Olga Cecilia Calderón ZúñigaSecretaria de don Pepe
Los pequeños detalles personales de don Pepe
“Don Pepe nunca andaba billetera. Si nos invitaba a comer, ya sabíamos que nos tocaba pagar la cuenta”.
“Una vez le mandaron un regalo. Yo se lo pedí creyendo que era un reloj despertador. Resulta que era una bomba casera”.
“Siempre hacía fila entre los policías para que le cortaran el pelo». «Se tomaba entre seis y ocho tazas de café por día. Había que servirle una taza de café junto a un vaso con agua y una alka seltzer”.
“Don Pepe casi no comía. Decía que había que comer para vivir, no vivir para comer. Comía muy sencillo”.
“Muchas veces amaneció escribiendo informes de gobierno o su libro ‘La pobreza de las naciones’. Todo lo escribía a mano”.
“Un detalle vacilón es que cuando se enojaba hablaba en catalán.
Si uno lo escuchaba hablando diferente había que salir corriendo”.
“Óscar Arias era muy joven. Don Pepe respetaba mucho a Óscar Arias, decía que era un muchachito muy inteligente”.
“Él trabajaba por las mañanas en su casa, en Curridabat.
Ahí atendía a la gente.
Su chofer, de apellido Mora, a quien le decíamos Morita, le atendía el teléfono y a la gente que él atendía allá.
En su casa no había secretarias ni recepcionistas ni protocolo”.
Son muchos los detalles personales de don Pepe Figueres que lo han hecho una figura fundamental de nuestra historia, y también un personaje folclórico y pegajoso para las anécdotas.
Con el afán de que nos contara detalles de esa personalidad, entrevistamos a doña Olga Cecilia Calderón Zúñiga, quien fue una de sus secretarias durante su tercera administración, de 1970 a 1974.
«Me fui a estudiar Inglés a San Francisco, California, en el año 70. Yo tenía 19 años. Volví al año siguiente. Mi mamá era muy amiga de don Pepe Figueres y de su secretario de Prensa, Orlando Núñez Pérez: Ella les habló. Don Orlando dijo que me iban a buscar porque necesitaban una persona. Una semana después, me llevaron a la oficina del ministro de la Presidencia, don Gonzalo Solórzano, mientras me buscaban el puesto para el que me tenían esperando.
«Resulta que don Pepe se había enredado con la secretaria de Norman Vega, que manejaba la oficina de audiencias. Se llama Leda Matilde Molina. Era la secretaria de audiencias. Fueron novios un tiempo. Ella tuvo una chiquita. Don Pepe le pagó la clínica y todo el mundo decía que la chiquita era de él. Nunca supe. Lo cierto es que ellos vivieron juntos en la casa de Ochomogo.
«Doña Karen se dio cuenta que don Pepe de verdad tenía una novia en Casa Presidencial, y se puso a buscarla. Supo que era la secretaria de audiencias. Don Pepe mandó a Leda Matilde de vacaciones. Me pusieron en ese escritorio de manera interina. Mi oficina daba a la acera donde había un guardia presidencial. Una tarde, él simplemente abrió la celosía y me dijo, ‘escóndase porque viene doña Karen. Yo no entendí por qué tenía que esconderme si doña Karen era amiga de la familia y don Pepe también.
«Doña Karen entró tirando puertas y buscando, como dijo textualmente, ‘a la prostituta que andaba con su esposo’. En su español complicado, repitió, despacito, ¿dónde está la prostituta que anda con don Pepe? Yo todavía no estaba enterada de todo lo que había pasado. Doña Karen estaba furibunda.
«Salió Don Norma Vega, le dijo que yo era hija de Lilly Zúñiga, que era dirigente del partido, y que yo estaba iniciándome en ese puesto. Don Pepe salió, la tranquilizó y ella se fue para la casa. Así empezó mi carrera al lado de don Pepe.
«Como esa historia, le puedo contar un montón. Nunca hubo una fiesta en Casa Presidencial. Lo que se hacía eran cafés porque don Pepe no tomaba licor. Sólo tomaba café. Una vez por mes celebrábamos los ‘cumpleaños’. Éramos como veinte. Viera la humildad de escritorio que tenía yo»».
«En los cumpleaños se servía café caliente, y también café frío, porque Mateo, que era cocinero y mesero a la vez, fue quien inventó en Costa Rica el café frío. Don Pepe cumplía años el 6 de setiembre y yo el 7 de setiembre. Nos tocaba celebrar el cumpleaños juntos. Una vez entró Doña Karen, enojada porque estábamos, según ella, en una gran fiesta. Ese tipo de actividades se hacía a las 566 de la tarde. Después seguíamos todos trabajando.
