Nicas belicosos: Nicaragüenses en la Guerra Civil de Costa Rica, 1948

Nicas belicosos: Nicaragüenses en la Guerra Civil de Costa Rica, 1948

Nicas belicosos: Nicaragüenses en la
Guerra Civil de Costa Rica, 1948

Carlos Enrique Alemán

Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 39: 111-141, 2013

Resumen

Este artículo analiza la participación de los inmigrantes y exiliados nicaragüenses durante la guerra civil costarricense de 1948. Para ello se toma en cuenta cómo la oposición costarricense destacó la “interferencia” nicaragüense para, en primer lugar, demonizar los gobiernos de Rafael Ángel Calderón y Teodoro Picado y, en segundo lugar, justificar el aumento de violencia contra sus partidiarios, los supuestos “calderocomunistas”. Luego se examina el papel que los nicaragüenses jugaron durante el conflicto, cómo los exiliados y obreros lucharon en ambos lados, y cómo ellos afectaron el curso del conflicto. La sección final examina las consecuencias de la guerra para los nicaragüenses.

Introducción

En 1940, una mayoría abrumadora de votantes costarricenses (82,5 por ciento) eligieron al Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia como presidente. Ocho años después, a pesar de la asombrosa victoria, sus esfuerzos para relegirse ayudarían a desencadenar una guerra civil en una nación reconocida por su democracia y estabilidad política. Los problemas comenzaron cuando Calderón intentó consolidar su poder dentro del Partido Republicano Nacional (PRN). El expresidente León Cortés, quien de forma reacia había apoyado a Calderón a cambio de reciprocidad en 1944, rompió con el PRN después que Calderón nombrara a Teodoro Picado presidente del Congreso en vez de a Otto Cortés, hijo de León Cortés. Cuando León Cortés se unió a la oposición, Calderón encontró nuevos aliados en los comunistas costarricenses (Ver Molina, 2004; Díaz Arias, 2009).

La alianza entre los comunistas y el gobierno permitió a los primeros el acceso sin precedente al poder gubernamental y concedió al gobierno el apoyo de un partido con una base disciplinada y organizada de trabajadores bananeros, artesanos urbanos y asalariados (Ver Molina, 2004; Miller, 1993). La alianza mantuvo el apoyo de Calderón a las Garantías Sociales y al Código del Trabajo. Los comunistas se aliaron con el gobierno para asegurar su participación en la implementación de las reformas sociales que el presidente, gracias a su alianza con la Iglesia Católica, ya estaba apoyando.1 Es más, los comunistas necesitaban hacerse más aceptables no solo para Calderón y el PRN, sino también para la Iglesia Católica y sus líderes, el arzobispo de San José, Víctor Manuel Sanabria. Los comunistas lo lograron disolviendo el Partido Comunista Costarricense (PCCR), abrazando la filosofía social cristiana de Calderón y restableciéndose como el Partido Vanguardia Popular (PVP) (Ver Miller, 1993). La colaboración entre el PRN y el PVP dio frutos en 1944, cuando Teodoro Picado venció a León Cortés en las elecciones presidenciales.

Durante los subsecuentes cuatro años, la política costarricense se volvió severamente polarizada. Este artículo examinará cómo la violencia crecientemente se volvió una opción viable para una oposición costarricense desesperada por prevenir el gobierno continuo calderonista. A medida que la oposición intentaba deshacer el avance político de los calderonistas, progresivamente buscaba medios violentos para lograr sus metas. Para justificar el uso de violencia, la oposición costarricense enfatizó tres quejas principales: los calderonistas se habían robado las elecciones y lo harían nuevamente, los comunistas dominaban el gobierno, y el gobierno tenía una peligrosa asociación con los ni caragüenses. De manera convincente, la oposición presentó al gobierno como una entidad corrupta dominada por comunistas y nicaragüenses, y pudo colocarse como la salvadora de la nación costarricense y justificar su defensa a través de una violencia sin precedentes.

En 1948, la oposición costarricense utilizó la violencia, pero no estaban solos. La violencia, como afirman Desmond-Arias y Goldstein (2010: 4-5), es una herramienta empleada por una variedad de actores (estados, elites sociales y sectores subalternos) para “establecer o luchar los regímenes de ciudadanía, justicia, derechos y un orden social democrático.” La decisión de emplear la violencia no es simplemente un fracaso del gobierno democrático y las instituciones, o de individuos apartados de las normas sociales, sino más bien un elemento integral en la configuración de una sociedad democrática. Así, el gobierno, los comunistas, junto con trabajadores de Costa Rica y Nicaragua también desplegaron la violencia para alcanzar sus objetivos.

Este artículo se enfoca principalmente en las actividades, a veces violentas, de los trabajadores y exiliados nicaragüenses durante la Guerra Civil costarricense. Estos tenían sus propias motivaciones para participar en la guerra y sus esfuerzos fueron críticos para ambos bandos del conflicto. Ambos, el gobierno costarricense y la oposición, reforzaron sus líneas con nicaragüenses; sin embargo, también –hipócritamente- se atacaron mutuamente por su asociación con los nicaragüenses.

El censo de población de Costa Rica de 1927 estimaba que 10.642 nicaraguenses residían en el país. Para 1944, el número estimado de nicaragüenses en Costa Rica oscilaba entre 30.000 y 50.000. El crecimiento migratorio puede atribuirse principalmente a la expansión de las plantaciones de banano en la costa del Pacífico de la United Fruit Company (UFCo), además de la continua represión política en Nicaragua.2 Los trabajadores y exiliados nicaragüenses eran mayoritariamente antisomocistas, sin embargo, se encontraron en el lado opuesto de un conflicto en un país ajeno. La extraña confrontación pública fue el resultado del antagonismo social y de diversas motivaciones que hicieron de cada facción un obstáculo para el éxito de la otra, aunque no eran diametralmente opuestas.3 Los trabajadores nicaragüenses pelearon al lado de Vanguardia Popular y del gobierno, como la culminación de la relación forjada en los años 30, particularmente durante la huelga bananera de 1934. En la Guerra Civil de 1948, los trabajadores nicaragüenses pelearon como vanguardistas para proteger el Código de Trabajo y las Garantías Sociales. Así, ellos lucharon por lo que consideraban sus derechos. Es más, Vanguardia Popular ayudó a los nicaragüenses a establecer el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) en Nicaragua. Para 1944, los nicaragüenses habían creado un capítulo afiliado al PSN en San José, anunciándolo con la publicación del “Manifiesto para todos los Emigrantes Nicaragüenses en Costa Rica” en el periódico Trabajo, con lo que se demostraban los lazos entre los trabajadores nicaragüenses y costarricenses y los izquierdistas.4

Por otro lado, los exiliados nicaragüenses en la Legión del Caribe que asistieron a José Figueres, cuya principal preocupación era derrocar a Somoza, se habían convencido de que asistiendo a Figueres era la mejor manera para alcanzar su objetivo, a pesar del hecho de que el gobierno de Costa Rica era un gobierno demócrata. Más aún, el historiador Walter Knut (1993: 229) sugiere que “Las características que determinaron las actividades y los objetivos de la oposición exiliada [nicaragüenses] fue, en el análisis final, el origen social de su liderazgo, que era poco diferente del PLN, PLI o hasta los Conservadores.” Siendo así, la mayoría de los involucrados en el movimiento de exiliados, particularmente los nicaragüenses involucrados con la Legión del Caribe, no tenían ninguna conexión con los trabajadores nicaragüenses en Costa Rica (o en Nicaragua en todo caso).

Las actividades y los exiliados también se complicaron por la participación del dictador nicaragüense Anastasio Somoza García, quien -irónicamente- asistió a un gobierno apoyado por comunistas para asegurarse de que los aliados de Figueres no se convirtieran en una amenaza para su propio dominio en Nicaragua (Bell, 1971; Gleijeses, 1991; Clinton, 2001). La siguiente sección examinará la relación cambiante entre los gobiernos de Nicaragua y Costa Rica y su impacto en la política costarricense.

Calderón, Picado y Somoza

La toma de posesión de Calderón permitió iniciar un acercamiento entre los gobiernos de Nicaragua y Costa Rica, además de una relación personal entre Somoza y Calderón. Aparentemente, una alianza entre Calderón y Somoza parecería poco probable, dado que Somoza llegó al poder como el arquitecto de una dictadura militar; en cambio, Calderón se volvió presidente construyendo una coalición de grupos reformistas de inclinación izquierdista. Sin embargo, estos dos gobiernos dependían uno del otro para su apoyo y preservación. Aparte de ser aliados políticos, Calderón y Somoza eran además socios a través de un arreglo mutuamente beneficioso para importar ganado nicaragüense a Costa Rica (Ver Olander, 2000). La relación de Calderón con Somoza se convirtió inmediatamente en alimento para la oposición costarricense. Cuando Calderón hizo una visita oficial a Nicaragua el primero de diciembre de 1941, la oposición utilizó fotos del viaje como evidencia de la cercana amistad (New York Times, 2 de diciembre, 1941; Olander, 2000). A pesar de ello, la relación entre Calderón y Somoza tuvo brechas. Después de que Calderón asegurara el apoyo de Vanguardia Popular en 1943, se dice que Somoza amenazó con invadir Costa Rica. La desaprobación de Somoza hacia la alianza de Calderón con los comunistas también se extendió al eventual sucesor de Calderón y candidato gubernamental, Teodoro Picado. Somoza, aun en medio de la Segunda Guerra Mundial y de la alianza de Estados Unidos con la Unión Soviética, atacó a Calderón por su asociación con los comunistas. Preocupado por el apoyo comunista hacia Picado,5 Somoza urgió a Calderón a mantenerse como presidente. Sin embargo, en una reunión en la frontera de ambos países a principios 1944, Calderón convenció a Somoza de que el pacto con Vanguardia Popular solo comprometía a su gobierno con el Código de Trabajo, y no aseguraba a los comunistas un lugar en el gobierno costarricense. Calderón también aseguró a su contraparte que nunca armaría a los comunistas (New York Times, 6 de enero, 1944; Olander, 2000). Después de esto, Somoza ligeramente apoyó la candidatura de Picado.

Después de que los costarricenses eligieron a Picado como presidente, el papel de Somoza en la política costarricense fue sometido a constante escrutinio. En una carta a Somoza, el ministro nicaragüense Néstor Portocarrero declaró: “Nadie puede sacarles de la cabeza (a los costarricenses) que el candidato oficial fue apoyado por Nicaragua,” y esto causó “rencor contra el gobierno electo (…) y nosotros.”6 Los comentarios de un Somoza inoportuno y entrometido había crecido en proporciones tan exageradas para 1949 que los anticalderocomunistas afirmaban que la Guardia Nacional Nicaragüense había invadido a Costa Rica en vísperas de las elecciones de 1944, atacando a los ciudadanos costarricenses e imponiendo a Picado en Costa Rica (Olander, 2000). El ministro nicaragüense Portocarrero refutaba afirmaciones de la participación de la Guardia en un reporte a Somoza, pero sí confirmó la presencia de nicaragüenses en ambos lados del conflicto político. A pesar de que pudo haber servido a los intereses nicaragüenses hacer mención a que la oposición también contaba con nicaragüenses entre sus filas, Portocarrero sintió que no lo podía hacer sin dañar los intereses de Calderón y Picado, por lo que se limitó a negar públicamente la presencia de fuerzas armadas nicaragüenses en Costa Rica.7

De acuerdo con el ministro nicaragüense, los bandos opuestos “forzaron” a los nicaragüenses “a participar en la lucha electoral (…) por supuesto la gran mayoría están del lado del Picado-comunismo.”8 La confirmación de Portocarrero de que la mayoría de los inmigrantes nicaragüenses estaban al lado de Vanguardia Popular, y por añadidura con Picado, demuestra la fortaleza duradera de los lazos entre trabajadores nicaragüenses y costarricenses que se forjaron durante las luchas de los años 30. La oposición, por su parte, intentó desacreditar al gobierno al contar con el estereotipo de los nicaragüenses violentos.

