, a propósito de una investigación que hice, titulada: “Pobreza durante el siglo XX y XXI: vivencias y representaciones de hombres y mujeres de zonas rurales(1)”, con la que buscaba conocer las experiencias sobre la pobreza de cinco mujeres y cinco hombres habitantes de zonas rurales costarricenses, mediante un análisis cualitativo de sus entrevistas en profundidad. Para elegirlas, consideré que fueran nacidas, como máximo, durante el segundo cuarto del siglo XX, que estuvieran lúcidas, y que se asumieran como pobres(2). Los resultados de la investigación incluyen algunos ensayos, fotografías de ellas y ellos, y dos archivos de las entrevistas, uno oral y otro impreso, que pueden ser usados por personas interesadas(3). Asimismo, una selección de fotografías ampliadas y una transcripción e impresión de sus entrevistas, será devuelta a quienes participaron dando sus testimonios. Esto, con el interés de equilibrar, aunque sea un poco, la relación de poder que, como afirman Borzeix y Maruani, conlleva toda historia oral(4).

Las entrevistas trataron en profundidad el tema de la pobreza, sin dejar de hacer espacio a otros asuntos. Este ensayo presenta uno de los que, sin ser principales, se contemplaron durante los encuentros: todas sus referencias sobre experiencias, sentimientos y significados de las guerras del año 1948 y del 1955.

Para el análisis de las transcripciones de las entrevistas seguí, de manera libre, el análisis de discurso, expresado, aunque no de forma lineal, en este procedimiento: lectura general del material para la clasificación preliminar de las categorías; segunda lectura para la clasificación definitiva de las categorías; sistematización axial, incluyendo la recuperación de los principales hallazgos encontrados, de acuerdo a las categorías elegidas; finalmente, análisis de las representaciones contenidas en los discursos(5).

La investigación fue desarrollada a partir de los planteamientos de la historia oral con el interés de cuestionar la predominancia del paradigma positivista en las ciencias sociales, y de favorecer la democratización del conocimiento en tanto escucha de las palabras directas de las personas a investigar(6).

En términos generales, la historia oral se propone problematizar las fuentes escritas, confrontando lo hablado con lo escrito, y descubrir las diferentes maneras en que las personas y los grupos viven los acontecimientos(7). Del mismo modo, dichas fuentes facilitan el acceso a información privada que difícilmente se localiza en documentos escritos(8).

Lo anterior es relevante sobre todo si consideramos que las personas que “hablan” aquí no pertenecieron a grupos que la Historia ha colocado como protagonistas directos de estas guerras; es decir, no integraron la élite de ninguna de las agrupaciones políticas que canalizaron estos actos. En términos hermenéuticos, la importancia de las fuentes orales está dada porque el archivo se construye entre quien entrevista y quien da la entrevista(9), pudiendo con ello desacralizar el conocimiento en cuanto, como asegura Acuña: “Tener la capacidad de recordar es tener determinados recursos de poder y responde a determinadas necesidades de identidad(10)”.

Baste ahora con decir que mi esfuerzo ha sido tratar de contar, con la mayor coherencia y creatividad de las que he sido capaz, evitando los academicismos, lo que estas personas vivieron en torno a los eventos bélicos, en el entendido de que sus narraciones tienen el valor como memorias y no verdades absolutas. Esto es, en su carácter de “tiempo personal(11)”, desde el cual se ofrece una narración que, como dice García-Nieto: “[…] realiza una percepción selectiva del pasado, que modela su visión del mundo y de los comportamientos humanos, y a su vez narra los hechos, muchas veces a partir de una cronología propia(12) […]”

En consecuencia con ello, he decido presentarlas de manera individual, con el deseo de que sus historias personales se conserven lo mejor posible. Además, transcribí todos sus relatos sobre la guerra, unos brevísimos y otros extensos; consideré algunos aspectos específicos de sus vidas, que ellas y ellos señalaron como fundamentales; y anoté los apellidos de cada una, en acuerdo con la afirmación de Lejeune de que, al omitir el nombre de las personas entrevistadas, al tiempo que se respeta su intimidad, se les despoja de sus testimonios(13). Mi ánimo ha sido transmitir sus vivencias como lo que son: historias personales para leer, pensar y recordar(14).

He completado con algunas anotaciones sobre lo ocurrido durante las entrevistas, con el afán de que resulten útiles, metodológicamente, para las personas que deseen trabajar con fuentes orales.

Uno de los hallazgos principales del trabajo es que la guerra – desde el recuerdo o el olvido – es metaforizada como la lucha que para estas personas ha implicado la vida misma. Es decir, la guerra como guerra de vida.

A manera de recordatorio, señalar que las personas entrevistadas crecieron en una época en la cual la cultura costarricense se transformaba rápidamente; en lo político, mediante las luchas y las reformas electorales que resultaban generalmente después de algún fraude; en lo social y ya en la década de los 40, con el logro de las reformas sociales que incluyeron la creación de la Universidad de Costa Rica (UCR), de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y las Garantías Sociales; en lo cultural, con el surgimiento del movimiento sufragista. Entre otras cosas. También fue un tiempo, a partir de 1919, de un marcado discurso de pureza racial, en los intelectuales liberales(15).

El olvido de doña Cira

A doña Cira(16) la entrevisté en la casa de su hija, situada en Hato Viejo de Santa Cruz, Guanacaste. Me recibió, rodeada por casi todas sus hijas y algunas nietas, sentada en una mecedora en el corredor de la casa. En el pequeño patio se veían las gallinas y unos pocos árboles frutales “para el gasto(17)”. También un automóvil comprado con el dinero de un premio de chances18 que, me cuentan con orgullo, se sacó la hija de doña Cira hará unos pocos años.

La entrevista con doña Cira Duarte Álvarez transcurrió en medio de sus larguísimos silencios, de su timidez y su desconcierto para responder. A veces me parecía que su dificultad para recordar, incluyendo la confusión entre el pasado y el presente, se relacionaba con el dolor de los recuerdos. Muchas respuestas que me dio fueron luego corregidas por ella misma o por las hijas que, a pesar de mi solicitud de privacidad, insistían en participar.

Su familia me ofreció una atención esmerada, incluyendo un refrigerio; sin embargo, me fue imposible pasar del corredor de la casa, más que para tomar unas cuantas fotografías, porque era claro que no deseaban esa intromisión. Eso hizo que la entrevista y su grabación fueran muy difíciles por el ruido de los carros, de los perros y de los gallos que teníamos alrededor.

Nació en Santa Cruz, el 26 de noviembre de 1925, cuando era presidente Ricardo Jiménez. En ese tiempo se consolidaba el monopolio privado de las telecomunicaciones en nuestro país, por intermediación de la Electric Bond an Share(19), además, entre los años 1925 y el 1927, se dieron una serie de reformas electorales en el país que establecieron el voto secreto(20), asimismo, comienza a ejercer la primera mujer abogada, doña Ángela Acuña(21).

Doña Cira fue hija única de un matrimonio que posteriormente se divorcia dejándola a ella con la madre. Cuenta con cuarto año de primaria y se confiesa católica.

Se define a sí misma como “casada y viuda” de un hombre con quien contrajo matrimonio a los 16 años, y tuvo cinco hijas y un hijo. En realidad, su esposo murió hace muchos años pero ella continúa nombrándose a través de esa filiación. Esto puede corresponderse con el paradigma del amor romántico en el que la mujer nunca deja de pertenecer al marido. En ese sentido, Ana María Fernández, psicoanalista e investigadora argentina, propone que el matrimonio heterosexual burgués contiene un “invisible”: una relación política desigual que se sostiene en la separación entre público y privado, quedando el último como lugar “sentimentalizado” para las mujeres(22). Entiendo que, muerto el marido, la mujer puede seguir habitando ese espacio y continuar siendo en nombre de él.

De niña tocaba marimba al lado de su abuelo, a quien acompañó, durante años, en las funciones musicales que ofrecía en diferentes pueblos. Me narró encantada que hace unos años doña Carmen Granados, una folclorista, compositora, humorista y locutora costarricense con una importante popularidad a nivel nacional(23), asistió a una de sus presentaciones. Su práctica musical constituye, según dice, su época más feliz.

Como mencioné antes, ella contestó muchas de mis preguntas con un “no me acuerdo”; pues bien, entre sus olvidos se hallan las guerras que nos ocupan. Al insistirle sobre el tema, me responde con un lacónico: “Oí la historia, pero no supe quiénes fueron, como tanta gente fue a esa cosa.”

El distanciamiento de doña Cira, refiriéndose al tema en tercera persona y usando el adjetivo cosa, convirtiendo la guerra en algo muerto24, puede estar hablando del supuesto lugar de expectación que las mujeres ocuparían frente a la guerra, construida culturalmente como asunto de hombres(25). Al mismo tiempo, puede hacer referencia al efecto de sometimiento, asociado a la pobreza, que hallé en varias de las personas entrevistadas; por ejemplo en doña Ángela con su resignación: “Diay que, ¡qué puedo pensar yo! De que, diay que, diay que si sigue así diay, tenemos que morirnos de, será de, de hambre, ¡diay es que no! ¡Cómo va a ser!” Además, doña Cira tuvo una historia tan enormemente pobre que es probable que la guerra le resultara algo secundario.

Como veremos pronto, el tema del olvido de las guerras se convertirá, en estas historias, en un dispositivo revelador de las variadas y contradictorias maneras en que las personas entrevistadas vivenciaron dichas confrontaciones armadas.

Don Pablo, una orfandad permanente

Cuando llegué a su casa, me recibieron varios perros que amenazaban con atacarme si me acercaba. Por suerte, aquello no fue el preludio del acogimiento que tendría entre las personas. Don Pablo Mairena Rivas nació en el año de 1930, vive en su propia casa, construida con la ayuda del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU), órgano facultado, en el año 1955, por el gobierno de entonces, para ofrecer un sistema de ahorro y préstamo para la construcción de viviendas, junto a su esposa, con la que se casó a los 30 años de edad, y con quien tuvo cuatro hijas y dos hijos.

Para su nacimiento era presidente Cleto González. En ese mismo año, y en el plano cultural, un reglamento sentó las bases para la regulación del baile(26). Regulación que sin duda habló del carácter moral del baile. También es un tiempo en que se agrava la crisis económica costarricense relacionada con la Gran Depresión en Estados Unidos(27). Finalmente, un año después de que don Pablo naciera, se funda el Partido Comunista de Costa Rica.

La característica más llamativa de la casa de esta familia es la presencia de gran cantidad de objetos, con algún nivel de deterioro, en los patios y en todos sus aposentos: bolsas cargadas de cosas, bicicletas, cajones, jaulas, pedazos de madera, cajas de cartón, ropa, juguetes, entre los que destaca un columpio viejo, y cabezas disecadas de ganado(28). Ver su casa es como escuchar su historia cargada de acontecimientos.

Durante la entrevista, don Pablo se emocionó muchísimo al narrar recuerdos dolorosos, sobre todo los relacionados con la separación de su madre y la frugalidad que le impusieron sus abuelos: “Yo toda la escuela la hice descalzo”, se lamenta con frecuencia, durante nuestra conversación.

Me llamó la atención, desde que llegué, que don Pablo hablaba con cariño y atenciones a su esposa, a sus nietos y nietas, a sus hijas y a quienes estuvimos con él esa tarde. Además de esa cualidad, es un hombre con una memoria asombrosa, capaz de contarlo todo, como Funes(29). Don Pablo me recibe recién bañado, con un sombrero de una candidata a diputada por el Partido Liberación Nacional (PLN), fundado en 1951, y uno de los partidos que logra, hasta las elecciones en febrero del 2002, concentrar más triunfos electorales. El entrevistado completa su atuendo con la afirmación de que ha sido liberacionista “toda la vida”.

Se le nota una gran disposición para contar su vida. La atención que me dan es decididamente amable, al punto que terminé haciendo la entrevista en la mesa del comedor y tomando café con gallo pinto y otros alimentos, ofrecidos por doña Cecilia, su esposa.

La entrevista se cumplió en medio del sonido de las nietas y los nietos, los pájaros silvestres, las gallinas, las loras, los perros, los pericos, y los timbres de teléfonos, que, si bien volvieron casi imposible la entrevista por momentos, también hablaron de la vida de este señor.

Don Pablo se asume a sí mismo como huérfano, pues fue criado por su abuela y su abuelo, cuando éstos decidieron quedarse con él, luego de que su madre se casó con un hombre que no era su padre. Esto lo ha marcado intensamente; de hecho, fue un tema periódico y fue lo primero que eligió contarme antes de que le hiciera cualquier pregunta. Don Pablo tenía cinco años y no sabía quién era su verdadera madre, pues la dejó de ver por años: “[…] nos veíamos en, en tiempo que ella llegaba a la casa verdá, y entonces, este, yo me di cuenta porque ella era mi mamá.”