«Don Pepe se tomaba entre seis y ocho tazas de café por día. Si no se lo preparaba Mateo, se lo preparaba yo. Siempre había que servirle una taza de café, un vaso con agua y una alka seltzer.
«El café se lo mandaban de la Oficina del Café. Era café puro, sin marca.
«Comía muy poco. Decía que la gente necesitaba comer para vivir, y no vivir para comer.
«Lo que era protocolo lo manejaban desde Cancillería. Cuando había que hacer algo de protocolo, como la visita de un presidente, se encargaba directamente el Ministerio de Relaciones Exteriores. No existía oficina de protocolo. El presidente no necesita del protocolo y no lo atendía. Para él, no existía el protocolo. Le pasábamos una agenda diaria, escrita a mano, para las visitas de la tarde, que eran las que atendía en Casa Presidencial.
«Los lunes veía indultos por la tarde. El martes había Consejo de Gobierno. Era por las mañanas. Los que podían entrar sin cita eran Danilo Jiménez Veiga; Uladislao Gámez, don Lalo; el Padre Benjamín Núñez, que lo acompañaba mucho en todas sus citas. Don Danilo todavía no era su yerno. Era Ministro de Trabajo. Después se casó con Muni, la hija mayor de don Pepe.
«Óscar Arias era muy joven. Don Pepe respetaba mucho a Óscar Arias, decía que era un muchachito muy inteligente.
«Algo curioso es que el periodista Danilo Arias Madrigal siempre escribía criticándolo, y don Pepe lo citaba a su oficina para que le diera las razones de sus críticas, y discutían sobre los temas. Cuando Danilo llegaba, pasaban muchas horas hablando.
«La Casa Presidencial estaba donde está el Tribunal Supremo de Elecciones. Era una casa de madera, muy vieja. Si me quedaba por las noches, por debajo me pasaban las ratas. A veces salíamos a las nueve, diez de la noche. Para don Pepe no existían los horarios.
Sólo tomaba café
«Don Pepe me decía ‘Ñatica’ porque así le decía a mi mamá. Era sumamente sencillo. Nunca usaba billetera. Si nos invitaba a comer, ya sabíamos que teníamos que pagar. Pero por dicha que invitaba muy poco.
«Llegaba a trabajar en gabardina. Él trabajaba por las mañanas en su casa, en Curridabat. Ahí atendía a la gente. Su chofer, de apellido Mora, a quien le decíamos Morita, le atendía el teléfono y a la gente que él atendía allá. En su casa no había secretarias ni recepcionistas ni protocolo».
Doña Karen en bicicleta
«Una vez, se descompuso el carro. Mora andaba con el carro en el taller. Don Pepe me llamó, ‘Natica, me manda el carro, por favor’. Le dije, ‘Don Pepe, déme una hora, porque el carro está en el taller y no tengo un carro para mandarle’. A los veinte minutos lo veo frente a mí. Entró por la puerta como si nada. Le pregunté que como había llegado. Me dijo, me paré en la esquina de mi casa, haciendo auto stop, y dos muchachas me trajeron. Me fue mejor que con Morita. Así llegó a la Casa Presidencial.
«Con Doña Karen era diferente. Le teníamos un respeto enorme, y un miedo pavoroso. Un día me llamó y me dijo que le mandara un carro. Le dije que no había, y entonces se vino en bicicleta desde Curridabat. La parqueó en el espacio que decía ‘Primera Dama’. Llamó a la prensa, y dijo que ella tenía que venirse en bicicleta porque no había un carro para la primera dama. Otro día se fue en un hueco en la calle, con su carro, y también llamó a la prensa para que vieran la barbaridad de las calles de Costa Rica. El presidente era su esposo, don Pepe, como le decía ella.
«Don Pepe era muy respetuoso con las mujeres, pero sí les decía muchos piropos. Yo supe de varias de sus novias, pero nunca lo vi faltándole el respeto a una muchacha».
Le mandaron una bomba casera a don Pepe
«A don Pepe le llegaban muchos regalos a la Casa Presidencial, y él los repartía entre el personal, a tal grado que una vez llegó un paquete. Yo estaba recién casada. Empezamos a pelearnos el paquete. Me di cuenta que era un reloj despertador, y se lo pedí. Le dije, ‘Don
Pepe, ¿me puedo quedar con este paquete?’. Me dijo que sí, y me preguntó que qué era. Le dije que parecía un reloj despertador, y que yo, que estaba recién casada, no tenía. Don Pepe se quedó pensando, y me mandó al jefe de seguridad para que lo abriera y revisara qué era. Sonaba como reloj, y mis compañeras y yo pensamos que era un reloj. Pero don Pepe pensó que podía ser una bomba, ¡y era una bomba!