Una vez en la presidencia, la relación de Picado con Somoza era débil a lo sumo. El presidente costarricense entendió que debía aplacar al dictador nicaragüense; sin embargo, no lo quería hacer a expensas de la democracia de Costa Rica. La reticencia de Picado para reprimir a la crecientemente oposición hostil, además de su continua dependencia de Vanguardia Popular, solo sirvió para frustrar a Somoza, quien llegó a ver a Picado como débil. De acuerdo con el Encargado de Negocios de Estados Unidos, Walter Washington, “Somoza está en cierta medida descontento con el curso de los eventos en Costa Rica, y existe sospecha de que estaría completamente descontento de ver a Picado ser puesto en una posición de cierta vergüenza.”9 La existencia continua de un grupo revitalizado de exiliados nicaragüenses en Costa Rica en 1944 solo empeoró la situación y finalmente terminó avergonzando a Picado.

El fallido complot revolucionario del exiliado nicaragüense Alfredo Noguera Gómez en contra de Somoza desde Costa Rica finalmente forzó a Picado al lado de Somoza. La decisión de Picado de permitir que la Guardia Nacional (GN) nicaragüense cruzara a Costa Rica no fue bien vista en Costa Rica, y permitió a la oposición pintarlo como un lacayo de Somoza. Picado intentó negar el involucramiento nicaragüense, argumentando que costarricenses de “piel oscura” habían matado a Noguera Gómez. Sin embargo, esto no logró apaciguar a la oposición costarricense (Ver Olander, 2000).

Para octubre de 1944, el encargado de negocios interino, Walter Washington, confirmó la posición difícil de Picado con respecto a su relación con Somoza, escribiendo al Departamento de Estado lo siguiente:

Existen evidencias que el espíritu de la cooperación que existió entre el General Somoza y el Presidente Calderón Guardia está disminuyendo(…) El manejo del asunto de Noguera Gómez por el Presidente Picado fue tal que le dio ventaja a la oposición vociferante aquí. Esta oposición fue rápida en acusar de un entendimiento secreto entre Picado y Somoza por el cual el último permitió mandar tropas de la Guardia Nacional Nicaragüense a territorio costarricense a cambio del apoyo que Somoza había prestado a la última Administración en la elección presidencial del pasado febrero (…) [Picado] se dio cuenta que la situación interna no le permitirá ser muy amistoso sin ser acusado de ‘apaciguamiento’(…) Mientras tanto no hay evidencia todavía que muestre que los disturbios hacia el Norte hayan fortalecido la mano de la oposición aquí (excepto, en un pequeño grado, psicológicamente) se predice libremente que si ambos [presidente hondureño Tiburcio] Carías y Somoza cayeran, el gobierno de Costa Rica tendría que sortear una seria crisis.10

El mensaje del Encargado de Negocios de Estados Unidos muestra que la crisis regional de los dictadores de Centroamérica estaba afectando negativamente la situación política interna en Costa Rica. Desafortunadamente para Picado, ni Somoza ni Tiburcio Carias tendrían que caer para que la oposición aumentara sus esfuerzos para sacar ha Picado del poder.

Para 1946, la oposición costarricense recurría cada día más a la violencia directa hacia el Estado. El 25 de junio de 1946, los líderes de la oposición costarricense Fernando Castro Cervantes, Fernando Valverde y Arturo Quirós planearon emitir un llamado a la revolución por la radio en contra de Picado.11 Un grupo de hombres armados rodearon la estación de radio Alma Tica, mientras los líderes del complot emitían el llamado a la revolución. El gobierno, sin embargo, descubrió el complot y lo deshizo antes de que se pudiera hacer el anuncio. El gobierno además ridiculizó a los participantes del Almaticazo, a medida que el ataque fallido llego a conocerse. Díaz Arias (2009) argumenta que la experiencia del Almaticazo solo sirvió para vigorizar a la oposición y fortalecer su compromiso con la violencia. La ridiculización del gobierno hacia el movimiento, además de la decisión de Picado de liberar a todos los involucrados, solo promovió la violencia como alternativa. Como resultado, actos violentos de parte de la oposición se hicieron rutinarios después del Almaticazo, incluyendo un ataque con bomba en la casa de Manuel Mora en noviembre de 1946 y más de setenta actos terroristas en 1947 (Díaz Arias).

El Almaticazo también confirma la presencia de nicaragüenses entre la oposición costarricense. El gobierno sacó después una lista de aquellos involucrados que incluía los nombres de mercenarios nicaragüenses (Ver Bell, 1971; Díaz Arias, 2009). La especulación acerca de la presencia de nicaragüenses en el lado de la oposición incrementó cuando autoridades mexicanas detuvieron a los exiliados nicaragüenses anti-somocistas Rosendo Argüello Ramírez y Edelberto Torres Espinoza en febrero de 1947. La prensa costarricense descartó rumores de que la oposición costarricense había financiado la adquisición de armas por medio de Argüello y Torres como parte de un plan para fomentar la revolución en Costa Rica. Ellos reportaron que miembros de la oposición nicaragüense compraron armas para una acción en contra de Somoza (Diario de Costa Rica, 12 de febrero, 1947). Cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos declaró que no tenía conocimiento de planes revolucionarios en la región, la prensa opositora costarricense atacó al gobierno, denunciando que las autoridades habían esparcido rumores de revolución solo para obtener armas de los Estados Unidos para usar en contra de la oposición (Diario de Costa Rica, 27 de marzo, 1947).

Exiliados nicaragüenses negaron su participación en cualquier complot costarricense y enfatizaron su intención de derrocar a Somoza. Rosendo Argüello Ramírez escribió una carta al Diario de Costa Rica negando vehementemente cualquier intento de interferir en la política costarricense y en complots en contra de Vanguardia Popular. Él declaró que solo los costarricenses tratan los problemas de Costa Rica, que la oposición nunca apoyaría la intervención nicaragüense, y que los nicaragüenses tenían suficiente con que preocuparse dentro de su propia nación. También explicó que las armas estaban previstas para usarse en Nicaragua como parte de un plan para derrocar a Somoza, y agregó que la elección de Leonardo Argüello había convencido a los revolucionarios de posponer sus planes (Diario de Costa Rica, 18 de febrero, 1947).

El argumento de Argüello de que las armas estaban destinadas para una revolución en contra de Somoza era ciertamente plausible, dada las descaradas actividades de los exiliados nicaragüenses durante los años 40. Los exiliados nicaragüenses no estaban del todo reacios a admitir su intención para usar armas para derrocar a Somoza. En una entrevista para el periódico costarricense La Prensa Libre, Toribio Tijerino justificó el uso de armas en contra de Somoza. Tijerino expuso que en el periodo subsecuente al golpe de Estado que derrocó a Leonardo Argüello los nicaragüenses tenían el derecho a “rebelarse en contra de un gobierno déspota” y usar “fuerza para combatir fuerza.” (La Prensa Libre, 12 de enero, 1948)

La creciente disposición de la oposición costarricense para usar la violencia, combinada con su conexión con los grupos de exiliados apoyados por el gobierno guatemalteco de Juan José Arévalo y la debilidad militar del gobierno costarricense, alarmó a Picado y lo acercó más a Somoza y a Vanguardia Popular (Olander, 2000). Olander postula: “Si no fuera por el movimiento de exiliados, Costa Rica tal vez hubiera continuado su curso normal de aislacionismo y no alineamiento.” (212) En marzo de 1946, Picado envió a Manuel Mora a México a monitorear los movimientos de la oposición. Mora confirmó que exiliados nicaragüenses y costarricenses estaban trabajando en conjunto para derrocar a Somoza. Con más alarma para Picado, también averiguó que un ataque exitoso en contra del gobierno costarricense ayudaría a pavimentar el camino para una subsecuente invasión a Nicaragua.12 Somoza también le suministró a Picado más evidencia de la colaboración entre los exiliados nicaragüenses y la oposición costarricense, enfatizando el sentido de que estaban combatiendo a un enemigo común.

La prensa opositora costarricense fue implacable al retratar al gobierno costarricense como un vehículo para el comunismo.13 Es más, como demostró Díaz Arias (2009), una vez que Otilio Ulate, quien se convirtió en el líder de la oposición tras la muerte de León Cortés, pudo incriminar a los calderonistas y comunistas como un grupo inseparable (los calderocomunistas), pudo pintar a sus opositores como ajenos a la comunidad nacional. Los ulatistas explotaron la muerte de Cortés y afirmaron que el calderocomunismo lo había matado. Sin embargo, esto es insuficiente para explicar el éxito de la oposición.

La oposición solidificó la percepción de que el gobierno de Picado estaba en manos nicaragüenses, argumentando que el gobierno nicaragüense y los inmigrantes presentes en Costa Rica habían socavado la autonomía del país. La Huelga General de Brazos Caídos a mediados de 1947 demostró qué tan polarizada se había vuelto la política costarricense, y dio el primer indicio que Costa Rica se dirigía irreversiblemente hacia una resolución violenta.

Violencia creciente

En julio de 1947, las brigadas opositoras de hombres jóvenes en Cartago atrajeron a las fuerzas de la policía gubernamental al golpear a comunistas, gritando “queremos sangre comunista.” (Bell, 1971: 101; Díaz Arias, 2009: 227) El calderonista Víctor Vaglio, junto con fuerzas policiales, respondieron agresivamente. El 20 de julio, la violencia escaló cuando una brigada de hombres jóvenes golpeó a varios comunistas por gritar “¡Viva Calderón Guardia!” y confrontaron a la policía y a los calderocomunistas (Díaz Arias, pág. 228). El enfrentamiento resultante hirió a muchos, incluyendo a líderes de la oposición y a varios oficiales policíacos, y le brindó a la oposición una oportunidad para retratar a las fuerzas policiales de exageradamente agresiva (Diario de Costa Rica, 22 de julio, 1947a; Diario de Costa Rica, 22 de julio, 1947b).