Fue educado con mucho rigor, sobre todo por parte de su abuelo, que lo castigaba frecuentemente golpeándolo con diversos objetos. Esta dura disciplina física, también es rememorada triste y recurrentemente por nuestro entrevistado.

En contraste con el olvido de doña Cira, para don Pablo, las guerras de 1948 y 1955 fueron eventos trascendentales y traumáticos que evoca minuciosamente.

Cuenta que su abuelito era ulatista cuando, para la guerra del 48, lo buscaron para amenazarlo con amarrarlo si no se iba a presentar a Liberia para alistarse: “Sólo porque era contrario. Porque ellos eran calderonistas y los otros eran ulatistas”. Resulta que, desde los 15 años de edad, don Pablo vivía únicamente con su abuelo, porque la abuela se había ido al centro de Liberia, de manera que al viajar el abuelo, se quedaba sólo con una empleada que era la que cocinaba. Atendamos detenidamente su historia:

“Sí, ellos primero pongamos que, que yo tuve uso de razón, que fue de Otilio Ulate, mi abuelito era Ulatista, que fue cuando vino la Guerra del 48 y mi abuelito como vivía en la finca allá, este, llegaron a decirle a la finca que si no se venía a presentar a Liberia se lo iban a traer amarrado unos enemigos que tenía él, enemigo [piensa], cómo le dijera yo, enemigos entre comillas, verdá, enemigos solapados [silencio]. Ellos logran un problema de esos, de la política, verdá, para, se lo iban a traer amarrado para acá, a él, y mi abuelito era un señor que no tomaba, no bailaba, él nada, él sólo trabajo, verdá. […] Fíjese que, como le digo yo, yo vivía en aquella finca de mi abuelito en Quebrada Grande, y como a él, le mandaron a decir, verdá, que se lo iban a traer amarrado este, entonces él se vino a presentar aquí a la comandancia, verdá, entonces me quede solito yo, este, en la finca. […] Tenía que administrar la finca, verdá, ir a ver al ganado a los potreros, al, al Sitio, que le nombramos antes, a ordeñar las vacas, bueno a hacer todo lo de la finca, y entonces un día estaba yo, en el 48, estábamos, había una señora que la habíamos llevado de aquí de Liberia de cocinera, una señora mayor ya, y teníamos que ir a dormir al monte fíjese. [¿Por qué?] Porque agarraban a balazos la casa, los contrarios [los calderonistas]. […] Ya le voy a contar lo que pasó. Fíjese que en ese día estábamos ahí, yo no quería ir a dormir al monte, porque como le decía yo a la señora: -no señora si es que cuando yo nací, la partera dijo es varón, entonces yo no me voy a correr(30) – y ella llorándome, pero mire llorándome: – vamos papito, vamos, vamos a dormir porque esta gente nos va a matar-. Mire, estábamos en eso cuando unos balazos [énfasis], y como le digo, la casa era de dos plantas, entonces las balas cruzaron así por arriba, y bueno nos fuimos yendo que fuimos a parar como tres kilómetros en la montaña y, entonces debido a eso, como decimos vulgarmente, yo vivía con sangre en el ojo(31). Entonces para la guerra del 55 yo me fui a presentar voluntario a la comandancia”.

Leemos claramente la centralidad que don Pablo otorga a su hombría, herida por los acontecimientos que cuenta. Sobre ello, existen varios registros. Por ejemplo, mediante el análisis de producciones literarias, Samuel Stone propone que en los hombres de las clases dirigentes centroamericanas, desde la época de la conquista hasta los tiempos del sandinismo, estaban presentes actitudes machistas tales como la severidad, el alcoholismo, el valor masculino. Pero también reconoce la presencia de sentimientos, culturalmente signados como femeninos, como el miedo y amor(32).

Por su parte Dennis Arias, en su trabajo sobre nazismo, autoritarismo y violencia, plantea que Vicente Sáenz fue un hombre marcado por los sentimientos violentos, una agresividad que se anteponía al miedo, y que llegó a manifestar físicamente contra sus adversarios(33).

Y claro, Bourdieu otorgó particular relevancia al papel de la guerra, asegurando que los hombres están socialmente formados para: “[…] dejarse atrapar, como unos niños, en todos los juegos que les son socialmente atribuidos y cuya forma por excelencia es la guerra(34). ” La afirmación anterior sugiere la imposibilidad de la masculinidad, que no deja de ser, en cierto sentido, una fantasía; pero al ubicarla en el terreno de lo lúdico, trivializa y desdramatiza, según pienso, la violencia que conlleva las diversas formas de masculinidades.

Sí, el desafío a su sentido de masculinidad parece haber sido lo que más dolió a don Pablo, quien decide inscribirse, en el año 1955, como soldado. Para agregarle dramatismo al hecho, durante ese año muere su abuela, defunción que asocia con su decisión de alistarse para pelear. Poco después fallecería su abuelo, a los 84 años de edad:

“En el 55 sí, entonces me dieron un, un Mauser, un M1 y 200 tiros y nos fuimos, cuando los aviones, cuando los aviones; porque nosotros, la casa de mi abuelito, está a 100 varas de la comandancia, en Liberia; y entonces yo tenía un caballo, yo venía de la finca a tomar café, verdá, y yo tenía un caballo amarrado en un palo de Guachipelín, cuando venía un avión mire, y metralló la comandancia y se vino metrallando ahí, casi me matan el caballo, se veían los huecos ahí donde las balas caían, ahí las ametralladoras. […] No, no, no, no [se ríe] ni quiera Dios, verdá; y entonces, unas gallinas que tenía una tía mía ahí, le mataron un poco de gallinas ahí”.

Su risa ante el recuerdo de la muerte de las gallinas de su tía puede encubrir los sentimientos de temor, a los que se refiere más adelante, que le afloraron frente a ciertos acontecimientos(35).

Para él, la guerra trajo consecuencias terribles: “Claro que sí mamita(36), porque fíjese que como le digo, yo me quedé solito en la finca, y un día yo me fui a recoger el ganado, y hay una vaca que nombramos “malparida”, que aborta, entonces me la traje yo para ponerle una inyección al corral. Cuando estaba yo ahí, llegó un montón de gente, de los calderonistas a caballo, y con rifles, como 50 [énfasis seguido de un silencio] y diay yo solito, diay, y casi me puse a llorar ahí [se ríe], solito. Entonces un señor, que Dios lo haiga perdonado y acaso lo perdonó, se llamaba Santiago Rodríguez, que era el capitán, de esa tropa; ellos andaban, este, robándole cosas a los ulatistas; y entonces, le dice el viejo a los que andaban con él – agarren esas 2 vacas – le dice – que están ahí – les dice – las dos más grandes, para que las llevemos para que las comamos -, y entonces se llevaron la vaca que iba “malparida”, enferma, mire, se la llevaron y se la comieron, las 2 vacas, entonces claro yo vivía, yo ya era hombrecito [énfasis] y ya vivía yo con sangre en el ojo”.

Como quedará claro, estas vivencias conllevaron sentimientos de miedo apegados a un profundo odio: “yo odiaba [énfasis] a los calderonistas. […] Pues, sí miedo, verdá, porque diay si yo era un muchacho jovencito [énfasis] y yo no tenía ningún arma que tal vez, si he tenido una arma me defiendo. Y entonces treparon. Mi abuelito acostumbraba, como era una finca, acostumbraba tener una bodega con, sacos para los frijoles, para el maíz, para el arroz verdá, y entonces los, se trepó uno arriba ahí y los bajó toditos, los sacos y se los llevaron. […] Yo solito y [duda] se llevaron las vacas”.

Aumentando lo anterior, dice que el daño también fue moral “porque desde ese tiempo se dividieron las familias en Costa Rica, se dividieron [énfasis] y ya no se vivió igual, como antes”. Entreverado con estos hechos de guerra y desamor, ocurrió que don Pablo fue volviéndose más pobre porque, la frugalidad en la que su abuelo lo obligó a vivir toda su vida, se volvió más trágica cuando este muere sin heredarle nada.

Puede que todo ello explique parcialmente su marcado alejamiento y decepción de los asuntos partidarios. Reconoce que vota, pero que no participa en nada más, ni siquiera a nivel comunal:

“Pues porque francamente mamita, uno no halla ni por quién votar, verdá, porque todos son iguales, y, ahí hay un muchacho ahora que está postulado para alcalde que el papá era una excelente persona, pero francamente a él lo conocí chiquito, pero ahora no, no sé quién es, verdá, pero el papá era una persona. Era, era profesor, era maestro de la escuela laboratorio, se llamaba Manuel Córdoba […] Aquí hay una asociación. Pero, usted sabe que en todo, en los gobiernos y en las asociaciones siempre hay un cristiano que, que se aferra a, a tener un puesto y entonces se vuelven hasta dictadores verdá y eso ha pasado aquí en este barrio. … Pues, le digo yo a usted, que tal vez uno pues, no es político, tal vez entiende poco de la política pero, a veces uno cree que los políticos hablan mucho y hacen poco, trabajan poco, porque eso es lo que ha pasado ahora últimamente, verdá, y la gente no, no trabaja y lo que ofrecen en campaña ni lo cumplen. […] Antes, me parece a mí que trabajaban más, verdá, y, y francamente uno los conocía más, porque ahora francamente uno no sabe no sabe ni quiénes son los dirigentes de Liberación”. Así, como cuando era un niño frente a las tropas que llegaban a su finca, ahora don Pablo se encuentra “solito” en un mundo político que, por conocer bastante bien, le resulta sospechoso. Por eso, aunque por fuera muestra una camiseta verdiblanca, por dentro no se decide.

Bienvenida, doña Hortensia y Marcus Garvey

Al preguntarle a doña Hortensia qué esperaba del futuro, me dice: “Para que cuando Dios llama mí, que nadie más va a contestar [énfasis], entonces tengo que saber cómo va, esperando lo demás to welcome, welcome [énfasis]”. Se refiere a que sólo espera que, al morir, Dios le dé la bienvenida y ella sepa escucharlo y responder.

Una de seis hijas de una maestra emigrante jamaiquina y de un agricultor costarricense, doña Hortensia, ahora con 93 años, nace en Estrada de Limón en el año 1914. En ese año llega a la presidencia Alfredo González Flórez, se crea la Escuela Normal de Costa Rica y se inaugura el Teatro Cartago(37).

Su madre, llegó en 1906 en un viaje de vacaciones de la escuela. Nunca más volvería a Jamaica; durante su estadía, conoció al que sería el padre de doña Hortensia.

Ni doña Hortensia Smith ni sus hermanos y hermanas estudiaron porque en esos años no había centros educativos en Estrada. Por eso ella, aunque con temor, se quedó en San José desde el año 1950 hasta 1965: “Pues no, después no era como ahora, una escuela en este lugar teníamos que caminar millas para ir y a pie, no había, mire, cuando yo vine a vivir aquí eran agua y caballos y tierras, ve las cosas están bonitas. En 48 vine a vivir aquí, yo me case en 38, 37, y chiquita tampoco no era, lista [daño de la cinta] no es como ahora que colegio, vea yo me asustaba para saber que colegio está en Cairo, colegio esta por allá en Batán, ¡ay! Los pobres chiquitos, y mientras yo vivía aquí, yo vivía en San José que tenía colegio, por eso yo tenía que ir a San José, para que mi hija estudiara. […] Por eso yo tuve que irme para San José a vivir, por mis chiquitos”.

No es extraño que doña Hortensia tuviera que buscar un centro educativo en otra provincia: Limón ha tenido, históricamente, muchas menos escuelas que el resto de las provincias del país(38).

Durante ese tiempo, ya adulta, casada y con hijos grandes, aprovechó de estudiar hasta terminar la primaria, entonces aprendió el idioma castellano, propósito que alcanza gracias también al apoyo de una maestra. Me narró con tortura cómo se sentía avergonzada de estar, a su edad, en una escuela y de no saber hablar castellano: “Cuando yo estaba en escuela era una señora, ella sabiendo que yo no entiende inglés que ni los tiempos especial de calificación, entonces yo no sé si ella [ininteligible] y estoy escribiendo y un día me dice – yo sé que usted sabe inglés pero no muy bien en español -, entonces yo contesta, como yo sabe, en inglés, entonces ella se puso y consultó diccionario […] Muy buena la señora, y yo era sólo otro, other student de inglés conmigo y no se sientan [ininteligible], pero mire, el día de la, de la graduación ella me lleva mi papel de la mano de ella, y me lleva en frente de público, explicar, yo me tenía mucha vergüenza porque ellos le digo me tiene cincuenta años y sacando su título de primera enseñanza”.

