Reseñas de “El 48” de Miguel Acuña V.

El 48

Reseñas del libro El 48

“El 48” de Miguel Acuña V.

Otto Saénz Lara

Cédula 1-213-322

Quien conoce a Miguel no le sorprende su libro… porque Acuña es un agudo polemista, un hombre respetuoso del parecer ajeno y hábil buscador de la enjundia en cuestión. Al leer con sorpresa muchos de los hechos relatados en su libro “El 48” diviso a Acuna otear el pasado ya hecho historia, con introspección profunda, su ardiente racionalismo y el asco que a menudo experimenta de la corrupción política vivida —quizá hoy continuada— pasando su persona a segundo plano en esos vividos momentos en que los hechos —muchos relatados por protagonistas hoy todavía vivos— no permiten distracciones ni comentarios ajenos a la acción.

Cuánto me agrada la originalidad… aunque no sea perfecta. Por eso leí con más agrado los capítulos finales donde se siente a Miguel Acuña participar más genuinamente con su viva personalidad; en la que huele la putrefacción de hechos históricos que denigran tanto a tirios como a troyanos.

Revolver cenizas puede avivar el fuego de los enconos y remordimientos, trayendo de nuevo a la conciencia hechos pasados que nuestra moral repudia y nuestro falso ser guarda como temeroso guardián. Eso acarrea acervas criticas, desbordamientos de pasión y hasta agravios. Por otro lado, surgen diversas apreciaciones de los hechos mencionados, más o menos veraces que los descritos en la obra. Todo esto era de esperar al publicarse una obra como “El 48”.

En lugar de la posición neutral, de ensayismo histórico, Acuña pudo concatenar acciones en forma más homogénea hilando más estrechamente los hechos, siempre respaldado en la información escrita y verbal obtenida… quizá a modo de novela histórica. Es cierto que él tiene plena conciencia de lo así escrito y de que su obra —dedicada a sus hijos— es sincera y verídica. Suena el clarín de advertencia hacia el error del fácil idealismo épico y aventurero de que está condicionada toda juventud, pero también proclama Acuña: “Lo hago a mi modo, consciente de que esta tierra —dispuesta siempre al acto potente que preña— pronto parirá la nueva generación de arrebato, de ira y de volcán”.

Yo no sé qué filiación política tiene Miguel Acuña… creo que ninguna. Miguel es honesto y creo que así lo demuestra su obra aunque eludió quizá más participación en el relato de los hechos. El resultado es que el rompecabezas no se esclarece al final tal como es esperado… queda a modo de una pintura de Picasso.

Traer a luz evidencia histórica de tanto error y confusión —además de engaño— es parte del mérito de la obra. También lo es su advertencia a futuras generaciones de la desconfianza que merecen todos —o casi todos— los políticos de América; la ridiculez y fatalidad para los pueblos de los generalotes sin escuela ni moral, los nefastos aventureros de la política, los mercenarios que revolotean —todos juntos— alrededor de la miel de los tesoros y poderes públicos. Por eso también escribe: “No pretendo juzgar a individuos inexpresables. Eso queda para los estudiantes de la conducta humana. Ellos deberán explicarnos por qué las masas siguen a hombres hinchados por la concupiscencia de mando, mientras abandonan a líderes cuyo único ascendiente es su plenitud vital”.

Si el relato parece bastante completo… falló más conclusión y consejo moral (la obra es también una advertencia a sus hijos). Si demuestra que casi todo lo que aquí pasa es importado —hasta las ideas sociales y económicas más avanzadas, probando indirectamente la inautenticidad de nuestra “cultura” y de nuestros lideres— sí pudo exponer una solución al conflicto de la política “”nacional con más hondura; porque éste sigue nutriéndose de los mismos parámetros en un circulo vicioso.

Acuña es un destructor de mitos… ¡y “El 48” lo prueba!

Que cada lector medite sobre lo que Acuña dice: “Las generaciones nuevas deben aprender la lección de 1948. No esperar que después de una revuelta haya justicia. En todo caso habrá “justicia revolucionaria” que puede ser despido masivo del trabajo, sanciones inmediatas, intervención de bienes, enjuiciamientos, listas de intervenidos, contradicciones con el ideal por el cual se peleó…” o cuando agrega: “La revolución que Costa Rica necesita debe ser hecha por los hombres más capaces, no por los políticos, de cuya conciencia moral hay serias dudas. Para ello debe empezarse por despolitizar al joven para que no crea en la demagogia que como un torrente nauseabundo, sale de la boca de los buitres ideológicos” “Una revolución que no produzca mejores hombres, y si es posible, grandes hombres, no es auténtica. Es simplemente un cambio de camarillas que origina movimientos concéntricos alrededor de una figura con la propiedad absorbente que utiliza su magnetismo para poner a orbitar a cien tipos de larvarios que disfrutan de las mieles del poder hasta que una generación valiente decida echarlos”.

Yo agregaría que también una cultura que nuestro pueblo no ha adquirido todavía y otras cesas más.