Para protestar la violencia policial en Cartago, Otilio Ulate llamó a una Huelga General de Brazos Caídos el 23 de julio en 1947. Prevista para ser de naturaleza pacífica, la huelga rápidamente se volvió violenta, resultando en ocho muertos en 48 horas (Diario de Costa Rica, 23 de julio, 1947; Diario de Costa Rica, 24 de julio, 1947a). La prensa opositora azotó al gobierno por reclutar a 3.000 calderonistas y comunistas a “cazar” a los protestantes y advirtió que un golpe comunista era eminente. Además, la oposición comparó la dura respuesta del gobierno a los regímenes de Somoza y Carías (Diario de Costa Rica, 24 de julio, 1947b; Diario de Costa Rica, 25 de julio, 1947a).

La oposición fue particularmente perturbada por la importación de trabajadores por parte del gobierno asociados a Vanguardia Popular de Puntarenas y Limón, las zonas bananeras de Costa Rica, para cuidar las calles de San José (Diario de Costa Rica, 25 de julio, 1947a; Diario de Costa Rica, 29 de julio, 1947a). La oposición se burló de estos trabajadores y los etiquetó de mariachis porque usaban sombreros de pajas y cobijas, similares a los sarapes que emplean en México, para soportar el frío en San José. Los calderonistas reapropiaron el término con orgullo y mariachi poco después se convirtió en sinónimo de calderonista (Bakit, 1991; Díaz Arias, 2009). La oposición enfatizó “la otredad” de trabajadores, muchos de los cuales eran negros o nicaragüenses, y por lo tanto considerados extranjeros. La prensa cuestionó la competencia de los trabajadores descamisados y descalzos para cuidar las calles de la capital como si fueran ciudadanos con algo que defender (Diario de Costa Rica, 25 de julio, 1947b). Tal y como Díaz Arias escribe en torno al conflicto de ética y dinámica social, “la huelga le permitió [a la oposición] etiquetar a los Calderocomunistas como ‘negros,’ ‘trabajadores bananeros,’ ‘comunistas,’ o sólo ‘nicaragüenses somocistas’ para mostrarlos como ‘Otros’ a la comunidad nacional.” (Díaz Arias, 2009: 236). La oposición implicó aun más a los nicaragüenses cuando declaró que el gobierno había enlistado a tropas de la GN en sus brigadas para controlar a los huelguistas (Diario de Costa Rica, 29 de julio, 1947b).14

Después de más de una semana de enfrentamientos entre fuerzas de la oposición y pro-gobierno, motines y vandalización de tiendas y edificios, Picado, el Partido Republicano Nacional (PRN) y la oposición alcanzaron un acuerdo el 3 de agosto de 1948 (Díaz Arías, 2009). El Pacto de Honor establecía la aceptación de los resultados electorales de 1948 por ambas partes, cualquiera que fuera el resultado. Es más, el gobierno otorgaba amnistía a todos los participantes de la huelga. El pacto probó ser ventajoso para la oposición, ya que podían alegar más fácilmente fraude electoral que el actual gobierno (Díaz Arias).15

La alta tensión y la violencia continuaron prevaleciendo a pesar del pacto. El 12 de octubre de 1947 la Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR) llamó a los trabajadores a mostrar su apoyo a Picado y a las reformas sociales, así como en contra de la oposición. La Confederación Costarricense de Trabajadores “Rerum Novarum” (CCTRN),16 la organización laboral católica liderada por el Padre Benjamín Núñez, había convocado a su propia manifestación ese mismo día y el posible choque violento era inminente (New York Times, 13 de octubre, 1947). Exacerbando las cosas, Carlos Luis Fallas hizo marchar a cientos de trabajadores de las zonas bananeras a San José, incluyendo muchos nicaragüenses, para unirse a la manifestación con machetes en mano (Díaz-Arias, 2009). La columna liniera, como se llamaba el grupo de trabajadores de Fallas, demostró la fuerza de Vanguardia Popular y su capacidad para organizar grandes grupos de trabajadores en defensa del gobierno. La oposición reclamó que Carlos Luis Fallas reclutara a nicaragüenses en la fincas para pelear en contra de “nuestros hermanos costarricenses.” Según Robert Delgado (1948), Fallas le imploró a los nicaragüenses que, si no tenían armas, llevaran sus cutachas (machetes).

José Meléndez Ibarra, un nicaragüense nacionalizado costarricense y liniero, ofrece uno de los pocos testimonios de un trabajador nicaragüense directamente involucrado con Vanguardia Popular. La Columna Liniera (1969) de Meléndez Ibarra detalla la marcha de los trabajadores de las plantaciones bananeras a San José. De acuerdo con Meléndez Ibarra, La columna liniera consistía de 1.600 trabajadores17 liderados por Vanguardia Popular (Meléndez Ibarra). Los trabajadores marcharon para apoyar al gobierno y defender las Garantías Sociales y el Código de Trabajo.

La jornada fue ardua. Los linieros recibieron ayuda de la población para saciar su sed y hambre; sin embargo, esto no fue suficiente para repeler las frustraciones. Algunos trabajadores sentían que sus líderes les habían mentido acerca de qué tan difícil sería la travesía. Algunos requirieron tratamiento y no pudieron continuar (Meléndez Ibarra, 1969). Los linieros también tuvieron que lidiar con la posibilidad de violencia. Meléndez Ibarra cuenta cómo Carlos Luis Fallas y Eduardo Mora, los representantes de Vanguardia Popular, ordenaron a los trabajadores a mantener la disciplina. Ellos no bebieron, y en contraste directo a los reportes de la oposición, adoptaron una conducta amigable hacia las personas de los pueblos y las ciudades por las que pasaban. Fallas le dijo a los linieros que ignoraran las provocaciones y que evitaran todas las confrontaciones, pidiéndoles que se dirigieran a los líderes de Vanguardia en caso de ataques físicos (Meléndez Ibarra).

Cuando estaban cerca de Cartago, los hombres de Picado les advirtieron que evitaran la ciudad, ya que los militares costarricenses no podían defender a los linieros de un rumorado ataque. Eduardo Mora decidió ignorar la advertencia de Picado y marchó a través de Cartago, razonando que los linieros eran capaces de defenderse por ellos mismos. Pasando a través de Cartago, Meléndez Ibarra (1969) asegura que los pobladores dieron la bienvenida a los linieros e ignoraron la desinformación que la oposición había esparcido acerca de ellos.18

Eventualmente, la marcha fue pacífica. Los trabajadores arribaron a San José y participaron en la manifestación sin incidentes.19 A pesar de los intentos de la oposición para caracterizar a los linieros que usaban machetes como violentos “macheteros”, Meléndez Ibarra (1969: 28, 73-4) afirma que “a nadie ofendimos, a nadie humillamos, ni menos golpeamos ni herimos” y los linieros solo cargaron machetes para defenderse en caso de que de ser atacados (Diario de Costa Rica, 14 de octubre, 1947). Un campesino en San Isidro, Puntarenas, relató que le dijeron (presuntamente por la propaganda de la oposición) que los linieros estaban compuestos de exconvictos, comunistas fugitivos, violadores, ladrones y asesinos nicaragüenses preparados a apuñalar a cualquiera que se atreviera a retarlos. Sin embargo, en realidad, las pocas peleas callejeras que se suscitaron fueron iniciadas por agentes de la oposición quienes insultaron a los linieros (Acuña, 1990).

En su libro, Meléndez Ibarra (1969) no solo destaca el papel de los trabajadores nicaragüenses, sino también el de una mujer llamada Josefa Pérez, conocida como “La Chepa Pollo.”20 Los trabajadores, incluyendo a Carlos Luis Fallas, tenían a Pérez en alta estima por su activismo. Cuando Fallas preguntó las razones por las cuales la mujer los había acompañado, ella explicó: “Nosotros somos vanguardistas y como buenos vanguardistas moriremos en el partido, si fuere necesario. Ustedes no podían ir solos, tenía que ir con ustedes por lo menos una mujer y vamos cuatro. Ahora vos harás de padre de los muchachos y nosotras de madres.” (Meléndez Ibarra, 1969: 25-6)

La inclusión de “La Chepa Pollo” atrae atención al rol de la mujer en Vanguardia Popular. El conocimiento de la participación de las mujeres en los acontecimientos que llevaron a la Guerra Civil es escaso, pero Pérez afirma su vitalidad al puntualizar la necesidad de por lo menos una mujer. Mientras que Fallas podía servir como “padre”, reforzando su rol patriarcal, había una mayor necesidad de “madres.” A pesar de la división tradicional de roles basados en género, según el cual las mujeres cocinaban y limpiaban, ellas también marchaban con los hombres, ejerciendo el papel de madres y buenas vanguardistas.

En otro intercambio, demostrando el gran respeto que tenían los trabajadores nicaragüenses por Fallas, el liniero reprendió a un nicaragüense conocido como Chontales por beber durante la marcha. Chontales había llevado dos botellas de guaro (aguardiente de caña de azúcar), según él porque no podía comer nacatamales (tamales nicaragüenses) sin trago y para venderle a los compañeros. Fallas se enojó, tomó ambas botellas y las quebró. El nicaragüense, sorprendido por la reacción de Fallas, dijo, “Vos sabés que yo soy muy hombre, que no hay mona que me pegue tres brincos. Sólo vos jodido, me podés hacer estas chanchadas.”(Meléndez Ibarra, 1969: 58) Para muchos de estos hombres había una correlación directa entre su habilidad para pelear, su habilidad para beber y su habilidad para defender su honor como hombres. La afirmación de que solo Fallas podía lograr quebrar las botellas denota el hecho de que los trabajadores consideraban a Fallas no solo líder de la unión, sino también un colega, un compañero trabajador de la plantación y “un hombre verdadero”.

Meléndez Ibarra (1969: 75-7, 80-1) evidencia que había un sentido de unidad y convicción entre los trabajadores y termina sus memorias declarando que los linieros actuaron con “coraje, decencia y patriotismo.” Él asegura que ellos se merecen un lugar de honor en la historia de Costa Rica, particularmente para luchar por crear y defender las reformas sociales que habían beneficiado a todos los trabajadores: seguro social, cesantía, preaviso, vacaciones pagadas, etc. Además, y sobre todo, demostró que los nicaragüenses de ambos géneros tenían en juego los resultados de las elecciones.

Una cita de la novela de Quince Duncan Final de calle (2000: 63-4) captura dos importantes aspectos de la percepción del movimiento laboral comunista costarricense acerca de los trabajadores nicaragüenses involucrados con Vanguardia Popular: “Los nicas que andan con nosotros no son los de Somoza. Los que están con Fallas y los linieros son sandinistas (…) Además, esos nicas son de aquí (…) han vivido aquí por mucho tiempo, trabajando en las bananeras. Son trabajadores como uno.” Primero, la cita indica que los “nicas” eran de “aquí,” de Costa Rica. A pesar de retener su identidad nacional y étnica nicaragüense, los trabajadores costarricenses los reconocían como parte del país. Segundo, también reitera cómo esto era posible justamente porque estos nicaragüenses habían trabajado lado a lado con trabajadores costarricenses en las plantaciones bananeras. Más aún, eran descritos como sandinistas. Ellos, como los costarricenses, eran trabajadores y, como tales, su posición social y su antisomocismo predominaba sobre su nacionalidad. Cuando la Guerra Civil llegó, miles de linieros, costarricenses y nicaragüenses por igual, probarían su determinación y arriesgarían su vida para defender sus ideales.