De la educación recibida en su hogar de origen, me refirió que creció en un ambiente de fuerte disciplina en el que la autoridad de la madre y del padre eran incuestionables: “Sí, muy cerca, entre mi mamá y mi papá, los chiquitos tienen, nosotros tienen ejemplo para seguir, obedecer [énfasis]”.

Esa autoridad es apoyada por doña Hortensia hasta la actualidad, pues aún le da muchísima importancia a la disciplina hacia las hijas y los hijos. Pero, al escucharla, es obvio que la potestad que concibe no es la misma para el padre que para la madre, pues es clara al afirmar que la madre debe quedarse en casa como responsable de ello. Ese fue el caso de su madre: una vez casada, no volvió a ejercer de maestra. El razonamiento de doña Hortensia es que las mujeres deben dedicarse a cuidar a sus hijos, y el que ya no lo hagan, explica los problemas de drogadicción y delincuencia. Este común relego que confirma a las madres al cuido hogareño de las hijas y los hijos, es interpretado por la historiadora Victoria Sau como una muestra de la inexistencia de la maternidad en el orden simbólico y de su fijación como “funcionarias del padre(39)”. Esto es, que las mujeres estarían al servicio de la reproducción de la especie. Viuda de un hombre que trabajó como despachador del ferrocarril, vivió en casas de la compañía, en Peralta, y recibió una pensión de esa empresa.

La religión, según afirmó, ha sido muy importante en su vida. Recuerda que se bautizó en el año de 1930, a los 14 años de edad, en una iglesia bautista de Limón. Así, bautista practicante, aprendió a tocar piano en la Iglesia y vivió uno de los acontecimientos más trascendentales para ella: conocer a Marcus Garvey, un líder negro fundador, en Jamaica, en el año 1914, de la Asociación Universal para el Mejoramiento del Negro (UNIA, por sus siglas en inglés) y de una naviera denominada Black Star Line, que vivió en Limón entre 1910 y 1911(40).

Estaba aprendiendo a tocar piano cuando su maestra, en 1923, le pidió que le entregara unas flores a Marcus Garvey: “Y Marcus Garvey estaba en el tren, usted sabe, esos carros como oro, de los, de los, de los ricos en el ferrocarril. […] Ahora no [énfasis], pero muy bonito, atrás. Él venía a hablar, a saludar la gente y a hablar, y cuando, según el programa cuando llegó el tiempo que el público tiene que enseñar apreciación al señor [énfasis], nos vamos a donde está la gente, pero él sabía que nosotros estábamos escuchando, para que cuando él terminara de hablar, para que entregar flores. [Interrupción* error de cinta] La señora, mi maestra era muy simpática, el abrazó [a doña Hortensia]”.

Otro evento que recuerda con igual pasión, pero por el miedo que sintió, fue la guerra del año 1948, sobre todo por el peligro que ésta implicó para su marido. Su manera de ilustrar esas vivencias fue mediante un ejemplo: en una oportunidad su marido llegó corriendo, pidiéndole una camisa de otro color porque los militares lo estaban cuestionado que de qué lado estaba, porque el color de su camisa era el de los contrarios. Ella le dio la camisa, él se fue y ella se metió debajo de la casa –en la zona atlántica de Costa Rica, debido al clima lluvioso, la mayoría de casas son construidas sobre andamios que las mantienen a distancia del suelo– con sus hijos; una vecina intentó llevársela pero no quiso dejar a su marido solo. La guerra también la horrorizó por las vivencias cotidianas de la presencia militar:

“En ese, en ese año vinimos aquí porque estaba [ininteligible] y los soldados y todo eso alrededor de la casa, de la estación donde vivía, y ese susto [daño de la cinta], trabajando con los despachadores machos(41) de Limón y San José [daño de la cinta], como un operador, copiando ordenes de los dos lados, y esos soldados tan bravos [daño en la cinta] y el color de camisa que tenía la primer noche que venía de San José y viene a abrir la ventana – toca, toca – y viene y abre. […] Y yo tuve que ir a la gaveta a agarrar una camisa blanca con [daño en la cinta] todo allí [ininteligible, doña Hortensia habla muy bajo] y más bien pasó el otro maleante, pasó con un tren largo, yo me acuerdo cuántos, cuántos carros traía [daño de la cinta], para bananos, pero comunes, no recuerdo. [¿Mataron a alguna gente?] Sí, a un Brown, lo llevaron a un lugar, Codo de Diablo, y mataron un señor que era tan bueno, tenía el negocio en el mercado, pero vieras cuando ellos piensan en esposo dice que tan fiel era, y defensa que tiene él para la compañía entonces le trajeron para respaldar en los dos lados en Limón y en San José. [Y entonces a su esposo nunca se lo llevaron a la guerra] En ese año terminó”. Codo del Diablo es el nombre de un lugar, en la provincia de Limón, donde supuestamente, durante el evento bélico del año 1948, asesinaron a varias personas, entre ellas, dirigentes sindicales, por órdenes de José Figueres Ferrer(42).

Si bien la guerra había terminado formalmente, para doña Hortensia el dolor de ese acontecimiento seguiría, pues, su marido murió en el año 1982, a criterio de un médico, afectado por este hecho. Como ella dice: “Pues sí, no sé, y susto y todo [énfasis], porque después no pudo seguir”.

Conversé con doña Hortensia en la casa de una de sus hijas, con la que vive, en el centro de Siquirres. La entrevista se hizo en el corredor de la casa, porque, a pesar de mi solicitud, motivada por el excesivo ruido que venía de la carretera principal al lado de la que estábamos, no me invitaron a entrar. Por eso, y por los daños que sufrió la cinta de grabación, fue imposible escuchar y grabar muchas de las palabras de doña Hortensia quien, además, hablaba con un tono de voz muy bajo.

Por momentos, ella se entusiasmaba por hablar, pero por lo general, contestaba que no sabía la respuesta a las preguntas que le hacía, e insistía en llamar a su hija para que ella se encargara. Al mismo tiempo, se mostró preocupada por su manejo del castellano, y por mi tiempo, como si fuera una pérdida hablar con ella. “Es que a veces se me olvidan ciertas cosas y palabras”, me decía. Estaba lúcida pero como avergonzada de ser entrevistada, me pareció una mujer tímida, frágil, dulce y con una educación que, aunque deliciosa, la hacía aferrarse a una modestia, según la cual, casi era mala educación hablar de sí misma. Por ejemplo, cuando refiere su decisión de estudiar, es como si se disculpara por haberlo hecho y por estarlo divulgando. Esta modestia, inculcada fuertemente a las mujeres, fue analizada por la investigadora María Flórez-Estrada, en una indagación con trabajadoras y trabajadores de empresas de tecnología de punta ubicadas en Costa Rica. Ahí encontró evidencias de una gran capacidad en los hombres para alardear con sus habilidades y aptitudes que repercutían favorablemente en sus puestos y salarios; por el contrario, las mujeres entrevistadas reconocieron tener una actitud de modestia que afectaba negativamente sus posibilidades salariales de ascenso(43).

El recuerdo de Figueres y la soledad de don Juan María

Durante nuestra conversación(44) estuvo ansioso, solitario y triste. Sus ojos, azul tenue, frecuentemente se llenaron de grandes lágrimas al recordar. Estábamos en su casa, en Muelle de San Carlos, un sábado 11 de noviembre del 2006. Él se llama don Juan María Jiménez Lizano.

En común con don Pablo, la disciplina con la que fue tratado rayó en la crueldad: “Muy dura, muy dura, puña ahí era fuerte [énfasis], fíjese que a veces les decía yo – déjeme ir allá a jugar en el potrero –, que decía uno allá en Zarcero en las tablas de resbalar; ahí, que revolvían un poco maíz con frijoles y los tiraban al patio, que yo los juntara, vea que castigo [énfasis] […] Juntara los frijoles por aparte y el maíz por aparte, entonces yo llamaba a las gallinas para que me ayudaran [risas], y juntaba nada más que los frijoles. Y, si no, me ponían a hacer un hueco [énfasis] hondo – ya, ya está el hueco hecho [énfasis] –, – Ahora sí atérrelo – [se ríe]”.

Además de los castigos, que quizá no sea exagerado llamar perversos, frente al deseo de jugar, desde niño, lo golpeaban con un bastón de cuero o coyunda: “Ah no, si mi infancia fue terrible [énfasis] y bueno diay, me vine y realmente [silencio] que yo me crié ahí, solo [énfasis]. Pero gracias a Dios que yo no cogí el vicio, de tomar sí, pero no cogí el vicio de drogas, ni de guaro, nada de eso, lo único que me gustó fue el amor, y me gusta todavía ¡para qué lo voy a negar!”

Nació en Zarcero de Alfaro Ruiz el 21 de octubre del año 1917, huérfano de madre: “Yo nací con otro, nacimos a las cuatro de la tarde y a las ocho de la noche murió ella”. Su padre, que era mudo, los abandonó. A él lo crió una tía, a su gemelo, quien murió a los 13 años de edad, un tío.

Ese año de 1917 que lo vio nacer, fue el mismo en el que estuvo en el gobierno Federico Tinoco, presidente de Costa Rica de enero a junio de 1917, gracias a un golpe militar contra Alfredo González de quien era Ministro de Defensa, y de junio de 1917 hasta agosto de 1919(45).

Ahora tiene 89 años. Viudo y con muchas separaciones de pareja, vive solo desde hace más de 20 años. Sus tres hijas y cuatro hijos tienen su vida aparte.

Empezó a trabajar en distintos oficios, igual que todas las personas entrevistadas, de muy niño. Fue desde asistente en un hospital, jornalero, policía, peón agrícola, cocinero en un barco pesquero por tres años desde Guatemala a Colombia, panadero, hachero, mandadero, policía, hasta resguardo fiscal(46).

Su vida ha estado llena de acontecimientos violentos, originalmente de otras personas contra él, posteriormente de él contra otras personas. Por ejemplo, de niño, respondió a la agresión física de un maestro, lo que le costó la estigmatización de la comunidad, le cambió el estudio por la “volada de pala” y lo obligó a iniciar una serie de “huidas”: “Porque diay ya tenía mala fama por lo que había hecho y ya todo mundo me cogió como, como un odio o algo así y ya ni los mismos compañeros, ni los mismos profesores ya no, no me querían ahí, que yo era maleante, para que más que la verdá, no le voy a mentir, a mí el que las hacía me las pagaba”.

Es evangélico pero no practica: “Porque nadie tiene que pedir que yo me salve, para eso yo sí, la iglesia soy yo”, dice con orgullo.

Varias veces tuvo “problemas con la ley”; el más serio lo llevó a la cárcel de San Lucas, durante tres años, por herir con un machete a un hombre y balear a otro. Este presidio está ubicado en una isla que lleva ese nombre y que funcionó desde 1873 hasta 1991. La cárcel tomó notoriedad cuando el escritor costarricense José León Sánchez publicó, en México, su novela “La isla de los hombres solos”, que trata precisamente de ese sitio.

Pero también, por citar algo más, fue obligado a irse del lugar donde vivía, desterrado como castigo por sus actos.

Sus pasajes por la vida encierran el cambio de partido político, pues, para el año 1948, era liberacionista, pero después, cuando Calderón Guardia “aprobó las pensiones”, se cambió de partido, para después volver a ser liberacionista ante una “trampa” que le hicieron con una pensión y porque un hijo quería conseguir un puesto en ese gobierno.