Cabe esperar esto de Miguel, por cuanto es profesionalmente un Físico-Matemático, acostumbrado a sintetizar, resolver y dar soluciones. Cierto que esto no es fácil, pero es necesario… casi un deber para el autor del libro.

Quizá un día veremos la segunda parte de “El 48” y lo que es capaz de aportar Acuña en el devenir histórico, no el destructor de mitos.. .sino un auténtico creador.

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El 48

¡Un nuevo libro! El 48
del Lic. Miguel Acuña V.

Esta obra es un documental vivo, salido de labios de personajes que participaron y vivieron la tragedia de 1948, incluyendo a los que a la fecha ya gozan del descanso eterno, tales fueron don Otilio Ulate, el Dr. Rafael A. Calderón Guardia y Lic. Teodoro Picado. El autor —joven educador e inquieto escritor— ha querido escribir la historia de la Revolución de 1948 aprovechando la cantera viviente del grupo de dirigentes del país durante los ocho años del 40, y los jefes de la lucha armada dé marzo y abril de 1948.

El Lic. Miguel Acuña entrega al público lector una obra valiente, viva y polémica, con testimonios controvertibles. Trata de encontrar la verdad por sus propias conclusiones o por las que se logren obtener a través de las premisas, que tenían como origen la estricta reflexión sobre los hechos descritos por elementos de uno y otro bando.

Hay una serle de acontecimientos, apenas conocidos por unos pocos hasta hoy, que pasarán a dominio público a través de las páginas de este libro y, en forma especial los relativos a los hechos bélicos. La acción prerrevolucionaria de don José Figueres; el suministro de armas desde Guatemala, tolerado, por el gobierno guatemalteco de aquellos días; la iniciación de la rebelión a raíz de la anulada elección presidencial de don Otilio Ulate; el papel del señor Figueres como Comandante General y la acción militar del General Miguel Ángel Ramírez, como Jefe del Estado Mayor, según los compromisos previos con los suministradores de las armas. La Legión Caribe, la actitud de Somoza durante el conflicto, el pacto de la Embajada de México y el gobierno de facto de la Junta. En todos estos relatos el autor trata de basarse en relaciones y diálogos, muchos de ellos efectuados en el lugar de los hechos; también hace uso de documentos oficiales ya publicados.

En esta obra histórica se presentan hechos que en lo posible coinciden con la verdad —no todos los hechos históricos conocidos como tales tienen a su haber un ciento por ciento de verdad— pero el autor se abstiene de juzgarlos. Desea que el libro tenga carácter de cúmulo de informaciones para que en el futuro vengan las comprobaciones y juicios reposados. Repetimos. El 48 es un libro de documentos vivos y variados, donde los historiadores puedan encontrar, no el documento oficial que con frecuencia refleja la ideología propia del gobernante de turno, sino las opiniones a veces controvertibles sobre un mismo tema. que al examinarlas y cotejarlas. para formular un juicio sin prejuicio, salga la verdad de nuestra historia a partir de 1940.

Si destaca el autor de EL 48, la lección que encierra el breve lapso de log ocho años que remata en 1948. ¿La lucha fratricida que produjo dolor y muerte a centenares de costarricenses por los errores de unos y otros, se justifica…?

Recordemos siempre, sobre todas las cosas, que la preservación de la paz, el respeto a la dignidad humana y el equilibrio democrático «toben ser los objetivos primordiales de nuestra vida política. Esa es la lección positiva que debe recoger la juventud costarricense a través de las páginas de esta extraordinaria obra de Miguel Acuña.

EL 48 es una nueva obra de historia reciente, vinculada a los recuerdos personales de millares de costarricenses, es interesante y amena. Aclara conceptos, enseña, señala errores y aciertos de unos y otros durante el periodo propiamente revolucionarlo y sus consecuencias inmediatas. Por tal razón la figura política principal surgida de aquel hecho histórico —don José Figueres— no es enfocada con prominencia en el campo de las armas, sino que su papel señero en la historia nacional comienza precisamente una vez que se han depuesto las mismas. El General Figueres de que se hablaba en abril de 1948, desaparece para dar campo al político y estadista don José Figueres —don Pepe— que sí ha tenido trascendental papel en la historia política y económica de Costa Rica en loa últimos 25 años.

Abra las páginas de este libro, amigo lector, con confianza. Estamos seguros que no se «errarán por tedio o por decepción. De acuerdo o en desacuerdo con su contenido, siempre permanecerá el interés hasta el final. En síntesis, EL 48 de Miguel Acuña es un libro apasionante y determinante en la interpretación histórica de las últimas décadas, pues señala el comienzo de un periodo de grandes transformaciones en la vida costarricense.

Prof. Gabriel Ureña M.

TITULO: EL 48
AUTOR: MIGUEL ACUÑA
LIBRERIA: LEHMANN S.A.

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Libros: “El 48”, visto por un salvadoreño

En La Prensa Gráfica de San Salvador, se ha publicado este comentario sobre el libro «El 48» del costarricense Miguel Acuña.