La Elección de 1948

A medida que el día de las elecciones se acercaba, la oposición costarricense claramente había identificado los tres asuntos que podían explotar y usar en contra del gobierno: fraude, la alianza con los comunistas y la asociación con nicaragüenses. La oposición pintó las elecciones como una pelea que enfrentaría a los costarricenses “verdaderamente” demócratas con las entidades externas no costarricenses. La prensa opositora denunció a Vanguardia Popular por urgir a sus miembros en Guanacaste, Alajuela y Puntarenas a votar por Calderón Guardia, alegando que Vanguardia era meramente una extensión del gobierno (Diario de Costa Rica, 10 de enero, 1948). La oposición acusó al gobierno y a los vanguardistas de corrupción electoral al registrar a nicaragüenses como costarricenses mediante tarjetas de identificación fraudulentas para que pudieran votar dos veces (New York Times, 1 de octubre, 1947; La Prensa Libre, 8 de enero, 1948; La Prensa Libre, 9 de enero, 1948; La Prensa Libre, 2 de enero, 1948; La Prensa Libre, 7 de enero, 1948). El 23 de enero de 1948, La Prensa Libre reportó que los calderonistas estaban dando a conocer que utilizarían fuerza militar para destruir a la oposición y montarían un golpe si perdían las elecciones. De acuerdo con el reporte, los calderonistas contaban con el apoyo del Cuartel Bella Vista, 1500 metralletas y 200 especialistas en metralletas importadas de Nicaragua (La Prensa Libre, 23 de enero, 1948).21

El 8 de febrero de 1948, los costarricenses finalmente fueron a las urnas y depositaron su voto para presidente (New York Times, 8 de febrero, 1948a; New York Times, 8 de febrero, 1948b). El 28 de febrero, el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) provisionalmente declaró al candidato del Partido Unión Nacional (PUN), Otilio Ulate, como victorioso (La Prensa Libre, 28 de febrero, 1948; New York Times, 29 de febrero, 1948).22 Sin embargo, Calderón Guardia y el PRN se negaron a reconocer los resultados, alegando fraude, y pidieron al TSE anular los resultados (New York Times, 9 de febrero, 1948; New York Times, 10 de febrero, 1948a; New York Times, 10 de febrero, 1948b). El 1 de marzo de 1948, el Congreso concedió la apelación y anuló los resultados electorales (Molina, 2004; New York Times, 2 de marzo, 1948). La versión aceptada sobre la elección presidencial de 1948 alega que el gobierno y Calderón trataron de robarse las elecciones e instalar una dictadura al alegar falsamente fraude electoral. Sin embargo, Iván Molina convincentemente ha probado que la elección sí tuvo irregularidades, que la oposición sí cometió fraude, y que los calderonistas justificadamente cuestionaron los resultados (Molina, 2002a; New York Times, 11 de febrero, 1948a; Díaz Arias, 2009). No obstante, la posibilidad de violencia surgió después de la anulación de los resultados electorales (New York Times, 11 de febrero, 1948b; Chicago Daily Tribune, 11 de febrero, 1948; Chicago Daily Tribune, 13 de febrero, 1948). El PUN y el PRN, en un esfuerzo por evitar la guerra, comenzaron negociaciones para una resolución pacífica (New York Times, 5 de marzo, 1948; New York Times, 8 de marzo, 1948; New York Times, 9 de marzo, 1948; New York Times, 11 de marzo, 1948).

Las pláticas de paz se detuvieron porque Figueres se valió de la indignación palpable y lanzó un levantamiento el 12 de marzo de 1948. Figueres alega que actuó en defensa de Ulate; sin embargo, dado que ya había comprometido a Costa Rica en un asalto a los dictadores centroamericanos, él necesitaba asegurarse que estaba en posición de cumplir sus compromisos con la Legión del Caribe. Así comenzó la “Guerra de Liberación Nacional” (Díaz Arias, 2009).

La Guerra

El involucramiento de nicaragüenses en ambos lados del conflicto tuvo un impacto en el curso de la guerra. Figueres contaba con la experiencia de los exiliados de República Dominicana, Honduras y Nicaragua, mientras que el gobierno contaba con la experiencia de los nicaragüenses Enrique Somarribas Tijerino y Abelardo Cuadra, además de los trabajadores nicaragüenses que pelearon como parte de las brigadas comunistas. Lo que está claro es que los nicaragüenses fueron importantes en los esfuerzos de ambos lados y que algunos de ellos dieron sus vidas por la lucha. Es más, la percepción de los nicaragüenses en los esfuerzos de la guerra fue importante, ya que ambos lados se acusaron mutuamente de atraer “nicaragüenses beligerantes” en un intento por deslegitimar sus afirmaciones de salvar a Costa Rica. En última instancia, los figueristas fueron más exitosos en retratar a las fuerzas gubernamentales como dependientes de los nicaragüenses y Somoza, especialmente después de que la GN intervino de parte del gobierno de Picado. La intervención de Somoza probó ser desastrosa para Picado y pavimentó el camino para la victoria de Figueres.

Figueres y sus hombres comenzaron a reunirse en su hacienda La Lucha en febrero de 1948. Después de que el Congreso anulará la victoria de Ulate, los rebeldes actuaron rápidamente para echar a andar su plan. Los figueristas tomaron ventaja de la lenta respuesta del gobierno a los movimientos rebeldes y lanzaron su ataque el 12 de marzo al tomarse San Isidro de El General, además de ciertas secciones de la Carretera Interamericana. San Isidro fue crítico porque tenía un aeropuerto que facilitaba la importación de armas hacia los hombres. Figueres trajo suficientes armas para equipar a mil hombres. Para abril, las fuerzas de Figueres crecerían a más de seiscientas personas.

Importante para la planeación y ejecución de la estrategia de guerra fue el contingente de exiliados que entraron a Costa Rica bajo la bandera de la Legión del Caribe. Sin la ayuda de estos exiliados era poco probable que Figueres hubiera tenido una oportunidad en contra del gobierno costarricense. Figueres designó al dominicano Miguel Ángel Ramírez como comandante del ejército rebelde y fue acompañado por camaradas Legionarios de República Dominicana (Horacio Ornes Goiscou) y Honduras (Jacinto Castro, Emilio Gómez Robelo, Jacinto López Godoy, Alfredo Mejía Lara, Francisco Morazán, Marcos Ortega, Presentación Ortega, Jorge Rivas Montes, Francisco Sánchez y Mario Sosa Navarro). Entre los nicaragüenses que se unieron a Figueres estaban Rosendo Argüello Ramírez, Francisco Castillo, Octavio Caldera, José María Tercero, Julián Salaverry, José Santos Castillo, Antonio Velásquez y Adolfo Báez Bone (Díaz Arias, 2009; López, 2000; Acuña, 1990; Villegas, 1998; Durán, 1995; Argüello Ramírez, 1954). Argüello Ramírez (1954) confirma la presencia de un contingente grande de nicaragüenses entre las fuerzas figueristas, a los cuales él se refirió como “hombres claves” de la compañía. Sin embargo, el número exacto de nicaragüenses difiere. Argüello los coloca en unos cientos (con la mayoría, a insistencia de Figueres, haciéndose pasar por costarricenses). Figueres coloca el número total de exiliados nicaragüenses o de otra nacionalidad en un número mucho más pequeño de dieciocho. Finalmente, la historiadora Marcia Olander coloca el número total de exiliados alrededor de treinta, basado en su lectura de memorias y otras fuentes (Figueres Ferrer, 1987; Olander, 1996, 2000; Argüello Ramírez, 1987). Cualquiera que haya sido su número exacto, la contribución más importante de los exiliados fue la experiencia militar que llevaron a la guerra.

Cuando la guerra comenzó, el gobierno subestimó la capacidad de las fuerzas rebeldes. Los figueristas demostraron su fuerza al matar a un contingente de cuatro guardaespaldas de Calderón, los cuales habian sido enviados a capturar a José Figueres. Los figueristas además atacaron al único batallón del gobierno de cerca de 65 soldados entrenados costarricenses: la Unidad Móvil (New York Times, 13 de marzo, 1948). Además de la Unidad Móvil, el gobierno contó con 300 soldados, muchos de los cuales carecían de entrenamiento y armas, además de una fuerza policial de cerca de 1100 hombres con armas viejas o inservibles. Luchando por enlistar hombres con experiencia a su lado, el gobierno rápidamente recurrió a los vanguardistas y soldados nicaragüenses (Díaz Arias, 2009). La dependencia de Picado en los vanguardistas le dio elementos a la oposición para pintarlo como un comunista (Dubois, 14, 15, 16, 20 y 26 de marzo, 1948).

Después de atacar a San Ramón, el gobierno costarricense otorgó el mando al nicaragüense Abelardo Cuadra, el que compartió con el capitán costarricense Aúreo Morales.23 Cuadra y Morales llevaron a un grupo de 120 hombres y exitosamente defendieron a San Ramón, temporalmente deteniendo el impulso de la oposición (Cuadra, 1977; Díaz Arias, 2009).24 Cuando Abelardo Cuadra alcanzó San José en febrero de 1948, él sentía “en el aire el olor a revuelta.” De acuerdo con Cuadra, tanto Picado como Figueres pidieron su apoyo en el conflicto. Cuadra decidió unirse al gobierno costarricense porque los medallitas, el término peyorativo para la juventud opositora, apoyaban la causa de Figueres. Cuadra veía a los medallitas como los ricos recalcitrantes. Además, él consideró una contradicción muy grande que la Legión del Caribe, un grupo al cual él había pertenecido y que había sido formado para combatir las dictaduras de Trujillo y Somoza, llegara a Costa Rica a derrocar al gobierno que había sido responsable por gran parte del progreso social y que además tenía el apoyo de las uniones y de los pobres. Por lo tanto, él estaba al lado de Vanguardia Popular, los calderonistas y los mariachis (Cuadra, 1977).

De acuerdo con Cuadra, el poco éxito obtenido por el gobierno se debía al comando de otro nicaragüense, ex-sargento de la GN, Juan Leyva. En un intento por reforzar sus propias fuerzas, Cuadra reclutó a un exteniente de la Guardia: Justo Salamanca. Salamanca había combatido con Cuadra en la guerra contra Sandino en las Segovias y juntos fueron parte de un levantamiento de la Guardia en contra de Somoza en 1935. Salamanca había inicialmente planeado asistir a Figueres, pero Cuadra pudo convencerlo para que en su lugar se uniera a las fuerzas del gobierno (Cuadra, 1977).

Cuadra acredita gran parte del éxito de Figueres a un número de soldados experimentados en sus filas, particularmente aquellos que eran parte de la Legión del Caribe. Él sintió que las fuerzas del gobierno carecían grandemente de soldados experimentados, por lo que dedicaba mucho tiempo en el entrenamiento de sus hombres para evitar una derrota parecida a la que sufriría el nicaragüense Enrique Somarribas Tijerino. De los 350 hombres comandados por este último, solo unos cuantos (incluyendo su primo Uriel Cuadra, Bayardo Páez, Justo Salamanca, y 30 o 40 comunistas liderados por Carlos Luis Fallas) podrían haberse descrito como soldados (Cuadra, 1977).