«Era una bomba casera. Fue el único atentado que vi contra don Pepe. Lo otro angustiante fue un altercado que tuvo en Puntarenas, en el almuerzo de la inauguración de alguna obra de la municipalidad. Un estudiante lo insultó, él se arrolló las mangas y se iba a ir a los puños con el estudiante. La gente lo evitó. Así de arrancado era don Pepe.
«También recuerdo el día que quisieron secuestrar un avión en el aeropuerto. Don Pepe salió para ‘El Coco’ (ahora Aeropuerto Juan Santamaría). Se puso a dispararle a las llantas, y dijo, ‘ahora sí, pueden llevarse el avioncito, a ver qué hace con él ahora que no tiene llantas’.
«Don Pepe nunca andaba armado. En el escritorio lo único personal que tenía era una corbata para cuando grababa las cadenas de televisión. La corbata se la ponía encima de la guayabera. También tenía una navajilla, él le llamaba la gillette, para cuando amanecía escribiendo. Él amaneció muchas veces trabajando.
«Escribía a mano. Él escribía el informe de gobierno de su puño y letra. Se apoyaba en los datos que le pasaba cada ministro, pero era él quien lo escribía. Luego, nosotras le pasábamos a máquina el informe. Después él lo revisaba y lo volvía a corregir.
«Cuando se acercaba el primero de mayo, todas nos convertíamos en secretarias de él.
Secretaria destaca sencillez de don Pepe
Hacía fila entre los policías para que le cortaran el pelo …
-«Un detalle vacilón es que cuando se enojaba hablaba en catalán. Si uno lo escuchaba hablando diferente había que salir corriendo».
-«Cuando me iba a casar con mi marido, que era una persona sencilla, pero un muchacho muy estudioso, don Pepe me dijo, usted no es nada tonta, sabe descubrir los diamantes en bruto aunque el día de su boda la paseen en carreta por Patarrá».
«La gente de confianza de don Pepe era siempre gente sencilla y llana. Era gente parecida a él. Por ejemplo, don Pepe no iba al barbero, sino que un señor que se llamaba José Innecken, que era el peluquero de toda la guardia civil, le cortaba el pelo. Don José estaba en el sótano de la Casa Presidencial, donde hacían las prácticas los policías. Por eso les cortaba el pelo ahí. Don Pepe simplemente bajaba del carro y antes de entrar a la oficina se ponía a hacer fila con los policías para que le cortaran el pelo.
«Manuel Moscoa era camarógrafo, fotógrafo y reportero personal de don Pepe. Andaba con él para arriba y para abajo, igual que don Orlando Núñez, que era el vocero.
«Después se nos incorporó don Otto Cortés, el papá de Julita Cortés, casi al final del gobierno de don Pepe. Se supone que le revisaba toda la correspondencia. Pero era que estaba en mala situación y don Pepe le dio trabajo para ayudarle.
«Le dio un infarto un fin de semana. Al lunes siguiente, yo le dije a don Pepe que iba a abrir el escritorio de don Otto. A don Pepe le dio risa, y me dijo, ‘¿usted se atreve?’. Le dije que sí, que claro, que seguramente don Otto tenía guardada alguna correspondencia que debíamos contestar. Don Pepe, con risa de malo, de maloso, me dijo que le contara a él qué encontraba en el escritorio. El viejo bandido ya sabía. Lo único que encontré fue un montón de revistas de muchachas con poca ropa. Digámoslo así para que no suene tan feo».
La taza de don Pepe
«Yo conservo la taza en que don Pepe tomaba café. La taza de don Pepe quedó en el escritorio de él. Cuando entró el gobierno de Daniel Oduber, el personal que llevó don Daniel decidió enviar todo lo de la oficina de don Pepe a una bodega, sin tener la delicadeza siquiera de preguntarle qué quería conservar de su oficina. «Yo seguí trabajando ahí mismo. Pero con personal nuevo, y con mucha más gente. Daniel era más moderno, por decirlo de alguna manera. Su gente no le tenía el cariño a don Pepe que nosotros le teníamos.
«Mandaron el escritorio de don Pepe para esa bodega. Un día, don Pepe me llamó y me dijo, ‘mi hijita, Natica, por favor, ¿me puede recuperar de mi escritorio mi corbata y mi navajilla?’ El escritorio estaba tirado como cualquier cosa. También estaban en la bodega los libros, muchos documentos y objetos personales. Él sólo quería recuperar la corbata y la navajilla. Sólo tenía esa bendita corbata, ¡y cómo costaba que se la pusiera!
«Entre el escritorio estaba la taza donde él tomaba café. Yo se la pedí. Él me dijo que me la regalaba. La conservo como un tesoro. La tengo en una vitrina, en mi cuarto. Ojalá que ahora que usted lo cuente, no me la pidan de vuelta de la Casa Presidencial».