LA REVOLUCION COSTARRICENSE DEL 48

Por doctor Manuel Luis Escantilla

Apasionante. «El 48», libro de Miguel Acuña. Se lee de un tirón. Es de esos libros que no le dan reposo al lector.

La edición, según noticias recogidas en la misma Costa Rica, se agotó en menos de 4 meses. Despertó toda clase de comentarios. Las páginas editoriales de los periódicos del segundo semestre del año anterior se ocuparon de ese libro, ampliamente. Se trata pues, de un verdadero «best seller” de la historia contemporánea de Costa Rica, en particular, de la guerra que ensangrentó al hermano país en los meses de marzo y abril de 1948.

En realidad, el libro es un documental sobre la revolución costarricense. Su autor vivió esa guerra, la observó e inclusive, probablemente la idealizó, desde los misteriosos rincones de su adolescencia. En electo, conversando con Acuña, a quien conocí en la noche del 17 de marzo anterior, a raíz de una conferencia que tuve el honor de dictar en la Cátedra Pública que tiene el Colegio de Doctores. Licenciados y Profesores de Filosofía. Letras Ciencias y Artes en el bello Teatro Nacional, deduzco que por ese entonces debe haber estado al comienzo de su pubertad. Acuña, quien es hoy uno de los sólidos valores del referido colegio, debe haber sido un muchacho de 15 años cuando ocurrieron los lamentables sucesos de la guerra civil. Eso podría explicar el tono de leve amargura y tristeza, que en forma de transparente anacronía se mantiene en todo el libro.

El autor narra los hechos de la revolución en forma viva, sangrante, magistral. No obstante y pese al atrevido y hasta agresivo estilo con que polemiza, no puede salvarse, lo repetimos, del tono doloroso con que lo hace: Acuita es un intelectual de pura cepa, amamantado por una verdadera tradición civilista, y, adolescente aún. cuando ocurrieron los hechos, los había cargado con las magnificencias del ideal. En todo muchacho hay. ciertamente, una buena dosis de sentido heroico o de vocación mesiánica. que en el caso del autor comentado y en forma de clima interior, podría explicar el efecto diacrónico del dolor, presente a lo largo de toda la obra. Muchos costarricenses, por lo demás, se encuentran en situación semejante. Guillermo Malavassi para el caso, ex ministro de Educación y uno de los Decanos actuales de la Universidad Nacional, se resiste a aceptar el hecho de una Costa Rica guerrera. Así se lo hizo ver al mismo Acuña la noche del 18 de marzo anterior, cuando coincidimos en una recepción ofrecida por el canciller Facio. Pero los hechos son los hechos, como le contestó Acuña, y por encima de la pena personal, “debemos aceptar que Costa Rica quería la guerra”. Para los no costarricenses, los hechos narrados por Acuña resultan inexplicables, justamente por el país en que se dieron, la crueldad que alcanzaron y la calidad de las gentes que los dramatizaron. Es increíble que el pueblo de Costa Rica haya disparado contra sus propias gentes y más aún, que para hacerlo, hayan admitido la jefatura y dirección de un grupo de extranjeros.

El libro comienza con una interpretación de las raíces de la tragedia. Las figuras de don León Cortes y el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia son examinadas críticamente. Con juicios ponderados, desprendidos de una severa meditación sobre el testimonio de quienes conocieron de cerca a dichos grandes políticos y se adueñaron de sus ideas e intenciones y a base de una documentación bien escogida. Acuña devela la imagen real de esos hombres y les hace entrar en una exégesis histórica correcta: En ellos está el antecedente de la revolución. El autor entra, después, a describir los puntos iniciales de la tormenta, las clases de gentes que se ven comprometidas, las gestiones extranacionales como la compra de armas a Guatemala, las escaramuzas iniciales, los grupos guerreros y en fin las batallas que se dan a lo largo de toda la guerra. Al final de la lectura el sabor amargo de que eso haya ocurrido precisamente en el país que tiene la más larga tradición de paz y civilidad, se hace acre, al comprobar que corolario de Tucídides sobre la guerra estaba presente allá: la revolución no fue el punto de partida para redimir Costa Rica y desde ahí irradiarla a Nicaragua, Haití, Santo Domingo, como se susurró al oído de toda la América, sino el simple juego de la ambición de poder, en esta guerra como en todas las guerras, Tucídides ha tenido la razón: se explican por la ambición de poder.

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El 48

Hay libros que producen en nuestra conciencia torbellinos. Uno de estos libros es el 48 del licenciado Miguel Acuña. Los torbellinos se producen cuando vemos caer Ídolos y héroes, construidos para crear una patria que merece mejor destino. De aquí en adelante no podrá decirse que unos sean los buenos y otros los malos. Toda la tragedia de! 48 está llena de “ejemplos de heroicidad, de valentía y de dignidad; pero también de cobardía, crueldad, farsa, astucia y mito. ¡Todo compartido!”.