El PVP rápidamente movió sus brigadas de choque al frente. Este pudo movilizar milicias de trabajadores, además de los mariachis que habían participado en la Huelga de los Brazos Caídos. El grupo de los trabajadores conformados por costarricenses y nicaragüenses era bien disciplinado y estaba dispuesto a pelear por el PVP para proteger las Reformas Sociales (Díaz Arias, 2009). Manuel Mora intentó convencer al General Enrique Somarribas Tijerino, un reconocido ex-sandinista que vivía en Puntarenas y trabajaba como ebanista, a unirse a las fuerzas del gobierno. Esto no fue tarea fácil debido a que Somarribas Tijerino odiaba a Calderón por su amistad con el dictador nicaragüense. Cada año, en el aniversario de la muerte de Sandino, Somarribas Tijerino publicaba una diatriba incendiaria, y cada año, Calderón, y después Picado, lo encarcelaban.

Esto hacía, de alguna manera, de Somarribas Tijerino un posible figuerista, además de que también la oposición lo cortejaba. De acuerdo con Pedro José García Róger, figuerista y amigo de Somarribas Tijerino, este último había acordado pelear en contra del gobierno después de la victoria de Picado de 1944, aceptando el comando de una tropa mixta compuesta por costarricenses y nicaragüenses quienes habían trabajado con él. Sin embargo, el plan se redujo a nada cuando León Cortés canceló la revuelta. Esto frustró y decepcionó a Tijerino, quien tenía la intención de mantener a su grupo junto y usarlos para derrocar a Somoza después de asegurar la victoria en Costa Rica. En 1948, cuando los figueristas le pidieron que se les uniera, él se negó rotundamente diciendo “No quiero nada con ustedes. Ustedes son peleadores de papel y para lo único que sirven es para escribir en los periódicos. Yo no voy a meterme otra vez con con políticos hijueputas quienes solo sirven para embrocar gente, pero que no tienen los ‘güevos’ para ir a pelear como hombres.”25 Esto sin embargo, no mantendría a Somarribas Tijerino fuera de la pelea.

Somarribas Tijerino accedió a unirse a las fuerzas del gobierno después de que Manuel Mora prometió suministrarle las armas y los hombres que necesitaba para realizar su tan anhelada revuelta en Nicaragua. Somarribas Tijerino se reunió con Carlos Luis Fallas para reclutar a hombres entre los trabajadores bananeros de Puerto Cortés. Fallas designó a los trabajadores organizados allí como aquellos que protestaron en septiembre de 1947: la Columna Liniera. Desafortunadamente, muchos de los trabajadores estaban pobremente armados, muchos cargaban solo machetes o rifles Remington que eran famosas por explotar en las manos de las personas que los disparaban (Díaz Arias, 2009; Aguilar, 1983).26

A pesar de la falta de armas adecuadas, Fallas y Somarribas Tijerino se movieron en contra de los figueristas en un esfuerzo por retomar San Isidro de El General. Basados solo en la reputación de Tijerino, los rebeldes huyeron de San Isidro. Sin embargo, Manuel Ángel Ramírez, el legionario dominicano, estaba determinado a retomar San Isidro para los rebeldes y llevar a sus tropas a una confrontación con La Columna Liniera. Después de algunos tempranos éxitos, los linieros perecieron dos días bajo el fuego de ametralladoras y Tijerino llamó a retirarse (Acuña, 1990; Díaz Arias, 2009).27 Francisco Valverde Vega, un miembro de la oposición atrapado en las trincheras ese día, fue testigo de cómo la retirada de Somarribas Tijerino perdió cohesión y escribió que una bala atravesó el cráneo del líder durante el caos. El General Enrique Somarribas Tijerino murió a las 7 de la noche del 23 de marzo. Los soldados de Ramírez ganaron la crítica victoria y enterraron a Somarribas Tijerino con honores militares.28 Mientras que la oposición otorgó a Somarribas Tijerino los honores militares, muchos de los hombres en sus tropas no disfrutaban de las mismas gracias. Por su parte, los figueristas tiraron sus cuerpos en zanjas, los rociaron con gasolina y los quemaron.29

La falta de armas adecuadas le costó a Somarribas Tijerino la vida. García Roger sugiere que los costarricenses a propósito le dieron a Somarribas Tijerino malas armas, ya que ellos sabían que su intención era derrocar después a Somoza. Es más, había una solicitud de armas más nuevas y balas, después de que Somarribas Tijerino exitosamente recapturara San Isidro; en vez de ello, el gobierno mandó alcohol (Pérez Delgado, 1998; Díaz Arias, 2009). Si el gobierno hubiera proveído a Somarribas Tijerino con suficientes armas para asegurar su supervivencia, García Roger argumenta que la Guerra Civil pudiera haber terminado diferente (Ver Díaz-Arias, 2009).30

Los oponentes de Somarribas Tijerino lo tenían en alta estima.31 De acuerdo con Miguel Acuña, el día antes de que lo mataran Somarribas Tijerino visitó el hospital para chequear algunos de sus hombres. Allí vió al herido Jacinto López Godoy (también conocido como “El Indio Godoy”) y sostuvo una conversación amigable con él, a pesar del hecho de estar combatiendo en bandos opuestos del conflicto.32 Esto provocó que López Godoy declarara que Somarribas Tijerino era un caballero. De acuerdo a este relato, después de que el gobierno falsamente afirmara que sus fuerzas habían retomado San Isidro, a algunos rebeldes se les ocurrió la idea de que iban a tirar el cuerpo de Somarribas Tijerino desde un avión al Parque Central para desmoralizar a las fuerzas del gobierno. Godoy, ofendido por la sugerencia, le habló a su comandante acerca de la conducta honorable de Somarribas Tijerino y Ramírez decidió brindarle honores militares (Acuña, 1990).

Para el 24 de marzo de 1948, Picado comenzó a buscar un final diplomático a la guerra y estableció la Comisión Negociadora para resolver el conflicto. Después de ciertas maniobras, Picado, con la ayuda del Arzobispo Sanabria, pudo convencer a Ulate, Calderón y a los comunistas de aceptar al candidato conciliador: Julio César Ovares (New York Times, 2 de abril, 1948). Sin embargo, no fue capaz de convencer a Figueres, quien rápidamente rechazó la paz negociada el 3 de abril de 1948. Figueres afirmó que la revolución apuntaba no solo a defender a Ulate, sino también a crear una nueva Costa Rica libre del calderonismo. Díaz Arias (2009) destacó que la disposición de Ulate de negociar con el gobierno le dio a Figueres un buen pretexto para alterar sus declarados objetivos de guerra (New York Times, 4 de abril, 1948).

El 15 de abril de 1948, determinado a recapturar San Isidro y vengar la muerte de Enrique Somarribas Tijerino, Carlos Luis Fallas enlistó a 100 hombres para pelear a su lado, incluyendo a Abelardo Cuadra. Él renombró a sus tropas “La Columna de la Victoria” (Díaz Arias, 2009; Cuadra, 1977; López, 2000; Acuña, 1990). Cuadra no es amable en su evaluación de la gran mayoría de nicaragüenses involucrados en el conflicto. Él escribe que inmigrantes nicaragüenses se unieron a ambos lados, pero que el lado del gobierno “se vinieron sólo flojos.” (Cuadra, 1977: 252) Los nicaragüenses que se unieron a los figueristas no salieron mejor parados en el análisis de Cuadra, ya que él declara que ellos no sobresalieron mucho como soldados y que no sobrepasaron la mediocridad: “En toda esa campaña, no recibí más que decepciones de mis paisanos como peleadores.” (Cuadra, 1977: 258) En el relato de una batalla en la cual los soldados se pusieron a cubierta en vez de pararse en la línea de fuego, Cuadra lamentaba: “¡Y pensar que la mitad eran nicaragüenses!” (Cuadra, 1977: 258) Otra situación similar causó que Cuadra escribiera: “Si hay cosas que dan asco es tratar con cobardes.” (Cuadra, 1977: 258)33 La descripción de Cuadra acerca de los nicaragüenses es injusta de muchas maneras. Los trabajadores nicaragüenses no eran soldados entrenados y la gran mayoría de ellos solo estaban armados con machetes; aun así, arriesgaron sus vidas al enlistarse con los comunistas.

Cuadra escribe que el gobierno entró en pánico y Picado movilizó a todas las fuerzas del gobierno a San José para defender la capital. Una vez allí, Picado nombró a Cuadra Jefe del Estado Mayor y Comandante en Jefe de las fuerzas del Alto Ochomogo (Cuadra, 1977).34 Sin embargo, esto hizo poca diferencia ya que los rebeldes habían tomado Limón y Cartago para mediados de abril (Washington Post, 13 de abril, 1948; Chicago Daily Tribune, 14 de abril, 1948). La conquista de Cartago incluyó una batalla particularmente sangrienta en El Tejar, justo afuera de Cartago, que resultó en una masiva victoria para los figueristas. Ahora desde una distancia estratégica de la capital, Figueres comenzó las negociaciones en serio (Díaz Arias, 2009).

El 14 de abril de 1948, Picado se reunió con el representante de Figueres (el Padre Benjamín Núñez) y llegaron a un acuerdo que requería que Picado renunciara a la presidencia y le otorgara completa amnistía a los figueristas (New York Times, 14 de abril, 1948; New York Times, 15 de abril, 1948; Washington Post, 16 de abril, 1948; New York Times, 17 de abril, 1948). Sin embargo, esto no terminó el conflicto inmediatamente, ya que los comunistas comenzaron a operar independientemente del gobierno y rápidamente aseguraron a San José con 1.200 hombres listos para pelear. Pronto, Núñez contactó a Mora para discutir un segundo arreglo. A pesar de negociar este arreglo tentativo, Picado, a través de sus propios representantes, otorgó a Somoza el derecho de intervenir y defender al gobierno costarricense con la Guardia Nacional (Díaz Arias, 2009).

Posterior a la elección, Somoza parecía preparado para aceptar la presidencia de Ulate, a pesar de su preferencia porque ganara Calderón, ya que Ulate no estaba involucrado con las actividades revolucionarias de Figueres. Sin embargo, la decisión de Figueres de lanzar su ataque cambió la perspectiva de Somoza sobre la situación política costarricense. Temeroso que la victoria de Figueres se convirtiera en un ataque a su régimen, Somoza ofreció su asistencia a Picado. En un esfuerzo por traer atención internacional al movimiento de exiliados en Centroamérica, Somoza continuamente denunció la asistencia de Guatemala a los exiliados (New York Times, 29 de enero, 1948).35 Su intervención en Costa Rica se volvió más pronunciada cuando René Picado, ministro costarricense de Seguridad Pública y hermano del Presidente, visitó Nicaragua el 16 de marzo y regresó a Costa Rica con 35 soldados provenientes de la Guardia Nacional. El día siguiente, Somoza mandó a veinte soldados más. Para el 18 de marzo, Somoza había enviado a setenta hombres y dos aviones AT-6 a Costa Rica (Olander, 2000; Schifter, 1986; Díaz Arias, 2009; Ameringer, 1978; New York Times, 24 de marzo, 1948).36 De acuerdo con el New York Times, el embajador nicaragüense Guillermo Sevilla Sacasa respondió a reportes de que 1000 nicaragüenses estaban peleando de parte del gobierno de Costa Rica al declarar que estos nicaragüenses no estaban peleando bajo las órdenes del gobierno nicaragüense, sino más bien como voluntarios influenciados por la “cercana relación entre los pueblos de dos países” (New York Times, 26 de marzo, 1948a; New York Times, 26 de marzo, 1948b; New York Times, 27 de marzo, 1948, Bruskin, 1948; Chicago Daily Tribune, 29 de marzo, 1948; New York Times, 31 de marzo, 1948; New York Times, 1 de abril, 1948).