En esos traslados, las guerras también tuvieron que ver. Su participación representa para él un motivo de orgullo. Asimismo significó, como ritual de masculinidad, una oportunidad para demostrar su valía(47): “Yo trabajaba aquí donde don Luis Barrientos, por el lado de Altamira(48). Me encontré al Manco Arroyo, que era amigo mío. Y ya un grupo ahí de amigos. Estaba formando ya la, la revolución. Ya me toparon una pata. Yo vivía con una mujer y tenía los hijos ahí. Ya en Altamira fue trabajando, allá, yo trabajaba, fue donde don Manuel. Ya, ahí estaba. Un sábado me fui a traer el diario(49). Ya me los encontré todos ahí. Ya me encontré a Gaspar Carvajal, ya me encontré a Manco Arroyo, me encontré a uno de la Palmera. Bueno, [Frase inentendible] – Mira -, me dice el Manco, – hay que ver como arreglamos a Costa Rica y sólo así la podemos arreglar -. Yay y yo no sé qué. [¿”Sólo así”, era con las armas?] Ajá. Yo tenía una [Frase in entendible] carnet de soldado del 48 me lo dio José Figueres. Y ya llegué, y llegó la mujer, y ya le conté a mi esposa. Yo, yo eso sí he tenido, que yo a todas las mujeres que he tenido les comunico todo. No es que sólo yo voy a mandar en la casa, porque eso es ser uno machista. Porque cuando uno no está la mujer tiene que mandar y, yo, y, y, hay que tomar en cuenta a la mujer, porque la mujer a veces tiene una mente más clara que la de uno. En muchas cosas que uno ignora. […] Le dije yo, a la esposa mía, Adolia se llamaba, Adolia Soto. – ¡Ay no! Que mirá, los chiquillos y yo. No. No parecer -. Me fui para donde don Manuel Peralta. Y como ese era el jefe de, de nosotros. Y ya le digo: – don Manuel esto y esto. Así y así-. -No puede ser Juan. Usted tiene muchos años de trabajar aquí -. Yo. – Eso es cosa suya -. – Sí, don Manuel, pero lo que yo quiero es pedirle, diay, para mantener la familia. Si usted me sostiene hasta que yo vuelva, yo aunque sea del trabajo le descuento -. – No, no. En cuanto a eso, ni lo piense […] -. [¿Cuánto tiempo estuvo usted?] Hasta que comenzó en Altamira hasta que llegamos a San José, fue que terminamos. Ahí está. […] Duramos como 3 ó 4 meses. Yo estuve en [Palabra in entendible] Cubano, en el Empalme, en el Tejar(50), ¿dónde no anduve yo? [¿Y cómo fue la experiencia, don Juan María?] ¿Umm? [O sea, ¿Qué cosas vivió ahí? ¿Lo hirieron? ¿Hirió a alguien? ¿Cómo se sentía usted ahí? ] ¡Que se va a dar uno cuenta, en una revolución, no se da cuenta uno! [¿Usted cree que esa guerra, que esa revolución, afectó a la gente, psicológicamente?] A unos. Porque, unos murieron. Quedaron muchas familias desvalidas. Otras. Cuando vino diay sí. Cuando vino Nicaragua que los echaron los nicas, 300 llegaron a la Lucha(51). Murieron todos. Yo vi, cuando los quemaron a todos, con diesel. A un sambo como ese que está ahí. [¿A quiénes?] A los nicaragüenses. [No, no, no, no sé de qué me habla.] ¿Umm? [No le entiendo]. Somoza mandó [Tose] perdón, 300 nicas. Ayúdale a Teodoro Picado, que era el presidente(52). Entonces le mandó 300 nicas. A La Lucha. A la finca de don José Figueres. Estábamos todos. Y estábamos todos. Éramos como unos 20 mil hombres. Llegaron ahí, pero la entrada de la finca de La Lucha, es una entrada porque es muy, muy quebrado. Entonces hay unos paredones muy altos, que el camino va [Frase inentendible] Se pusieron al camino. Se metieron con tanques de guerra, armas. El jefe de ellos se llamaba el General Tiberino. Creo que era Tijerino como se llamaba. Sí, General Tijerino”.

Don Juan María se refiere al General nicaragüense Enrique Somarribas Tijerino, colaborador de César Augusto Sandino. Descrito por Manuel Mora, como “anti-imperialista” aunque no comunista. Este General participó, junto a Carlos Luis Fallas, en la guerra a favor del gobierno y llegaría a ser un personaje destacado y enigmático por su valor(53).

Pero continuemos escuchando al entrevistado:

“Y entró con el grupo 300 bien armados, pero, nosotros teníamos un, lo que se llama un espía, en la entrada donde Figueres, con un teléfono, que les avisó. – vienen 300, vienen como, viene como, vienen como, como 500 mil -, decía el que estaba ahí. Con tanques y todo y dia y ahí y uno cuando eso tenía teniente: Yo llegué a ser grado de teniente. Y aquí en la entrada aquí. Un grupo de 60, 60 aquí, 60 aquí y 60 aquí. Los dejamos que se entraran hasta media [Palabra inentendible] Entonces la balacera. Comenzaron aquellos [Palabra inentendible] ya de frente. La lucha armada. Cuando sintieron fue ya estábamos nosotros [Palabra inentendible] y se desmoralizaron. [Frase inentendible] El único que quedo fue Tijerino. Y, había una alcantarilla, pero ¡así! Que iban para las aguas que se recogían de los desagües, iban a caer a un cafetal allá abajo. Había un chiquillo, como de unos 10 años, como de 10 u 11 años, le habían regalado un rifle de [frase inentendible]. De esos bala u22. Y estaba en las varandolas(54) de café, allá escondido pa’ que no, no le quitaran el riflecillo. Bien escondido debajo de las varandolas. Cuando dicen, que vio, él, él, él ese General, fue él mismo se tiró a las alcantarillas. ¡Huyendo! Y se escapó. Se escapó por debajo del [Palabra inentendible] Se fue y salió del cafetal. Y ahí estaba el chiquillo con el riflecito, cuando él vio el viejo negro [se ríe] El viejo negro, él se asusto. – Ya me quito – Y le dio. ¡Pa! ¡¿Y no se lo apió?! Lo mató. El chiquillo lo mató. Viera y lo agarró Figueres y le dio el estudio y lo hizo un gran general. Antonio Cuevillas, se llamaba el chiquillo”.

Los diversos relatos que existen sobre la muerte de este general, son una buena ocasión para recordar el carácter subjetivo de toda historia. Por ejemplo, el Mayor Egidio Durán dice sobre la muerte del General Tijerinos que lo mató un “muchachito francotirador” de quien no da el nombre(55).

Sin embargo, para don Juan María, se trató de un “chiquillo” de 10 u 11 años que no deseaba que le quitaran el rifle-jugete que le habían regalado. De esta forma, el asesinato efectuado por un profesional se convierte en un resultado del azar. Y un francotirador desconocido, en Antonio Cuevillas, un niño con suerte. El testimonio de don Juan María parece estar más cercano con el de Víctor Masís Murillo quien asegura que al General lo mató “una bala perdida(56)”. Pero existen otras versiones; la ofrecida por un supuesto excombatiente del Ejército de Liberación Nacional, con el seudónimo de Chale, quien habla de un Tijerino “apodado así por cuanto se creyó que era quien había matado al famoso General Tijerino, caído en la Batalla de San Isidro del General, por un muchacho apellidado Rivas(57).” Y la que dice que al General lo mataron “unos humildes campesinos que estaban en una zanja(58)”.

Pero también se dice, en el testimonio del General Miguel Ángel Ramírez, que “murió peleando de frente con su ametralladora en la mano(59). ”

Tijerino parece haber sido un personaje con una importancia simbólica: el prestigio que lo precedía pudo haber causado una especie de desmoralización en el campo oficialista, como si al morir un hombre valiente la guerra ya se hubiera empezado a perder.

Después de este extenso relato, sobra decir que Don Juan María tiene una memoria admirable, puede contar cada detalle como si lo hubiera vivido apenas ayer.

Al terminar la entrevista fue muy difícil irme porque él hacía intentos para entretenerme, tal vez para no quedarse solo con todos los recuerdos. Cuando al fin le dije firmemente que me iba, su mirada me recordó aquel personaje de Faulkner que al quedarse solo: “[…] creyó tener la ciudad, la tierra, el mundo entero con todas sus tristezas para él solo(60).” Pero también yo cargaba, de regreso a San José, una dura tristeza que tardó en desaparecer.

El enojo de doña Marta

Doña Marta me esperaba sentada en una silla. Nació gemela un 24 de septiembre de 1921, en Guápiles. Pronto, ella y su hermana se quedarían huérfanas. Su minuciosa memoria se opone a un analfabetismo que ella intenta vencer, a sus 86 años de edad, mediante prácticas autodidactas.

Para cuando nació, el presidente era Julio Acosta. En ese momento, se vivió un conflicto entre Panamá y Costa Rica debido a un desacuerdo en la fijación de límites territoriales entre ambos países. Un año después, y hasta 1923, sucedieron varias huelgas en la Imprenta Nacional, llevadas a cabo por quienes trabajaban ahí, exigiendo el pago atrasado de sus salarios(61).

Cuando llegué a Barva de Heredia, a la casa de su hija, con la que vive, el sábado 17 de marzo del año 2007, la vi nerviosa y alegre por la entrevista, también supe que desde que hicimos la cita, unas semanas antes, se mostró muy inquieta y emocionada con la perspectiva del encuentro.

De todo lo que habló, su maternidad resultó una de las experiencias más dolorosas, porque ha estado llena de contradicciones, incluyendo el haber “regalado” a una hija: “la que yo tenía, esa que me quitó mi hermana de encima”, diciéndole que iba a estar mejor, y el haber adoptado a un niño.

Su dolor sale como enajenado y resignado cuando, hablando de un hijo que se le murió del corazón, dice: “Nació dañado del corazón […] Antes morían muchos chiquitos de lombrices. […] Y de hambre y de todo mueren los chiquitos ¡de todo!.” Actualmente tiene tres hijas y tres hijos, pero en total tuvo 20 embarazos y 6 abortos.

Como a casi todas las personas con las que hablé, a doña Marta Garita Núñez, la criaron con mucha severidad, al punto que eso constituye unos de los acontecimientos más importantes de su vida. Para ilustrar, detengámonos siquiera en un hecho de tres que referiré: “Sí, sí, papá. Una vez estaba yo, papá vivía con una mujer allí y una entenada(62), papá, una hija de la mujer con la que él vivía, y estábamos como a las tres de la mañana moliendo en una máquina, porque papá mañaneaba para llegar. A las cuatro de la mañana papá tenía que estar tomado de café verdá, y nosotras pequeñas, entonces yo me levanté; papá nos llamaba a las tres de la mañana, ya me ponía yo a moler y una entenada, de la misma edad de la mía, pero le digo yo: – ¿diay, por qué sólo yo voy a hacer las tortillas? ¿por qué no muele la masa? – Y en ese pleito verdá, y entonces yo me puse brava, bravísima. Entonces me dice papá: – ¡se callan! – Pero yo, la otra no. Lo que no quería era ayudarme. Entonces papá dice: – ¡se callan! – Dice. – Diay, digo, y yo no me quiero callar porque a mí me da cólera con esta jodida, digo, vagabunda [énfasis oración] -. Y entonces se levantó y me dio tres mecatazos, cumpliendo los quince años yo”.

Los otros dos acontecimientos la marcarían, literalmente, de por vida: una caída que tiene, ocurrida después de ese castigo, sobre una cerca de púas, que le dejó una enorme cicatriz en una mano; y una caída, sufrida en otra época, desde un árbol, sobre un chuzo para el ganado, que también le hizo una cicatriz importante en la ingle. Doña Marta me muestra con crudeza ambas marcas, como para que no quepa duda de su dolor y enojo. Porque sí, doña Marta se entristeció y se enojó mucho durante la entrevista: parece que los recuerdos vuelven a ella desde el dolor y la rabia con que los vivió entonces. No es para menos.

Desde muy pequeña, se ocupó enyugando bueyes, ordeñando vacas, cultivando arroz, surcando la tierra, cocinando, lavando, llevando almuerzo al papá, de empleada doméstica, vendiendo granizados, tortillas y tamales.

Los maltratos que vivió de niña continuaron con su esposo, a quien dejó porque la celaba y la golpeaba constantemente: “Una vez me dio tres cinchazos por aquí, que no hay nada negro para decirle que, que está blanco lo que es negro, cómo me quedó esta parte”, metaforiza doña Marta.

Los agravios no se quedaron ahí, se extendieron hasta lo político-partidiario. Ella dice que se hizo liberacionista porque durante la guerra de 1948 le “hicieron mucho daño”. Entonces, era una joven que trabajaba de empelada doméstica en una casa donde eran liberacionistas: “Yo trabajaba en una casa que, que en la casa habían liberacionistas; tenían las banderas por todo lado y nada más porque me veían salir de esa casa, me salían como perros así: – bien monita(63) – me decían, me decían bien monita, bien monita y parémonos. [¿Monita?] Sí, porque mono fue que, que estaba de Presidente; y entonces ese, ese viejo Calderón quería quitársela, el papá de este Calderón, quería quitarle la presidencia y, y, y estaban en política. Y entonces como se la ganó, entonces no se la querían entregar, entonces allí apareció Figueres de un momento a otro, como se hizo todo, y se hizo un [énfasis] más. En ese tiempo murió mucha gente. [¿Y a usted cuándo la amenazaban con…?] Cuando yo salí de esa casa yo, yo después de las seis de la tarde ¡Dios guarde yo saliera porque me mataban! [¿Y usted qué hacía cuando la amenazaban?] Diay me, yo me, ya sabía, me daban el permiso, me venía temprano, y como me veían salir de esa casa, que yo era monita y mono era de Liberación, pero nosotros no teníamos cédula, nosotros no votábamos. Porque en ese tiempo no había eso. [¡Ah! Porque las mujeres no votaban todavía] ¡Sí! Por eso, todavía no. Figueres fue el que dejó, Figueres. Entonces desde que, desde que Figueres, desde que Figueres peleó eso y se lo entregó a don Otilio, entonces de ahí pa’ca yo soy. Figueres fue el que nos dio la cédula a nosotros, a todos, entonces de ahí para acá yo seguí votando sólo por Liberación”.