Todo en este libro es vibración, denuncia y advertencia. Esta vivencia se siente desde el momento en que el autor abre el telón con la frase: “Este libro es un impulso;” hasta el grito final: “¿Dónde estén los robles de El Empalme?. ¿Dónde están los halcones, amantes de la altura?”.

De la lectura de El 48 podemos sacar las siguientes conclusiones:

a) La participación del pueblo costarricense en esta guerra civil fue determinante y motivada por una «gran siembra de odio”; pero los valores por los cuáles el pueblo puso sus muertos —a lo sumo doscientos y no dos mil— no fraguaron y más bien aparecieron nuevos vicios.

b) Antes, durante y después de la Revolución existió un eje San José — Guatemala — Caracas. Esto explica los compromisos internacionales de Figueres y las represalias de la Junta de Gobierno.

c) No hubo una verdadera revolución. Fue una invasión desde Guatemala. En el libro esto queda probado en forma contundente, gracias al testimonio valiosísimo del aviador Guillermo Núñez. Esta intervención fue consentida por los Estados Unidos, por cuanto se ‘consideraba que el gobierno de Picado era comunista.

ch) Si el pacto de la embajada de México se hubiera cumplido, la historia de este país no sería la misma. Además Costa Rica se habría evitado los muertos de diciembre de 1948 —Codo del Diablo y Murciélago— y los muertos de 1955.

d) La Revolución fue apoyada por la colonia alemana y por la burguesía. Unos, como revancha. Otros, paría abolir las garantías sociales. Sin embargo lo segundo se frustró, al fracasar El Cardonazo. De esta manera podemos decir que las garantías sociales subsistieron a posar de la revolución del 48.

Cuando el paso del tiempo deje su huella, sobre el quehacer político de los últimos veinticinco años, podremos decir: cada pueblo tiene lo que merece, es autor de su propio destino, sube hasta las alturas o se hunde en el cieno.

Tirza de Rivera

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Enrique Banavides

En torno al 48

Enrique Banavides

La publicación del libro de Miguel Acuña sobre el 48 ha levantado una pequeña tempestad que por lo pronto se mantiene en medio nivel y cuyas ondas no han logrado alcanzar todas las riberas del ambiente nacional. Pero tal vez por las limitaciones y propósitos de la misma obra el debate se ha centrado, como ha debido centrarse siempre, en los acontecimientos del propio año 48 y en sus antecedentes inmediatos. Esta manera de considerar uno de los acontecimientos de mayor trascendencia de la presente centuria se origina en que al enjuiciar los hechos que lo constituyen, el observador no se sitúa, deliberadamente o no, en un punto visual que ofrezca perspectiva histórica. En Costa Rica, por muchas razones y circunstancias que no es del caso ahora puntualizar, no hay verdadero sentido histórico. Somos un pueblo ingenuo en el sentido de ver los hechos políticos y sociales como resultado más o menos caprichoso de la voluntad de los hombres y de no concebir -nuestra realidad nacional- como un proceso, sino como algo que nos fue dado de una vez por todas.

El 48, lo que se ha llamado el 48, no es un año, y menos aún una serie de hechos de armas. Es por el contrario un periodo de los más dramáticos y decisivos de nuestra historia, que bien podría situarse entre la administración del Lic. León Cortés y la Junta de Gobierno presidida por don José Figueres. Lo que sigue después de ese gobierno de facto ya no pertenece al 48, por más que haya oído la fase política subsiguiente y no pueda explicarse sino a la luz de las circunstancias anteriores. Con la Junta de Gobierno se inicia otro proceso político, cuya lealtad para con los principios formulados, a raíz de la experiencia histórica de la guerra civil y de las batallas políticas anteriores y cuya legitimidad histórica constituyen otro capítulo de nuestra vida institucional. Entra en una órbita histórica ^mundial y valorativa muy diferente de la que concluye con la administración, del Lic. Teodoro Picado.

Para los que tuvimos la fortuna de vivir íntegramente todo ese proceso histórico que arranca de León Cortés y termina en Teodoro Picado nos es imperativo una visión más orgánica y profunda de los hechos y una más justa jerarquizado n de cada uno de ellos a fin de situarlos en el lugar que I93 pertenece. Con León Cortés, puede decirse, se liquida el viejo liberalismo. León Cortés es, en cierto modo la fase final de la vieja República, el fin de una época y al mismo ‘tiempo el comienzo de otra. Solo que ese proceso político es de crisis en el verdadero sentido de la palabra, esto es, de transición, de muerte y nacimiento, de transformación total dentro del orden de una democracia representativa. De ahí que el 48, lo que sucede inmediatamente antes de las elecciones, en las elecciones mismas, y después de ellas, tiene o nuestro juicio una importancia histórica y política menor que los acontecimientos que van desde él año 40 al 46-47.