Somoza no creía que su asistencia a Calderón y Picado violaba su postura anticomunista, y argumentantaba que ni Calderón ni Picado eran comunistas, a pesar de que ambos habían errado al buscar una alianza con Vanguardia Popular (Longley, 1993a). Es más, Olander (2000) argumenta que la intervención de Somoza tenía más que ver con autopreservación que con salvar el gobierno de Picado.

Picado había intentado limitar el involucramiento de Somoza; sin embargo, cuando la marea de la guerra cambió a favor de los rebeldes, él se desesperó y le otorgó a Somoza más permiso para intervenir (Diario de Costa Rica, 24 de abril, 1948). Somoza, jugando su propio juego para asegurarse el reconocimiento de los Estados Unidos, informó al Encargado de Negocios en Managua que Picado había autorizado una intervención nicaragüense a gran escala el 16 de abril de 1948. Las tropas de Somoza invadieron Villa Quesada en el norte de Costa Rica al día siguiente. Quinientos soldados nicaragüenses se posicionaron en territorio costarricense, mientras que otros doscientos soldados esperaban órdenes en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica (New York Times, 20 de abril, 1948a; New York Times, 20 de abril, 1948b; New York Times, 21 de abril, 1948a). Picado no había asegurado un consenso acerca de permitirle a Somoza participar en el conflicto, y sus partidarios rápidamente lo abandonaron (Díaz Arias, 2009; Olander, 2000; Clinton, 2001).37

Siguiendo la invasión de la GN, Manuel Mora amenazó unirse a los figueristas para repeler las fuerzas nicaragüenses (Olander, 2000). Este cambio de fortuna llevó a serias negociaciones entre comunistas y figueristas. Figueres, Núñez y Manuel Mora se reunieron en secreto en Ochomogo y firmaron el Pacto de Ochomogo el 17 de abril de 1948. El pacto ofreció protección para el PVP, sus miembros y las Reformas Sociales (Díaz Arias, 2009). Bajo la creciente presión internacional y el retiro de los debilitados comunistas del conflicto, Picado firmó el Pacto de la Embajada el 19 de abril de 1948 (New York Times, 20 de abril, 1948c). A parte de una pequeña escaramuza con el nicaragüense Modesto Soto,38 el Pacto terminó la guerra. El Pacto pedía la renuncia de Picado y la desmovilización militar,39 y también requería que Picado, Calderón y el liderazgo del PRN dejaran el país, pero les otorgaba amnistía general a todos sin importar su afiliación política. Más significativamente, desde una perspectiva social presentaba cláusulas para proteger las Garantías Sociales y el Código de Trabajo. El primero de mayo de 1948 Ulate acordó permitir una Junta, con Figueres como su presidente, para manejar el país por dieciocho meses (Washington Post, 23 de abril, 1948; New York Times, 26 de abril, 1948; Washington Post, 27 de abril, 1948; Chicago Daily Tribune, 4 de mayo, 1948; New York Times, 8 de mayo, 1948; New York Times, 9 de mayo, 1948). La Guerra Civil costarricense se había terminado (Días Arias, 2009).

A pesar de las provisiones del Pacto de la Embajada, el final de la guerra incrementó la represión de aquellos en el lado perdedor. Los ganadores hicieron blanco de los calderonistas y comunistas y deportaron nicaragüenses. Calderón Guardia, Teodoro Picado y algunos líderes calderonistas pudieron huir a Nicaragua (New York Times, 22 de abril, 1948; New York Times, 13 de mayo, 1948). La persecución inicial resultó en el asesinato de algunos calderonistas, aun después de la conclusión oficial de hostilidades.

La Junta de Gobierno también atacó a todos las asociaciones de trabajadores con conexiones al calderonismo, prohibiendo la CTCR, el PVP y todos los sindicatos comunistas (Díaz Arias, 2009; New York Times, 23 de abril, 1948).40 Manuel Mora equivocadamente creyó que Figueres se atendría al arreglo alcanzado en Ochomogo y se abstendría de disolver el PVP. Pero Figueres negó haber hecho el acuerdo y procedió a prohibir el PVP (Díaz Arias, 2009; Dubois, Chicago Daily Tribune, 22 de mayo, 1948; Chicago Daily Tribune, 24 de mayo, 1948; Chicago Daily Tribune, 20 de junio, 1948; New York Times, 19 de julio, 1948; Prensa Libre, 10 de febrero, 1949). Es más, la Junta despidió a todos los empleados públicos relacionados con el calderocomunismo y autorizó a los empleadores a hacer lo mismo (Díaz-Arias, 2009).41 Temiendo por sus vidas, comunistas prominentes, incluyendo a Manuel Mora y a Carmen Lyra, huyeron de Costa Rica y buscaron exilio en México (New York Times, 2 de mayo, 1948). Los comunistas, a diferencia de los calderonistas, no podían ir a Nicaragua, ya que Somoza era firmemente anticomunista.

La nueva Junta de Gobierno encarceló a otros líderes del PVP, incluyendo a Carlos Luis Fallas, Arnoldo Ferreto, Jaime Cerdas Mora y Enrique Mora. Tres policías ejecutaron a cinco prisioneros comunistas, incluyendo a los nicaragüenses Lucío Ibarra42 y Narciso Sotomayor, en un lugar llamado el Codo del Diablo, mientras estos viajaban de Limón a San José el 19 de diciembre de 1948. La Junta también tenía la intención de matar al comité político del PVP (Carlos Luis Fallas, Jaime Cerdas, Arnoldo Ferreto, Luis Carballo y Adolfo Braña); sin embargo, el Arzobispo Sanabria intervino y previno la ejecución de esos planes. La Junta justificó la violencia como una medida necesaria para evitar una contra revolución; sin embargo, Díaz Arias (2009) asegura que era un síntoma de la violencia en la que habían recurrido ambos lados durante la guerra.

La violencia fue más evidente en el tratamiento de nicaragüenses durante el conflicto. Para desacreditar al gobierno aún más, los figueristas alegaron que estaban peleando en contra de nicaragüenses o la GN43 en vez de costarricenses. La oposición afirmaba que “muchos nicaragüenses vinieron, los peores, porque los nicaragüenses buenos no hubieran venido.”44 Díaz-Arias (2009: 280-1) asegura: “al emplear el discurso nacional costarricense hacia los nicaragüenses, fue fácil para los figueristas describir a sus contendientes como monstruos.” La deshumanización de los nicaragüenses, descrita como “nicas grandotes” y “muy feos los bandidos”, hacía más fácil matarlos.45 Jorge Montero Gómez, un figuerista, cuestionó a hombres vestidos en el atuendo de la GN nicaragüense en Ciudad Quesada, localizada en el centro de la provincia norteña de Alajuela. Él les pregunto qué estaban haciendo en un país que no era el de ellos. Los hombres nicaragüenses respondieron que fueron enviados a pelear, mas no especificaron quién los envió. Montero Gómez respondió que estaban lejos de su país y que no habían venido a pelear, sino a saquear, violar y derramar sangre costarricense. Esto hizo que procediera a disparar y matar a los nicaragüenses.46

Harold Mora Gómez, autor del relato y hermano de Montero Gómez, escribe que su hermano se aseguró de que los hombres estuvieran “bien muertos” para que no tuvieran que sufrir. Él termina su relato declarando que el asesinato fue un acto legítimo de guerra, ya que “se fusilaba a extranjeros que nada tenían que andar haciendo” en Costa Rica. De acuerdo con Mora Gómez, si los mariachis (calderonistas) hubieran capturado cualquiera de los pocos extranjeros que pelearon con los figueristas, seguramente hubieran hecho lo mismo. Mientras acepta que algunos pudieron ver negativamente estas tácticas, admite que él también hubiera matado a los nicaragüenses.47

Cuando fuerzas opositoras tomaron la capital, declararon ilegales a todos los extranjeros involucrados con las fuerzas de gobierno derrocado. Abelardo Cuadra tomó refugio temporal en la embajada de México, donde más tarde se le unió Abelardo Cuadra hijo, Uriel Cuadra y Bayardo Páez. Antes de irse de Costa Rica, Manuel Mora fue a la embajada y le dio dinero a Cuadra y a los otros. Cuadra y Salamanca huyeron a Venezuela; Abelardo Cuadra hijo y Bayardo Páez a Nicaragua; y Uriel Cuadra a México (Cuadra, 1977).48

Mientras Figueres intentaba imponer su visión de una nueva Costa Rica, todavía tenía que lidiar con las promesas y compromisos que había hecho con los exiliados que lo habían ayudado a asegurar su victoria. Siguiendo el éxito de la revolución, los exiliados en Costa Rica esperaron la oportunidad de lanzar una invasión a Nicaragua (Dubois, Chicago Daily Tribune, 25 de mayo, 1948). Todavía fuertemente comprometida en derrocar las verdaderas dictaduras de la región, la Legión del Caribe recurrió a Figueres. Sin embargo, las prioridades de Figueres se alteraron a medida que cambió de rebelde opositor a presidente de la Junta. Muchos costarricenses prominentes, incluyendo a Ulate el presidente electo, no querían enredos con la Legión del Caribe y lo presionaron para cortar los lazos con el grupo (Díaz Arias, 2009; Clinton, 2001; Bell, 1971; Longley, 1993b).49 En diciembre de 1948, factores internos y externos (incluyendo una invasión por fuerzas calderonistas desde Nicaragua) pronto descarrilaron todos los planes revolucionarios. Figueres no fue capaz de mantener su apoyo a la Legión del Caribe mientras avanzaba su proyecto para una nueva Costa Rica. Además, y más significativamente, ambos, la Junta y Figueres, se dieron cuenta de que para apoyar la afirmación que su revolución era auténticamente costarricense tenían que librarse de los exiliados que los habían ayudado a alcanzar su victoria. Como Olander (2000: 249-250) sugiere, la amenaza que representaban los exiliados para la soberanía de Costa Rica “hizo políticamente conveniente minimizar esta participación.”50 Como resultado, el gobierno costarricense disolvió y deportó a las brigadas que habían ayudado a Figueres durante la guerra civil del 1948, terminando con eficacia la Legión del Caribe en Costa Rica y Nicaragua (Diario de Costa Rica, 13 de enero, 1949; Díaz-Arias, 2009; Clinton, 2000).51

Los nicaragüenses después de la Guerra

Cientos de trabajadores y exiliados nicaragüenses (así como algunos soldados de la Guardia) perdieron la vida en la guerra. Como tal, los nicaragüenses sirvieron como víctimas para la guerra y la violencia que la acompañaron. Después de la guerra, Costa Rica se volvió un ambiente crecientemente hostil para los nicaragüenses. El testimonio de Francisco Ibarra provocativamente titulada La Tragedia de los Nicaragüenses en Costa Rica, publicada en 1948 en la víspera de la Guerra Civil, ofrece una defensa conmovedora de los inmigrantes nicaragüenses.52 Contrarrestando la imagen de los nicaragüenses violentos, Ibarra comienza declarando que maestros, poetas, periodistas, hombres de negocios, trabajadores y campesinos; todos han contribuido al proyecto de la gran civilización de Costa Rica en el siglo XX. Él admite que los nicaragüenses habían peleado en ambos bandos durante la Guerra Civil, pero le recuerda a los lectores que el gobierno reclutó a muchos nicaragüenses, mientras que otros se habían unido a la lucha porque sinceramente creían en las reformas o cayeron víctima del llamado canto de sirena emitido por los líderes de Vanguardia Popular. Sin embargo, afirma que nicaragüenses conscientes también lucharon al lado del gobierno. Lamenta el fracaso de los costarricenses en defender a los nicaragüenses honorables, quienes han hecho numerosas contribuciones intelectuales, políticas y económicas a la libertad costarricense. De acuerdo con Ibarra, es razonable pensar que la comunidad nicaragüense en Costa Rica no debería sufrir ataques o menosprecios por las acciones de algunos cuantos delincuentes.