En Costa Rica, desde 1913 se estableció el voto directo para los hombres, alfabetos y adultos, siendo hasta el año de 1949 que las mujeres y las personas negras adquieren ese derecho(64). La entrevistada alude a esto último.

Cuando le pregunto qué más recuerda de la guerra, me contesta: “Diay, que habían matado en los cuarteles. Uy, en la noche, porque después de las siete de la noche no podíamos pasar. Después de las seis de la tarde no podía, no podía caminar nadie. Diay, había gente que tal vez le precisaba y si, y si usted no presentaba de qué partido era, tenía que haber sido del partido de ellos, calderonistas, para que no le hicieran nada a usted. Pero si usted andaba con la, con la, con que usted dijera: yo soy liberacionista, ahí la dejaban matada”.

Todo lo demás que agregó fue que su hermano y su marido pelearon en la guerra, este último porque era “liberacionista hasta la muerte”. Así como hasta la muerte parece llevarse doña Marta los dolores que me contó, los que su vida le ha dejado en el corazón y en el cuerpo; corazón y cuerpo que testimonian la maravillosa memoria de doña Marta.

Don Manuel, en los regazos de León Cortés

Lo entrevisto el 27 de enero del año 2007, en su casa ubicada en Viento Fresco de San Isidro de Heredia. Él había nacido un 16 de octubre de 1935 en Barbacoas de Puriscal, siendo presidente Ricardo Jiménez. Un año antes, se da la huelga en la United Fruit Company en el Caribe costarricense. Un año después, se declaró obligatorio el voto. Don Manuel vivió su infancia en medio de dos guerras: la Guerra Civil Española, 1936-1939, y la Segunda Guerra Mundial, 1939-1945(65).

Conversamos, en la sala de su casa, casa que cedió a su hijo y a su nuera yéndose a vivir a un rancho contiguo. Hablamos en medio de varios perros y algunas niñas que se me acercaban, constantemente, hasta rozarme, en busca de atención. Las loras también nos acompañaron con sus sonidos todo el tiempo.

Como doña Marta, don Pablo y don Juan María, don Manuel Vargas posee una memoria prodigiosa, al escucharlo, me parecía ver todo lo que me contaba. Al momento de la entrevista, él era un hombre solo, triste y engañado. La soledad y la tristeza se las noté en la cara, tienen que ver, en parte, con sus muchas rupturas de pareja de las que se acusa a sí mismo. Al engaño lo simboliza más trágicamente con un suceso, del que me mostró una prueba que, a pesar de los muchos años, lleva en su bolsillo: después de cotizar 58 años, primero como agricultor, luego como panadero y el resto de su vida como carnicero, no pudo disfrutar de su seguro debido a que alguien alteró o dejó de pagar sus cuotas: “Me faltaron 8 cuotas de ¢10.000, no, de ¢8.000, para que me dieran una pensión de unos 60.000 pesos; y ¡diay! ¡Me dijeron que no! ¡No!” Me enseña el papel donde consta lo que me cuenta. Lo irónico es que en la Caja(66) le ofrecen ayudar si renuncia a su pensión, pero si lo hace, como él mismo dice: “¿Yo con qué les voy a pagar?

[…] ¿De qué voy a vivir yo?” Su reacción ante esta “ayuda” es: “¡Ustedes lo que quieren es ayudarme a morirme de una vez! ¡Es que da cólera! Es como un chiquito, que le den una, un confite, para decir algo, se lo pongan casi en la boca y, ¡y se lo quiten!”

Pero no todo en su vida fue dolor, con gran orgullo narra que conoció a León Cortés, presidente de la república durante el período 1936-1940. Este mandatario ha sido descrito como uno profundamente autoritario(67), pero para él simboliza el cariño, fue el presidente que lo tuvo en los regazos: “León Cortés sí yo no, yo no recuerdo mucho pero yo estaba chiquillo, ¡Por cierto estuve en los regazos de él! Allá en Barbacoas de Puriscal, donde una señora, doña Socorro Morales, que era una persona rica. Estaba yo viéndolo allí donde estaba sentado en unos sillones verdá, y me llamó: – chiquito venga acá -; y fui, ¡y me sentó en los regazos! Cuando eso había, había, casi el país estaba, estaba como estancado. No había ni, ni vías de comunicación ni nada. Para, para Puriscal allí lo que había era un camino lastreado de Villa Colón para allá. […] Sí, claro. Que ya comenzaban, que por cierto don León, después del que estuvo, del que me tuvo sentado en los regazos, él cuando estaba en esa casa, como a los ocho días salieron en el diario La Tribuna, creo que era que se llamaba. Era como decir ahora La Nación, algo así era; salió fotografías de él cuando estaban haciendo el puente de Tárcoles; él allí con unas botas de hule y con unos carretillos haciendo mezcla y todo”.

Viudo con 4 hijos y dos hijastros, de los que con dolor se lamenta no saber casi nunca, católico y liberacionista, está desconfiado y decepcionado de la política: “Para mí, ¡eso es una cochinada! Ahí se tiran pedradas, leñazos y después en, en las reuniones van a beber guaro. Eso es como para echar a pelear a la gente, ¡nada más!”

Mientras habla de la política, sus recuerdos lo van llevando a la guerra de 1948: “Ahí […] llegaban los mariachis(68) a llevarse a cualquiera de los, de los de este Calderón Guardia, llegaron a llevarse a todos los figueristas y yo vi donde mataron a uno de un culatazo, un máuser, siendo un carajillo, a la par mía. Se resistió a, a que lo agarraran y porque las escuelas eran las, las cárceles que habían para llevarse a toda esa gente con el máuser en la mano, y – ¡no se salga porque lo volamos ah! – Y uno se resistió, se llamaba Pepe Agüero, Chepe Agüero que resistió y le metieron un culatazo por aquí [se toca la sien] y quedó muerto allí. Lo dejaron allí y después lo juntaron ya. Cuando en otra ocasión yo vi, en eso sacaban a las personas de las iglesias, los sacaban. Esas son ya bastantes feas, ya después se fue [¿Cómo sacaban a las personas, para meterlas a la cárcel?] Allí donde estaban. [¿Y cómo sabían quiénes eran liberacionistas?] ¡Ah, allí sabían! Todos los que eran liberacionistas y lo que eran. Por ejemplo, ¡por ejemplo aquí! Y yo sé que ese vecino de la vuelta es liberacionista, allá el del bajo es liberacionistas y todos verdá. [¿Y su familia tuvo problemas? ¿Arrestaron a alguien o?] ¡Claro! A papá lo, lo agarraron en la carnicería donde estaba y lo metieron en, en una escuela de Puriscal. A él lo tuvieron como quince días, pero, ya después fue un padre a hablar con él, porque, con el mandamá(69), porque estaba en Barbacoa verdá. Y ellos allí lo tenían en, en la escuela central de Puriscal, y entonces fueron y le, le hablaron y lo echaron afuera. Porque mi papá tenía, primeramente, no se había metido nunca en nada y después nos tenía a todos nosotros chiquitillos y ¡diay! [¿Y usted cómo se sentía cuando él estuvo en la cárcel?] Diay, pues no le digo, yo estaba ¿cómo? Estaba como esta muchachita. [señala a una de sus pequeñas nietas] [¿Cómo se sentía?] Diay mal porque no había hecho nada ¡ah! [Ajá, ¿Se acuerda usted?] Sí claro, cuando lo tenían en la cárcel sí, fue cuando ya, porque papá era un viejito chiquitito [ Ajá, ¿Usted lo iba a ver a la cárcel, a la escuela?] No, sólo una vez fui porque diay, a uno le daba miedo de que lo agarraran y todo el mundo con máuseres y todo, metralletas y todo eso. Y la verdá es que uno sentía miedo verdá. […] ¡Diay, ella [su madre] sólo llorar era lo que hacía! Diay porque usted sabe lo que es con ese reguero de chamusquinas allí y, chiquillos y unos llorando por falta de leche, y otros llorando de hambre y todo eso; y diay, papá en la cárcel como quince días verdá”.

Las palabras de don Manuel refieren un hecho casi desaparecido de la realidad costarricense actual: la filiación partidaria como constitutiva de la identidad individual de una forma tan importante que podía costar la vida.

Aunque ya no es un niño asustado por la guerra, don Manuel continúa en una situación de desprotección que me atrevo a comparar con la de esos niños llorosos que fueron él y sus hermanos.

Don Cleveland en la luminosidad de la música

Lo entrevisté, a sus 93 y años de edad, entre música de guitarra y canciones que él interpretaba cada vez que sentía que podía responder mejor mis preguntas de ese modo, o cada vez que no quería contestar, el 10 de febrero del año 2007, en el Albergue San José Obrero, ubicado en Siquirres de Limón, donde vive desde hace años. Nacido en El Cairo de Siquirres, en el año 1914, año en que llega, por primera vez, un programa de salud de la Fundación Rockefeller(70). Un año antes de que don Cleveland naciera, como mencioné antes, se aprobó el voto directo en Costa Rica(71). Su padre y su madre llegaron de Jamaica alrededor del año 1900, él, trabajador de la United Fruit Company (UFCO), establecida en Costa Rica a partir de 1899, murió cuando don Cleveland Arnold Arnold tenía 7 años; ella, falleció cuando don Cleveland contaba 59 años. Como su padre y su madre no se casaron, él es conocido como don Peter, que es el apellido de su padre. Don Cleveland tampoco quiso casarse ni juntarse pero tuvo varias relaciones de pareja, dos hijos y tres hijas, uno de los hombres, muerto por un ataque cardiaco. Metodista practicante, ha trabajado, desde niño en diversos oficios: misceláneo, albañil, agricultor, pescador, cantinero y pintor de casas. Su penúltimo trabajo, antes de perder la vista, fue pintando rótulos con los nombres de las estaciones del ferrocarril. Con una lucidez que le permite recordar casi todo, me dio la impresión, igual que con otras personas entrevistadas, como doña Cira, don Santiago y doña Audilia, que el olvido es a propósito: no recordar por no dolerse, o, no querer contar por no sufrir. Durante la entrevista tuvo una actitud constante de retarme, como poniéndome a prueba, por ejemplo, preguntándome el significado de frases dichas en inglés. También me desafiaba con demandas afectivas: manifestaciones de su alegría por recibirme y su deseo de volver a hablar conmigo, sobre todo cuando presentía que la entrevista se iba terminando. No deseo omitir que casi siempre fue difícil alejarme de las personas que se dieron con una confianza casi dolorosa a la entrevista; él fue una de ellas, al dejarlo, también me dolí hasta unas lágrimas muy cercanas a la culpa por la sensación de haberle hecho hablar de algo que, yéndome, se quedaba allí, con él. Digo eso aunque él no habló de experiencias de golpes, de separaciones dolorosas, de orfandad, ni de guerras angustiosas. Probablemente no quiso hacerlo debido a su personalidad, siempre lista a salirle al paso al sufrimiento. No me queda más que especular que su tristeza viene de lo que no nombra, de su ceguera, y de lo que implica vivir en un albergue. Será por eso mismo que, al preguntarle si recordaba la guerra de 1948, me advierte que él no quiso participar en nada, relatando con una distancia resistente lo siguiente: “Bueno, todo mundo vuelto ahí, Figueres y Calderón en [duda], en pleito se va Calderón y va Figueres y el otro presidente maneja ¿cómo se llama? Monkeyman, pero no me ¿Cómo se llama ese presidente en el año 1948? […] ¡Otilio Ulate! Ah bueno, y ahí vamos y la huelga va, algunos muertos y otros vivos y terminó en unos pocos meses y ahí vamos. [¿Mataron a alguien?] Algunos que yo no recuerdo el nombre pero la familia sí, sí. Algunos en Limón hasta va de aquí a Cartago adentro, un pleito ahí pero yo no andaba en eso”. La guerra la resuelve mediante un mecanismo que le permite quedarse con los hechos positivos y depositar afuera los que considera perjudiciales. También a través de la distancia que logra alejándose temporal y espacialmente, poniendo hechos de una década en otra, y situando lo que le parece feo, en el afuera, en otro país: “Bueno la cosa cambió, y todo mundo comienza, aunque eran contrarios esa ley, sirvió para todo mundo e iba bien hasta ahora, porque ahora hay garantía social, desde el año 1940, para acá, sí. […] Bueno, así fue y nada más [énfasis]. Comienza a dar vacaciones [énfasis] y, no recuerdo ningún pleito, el pleito fue en el 48, fue cuando nació Fidel Castro. [¿Por qué, a ver?] En esos años comienza Fidel Castro a reinar en Cuba(72) [¿Y qué?] En esos años, hasta ahora está agonizando por [ininteligible] libre”. Decía al inicio que don Peter respondió o evadió varias de mis preguntas con canciones; bueno, también cantaba cuando quería contarme algo que yo no le había preguntado. Él fue un entrevistado que decidía, con firmeza, de qué y hasta dónde conversar. Una de las canciones para hablar de lo que no se hablaba, compuesta por él, fue esta: “Cuando yo, cuando tú, cuando vas tú, cuando el río suena mimi, es que piedras trae, cuando el río suena mimi es que piedras trae, pero cuando la brisa suena mimi siempre estás por ahí, pero cuando la brisa suena mimi, es que estás por ahí. Tu siempre me miras palomita [Frase inentendible] pero cuando el río suena mimi, es que piedras trae, pero cuando la brisa suena mimi, es que siempre estás por ahí.” Al preguntarle por su significado, me explica que la compuso porque: “No. Yo la hice esa, porque yo vivía en la casa donde los vecinos samueliaban(73) a mi mamá desnuda en el campo, ya viejita […] Sí señorita: cuando es que tú no me miras palomita, cuando el río suena, mimi, es que piedras trae, cuando la brisa suena es que tú estás por ahí Samueliando”. No es raro que quisiera compartir esa canción, él y sus hermanos parecen haber sido muy unidos con su madre “Como los tres ases, mi mamá y nosotros dos. Los tres ases van juntos, no hay pleito”. Me parece como si don Peter hubiera podido resolver el dolor de la vida con sus memorias maternas. Y que su pesadumbre, cuando asoma, lo hace cantando.