Es en ése corto espacio de tiempo en que se lleva a cabo en Costa Rica por primera vez el debate político e ideológico más enconado, más sustancioso y de mayor significación de toda nuestro historia. Quien se instale, como lo hacen muchos, en perspectivas personales o partidarios y no ven las cosas sino desde ese ángulo, por más objetividad de que blasone, no puede percibir esta particular anatomía de que acabamos dé hablar. Y cuándo no se comienza por discernir correctamente las portes del todo ni los procesos parciales que van formando el cambio total, se incurre fácilmente en lo anecdótico, en lo puramente episódico o bien se invierten el orden e importancia de los acontecimientos.

El debate político e ideológico que tiene lugar entre les años d9 1940 a 1947 concluye precariamente en un arreglo que pone definitivamente las bases electorales después de la huelga de brazos caídos. Ese debate giró en torno a la reforma social del Dr. Calderón Guardia, a la política sindical y económica que impulsaba el partido comunista, aliado del gobierno desde 1942, a las instituciones del sufragio, al manejo de los dineros públicos y de la honestidad administrativa y fundamentalmente a la sinceridad o buena fe que proclamaba el gobierno como razón ética de su viraje súbito hacia una política populista y hacia un régimen de intervención obrerista. Todo ello constituye la esencia de lo que más tarde culminaría con los hechos de armas del 48.

La guerra civil en sí no tuvo tanta importancia. Fue una pequeña lucha armada cuyo número de muertos, ayuda extranjera, factores circunstanciales y episodios heroicos de uno y otro bando, tienen un interés más narrativo que histórico, si entendemos por historia no el mero recuento de sucesos, sino aquello que nos cuenta del porqué de un estilo de vida y de un mundo que ya no vivimos, pero que aún gravita sobre nosotros.

Pocas veces se sometió a un juicio más severo todo lo que estaba sobre el terreno político; los ideas, las doctrinas, las innovaciones institucionales, la justicia social, los fundamentos liberales de la vieja República y la vigencia histórica misma de algunas instituciones clásicas. Nadie pudo permanecer al margen de un conflicto de tan hondas dimensiones y de tan vastos alcances. Incluso la posición contradictoria de algunos de los grupos beligerantes frente a realizaciones que hoy día se tienen como fundamentales, denuncia la agitación profunda do aquel clima político.

Es pues ahí, en ese periodo, donde hay que buscar las causas secretas de los hechos cruentos del 48 que dieron lugar a un cambio político de grandes consecuencias.- Los mismos errores que los partidos y sus líderes venían cometí en do durante ese periodo, los condujo a equivocaciones fatales en la hora decisiva. La anulación de las elecciones que dieron el triunfo a don Otilio Ulate, por porte del Congreso Constitucional, en marzo de 1948, no fue otra cosa que el resultado lógico de la falta. de percepción política y de un diagnóstico justo a la coyuntura que se estaba viviendo. Faltó clarividencia y genio político basta el extremo de que- un partido como el comunista, que proclama tener el mejor instrumento de análisis histórico, le plegó a uno tesis que no sólo era inconsecuente sino también ajena a los auténticos intereses de los trabajadores. Y decimos que inconsecuente porque la historia política durante la administración del Lic. Teodoro Picado no fue en el fondo sino una larga y nutrida serie de concesiones que el gobierno y sus aliados iban haciendo a la oposición. Esas concesiones de orden electoral, principalmente, cambiaron la estructura del sistema del sufragio en beneficio y garantía de los grupos que adversaban al gobierno y al partido comunista. No fu9 lógico que después de abandonar tanto terreno y de mantener una política tan aparentemente complaciente, sincera o no, anularan el resultado de unas elecciones en que ellos mismos pusieron las bases.

Quien escriba la historia de este proceso cuyas consecuencias aún gravitan en parte sobre los destinos actuales del país, tendrá que explicar bien la razón por la que el grupo más joven y políticamente más capaz de la oposición de aquel entonces, no obstante adherir a un ideario socialdemócrata, figuró como enemigo más encarnizado del partido comunista, que entonces, como ahora, comparte las mismas ideas. Pero la anulación de las elecciones no obedeció a una posición ideológica o a convicciones democráticas. Esa decisión parlamentaría fue el acto final de una política corrompida desde hacía mucho tiempo, no obstante su estirpe liberal. Si e1 partido comunista jugó en ese acontecimiento un papel decisivo, no fue porque estuviera en juego ninguna conquista social, sino porque cuando so vio frente a la primera gran encrucijada de su vida, no supo tomar el camino correcto.

Con la reconquista del poder político, no en virtud de un arreglo, como los que se intentaron ingenuamente, sino en virtud de una lucha armada, no fue posible ya regresar a la normalidad constitucional sin solución de continuidad. No lo fue porqu9 en los grupos más fuertes política e ideológicamente y más decididos de oposición había el convencimiento de que todo lo que había pasado hasta llegar a la emulación de las elecciones no era casual, ni obra de unos cuantos políticos inescrupulosos, sino la secuela última de una vieja y honda crisis política e institucional. Consecuentemente, al romperse la continuidad constitucional y al tener que ir a la lucha armada para rescatar el poder. se quebró esa continuidad y llegó la hora, entonces, d6 hacer desde el poder una reforma mucho más general y profunda.