Después de enumerar a varios nicaragüenses notables en los campos de la política, la literatura, la educación y los negocios, Ibarra hace mención especial de los inmigrantes nicaragüenses quienes trabajaban y daban su juventud en las peligrosas plantaciones de banano en Costa Rica. El trabajador nicaragüense, continúa Ibarra, con su “abnegación franciscana ha contribuido al progreso costarricense”, beneficiando grandemente a las familias de San José. Como mínimo, Ibarra le pidió a los costarricenses que le dieran a los nicaragüenses suficiente tiempo para superar la tormenta del régimen de Somoza, después de lo cual los inmigrantes podrían regresar a su patria. El autor termina argumentando que los nicaragüenses podían mejorar la situación en Costa Rica aceptando el hecho de que ellos eran en realidad extranjeros en ese país. Como tales, deberían darse cuenta de que no era ni correcto ni obligatorio participar en la política costarricense. Es más, argumentó que las facciones costarricenses habían hecho un hábito explotar a los nicaragüenses para su propio beneficio, lo cual trajo terribles consecuencias para los trabajadores y campesinos nicaragüenses después de la Guerra. Esto fue una referencia directa a la represión sufrida por los trabajadores nicaragüenses de las costas en 1948.

Para octubre de 1948, la Junta de Gobierno costarricense quería registrar a todos los extranjeros (citando específicamente a nicaragüenses) para controlar sus actividades (La Prensa Libre, 6 de octubre, 1948). Para 1950, Costa Rica incrementó sus esfuerzos por restringir a los trabajadores inmigrantes nicaragüenses. Rodrigo Araya Borge, el encargado de la embajada costarricense en Nicaragua, alegaba que los diplomáticos costarricenses bloqueaban aplicaciones nicaragüenses para visas de vacaciones basados en la presunción de que estaban buscando empleo en Costa Rica.53 Para disuadir la inmigración de nicaragüenses a Costa Rica, Araya Borge comenzó cobrándoles a los nicaragüenses indeseables un depósito de US$25.54 A pesar de los intentos del gobierno costarricense, la migración nicaragüense seguía creciendo a principios de 1950.

El Censo de Población (1950) colocó el número oficial de nicaragüenses en Costa Rica en 16.467 de 30.128 personas nacidas fuera de Costa Rica. Para 1950 la cantidad de mujeres nicaragüenses entrando a Costa Rica era casi equivalente a la de hombres, entre 8.032 y 10.872. Las mujeres entraron como madres, esposas, hijas, y como fue demostrado en el caso de Josefa Pérez, como trabajadoras con derecho propio. Olander (2000) postula que la migración de nicaragüenses en busca de trabajo y asilo, además del tratamiento que los nicaragüenses recibieron en Costa Rica, fueron factores que crearon resentimiento mutuo entre ambas naciones. Para 1950, el estereotipo del nicaraguense violento no había disminuido y se había convertido en parte de la imaginación colectiva costarricense.

El final de la guerra causó la expulsión de cientos de trabajadores nicaragüenses, exiliados y soldados de la GN de Costa Rica. Como tal, los nicaragüenses sirvieron de chivos expiatorios para la guerra y la violencia que la acompañó. El nuevo gobierno costarricense esperaba que su salida y la represión de los calderocomunistas sirvieran como eventos catárticos que traerían el renacimiento de una nación costarricense pacífica y democrática. Sin embargo, como Díaz Arias apunta, la política costarricense continuó su trayectoria hostil a pesar de la eliminación de los comunistas y nicaragüenses de la ecuación social. La Guerra Civil demostró la capacidad de los costarricenses y su disposición para usar la violencia. Incluso, fueron capaces de recordar la guerra como una circunstancia extrema y, de esta forma, justificar cualquier violencia perpetuada. La disolución del ejército costarricense, ya una fuerza pequeña en 1948, es un ejemplo de los intentos de Costa Rica para simbólicamente recapturar la era ya pasada. Sin embargo, la eliminación del ejército no necesariamente llevó a la eliminación de la violencia. El involucramiento continuo de Costa Rica por intentar derrocar a Somoza y el continuo monitoreo y deportación de nicaragüenses durante los años de 1950 demuestra la capacidad del Estado para adaptarse y utilizar los mecanismos institucionales a su disposición. Solo el asesinato de Somoza en 1956 terminaría permanentemente la rivalidad personal entre el general nicaragüense y el presidente costarricense.

Conclusión

La participación de los nicaragüenses influenció críticamente el resultado de la Guerra Civil costarricense. Sin la participación de los nicaragüenses, particularmente Rosendo Argüello, José Figueres no hubiera podido asegurar las armas necesarias para derrocar al gobierno costarricense o convencer a los exiliados nicaragüenses y el resto de la Legión del Caribe de atacar primero a Costa Rica. Los nicaragüenses, junto con los dominicanos y hondureños, también proveyeron entrenamiento y experiencia a las fuerzas rebeldes costarricenses que no la poseían. Del lado del gobierno, Picado no hubiera podido resistir el tiempo que pudo sin la participación de los trabajadores nicaragüenses quienes eran parte de la Columna Liniera con Fallas, como José María Meléndez Ibarra y Lucío Ibarra, o los soldados Abelardo Cuadra y Enrique Somarribas Tijerino, quienes dieron su vida defendiendo Costa Rica.

La participación nicaragüense en los asuntos de Costa Rica, a pesar de sus intenciones y los resultados, sirvió para que se vieran a los nicaragüenses como forasteros entrometidos. Para las élites costarricenses, la nación debía defenderse de la violencia extranjera, ya sea en forma de comunismo o inmigrantes y exiliados nicaragüenses, quienes amenazaban el orden y la democracia. Correspondía a los «hijos de Costa Rica» el defender su honor de intrusos. También endureció las relaciones entre los gobiernos de las naciones vecinas cuando Figueres y Somoza se expresaron amenazas y provocaron exilios el uno al otro, hasta el asesinato de Somoza en el 1956. La desconfianza entre las dos naciones perdura hasta el día de hoy.

Sin embargo, autores de Nicaragua y Costa Rica también han desafiado la noción de nicaragüenses como amenaza y han puesto los trabajadores nicaragüenses como agentes fundamentales de la nación de Costa Rica. Hombres y mujeres trabajadores demostraron coraje, decencia, fuerza y vulnerabilidad en Costa Rica. Además, memorias y novelas descubren una rica historia y narrativa de los costarricenses y nicaragüenses trabajando juntos, a veces utilizando la violencia para establecer derechos y defender el honor de los trabajadores. Estos trabajadores utilizaron la violencia como medio para garantizar la justicia y proteger su visión del orden social democrático. Los inmigrantes nicaragüenses no escucharon a su compatriota Francisco Ibarra, quien les imploró el reconocer que eran extranjeros y que no debían interferir en los asuntos de Costa Rica. En su lugar, los nicaragüenses hicieron exactamente lo opuesto: demostraron su compromiso con la sociedad costarricense al participar en sus asuntos.