La fragilidad de don Santiago Rafael

El sábado 3 de marzo del año 2007, tomé el bus hacia la Reserva Indígena de Quitirrisí, en el cantón de Mora. Ahí me estaban esperando don Santiago Hernández Parra, conocido como Rafael Carranza, y doña Audilia, de quien hablaré después.

Él, un hombre de 86 años nacido en 1921. Cuando conversé con él fue muy difícil saber su edad, por otro lado, su cédula de identidad no apareció por más que una hija que estaba en la casa, la buscó. Es un hombre que no lee ni escribe y tiene una vista corta que se empeora por sus anteojos quebrados y desactualizados; un cuerpo enjuto por la desnutrición; sin dientes; y con piernas que no lo ayudan porque, dice, están “secas e insensibles.” Como su cuerpo, su memoria es frágil: “¡Yo no me acuerdo de a veces nada! […] ¡De por sí, ah! ¡De por sí, ni sé leer! […] ¿Cómo hago yo para decirle que en tal mes nací?”. También su personalidad es tímida y frágil, a pesar de la cual, demostró un gusto envidiable frente la cámara fotográfica, con la que colaboró más entusiastamente que con la entrevista misma.

Trabajó desde niño sembrando y cogiendo café, sembrando y cosechando maíz, tapando frijoles, y desyerbando caña, de lo que lamenta: “¡Todo me ortigaba yo!” Su principal trabajo fue ser peón; cuando le pregunto durante cuánto tiempo, alega figuradamente: “¡Ah, sea bárbaro! Lo que vea que tengo [silencio]. Yo ya me cansé, fue como de cincuenta años. Yo trabajaba para acá, de cincuenta años”.

Tuvo, por unos años, un pedazo de tierra, pero no le sirvió de nada porque, como dice realista y dramáticamente: “Diay, pero ¿qué? ¿Qué hago yo con este pedacillo? ¿Qué sembraba yo? Nada, era nada lo que sembraba”. Esa inutilidad de la tierra lo obligó a viajar por todo el país en busca de trabajo como peón.

Huérfano también, su madre murió desde que él era muy pequeño. Lo crió su padre. Don Santiago es católico practicante, es viudo, con tres hijas que no estudiaron y trabajan como empleadas domésticas y vendiendo petates en su casa y en San José.

Cuando le pido que me diga su nombre, me responde con un larguísimo silencio después del que explica: “Diay, tengo que decir que yo me llamo Santiago, Santiago Rafael Hernández Parra [énfasis]”. Lo dice en alusión a que su padre, Rafael Carranza, nunca lo reconoció legalmente como hijo, a pesar de cual, don Santiago es conocido como Rafael Carranza.

De igual forma él, como todas las personas entrevistadas, tiene un fuerte sentimiento de soledad, ilustrado, por ejemplo, con su respuesta a mi pregunta sobre si tiene hermanas: “No, yo no tengo a nadie”. Sí tuvo, una hermana que él no conoció, pero que se murió. Igual de solo lo sentí cuando me habló de su madre, de la que como ausente se lamentó: “¡No ve que mi mamá murió!”.

Su soledad, pasada y actual, está marcada por la muerte, expresada intensamente en sus metáforas. Una de ellas, cuando narra que trabajó en un lugar llamado Rancho Largo: “[Silencio] Yo viví de, de aquí a allá por Rancho Largo, ¡usted, qué va, ni conoce! Es un rancho que le dicen largo. […] Largo de aquí [silencio]. Ahí viví yo.” O, cuando dice, ante mi consulta por su esposa: “Ah sí, una vez, pero fue hace años [énfasis y silencio]. Se murió la mujer, ¡se me murió la mujer!”

Ante la fragilidad de don Santiago, y ante la mía propia frente a él, la entrevista distó mucho de ser una conversación más o menos entre dos; las interpelaciones salían de mi boca como tirabuzones, casi a mi pesar. Así fue como terminé preguntándole por la guerra del año 1948, uno de los temas que, según mi propia guía de entrevista, debía considerar, y así fue como él principió respondiéndome, dos veces, con una pregunta: “¿Guerra? ¿Guerra? […] Sí, pero ya hace muchos años. […] Bueno, con Tinoco(74) dicen que había, aquí hubo un, Tinoco era el gobierno. Hizo una guerra aquí, eso sí […] Y la gente andaba viendo. Lo recogieron y lo, y yo pequeño estaba sí, sí. En ese tiempo, ¡hace años de eso! [¿Para qué recogían a la gente?] ¡Pa’guerriar, diay! [Silencio] Unos se iban de huída, yo como estaba pequeño no lo, no lo puedo decir [tartamudea], muchos cogían calles y escondidos porque era una guerra. Los cargaban en la calle, no andaba ni gente en la calle. De huída andaban. [¿Y a su papá se lo intentaron llevar?] Sí, claro. Sí, se lo llevaron, un tiempo después que hubo una guerra, aquí, aquí mismo fue; hace tiempo, fue hace poco. [¿Y cómo recuerda usted que, usted recuerda cómo se sentía la gente?] ¡Diay! ¿Qué hacían de hablar? Diay [silencio], nada hacían, a la casa y huída [se ríe]. Ah sí, es terrible, yo le digo. Pasaba uno mal, mal en ese tiempo ¡hambre! [Énfasis] y ganas de tomar porque diay, no lo dejaban, no lo dejaban ni dormir. Porque era terrible [silencio] y yo era el de menos”.

Según Molina y Palmer, en la derrota de Tinoco, las maestras y estudiantes del Colegio Superior de Señoritas tuvieron un liderazgo determinante, pues fueron ellas las que organizaron la resistencia que habría de aplastar las intensiones de Tinoco. Los historiadores afirman que el acontecimiento favoreció la posterior consecución del derecho al voto para las mujeres(75).

Cuando ocurrió eso que don Santiago llama guerra, el derrocamiento de González Flores por parte de Federico Tinoco, en el año 1917, y la posterior lucha que daría en su contra, él no había nacido, lo que sugiere la fuerza que dicho acontecimiento tuvo como para perdurar en la memoria de quien se lo contó a él y en la suya propia(76).

Él “era el de menos”, el que menos importaba; qué querrá decir con esa frase don Santiago. ¿Qué presenció cómo otras personas vivieron cosas peores? No lo puedo saber, su silencio y su dolor me inhiben de seguir, porque hacer la entrevista con don Santiago fue sumergirme en un dolor pegajoso, lo que me recordó que hay un momento en que quien investiga debe dejar de preguntar e irse.

Doña Auxilia, una conversación con el retraimiento

Cuando llegué preguntando por doña Audilia Parra Vázquez al barrio San Juan, sus hijas, su nuera y sus vecinas me confundieron con una trabajadora social del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), institución autónoma creada en el año 1971, con el fin de enfrentar los problemas de pobreza en el país. Creían que iba a ofrecer alguna ayuda económica a la familia. Eso mermó mis posibilidades de que ella aceptara la entrevista que, como sabría entonces, aunque pactada, no estaba del todo aceptada, porque ella y su familia parecían desconfiar de quien fuera a pedirles algo.

Esto me resultó comprensible dada la dramática pobreza en la que viven, y las probables promesas sin cumplir que les habrán hecho las personas que llegaron, antes pero igual que yo, con una demanda. Su resistencia a conversar se empeoró frente a la presencia de mi grabadora y cámara fotográfica.

Finalmente, ese domingo 4 de marzo del año 2007, a las 2 de la tarde, doña Audilia aceptó conversar, sin que yo hubiera tenido que insistir más de la cuenta. Me contó que nació el 3 de setiembre de 1921(77) y que tenía 86 años de edad.

Paradójicamente, doña Audilia, que es indígena, nace en el año del Centenario de la Independencia de Costa Rica, sin que esta población viera mejoradas sus condiciones de vida.

También me dijo que vivía con un hijo: “No, vivo arrimada, porque el marido me, me compra cosas”. Ese marido del que habla está muerto, pero ella, como doña Cira, lo olvida por ratos. Doña Audilia es una persona muy temerosa y tuvo dudas para entender y responder sobre algunos temas, o yo para preguntar y escuchar; por ejemplo, confunde a los hijos con los hermanos y viceversa, a veces sabe que el marido está muerto, a veces no. De todas maneras, donde más lúcida parece estar es cuando habla de la pobreza, como que eso es su referente de identidad más claro.

La casa donde vive es producto de un proyecto de gobierno: maltrecha, sin puertas, en su lugar cuelgan unas viejas cortinas de tela, el piso de la sala es rojo, el de la cocina de tierra, y el sanitario es de hueco. Ni ella, ni una nuera que la acompaña, tienen dientes ni zapatos. Doña Audilia tiene las piernas hinchadas, camina con ayuda y luce enferma; una hija me dice que está deprimida desde hace mucho. Sin embargo, posaba alegremente cuando le tomaba las fotografías.

Ella no fue a la escuela y no sabe leer, sin embargo, sus 13 hijos e hijas terminaron la escuela; ellos trabajan de peones agrícolas; ellas haciendo y vendiendo petates.

En su caso, trabajó: “A trabajar, a lavar ajeno, en ganar el cinco para ir comiendo. […] Yo trabajé bastante para criar a todos esos hijos que yo tengo. Uno que tengo ahí.

[…] Cocinando [énfasis], moliendo era lo que hacía yo, y lavar la ropa de todos los
chiquillos y lo mío [y la ropa ajena]”.

Ya avanzada la conversación, le inquiero si se acuerda de alguna guerra, a lo que responde categóricamente: “No, no me acuerdo. Sí como que sí [piensa] ¿Guerra cómo qué? [¿Cómo que se llevaban los hombres a pelear?] ¡Ajá, sí! […] Sí, ya me acuerdo. [¿Cómo qué se acuerda?] Eso sí no sé por qué se me olvidó. [Pero lo ha oído mentar]. Lo he comentar sí [silencio largo]. Pobrecito estaba durmiendo [doña Audilia tose, de ahí que nuestra plática se dirige a eso un rato, cuando vuelvo sobre el tema de la guerra…] De policías sí, ¿pero de qué? […] Pero yo no he visto ningún policía llegar aquí. […] Me acuerdo que había guerra, pero yo no, no vide(78) nada”.

Su memoria parece parpadear, igual que su conciencia sobre la vida toda, semejante a su pobreza, en la que, a veces tiene y veces no tiene. Será por eso que se pregunta como extrañada ¿Guerra cómo qué? ¿Pero de qué? Y se contesta: yo no, no vide nada.

Doña Angela, la pobreza de estar sola

Después de horas de un caluroso camino hasta Muelle de San Carlos, finalmente veo a doña Ángela Vargas Vargas Me espera con don Ventura, su esposo y única compañía. Es un sábado 11 de noviembre del año 2006. Esta entrevista sería la más desgarradora de todas: doña Ángela y su marido viven en una pobreza tan desértica que punza la piel. Por ello, me sentí apesadumbrada haciéndole algunas preguntas sobre, por ejemplo, la comida que consumían.

Doña Ángela lloró muchísimo durante la entrevista; don Ventura, quien sabía no podía participar enteramente de la conversación, se quedó por ahí cerca, como sin querer, también lloraba. Me pareció que ella y su marido se quieren y aferran entre sí, como dos sobrevivientes que sólo tienen eso, su mutua compañía.