Que fuera esa la reforma que había que hacer, es otra cosa. Que los jefes de la insurrección y miembros de la junta de Gobierno fueran luego leales a los principios e ideas que proclamaron para justificar su gobierno de facto, es también otro capítulo. Pero estamos aquí ya en otro territorio histórico, que por lo pronto no ha terminado. De ahí que la historia que logre poner en claro el trasfondo real de todo el periodo qu© culminó en los hechos del 48, no podrá jamás encender viejos enconos, ni suscitar de nuevo venganzas o rencores, porque la historia, cuando lo es de verdad, descubre a unos y a otros motivaciones ignoradas d9 que muchos pudieron ser víctimas sin saberlo.

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Los libros

Julio Suñol

El «48» y la literatura sobre la Guerra Civil

Julio Suñol

Miguel Acuña, joven profesor y escritor, acaba de publicar un apasionante libro intitulado “El 48″. Hace poco se conoció otra obra suya sobre Jorge Volio; “El tribuno de la plebe”.

Con “El 48” se aumenta la literatura que ha pretendido bucear en los dolorosos acontecimientos de la guerra civil de esa fecha, que conmovieron y dividieron, dichosamente no por mucho tiempo, a la familia nacional.

Antes de este libro, vieron la luz otros que se refirieron en concreto o tangencial mente a la guerra o a los partidos políticos y sus antecedentes. Verbigracia, «Historia de los partidos políticos», de Carlos Araya Pochet; “Costa Rica y sus hechos políticos de 1948”, de Oscar Aguilar Bulgarelli, reeditado luego con el título de “Costa Rica y sus hechos políticos de 1948, problemática de una década”; y “La generación del 48”, de Hugo Navarro Bolandi, quien hace un análisis histórico sobre la democracia de Costa Rica, en un tomo que generalmente es citado por quienes han de recurrir al juicio requerido sobre los lideres de una de las facciones que protagonizaron aquel drama, no tan sangriento como siempre se dijo, según trata de establecerlo Miguel Acuña.

Lo trascendente para nosotros en la mayoría de estos trabajos, es que se han recabado criterios e informaciones de primera mano du los personajes que tuvieron que ver de alguna manera con los sucesos que en mala hora ensangrentaron a este país en los meses de marzo y abril de 1948, con motivo de la anulación que hizo el Congreso de las elecciones que ungieron al periodista don Otilio Ulate Blanco como Presidente de la República.

Oscar Aguilar Bulgarelli, por ejemplo, recogió entrevistas del Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia, del Lic. Manuel Mora, del presbítero Benjamín Núñez y del Lic. Luis Carballo. Asimismo, presentó documentos del embajador norteamericano Nathaniel Davis, del embajador mexicano Carlos Darío Ojeda y del propio expresidenta Teodoro Picado (declaración del mandatario ante al Juzgado del Crimen de Managua, el 19 de abril da 1952).

En “El 48” figuran opiniones del ex presidente José Figueres, de doña Rosarito de Calderón Guardia, del Lic. Alberto Martén Chavarria, del capitán Guillermo Núñez, del diputado Amoldo Ferreto, del ex Presidente de Guatemala Juan José Arévalo, del profesor Edelberto Torres, del arquitecto Carlos Reichnitz, del Lic. Máximo Quesada Picado y de tantos otros más que tuvieron conexión —representando a ambos bandos— con los hechos, cuando el país fue arrastrado a una guerra civil que hubiera sido improbable sin la agitación cívica v la rutilante pluma de don Otilio Ulate, y sin la convicción de un dilatado sector del pueblo que creyó que se iba a tal holocausto porque se defendía el derecho electoral.

Todos los testimonios son valiosos. El libro gira en buena parte sobre las opiniones del Lic. Máximo Quesada Picado, por aquellos días ministro del señor Picado y amigo y consejero inteligente y cauto de los hermanos Calderón Guardia; y del arquitecto Carlos Reichnitz, soldado do la rebelión con experiencia vital europea y de gran cultura, que se enroló en la aventura porque él creyó —habiendo dejado de creer, de acuerdo con sus palabras— en los hombres que dirigieron las operaciones militares en las filas de Figueres. Estos dos testigos, entre otras virtudes, tienen las de estar vivos en el presente y gozar de prestigio profesional y personal, lo cual convierte sus testimonios en piedras miliares de la narración que el autor sabe hilvanar hábilmente, como en un gran reportaje, para llevarnos a esclarecer muchos aspectos del 48 que nos facilitan conclusiones.