Notas

1 Calderón fue fuertemente influenciado por las enseñanzas de la Iglesia Católica. Es más, la Iglesia Católica procuró un programa de reformas sociales para combatir la creciente popularidad del comunismo en trabajadores entre los años 30 y 40 (Ver Díaz Arias, 2009: 39).
2 Néstor Portocarrero, ministro nicaragüense, estimó 30 000 y el presidente costarricense Teodoro Picado estimó 50 000 (Portocarrero a Somoza G., San José, febrero 6, 1944, folder “Costa Rica,” caja, 1948-58 Secretaría de la Presidencia, ANN, en Olander, 2000: 176).
3 Algunos cuantos exiliados nicaragüenses pelearon al lado del gobierno de Picado, incluyendo a Abelardo Cuadra y Enrique Somarribas Tijerino.
4 USNADF818.00-9-744 (1944-08-14), Biblioteca Digital Carlos Meléndez, CIHAC, San José, Costa Rica.
5 De acuerdo con Olander (2000), existe alguna tenue evidencia que sugiere que un sector de la oposición costarricense, a pesar de sus condenas públicas hacia Somoza, intentaron tomar ventaja de las dudas de Somoza acerca de Picado y reclutar a Somoza hacia su bando.
6 Portocarrero a Somoza, San José, abril 18, 1944, folder “Costa Rica” caja “1948-58 Secretaría de la Presidencia,”ANN, en Olander (2000: 184).
7 Portocarrero a Somoza, San José, febrero 6, 1944, folder “Costa Rica,” caja “1948-58 Secretaría de la Presidencia,” ANN, en Olander (2000).
8 Portocarrero a Somoza, San José, febrero 8, 1944, folder “Costa Rica,” caja “1948-58 Secretaría de la Presidencia,” ANN en Olander (2000: 186).
9 USNADF818.00-10-3044 (1944-10-30), Biblioteca Digital Carlos Meléndez, CIHAC, San José, Costa Rica.
10 USNADF818.00-10-3044 (1944-10-30), Biblioteca Digital Carlos Meléndez, CIHAC, San José, Costa Rica.
11 “De la política a la Guerra. Testimonio de Fernando Valverde Vega,” en Villegas (2001). 12 Un estudiante informó a Picado y a la embajada mexicana acerca del complot por parte de Rosendo Argüello Ramírez, quien “está en constante conexión con ciertas personas en San José.” (Gibson al Secretario de Estado, 1 de abril de 1946, NA818.00/4-146, en Olander, 2000: 214)
13 Ver Diario de Costa Rica, 9 de marzo, 1947; Diario de Costa Rica, 1 de abril, 1947; Diario de Costa Rica, 9 abril, 1947a; Diario de Costa Rica, 9 de abril, 1947b; Diario de Costa Rica, 11 de junio, 1947; Diario de Costa Rica, 8 de julio, 1947; Diario de Costa Rica, 29 de octubre, 1947; Diario de Costa Rica, 4 de noviembre, 1947.
14 “Radio Rebelde: la clandestina voz de la revolución. Testimonio de don German Sojo Arias,” en Villegas (2001: 263).
15 Díaz-Arias sugiere que Vanguardia Popular no firmó el pacto por esta razón.
16 “Rerum Novarum” era una organización laboral católica dedicada a la justicia social basada en principios religiosos y en eliminar la influencia del comunismo sobre la labor de la uniones. (Díaz Arias, 2009).
17 Incluyendo a mujeres, quienes marcharon con los hombres y preparaban comidas para ellos.
18 Rumores acerca de fugitivos comunistas, violadores, ladrones y asesinos tomando control del gobierno estaban desenfrenados en Cartago.
19 Díaz-Arias (2009) atribuye esto a una fuerte lluvia que forzó a los manifestantes a dispersarse, evitando un choque con la oposición.
20 Trabajadores nicaragüenses mencionados por nombre o sobrenombre: Mariano “Masaya” Cerna Gaitán, Justo “Chancho é Monte” López, “Chontales”, “Talí”, “Peludo.” La Columna Liniera es el único relato en discutir cualquier participación de parte de mujeres nicaragüenses en la marcha: Josefa “La Chepa Pollo” Pérez, Obdulia Pizzaro, “La Chita.”
21 El reconocimiento de Román y Reyes como presidente nicaragüense por parte del gobierno costarricense, después del derrocamiento contra Leonardo Argüello en diciembre de 1947, provocó que la prensa costarricense continuara propagando la idea de que Picado y Somoza habían logrado una alianza. El Diario de Costa Rica reimprimió un artículo de Guatemala alegando que Picado solo reconocía a Román y Reyes para adquirir ayuda militar de Somoza y así asegurar la victoria para Calderón (Paz y Paz, 1948).
22 El Tribunal Nacional Electoral cambiaría su nombre a Tribunal Supremo de elecciones el 14 de septiembre de 1948 (Ver “Reseña Histórica del Tribunal Supremo de Elecciones” en http://www.tse.go.cr/historia_tse.htm).
23 Aúreo Morales se volvió notorio por su crueldad durante la Guerra Civil (Díaz Arias, 2009).
24 Cuadra se queja de que el gobierno inicialmente lo subutilizó como instructor para las milicias de la Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR) y otros voluntarios en Alajuela, mientras que las fuerzas de Figueres tenían logros tempranos en el conflicto. Cuadra escribe que él siempre compartió el comando con un costarricense, usualmente Carlos Luis Fallas.
25 “Guerrilla ‘Valverde Vega’. Testimonio de Pedro José García Roger,” en Villegas (2003: 75-77, 84).
26 “Guerrilla ‘Valverde Vega’. Testimonio de Pedro José García Roger,” en Villegas (2003: 84).
27 Para un relato detallado de la Batalla de San Isidro ver López (2000).
28 “De la política a la Guerra. Testimonio de Fernando Valverde Vega ” en Villegas (2002: 112-116).
“Del ‘Petit Trianon’ al campo de batalla. Testimonio de Coronel Elías Vicente,” en Villegas (2002: 180-5).
29 “Del ‘Almaticazo’ a San Isidro. Testimonio de don Manuel Antonio (Tuto) Quirós Núñez,” en Villegas (2002: 141); “Un Cartago en armas. Testimonio del coronel don Dagoberto Cruz Obando,” en Villegas (2001: 286). De acuerdo con Tuto Quirós, ellos quemaron los cuerpos porque ya estaban muy descompuestos y porque no había suficiente tiempo porque los soldados tenían que seguir combatiendo. Dagoberto Cruz afirma que durante la quema de cuerpos después de la batalla con Tijerino, ellos escucharon gritos de alguien enterrado y quemado vivo. Rosendo Argüello Ramírez también menciona que los figueristas quemaron los cuerpos de soldados después de la batalla de El Tejar (Argüello, 1987).
30 “Guerrilla ‘Valverde Vega’. Testimonio de Pedro José García Róger,” en Villegas (2003: 84).
31 El compatriota nicaragüense Rosendo Argüello Ramírez alabó al general nicaragüense porque peleó con coraje y mantuvo su antisomocismo, afirmando que Somarribas Tijerino peleó en contra de Figueres porque él sabía quién era Figueres en realidad. Argüello Ramírez lamenta que él tuviera que sufrir grandes desilusiones para descubrir la verdadera naturaleza de Figueres (Argüello Ramírez, 1954).
32 Jacinto López Godoy tiene sus propias historias de coraje y valentía. Cuando López Godoy se unió a los rebeldes, Fernando Valverde Vega lo envió a Roberto Fernández Durán para entregarle a López Godoy una ametralladora. López Godoy no la tomó, afirmando que “Mi ametralladora la trae el enemigo y se la voy a quitar. Dénme un cuchillo.” López Godoy obtuvo un cuchillo de aproximadamente 25 cm y ésta fue su arma de elección (Ver Villegas, 1998: 348).
33 Cuadra reserva su mayor desprecio a un exsargento de la GN, identificado solo por su apellido, Martínez, quien era un famoso soldado distinguido y reconocido por su valentía durante la guerra contra de Sandino. Cuadra, emocionado porque Martínez se uniera a las filas del gobierno, rápidamente le dio el liderazgo de un contingente de tropas. En una de las batallas finales en contra de las fuerzas de la Oposición, Martínez desobedeció las órdenes de Cuadra y se retiró a San José reportando falsamente que las fuerzas de la Oposición habían rodeado a Cuadra y a sus hombres, y que Cuadra había sido lesionado y posiblemente capturado. Cuadra escribe, “Es hoy el día y aún no puedo explicarme la conducta de este hombre tan afamado por su valor (…) Si no hubiera sido porque perdimos, yo le hubiera levantado Consejo de Guerra por traidor.” (Cuadra, 1977: 259-261)
34 Aunque, de acuerdo con Díaz Arias (2009), las tropas que fueron a Ochomogo fueron lideradas por el general costarricense Jorge Volio.
35 Somoza afirmó que estaba dispuesto a responder a la agresión guatemalteca con fuerza y quería que el mundo supiera quién era responsable si comenzaba la guerra en Centroamérica. Guatemala oficialmente negó estas acusaciones, afirmando que Somoza sufría “delirio de persecución” (New York Times, 30 de enero, 1948).
36 Clinton (2001) discute el uso torpe del anticomunismo por parte de Somoza para justificar su intervención en este momento del conflicto costarricense.
37 Guatemala respondió a la invasión nicaragüense amenazando con intervenir directamente.
38 Ver La Prensa Libre, 23 de abril, 1948; La Prensa Libre, 24 de abril, 1948; Diario de Costa Rica, 25 de abril, 1948; La Prensa Libre, 27 de abril, 1948; Diario de Costa Rica, 27 de abril, 1948. El hijo de Modesto Soto, Chico Soto, explicó en una entrevista realizada por el diario nicaragüense La
Prensa en el 2003 que su padre era un sandinista y que abandonó Nicaragua por Costa Rica en el 1940 por causa de la persecución de Somoza de los sandinistas. Chico Soto afirma que su padre se unió al ejército costarricense y defendió el gobierno de Picado cuando Figueres lanzó su invasión. Después de una serie de batallas, huyó a Nicaragua junto con 250 soldados costarricenses al final de la guerra. Según Chico Soto, Somoza le otorgó a Modesto Soto permiso para volver a entrar a Nicaragua, sin embargo, el joven Soto acusa a Somoza de matar a su padre en el 1950 (La Prensa, 23 de marzo, 2003).
39 Santos León Herrera completó el término de Picado, el cual duró hasta el 1 de mayo de 1948 (New York Times, 21 de abril, 1948b).
40 El odio profundo de los figueristas mantenido con los calderocomunistas es evidente en un artículo publicado en 1951 que define a los mariachis como deshonestos, inmorales, perezosos, estúpidos e incompetentes (“Definición del ‘Mariachi’,” La Republica, 6 de marzo, 1951 en Díaz Arias, 2009).
41 Educadores en todos los niveles fueron sometidos a escrutinios basados en sus afiliaciones políticas y muchos renunciaron o cambiaron de colegios en un intento de ocultar sus antecedentes políticos.
42 Lucío Ibarra participó en la huelga bananera del 1934 (Ver Fallas, 1955).
43 Fernando Valverde Vega, en el relato de la batalla con el General nicaragüense Enrique Tijerino en San Isidro de El General, ubicada en Puntarenas, afirma que oyó soldados GN gritando “Viva Somoza.” (Ver “De la política a la Guerra. Testimonio de Fernando Valverde Vega,” en Villegas, 2002: 114). Otro figuerista, Elías Vicente, da fe de la presencia de documentos entre los muertos que revelaban que algunos de ellos eran GN soldados después de la batalla de El Tejar. (Ver “Del ‘Petit Trianon’ al campo de batalla. Testimonio de Coronel Elías Vicente,” en Villegas, 2002: 180-5). Fernando Ortuño Obrado afirma que los figueristas capturaron a un soldado Guardia nicaragüense (Ver “El sitio de San Isidro: Prisionero de Tijerino. Testimonio de Fernando Ortuño Sobrado,” Villegas, 2002: 219).
44 Gabelo Gamboa, entrevista con David Díaz Arias, octubre 2008, en Díaz Arias (2009: 281).
45 “Emigdio (Milo) Ureña Chanto en primera línea,” en Villegas (2004: 155).
46 “Un soldado de primera línea. Testimonio de Haroldo Mora Gómez,” en Villegas (2002: 90-1).
47 “Un soldado de primera línea. Testimonio de Haroldo Mora Gómez,” en Villegas (2002: 91).
48 Cuadra escribe que hacia el final de la Guerra Civil se reunió con Calderón Guardia quien le dijo: “Abelardo no sabe el gusto que me da verlo (…) todos mis amigos me han abandonado, mientras usted, a quien yo expulsé del país, sigue peleando por mí.” (Cuadra, 1977: 262)
49 “El presidente electo fija su criterio respeto de la posición de Costa Rica en la política centroamericana.” Diario de Costa Rica, mayo 26, 1948.
50 Como resultado, la relación de Figueres con Rosendo Argüello Ramírez, lider exiliado de Nicaragua, se volvió tensa. Argüello publicó un libro de memorias, Quiénes y cómo nos traicionaron, condenando a Figueres por traicionar los ideales de la Legión del Caribe (Ver Argüello Ramírez, 1954).
51 Ver Ameringer (1974: 85-6).
52 Ibarra Mayorga, Francisco. La tragedia del nicaragüense en Costa Rica. San José: Imprenta Borrasé, 1948), en Molina (2002b).
53 Encargado de negocios Araya Borge a Toledo Escalante, Septiembre 27 1950, no. A-81, folder 2684, ANCR, en Olander (2000).
54 Araya Salas a Oficial Mayor de Seguridad Pública Gonzalo Segares García, julio 28, 1950; Toledo Escalante a Araya Salas, agosto 7 1950, No. 8981/DC, archivo 2684, ANCR, en Olander (2000).

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