Vivió juntada con otro hombre, luego con Ventura, quien, años después le propondría matrimonio; eso significó para ella tener un lugar en una sociedad que la juzgó largamente por sus relaciones no legalizadas. Meses después, cuando les llegaron las fotografías que les había tomado y les envié, me llamaron sollozando, pero esta vez de alegría: tenían algo lindo para guardar, dijeron.

Ella nació el 29 de septiembre del año 1922, mientras gobernaba Julio Acosta. Su cumpleaños lo fue también de El Heraldo, un Semanario inaugurado para entonces. Un año después del nacimiento de doña Ángela, se funda la Liga Feminista en Costa Rica(79).

Nunca en su vida ha tenido casa o tierra; con don Ventura viven en una vivienda prestada y comen gracias al dinero que gana vendiendo helados de palillo y achiote, que ella cosecha; pero sobre todo, gracias a lo que, de cuando en cuando, le regalan las vecinas.

Antes de enfermar, porque está muy enferma ahora, trabajó, desde niña, como empleada doméstica, cocinando a peones, lavando ropa ajena, cortando arroz, arrancando frijoles, cogiendo café, y haciendo y vendiendo café y tamales. Migró desde San Joaquín de Heredia a los 15 años de edad para trabajar como empleada doméstica: “Ellos tenían pulpería y ella, diay, me conoció así y me dijo que si quería trabajar allí y yo le dije que sí, que yo venía a, a, trabajar por aquí que era más, más, más mejor”.

Parió, con comadrona, 12 hijos e hijas, dos muertos, y crió otros que adoptó de una expareja.

Llegó hasta tercero de la escuela, dice que porque: “Diay porque no, yo no quería estudiar. […] No, no me gustaba y me, me escondía en los cañales ¡usted sabe mama! [Silencio] Ah diay porque peleaban los chiquillos […] Diay, porque los chiquillos se ponían a pelear con nosotras; como habían dos escuelas, en San Joaquín habían dos escuelas: la de las, la de las niñas se quedaba enfrente de la iglesia y la otra quedaba atrás de la casita de adonde mamá, y peleaban. Cuando nosotras pasábamos para allá eran varones, esa escuela la que le digo que estaban a la par de mamá, y apenas pasábamos nosotras, comenzaban los chiquillos a tirarnos piedras y nos tiraban tierra y hasta por la cabeza para que la mamá de uno le pegara. Entonces yo le dije: – mamá ya yo no quiero ir más a la escuela -. – Pero hijita: ¿por qué? -. – No, yo no quiero ir más a la escuela, yo no quiero -, y ¡ya está!”

Cuando le pido que cuente los motivos, afirma duramente: “No, porque decía que eso era muy feo, las chiquitas revueltas con los chiquitos. […] Porque tal vez algún chiquillo puede agarrarla a una y ponerla abajo y montársele encima [silencio] me parece a mí, sí”. Ella, igual que doña Marta, creció con miedo a la violencia; temor que terminó con sus posibilidades de escuela. Las experiencias de estas mujeres hablan de los mecanismos de control, físicos y simbólicos, que se ejercen sobre las mujeres para limitar sus espacios. Sobre ello, Liliana Mizrahi argumenta que, como herencia judeo- cristiana, las mujeres son controladas a partir de la inculcación de sentimientos de culpa y miedo(80).

Sus vivencias político-partidarias han ido y venido según cada gobierno: fue liberacionista, pero después: “Diay, y como nosotros veíamos que la cosa iba muy, muy mal, entonces nos quedamos con, con Calderón, y Calderón, Calderón entonces ya nosotros veíamos que sí iba funcionando bien y no podíamos quejarnos de él, pero ya después ya no. Ya, ya, ya salió Calderón y ya fue diferente la cosa, que entró ese otro señor(81) y ya nosotros no, ya no podíamos comprar pero ni el gas porque todo carísimo”.

Para ella, la guerra de 1948 tuvo un significado metafórico con su maternidad, establece un paralelismo entre ésta y su embarazo-parto: “Diay que estaba yo, esté, estaba en esa, en ese tiempo estaba en ese día ya, que se había arreglado ya, que ya no había ya nada de pasar aviones ni para un lado ni para otro, y estaba en la cama con un bebé. […] ¡Vivía en Alajuela! […] Yo estaba en el río, yo estaba en el río con una, una palangana de ropa. Yo estaba lavando y estaba con los dolores(82) y allí lavando y decía yo: – ¡Ay Dios mío! ¿Será que me van a agarrar ahora aquí? – Entonces abrevié a lavar la ropita y me fui para adentro, para la casa ¡y ya! Cuando era de noche ya, me van socando más los dolores y ya, como a media noche me, me regalaron la chiquita. […] Y ese día terminó la guerra de chiquillos [se ríe]. [¿Y cómo supo? ¿Cómo oyó? ¿Tenía radio en ese momento?] No, yo, yo, los aviones que pasaban tempranito verdá. Eran como las 4 ó las, las 3 de la tarde, pasaban los aviones para allá y para acá, y entonces oí que, en un radiecillo que tenía yo, viejísimo, como el de antes, oigo que ya se había terminado la guerra. – ¡Mirá, se terminó la guerra y también se va a terminar la parida, digo! – [se ríe] Sí, sí, viera que sí. Esa muchacha vive allí, por ¿sabe a dónde? En la finca de Carlos Quintero. [¿Cuál muchacha? ¿La que le ayudó a…? ] No, la, la que, la que yo tuve”.

Referirse al parto como un regalo, expresado en frases comunes como “le regalaron un niño” por decir que parió un niño, puede estar relacionado con el lugar simbólico devaluado que ocupa la maternidad en algunas culturas. Por ejemplo, la psicoterapeuta Silvia Vegetti, a partir del análisis de casos clínicos, propone que la maternidad ha sido construida culturalmente como mecanismo para domesticar a las mujeres y despojarlas de su lugar como madres y como hijas(83).

La guerra es un recuerdo directamente asociado con el dolor, en su caso, el dolor de parir a esa hija de ella, a esa “chiquilla” que, como los que hacían la guerra eran para doña Marta, eso, chiquillos.

Reflexiones temporales

La vida como una lucha –o como una guerra– para sobreponerse a la pobreza económica, pero también a la afectiva; a los maltratos, a la orfandad. Ese parece ser el sino que marcó a las personas entrevistadas, y sugiero que es esa marca la que da significado a sus experiencias y representaciones de los conflictos bélicos. Esto es, la asociación entre guerra y pobreza es, sobre todo, metafórica en tanto las guerras civiles evocadas representan las guerras individuales –desde la desmemoria o el recuerdo, desde la rebelión o la resignación– libradas contra la soledad, los golpes y la miseria económica. No obstante, guerra y pobreza tienen también una condición “real” por cuanto probablemente su estado de pobreza, relacionado a demandas identitarias de género y etnia, hicieron posible una cierta posición frente a ella, fuera de miedo, de negación, de orgullo, de lucha o de humillación.

Por eso es que, por ejemplo, para doña Ángela la guerra es como un parto, y para don Manuel, durante la guerra, la escuela era como una cárcel.

Ante el acontecimiento guerrero, el olvido se vuelve, sobre todo para algunas de ellas, un mecanismo contra el dolor de la memoria, seguramente porque en estos momentos límites la gente siente cosas “feas”, como el odio o la cólera, que prefieren olvidar.

Pero, al tiempo que la guerra es olvidable, es inolvidable para otras y otros; entonces, el recuerdo como protección, no olvidar como manera de sobrevivir.

También la guerra tiene sentido en clave de soledad, como símbolo de las tristezas, los maltratos y los abandonos sufridos durante la infancia.

Pero además la guerra se simbolizó como un medio para lograr un resarcimiento por lo vivido, como una manera de oponerse ante el daño; por ejemplo, don Pablo que se alista en la guerra de 1955 por lo que le hicieron a él y a su abuelo en la de 1948; o doña Marta por lo vivido siendo empleada doméstica de liberacionistas.

En el transcurso de las guerras, la identidad vive una transformación: en doña Hortensia, don Manuel, doña Marta, don Pablo, la militancia político-partidaria como un estigma traumático que debe ser removido.

Pero lo sucedido en las guerras también representa para algunos hombres un catalizador de su masculinidad; una cuestión de lealtad, de valentía y de honor; lo digo en el sentido que le da Bourdieu a la guerra como el ritual de masculinidad por excelencia(84). Aunque esto en medio de contradicciones, porque ese fue un tiempo de valor pero también de miedo, de llanto; uno reconocido, a veces, a regañadientes, en detrimento de una masculinidad que se niega a pasar la prueba del coraje, frente a lo que quedaba, como en don Santiago, el recurso del licor.

Por su parte, en algunas de ellas representó temor, sobre todo por lo que podría pasar a sus esposos, como en doña Hortensia; pero también de valor y enojo, como en doña Marta.

En consecuencia con lo anterior, seguramente, como en toda guerra, no se trataba sólo de ésta, era más que nada el ambiente de guerra, de aprensión por la presencia de armas y uniformados. Esto querría decir que la guerra y el miedo no se quedaron solo para quienes pelearon sino, para quienes, sin pelear directamente, la vivieron y sobrevivieron.

Estas guerras fueron algo íntimo, para doña Ángela, don Pablo, don Manuel, doña Marta, doña Hortensia y don Juan María; al tiempo que algo extraño, para doña Cira, don Santiago, don Peter y doña Audilia. Dos maneras de resolver la guerra, desde la lejanía y desde la proximidad.

Así, esta lucha donde nadie ganó o perdió completamente, parece envolver, para las personas entrevistadas, una mezcolanza, material y afectiva, de recuerdos quebrantados que aún hoy no acaban de reponerse.

Por otro lado, es probable que las condiciones de despojo económico aumentara el sentimiento de desamparo ante la guerra; que esta rompiera con la cotidiana pobreza pero también, paradójicamente, que la pobreza desplazara el recuerdo de la guerra.

Los testimonios predominantes sobre la guerra, en tanto han gozado de un poder económico y simbólico para su difusión y aceptación, han sido eso, los oficiales. Con los que aquí se recogen y ofrecen al público, se abre un espacio a otro tipo de fuentes y con ello, a que estas personas que no eran simbolizadas como interlocutoras válidas del hecho, lo sean. Se amplía y problematiza, por medio de la historia oral, la memoria costarricense sobre la guerra, no solo porque quienes aquí hablan no poseen el capital propio para hacerse oír desde la legitimidad, sino también porque los narradores y las narradoras que aquí se presentan, pesar de tener en común la pobreza y la guerra, son disímiles entre sí.

La historia oral nos ha permitido adentrarnos en el significado de los hechos, no en los hechos como verdad, que todas maneras interesan más al positivismo, sino a los hechos como vivencias subjetivas, como sentimientos.

Al mismo tiempo, en tanto narradoras de su propia historia, estas personas tuvieron un espacio de reelaboración de sus experiencias. De, por así decirlo, volverse a contar ante sí.

Notas de pie de página

1. La investigación fue realizada en el Centro de Investigaciones Históricas para América Central, Universidad de Costa Rica.

2. Estoy muy agradecida con Rodolfo Núñez, Juan José Araya, Marina Gamboa, Tatiana Contreras, Sydney Farquharson, Olga Sánchez, Edgar Solano y Katia Fernández, quienes me ayudaron a conocer a las personas que entrevisté.

3. Ambos archivos estarán para el público, próximamente, en archivos y bibliotecas del país.

4. Anni Borzeix y Maruani Margaret, “La memoria como un objetivo de poder y la duplicidad insoslayable del oficio de sociólogo”, en: Vilanova, Mercedes (editora). El poder en la sociedad. Historia y fuente oral (Barcelona: Antoni Bosch, 1986), pág. 109.

5. Para el análisis consideré la propuesta de Van Dijk acerca de las estructuras del discurso: los temas, la semántica local, el estilo, la argumentación, el relato de anécdotas y las estructuras de la conversación. Van Dijk, Teun, Stella Ting-Toomey, Geneva Smitherman y Dense Troutman, “Discurso, filiación étnica, cultura y racismo”, en: Teun van Dijk (comp.) El Discurso como Interacción Socia (España: Gedisa, 2000), págs. 213-262. Para una discusión sobre el uso de la metodología cualitativa, y de la entrevista en profundidad en particular, véase: Pérez, Miguel, “La perspectiva cualitativa en los estudios sobre pobreza,” en Revista EMPIRIA Revista de Metodología de Ciencias Sociales. 5 (2002), págs. 69-85.

6. Joutard, Philippe, Esas voces que nos llegan del pasado (México: Fondo de Cultura Económica, 1986), pág. 7.

7. Joutard, Esas voces, págs. 268-269.

8. Joutard, Esas voces, pág. 275.

9. Joutard, Esas voces, pág. 298.

10. Víctor Hugo Acuña, Historia de la incertidumbre (Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2007), pág. 68.