Quisiéramos destacar estos extremos como conclusión medular del libro: 1) Otilio Ulate nunca estuvo dispuesto a precipitar al país en la guerra civil sólo por satisfacer sus deseos de convertir en válido el pronunciamiento de una mayoría del pueblo que lo había elegido presidente. 2) No es cierto en absoluto que como resultado de aquella contienda se produjeran tres mil o más muertos, como siempre se dijo. 3) Tampoco es verdad que, como lo sostuvieron algunos líderes comunistas, el país hubiese estado a punto de ser ocupado por los “marines» norteamericanos destacados en Panamá. 4) Don Teodoro Picado actuó con desapego personal y con patriotismo cuando pasó por las situaciones más difíciles y hasta humillantes, e hizo un esfuerzo admirable para evitar que mancillaran nuestra soberanía, cuando se dio cuenta de que el territorio costarricense habría podido ser usado como campo de batalla para un choque más sangriento de los costarricenses y entre los ejércitos de Nicaragua y Guatemala, que por diversos motivos tenían posiciones diferentes frente a los avalares. 5) Figueres y sus gentes se marcharon a las montañas a defender el resultado electoral registrado en las elecciones que designaron a Ulate Presidente, pero luego cambiaron de actitud y decidieron ejercer el poder porque había que fundar la segunda república y realizar un quehacer al cual se sentían llamados luego de la conmoción armada. 6) Figueres y los suyos no cumplieron el pacto o compromiso suscrito con los legionarios de Centro América y del Caribe que pretendían hacer de Costa Rica una base de operaciones en su lucha contra las dictaduras de Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana), de Anastasio Somoza (padre) de Nicaragua, y otras. 7) El Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia estuvo dispuesto a aceptar el resultado comicial desfavorable, pero como opina doña Rosarito de Calderón, “a nuestra casa llegaron muchos amigos y no lo dejaron en paz hasta que consintiera en pedir la anulación de las elecciones. Para ello mostraban documentos, cartas y testigos declarando fraudes en varios lugares…”

Subrayemos lo siguiente en lo relativo a que Figueres no fue a la lucha sólo por hacer imperar la voluntad electoral del pueblo de Costa Rica: el autor ofrece el testimonio del distinguido educador y hombre público profesor Alejandro Aguilar Machado (quien fue embajador de Picado ante la Novena Conferencia Panamericana de Bogotá).

—Don Alejandro Aguilar Machado frente a Monseñor Sanabria: “Vea Monseñor, antes de partir para Bogotá, el presidente Picado me aseguró que estaba en proceso una fórmula de transacción. Cuando regreso, me encuentro una situación caótica y al preguntar la verdad de lo sucedido, unos me dicen una cosa y otros la contraria. Yo, como profesor, tengo la obligación de enseñar la verdad de lo sucedido. Y a eso vengo. Quiero de usted toda la verdad…

—Monseñor Sanabria: “Juro que esta es toda la verdad: fui al frente a ofrecer una fórmula, pero se me dijo claramente que la revolución no era por Ulate. Que se aprovecharía el momento histórico para transformar el país. Considero que si hubiera encontrado por lo menos un 20 por ciento de cooperación de parte del grupo revolucionario, se habría logrado la paz”.

En lo referente al aleccionador desprendimiento de don Otilio Ulate, es bueno que los jóvenes conozcan que para evitar la guerra entre .hermanos llegó a todos los renunciamientos y evidenció su falta de ambición personal si ella habría de costar sangre de costarricenses. Resignó a la Presidencia de la República que habla ganado, con la condición de que se escogiera a una de las cinco personas que propuso para sustituirlo: los señorea Edmundo Montealegre, Juan Dent, Amadeo Quirós, Federico Rohrmoser y Luís Uribe. Al rechazarse esta propuesta, postuló a don Juan Trejos Quirós, padre del expresidente don José Joaquín Trejos Fernández. Después insistió enarbolando el nombre del Dr. Julio César Ovares. Esta constancia histórica adquiere hoy gran valor, cuando la avaricia y la ambición malsana han conquistado a tantos espíritus.

Otros acontecimientos que sobresalen del libro, no son menos importantes. El total de muertos de la guerra civil, según el autor, llegó a ciento cuarenta. No son pues los dos mil o tres mil de que habló la leyenda. Y el escritor Investigó in situ, entrevistó a los protagonista de la tragedia, hizo trazar mapas, conversó con campesinos y ex combatientes, en un trabajo concienzudo y serio como no se*había efectuado hasta el presente. Este aporte merece reconocimiento.

Como sucede a menudo con esta clase de obras, habrá quienes estén en desacuerdo con ella, ya porque la encuentren parcial o ya porque pretenden desconocer méritos al autor que investigó con tenacidad y con honradez intelectual necesaria en este tipo de trabajo. Empero, el aporte histórico es valiente e indestructible y resultante de una disciplina da análisis y de comprobación. El escritor bucea sobre unas perspectivas no entrevistas antes, derriba ídolos, deshace leyendas y construye realidades nuevas con la voz de los testigos, con los documentos no bien conocidos o desconocidos del todo hasta hoy, y con su afán de dejar sentadas bases que sirvan a quienes se aboquen a labore» similares en el futuro.