Fresas para los achaques
«Don Pepe nunca dejó de ser un agricultor y un investigador de la agricultura. Empezó a sembrar fresas en La Lucha. Me llevaba fresas a la Casa Presidencial porque yo estaba casaba y esperaba a mi primer hijo. Don Pepe me decía que comiera fresas porque eran buenas para los achaques.
«Era un hombre con grandes detalles. Por ejemplo, para Navidad le mandaban regalos y tarjetas de todo el mundo. Él leía pocas. No tenía tiempo. Era un hombre que no tenía tiempo ni para comer. Pero le emocionaba leer las tarjetas de Indira Gandhi.
«Era terriblemente llorón. Cuando me casé, se pegó una gran llorada. Nos regaló a mi esposo y a mí los tiquetes de avión para la luna de miel. Eran unos tiquetes de avión para Bogotá, Colombia. Ese fue su regalo.
«Don Pepe era una persona muy desprendida. A él no le importaba· el carro en que anduviera, si andaba ropa buena o no, lo que comía, o lo que tenía en cuanto a dinero. De hecho, don Pepe nunca gastó su salario. Lo firmaba y se repartía entre Pillique Guerra y otros asesores que no tenían salario».
La Pobreza de las Naciones
«En la época en que estaba escribiendo su libro ‘La pobreza de las naciones’, todo el equipo de apoyo le pasaba los manuscritos de él a la máquina de escribir. Él los entregaba por la tarde, había que pasarlo inmediatamente, se le entregaban las nuevas páginas, él pasaba toda la noche revisándolas y escribiendo páginas nuevas, llegaba a la oficina y más de una vez me dijo, dentro de quince minutos me despierta’. Se tomaba una taza de café, un vaso con agua, una alka seltzer, y continuaba con su labor como presidente.
«Toda la noche pasaba escribiendo en su casa, en Curridabat. Por la mañana, se bañaba, y llegaba a la oficina sin dormir. Cuando estaba con la locura de escribir el libro, no atendía gente en su casa. Escribió el libro entero siendo presidente. Empezó en el año 70 y terminó en diciembre del 73.
«Ese fue el gobierno más controversia! de don Pepe. Los dos aspectos más controversiales de ese gobierno fueron la llegada al país de Robert Vesco y la apertura de la Embajada de Unión Soviética en Costa Rica.
«Don Pepe nunca iba a fiestas de las embajadas. Nos mandaba a nosotros en representación de él. Al día siguiente, nos decía qué había sucedido. Siempre tuvo mayor interés en saber qué había pasado en las fiestas de la Embajada Rusa. Nosotras íbamos. Lo más curioso de la primera fiesta es que no muchos costarricenses se atrevieron a asistir. La gente no iba por miedo. La fiesta fue tan espléndida y tan esplendorosa que ya para las siguientes la sociedad costarricense se atrevió a ir y no cabía la gente.
«A don Pepe lo trataban de comunista por abrir esa embajada. A él todo le resbalaba. El único comentario que le preocupaba era el de Danilo Arias Madrigal. Era algo extraño. Yo le decía, ‘don Pepe, ese periodista le da muy duro a usted, ¿por qué lo atiende?’. Él me contestaba, sí, sí, pero es muy inteligente».
«A Robert Vesco también lo vi muchas veces. Llegaba a la Casa Presidencial. Don Pepe le escribió su discurso cuando llegó al país. Conociendo a don Pepe, lo que le interesaba era que invirtiera su dinero en la generación de empleo en nuestro país.
«Era amante de la gente sencilla. Cuando me iba a casar con mi marido, que era una persona sencilla, pero un muchacho muy estudioso, don Pepe me dijo, usted no es nada tonta, sabe descubrir los diamantes en bruto aunque el día de su boda la paseen en carreta por Patarrá. Yo le decía, ‘Don Pepe, ¿cómo que me van a pasear en carreta? Me contestaba, ‘pues sí, la van a pasear en carreta para que la conozca todo el pueblo’. Tenía unas salidas don Pepe.
«Además, tenía ‘camotes’, ideas fijas … Por ejemplo, él inventó que todas las semanas tenía que visitar una empresa privada, o una industria pequeña o mediana. No se perdía esas visitas. Tampoco se perdía una invitación a ‘La Lucha’, que estaba a cargo de Rodrigo Carreras. Él le manejaba la finca, y le traía informes a la presidencia.
«Un detalle vacilón es que cuando se enojaba hablaba en catalán, y había que salir corriendo. Era arrancadísimo don Pepe, pero, sobre todo, era muy sensible. Por cualquier cosita se ponía a llorar».
Centenario de don Pepe, Tomo I. Camilo Rodríguez Chaverri.
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