11. Me refiero a la propuesta de Franco Ferrarotti de que existen cuatro tiempos: el histórico o lineal, el cíclico, el sagrado o eterno y el tiempo personal. Citado en Mercedes Vilanova “Creación y utilización de la fuente oral”, en Mercedes Vilanova y otras, Historia, fuente y archivo oral, actas del seminario Diseño de proyectos de historia oral (Madrid: Ministerio de Cultura, 1990), págs.20-21.

12. María Carmen García-Nieto, “Valor y potenciación de la fuente oral”, en: Mercedes Vilanova y otras, Historia, fuente y archivo oral, actas del seminario Diseño de proyectos de historia oral (Madrid: Ministerio de Cultura, 1990), pág. 46.

13. Philippe Lejeune, “Memoria, Diálogo y Escritura”, en Revista Historia y Fuente Oral 1 (1989). (Barcelona: Universidad de Barcelona), pág. 58. En el caso de esta investigación, y por ser obligatorio, pedí a cada participante firmar un consentimiento para la publicación de su nombre.

14. Dejo la discusión sobre el tema de la guerra propiamente, en la amplísima producción que existe en nuestro país. Por ejemplo: Manuel Solís, La institucionalidad ajena. Los años 40 y el fin de siglo (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2006). Alfonso González, Mujeres y hombres de posguerra (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2005). Fabrice Lehoucq, Instituciones democráticas y luchas políticas en Costa Rica (San José: Editorial de la Universidad Nacional, 1998). González, Alfonso y Manuel Solís, Entre el desarraigo y el despojo (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2001). David Díaz Arias, Memorias Comunistas sobre la Guerra Civil de 1948 en Costa Rica Ponencia en el IX Congreso Centroamericano de Historia, 21 al 25 de julio de 2008, San José, Costa Rica. Iván Molina y Fabrice Lehoucq, Urnas de lo Inesperado. Fraude electoral y lucha política en Costa Rica (1901-1948) (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1999).

15. Sobre este último tema, léase: Iván Molina, Costarricense por dicha (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2008).

16. Al citar a las personas entrevistadas indico los silencios, las dudas y otras manifestaciones solo cuando me parecen particularmente significativas; no quise hacerlo siempre que se dieron, pues dificultaría en exceso la lectura.

17. Para facilitar la lectura, he eliminado todas mis intervenciones, cuando se trata de una interjección o de la repetición de la última frase de la persona entrevistada.

18. Se refiere a un tipo de lotería que se vende en Costa Rica.

19. Historia de las telecomunicaciones en Costa Rica. En: Grupo ICE. com http://www.grupoice.com/esp/tele/infobase/hist.htm. Consultado el 28/12/07.

20. Véase Iván Molina, La política detrás de las cifras. las estadísticas electorales. de Costa Rica (1897-1948), Cuadernos Digitales: publicación electrónica en Historia, Archivística y Estudios Sociales. Volumen 8. no.22. Agosto del 2003. Universidad de Costa Rica Escuela de Historia. En: http://historia.fcs.ucr.ac.cr/cuadernos/c22his.pdf, Consultado el 28/12/07.

21. Véase Colegio de Abogados de Costa Rica. Historia del Colegio de Abogados. http://www.abogados.or.cr/info_general/historia.php. Consultado 28/12/07.

22. Ana María Fernández, “Violencia y conyugalidad: una relación necesaria”, en: Eva Giberti y Ana María Fernández (compiladoras), La mujer y la violencia invisible (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1992), págs.141-169.

23. Carmen Granados, 1915-1999.

24. Una de las acepciones de este vocablo es: “Objeto inanimado, por oposición a ser viviente” Real Academia Española, Diccionario esencial de la lengua española (Madrid: Espasa Calpe, 2006), pág. 420.

25. Una breve discusión al respecto está en: Dominjanni, Ida, “Quién está en el lugar de Elena”, en: Muraro, Luisa y otras, Guerras que yo he visto (Madrid: Horas y horas la editorial, 2001), págs. 27-35.

26. Véase Enríquez, Francisco, Control social y diversión pública en Costa Rica (1880-1930) en: http://www.geocities.com/organiz.geo/otro/o/contrica.html. Consultado el 28/12/07.

27. Iván Molina y Steven Palmer, Costa Rica del siglo XX al XXI. Historia de una sociedad (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2005).

28. Para una discusión sobre las simbologías de la clase, el enclasamiento, el desclasamiento, entre otros aspectos, puede leerse: Pierre Bourdieu, La Distinción. Criterio y bases sociales del gusto (España: Taurus, 2000). Desde esa lectura, don Pablo estaría hablando, con sus “chunches”, de un gusto adquirido tiempo atrás que no puede ser actualizado.

29. Funes el memorioso, personaje de un cuento con ese nombre, del escritor argentino Jorge Luis Borges, tiene la cualidad de recordarlo todo exactamente como lo había vivido. Puede leerse completo en: http://www.literatura.us/borges/funes.html. Consultado el 23 de agosto de 2008.

30. Quiere decir que no va a huir.

31. Sangre en el ojo o resentimiento que requiere ser reparado. En su investigación, Manuel Solís detalla los sentimientos de odio presentes en algunos personajes de la guerra del 48. Solís, _La institucionalidad_… págs. 305-325.

32. Para una discusión sobre el valor, como característica política-masculina, léase el capítulo 5 de Samuel Stone, El legado de los conquistadores (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia, 1998), págs. 131-159.

33. Dennis Arias, Tiempos de ironía: nazismo, cuestión autoritaria y violencia en la Costa Rica (pre)bélica Mesa redonda: 60 Aniversario de la Guerra Civil de 1948, Universidad de Costa Rica, Escuela de Historia, abril de 2008. González y Solís. Entre el desarraigo….

34. Pierre Bourdieu, La dominación masculina (Barcelona: Anagrama, 2000). pág. 96.

35. Para un análisis de la relación entre el humor y el inconsciente, véase: Freud, Sigmund, El chiste y su relación con el inconsciente (Madrid: Alianza Editorial, 1994). Para simplificar en exceso, diré que después de leer el libro, las personas saben que la risa no es la risa.

36. Esta expresión puede significar un intento del entrevistado por equilibrar a su favor la relación de poder desventajosa que ocupa en la entrevista, sobre todo siendo yo mujer.

37 Flora Ovares y otras, La casa paterna. Escritura y Nación en Costa Rica (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1993).

38. Consúltese: Quesada, Juan Rafael, “La educación en Costa Rica: 1920-1949”, en Salazar, Jorge (editor), _ Historia de la Educación en Costarricense_ (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia- Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2003), págs. 117-192.

39. Victoria Sau, El vacío de la maternidad. Madre no hay más que ninguna (Barcelona: Icaria, 1995). págs. 21-23.

40. Carmen Murillo, “Vaivén de arraigos y desarraigos: identidad afrocaribeña en Costa Rica. 1870-1940”, en Revista de Historia 39 (1999) (Universidad Nacional-Universidad de Costa Rica, enero-junio), págs. 186-206.

41. Machos significa, en este caso, estadounidenses.

42. Solís, La institucionalidad, pág. 234.

43. María Flórez-Estrada, Economía del género. El valor simbólico y económico de las mujeres (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2007), págs. 98-224.

44. Al usar este término sugiero que, según como se desarrolle una entrevista, puede semejarse a una conversación entre una persona interesada en contar y otra en escuchar.

45. Molina y Lehoucq. Urnas de lo Inesperado.

46. Como hachero cortaba árboles en la montaña, como trabajador del Resguardo Fiscal atendía las denuncias que la gente hacía de los lugares clandestinos de producción de licor.

47. La guerra como un chance positivo en términos de desarrollo personal es mencionada en Alfred Schutz, “La vuelta al hogar”. En Arvid Brodersen, Estudios sobre teoría social, escritos II (Buenos Aires-Madrid: Amorrortu Editores, 2003).

48. Altamira, ubicado en San Carlos de Alajuela, fue escenario de algunas batallas.

49. El diario es la comida y productos de limpieza de la semana o el mes.

50. El Tejar es uno de los lugares, en Cartago, donde se realizaron combates.

51. La Lucha Hasta el Fin, finca de José María Figueres Ferrer, ubicada en Desamparados, desde donde, se dice, organizó la revolución. Fue además lugar de confrontaciones bélicas directas.

52. Don Juan María está hablando de Teodoro Picado Michalski que fue presidente de Costa Rica desde 1944 hasta 1948.

53. Villegas, Guillermo, Testimonios del 48 (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002), pág. 218.

54. Varandolas son las ramas bajas de la planta del café.

55. Villegas, Testimonios del 48, pág.63.

56. Villegas, Testimonios del 48, pág. 197.

57. Tomado de El Espíritu del 48, en: https://elespiritudel48.org/narracion-de-chale/ Consultado el 9 de septiembre de 2008.

58. Tomado de Pérez Zeledón.net, en: http://www.perezzeledon.net/modules.php?name*News&file*print&sid*534 Consultado el 9 de septiembre de 2008.

59. Tomado de El Espíritu del 48, en: https://elespiritudel48.org/jugue-mejor-que-mi-adversario/ Consultado el 28 de septiembre de 2008.

60. William Faulkner, La paga de los soldados (Barcelona: Biblioteca Universal Caralt, 1977), pág. 201.

61. Mario Samper, , “El arte de imprimir. Los oficios tipográficos de la ciudad de San José, 1830-1960”, en _Revista de Historia_42 (2000), págs. 135-187. (Universidad Nacional-Universidad de Costa Rica, julio-diciembre).

62. Entenada es un adjetivo para indicar que no era hija de su padre.

63. Monita porque a Ulate le decían mono y a las personan que le apoyaban, monas. Agradezco a David Díaz Arias por esta información. Más adelante otro entrevistado, don Cleveland, hará alusión a lo mismo cuando hable de monkeyman.

64. Sobre el tema véase: Eugenia Rodríguez, Dotar de voto político a la mujer ¿Por qué no se aprobó el sufragio femenino en Costa Rica hasta 1949? , (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2003), pág. 4. Yadira Calvo, Ángela Acuña forjadora de estrellas, (San José: Editorial Costa Rica, 1989). Desde la perspectiva de la autoría de las mujeres: Ruth Cubillo, Las escritoras del Repertorio Americano (1919-1959) (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2001), págs. 101-115. Sobre el proceso de incorporación de la población afrodescendiente como parte de la ciudadanía costarricense, leer: Oscar Hernández, “ De inmigrantes a ciudadanos: hacia un espacio político afrocostarricense (1949-1998)”, en Revista de Historia 39 (1999), págs. 207-245, (Universidad Nacional-Universidad de Costa Rica, enero-junio).

65. Sobre las luchas sociales contra la United, consúltese: Bourgois, Fhilippe, Banano, etnia y lucha social en Centro América (San José: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1994).

66. Habla de la Caja Costarricense de Seguro Social, creada en el año 1942 como institución semiautónoma del Estado.

67. Véase por ejemplo, Arias Mora, Dennis, “La recepción crítica del nacionalsocialismo entre la intelectualidad de izquierda en Costa Rica (1933-1943)” (Tesis de Maestría en Historia, Universidad de Costa Rica, 2006).

68. Con ese apodo se conoce a los militantes calderonistas en alusión al refugio de Calderón Guardia en México.

69. El mandamás es el jefe.

70. Iván Molina y Steven Palmer, _Educando a Costa Rica. Alfabetización popular, formación docente y género (1880-1950), (San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2003), págs. 199-248.

71. Molina y Lehoucq, Urnas de lo Inesperado, págs. 69-75.

72 Alude a la Revolución Cubana, iniciada en 1959.

73. Samueliar se usa comúnmente para nombrar el acto de mirar a una persona, generalmente a una mujer desnuda, que no sabe que es observada.

74. Habla de Federico Tinoco. Como expliqué antes fue presidente de Costa Rica desde 1917 hasta 1919.

75. Molina y Palmer. Educando a Costa Rica, págs. 117-128.

76. Manuel Solís hace alusión a esta memoria que se hereda en Solís, La institucionalidad, págs. 255-259.

77. Para un detallado estudio sobre dicha fecha consúltese: David Arias,La fiesta de la independencia en Costa Rica, 1821-1921, (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2007).

78. Vide quiere decir vi.

79. Ovares y otras, La casa paterna. y Molina y Palmer. Educando a Costa Rica.

80. Mizrahi, Liliana, Las mujeres y la culpa. Herederas de una moral inquisidora, (Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1990).

81. Teodoro Picado, presidente de Costa Rica durante el período 1944-1948.

82. Dolores del parto.

83. Silvia Vigetti, El niño de la noche. Hacerse mujer, hacerse madre, (Madrid: Ediciones Cátedra, 1992).

84. Pierre Bourdieu, La dominación.

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