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Comentario sobre el 48

Eladio Trejos

Eladio Trejos

El fraude electoral del 13 de febrero dejó un amargo sabor en la ciudadanía costarricense. Había tristeza y también una sensación de impotencia dentro del pueblo, que comenzaba a pensar que ya nada podía hacerse dentro de la ley. Pero los exaltados que hablaban de violencia fueron calmados por la actitud ecuánime y serena de don León Cortés, quien reaccionó como un gran costarricense ante el atropello cometido. Estuve muy de cerca de don León en esos días y jamás le oí manifestación alguna que pudiera significar encono o resentimiento personal. Lamentaba, como lamentábamos todos, lo ocurrido; pero por el país, por tener que soportar aquella violación de su derecho electoral y tener que soportar, durante cuatro años, un gobierno ilegítimo que no era ei producto de la voluntad popular. A todos recomendaba calma y todas sus manifestaciones eran para elogiar la actitud de los costarricenses durante la larga y penosa campaña eleccionaria. Según propias palabras de don León, él era quien estaba en deuda con el pueblo; y el cariño y la adhesión que recibía de todas partes, bien valía los sacrificios de la campaña y el dolor del 13 de febrero.

La campaña del Partido Demócrata se hizo en plena guerra y con las garantías individuales suspendidas. Por eso el cortesismo no podía hacer uso del correo y del telégrafo; porque las cartas y los telegramas, cuando llegaban, llegaban con varias semanas de retraso. Tampoco disponía el partido de gasolina ni de llantas, porque había racionamiento de esos artículos; y para los cortesistas, como es de suponer, casi nunca había cupones ni para llantas ni para gasolina; había que comprar esos artículos en el mercado negro, a precios prohibitivos. Así y todo, el partido siempre se movilizaba y las cartas y la propaganda se repartían en forma individual, por los entusiastas partidarios.

La financiación de la campaña se hizo en forma popular, sin grandes aportes, por más que el libro del profesor Acuña exprese, erróneamente, que el gran capital apoyaba a León Cortés. La única contribución económica importante fue la de don Fernando Castro Cervantes; las demás eran de cinco mil colones para abajo; y las más, de cien a quinientos colones; pero todas entregadas con cariño y con desinterés. Recuerdo que para las elecciones, después del atentado del 6 de febrero en San José, había apenas veinte mil colones en tesorería. Fue entonces cuando se recibió el último aporte de don Fernando Castro Cervantes, quien envió cincuenta mil colones en dinero efectivo y un recado; “Díganle a don León que gastar ese dinero en las elecciones, con el fraude que le tienen preparado, es como botar la plata en la acequia de las Arias”. El costo total de la campaña, que tue muy difícil y que duró dos años, fue de ochocientos mil colones. Y gran parte de esa suma se invirtió en pagar multas injustas impuestas a los cortesistas y en comprar llantas y gasolina en el mercado negro, a precios exagerados.

No había dentro del Partido Demócrata grandes personajes, ni políticos de campanillas. Con excepción de don Ricardo Castro Beeche, personalidad de altos quilates dentro de la política nacional, quien fungió como Jefe de Acción del cortesismo, todos los lugartenientes de don León eran gente joven y noveles políticos recién salidos a la vida pública.

Don León Cortés se complacía en relatar y resaltar estos hechos importantes de la campaña electoral y no se cansaba de decir que estaba agradecido con el pueblo, ya que teniendo todo en contra, pudo movilizar el país a su favor, a base de fervor patriótico y de mística. Existe un hecho significativo y una actitud patriótica de don León Cortás, que revelan su gran amor por Costa Rica y que el libro del profesor Acuña narra y exalta, pero con error de fecha y oportunidad. A principio de enero de: 1945, un grupo de «picadistas auténticos», incluyendo uno o dos ministros, intentó un acercamiento entre don Teodoro y don León, que pudiera tranquilizar al país y hacer más factible el gobierno de Picado. Don León Cortés, olvidando agravios y la afrenta del 13 de febrero, ofreció apoyar al gobierno, a cambio de que éste rompiera definitivamente sus lazos con el comunismo y que diera efectivas garantías de libertad electoral; y hasta autorizó que elementos cortesistas reforzaran la fuerza pública, si fuera necesario. Cuando los dirigentes calderonistas y comunistas que rodeaban y asfixiaban a don Teodoro Picado se dieron cuenta de las conversaciones, obligaron al presidente a echar marcha atrás y a publicar el reportaje que aparece en La Tribuna del 6 de enero de 1945 y del cual reproduzco los siguientes párrafos: «Gobernaré con mis amigos. Prometí cumplir el pacto que suscribí con el Partido Vanguardia Popular (comunista) y ese partido ha observado siempre, una gran lealtad y un gran desinterés en sus relaciones con el gobierno. Con ellos compartí las vicisitudes de la lucha electoral y con ellos quiero compartir las de la presidencia; y con ellos estoy dispuesto a ir hasta donde haya que ir».

Fuente reseñas: Sinabi

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