Rolando Aguirre Lobo
A Jorge Lobo, su amigo de toda la vida
Buen hijo, buen padre, buen esposo y buen ciudadano. Así fue Rolando Aguirre Lobo. Hombre pacífico, dedicado a atender las labores de su alta posición en la Compañía Bananera, al llamado de la Patria empuñó las armas y tornose en bravo soldado de la Liberación Nacional. La idea de luchar pata que la decencia retornará a las instituciones de la República, era constante inquietud en su espíritu. Y un día, cuando en las montañas resonaba ya el grito de guerra de los libertadores, y tableteaban las ametralladoras de los héroes, decidido se internó en la jungla para unirse a las tropas revolucionarias.
Sacrificó la comodidad y la tranquilidad de su hogar, para que sus hijos cuando mayores tuvieran patria digna, iluminada por el sol de la Libertad. Buscó a aquellos hombres que en un gesto sin precedentes en nuestra historia habían puesto sus vidas al servicio de la justicia, y los encontró. Luchó con ellos contra el enemigo, se distinguió. Su ametralladora fue abriendo entre las huestes contrarias el camino de la Victoria.
Cuando fue el momento de la escogencia de un puñado de valientes para una misión de extremo peligro. Rolando Aguirre no podía faltar y enfiló con los bravos Legionarios del Caribe, destinados a conquistar “Magnolia”. En Altamira su metralla certera, fue la primera en hacer blanco en el avión que les descargaba una lluvia de acero con coraje indescriptible, emplazó su máquina y lanzó ráfagas de proyectiles sobre el avión intruso, hasta verlo desplomado como un pájaro herido.
El 11 de abril cayeron los bravos legionarios sobre el puerto de Limón. El 11 de abril es fecha ya consagrada al culto de la Libertad. Fue un 11 de abril cuando otros costarricenses, nuestros gloriosos abuelos, también improvisados en guerreros, escribieron la luminosa página del 56. Un 11 de abril, escogió el apóstol José Martí, para desembarcar sorpresivamente en la bahía de Playitas, con un grupo de cubanos silenciosos para emprender la campaña para la Libertad de Cuba. Y el 11 de abril, de hoy hace un año, Rolando Aguirre con sus heroicos compañeros saltó a tierra desde un transporte aéreo, para dar un triunfo decisivo a las armas de la Liberación. Con su metralla al pecho, la frente en alto, y la fe puesta en el porvenir de la Patria, tomó parte activa en la conquista del puerto del Atlántico. Pero estaba en los designios de Dios, que el héroe no saboreara el triunfo; tenia que ser así para que fuera más hermoso y más simbólico su sacrificio.
Murió peleando, de pie, —como un soldado heleno cantado por Homero—, para que sus compatriotas tuvieran algún día el derecho a ser honrados y respetados en su condición de hombres libres.
Sus pequeños hijos perdieron a su amoroso padre, la esposa perdió a su gentil compañero, la madre perdió el amor de sus amores; todos perdimos al exquisito amigo. ¡Pero la Patria ganó un Héroe!
Heredia, 11 de abril de 1949.
Carlos Elizondo
El sargento de la ametralladora
En recuerdo del 11 de abril
Hoy he visto su retrato en una ventana me he puesto a pensar que de él, como de todos aquellos que cayeren para que Costa Rica se levantara, hay todavía mucho por decirse. Tah vez sea ese pensamiento el que me ha movido a escribir algo sobre Rolando Aguirre, aunque ya otros hayan contado cosas de su vida en tiempo de paz y en tiempo de guerra.
Por lo que yo me pude dar cuenta todo comenzó porque a Rolando le dieron una ametralladora. Allá en Santa María eso significaba ser persona importante. Era un motivo de orgullo porque como habían pocas, los oficiales tenían buen cuidado de escoger a los que iban a estar encargados de manejarlas. Era una responsabilidad porque implicaba la obligación de dar un rendimiento mayor a la hora del combate. Y por último, era un peligro porque todo soldado sabe, que, en la batalla, el enemigo siempre busca con especialidad el silenciar a los ametralladoristas.
No sé si Rolando se habría puesto a pensar en todo eso. Lo cierto es que estaba muy orgulloso de su máquina. La primera vez que lo vi, marchaba con ella al hombro, a la cabeza del único pelotón que tenía entonces la Legión Caribe. Cuerpo pequeño, bigote atusado, barba en punta y ametralladora al hombro, ahí estaba marchando cuando llegamos tos nuevos reclutas. Pronto los recién llegados nos hicimos amigos de los veteranos y el grupo se hizo uno. Y comenzó el entrenamiento dentro del marco formado por el sol, el pasto seco y el galerón de lechería donde dormíamos.
Entrenar. Eso era todo en aquellos días. Desplegarse, correr, avanzar, limpiar los máuseres y las tres ametralladoras Lewis que formaban nuestro armamento. Había algo más y que para Aguirre era lo más difícil: tirarse de la alta burra que simulaba ser la cabina de un avión. Al principio era simplemente saltar. Luego hacerlo con las bolsas de tiros, y un día llegó el teniente y dijo: —Hay que aprender a saltar con todo el equipo.
Las protestas llovieron en la forma acostumbrada:
—Es muy incómodo.
—A mi no me gusta eso. Ya me tienen aburrido con la brincadera.
—La verdad es que yo no se por qué un soldado tiene que estarse tirando de un lugar tan alto.
Pero no había más remedio que hacerlo, pese a las protestas. Eran las órdenes. Rolando iba de primero
Como era tan bajito y la Lewis pesaba bastante, nadie creyó que lo hiciera bien. Comenzaron las bromas:
Te vas a caer.
—Aguirre no puede brincar. Se va a ir de bruces.
—Qué se busquen un sargento más alto para que brinque tan fácilmente como lo hace Arrea.
—Aguirre es muy pequeño. Que alguien le lleve la ametralladora y se la dé en el suelo.
Esto último ya era demasiado para su vanidad. Se volvió y dijo:
—¿Qué es ese cuento? Yo puedo hacerlo. Y lo que es la máquina no me la quita nadie.
—Aguirre es muy pequeño. Que alguien le lleve la ametralladora y se la dé en el suelo.
Esto último ya era demasiado para su vanidad. Se volvió y dijo:
—¿Qué es ese cuento? Yo puedo hacerlo. Y lo que es la máquina no me la quita nadie.
Subió los escalones y saltó desde la plataforma. Lo hizo perfectamente. Algunos gritaron y otros aplaudieron. ¡Ese Rolando! ¡Quién iba a pensar en quitarle su ametralladora! Todos sabíamos que era su obsesión. La limpiaba, la aceitaba, sacaba los tiros de los discos para ponerlos al sol. Aquella Lewis era parte de su vida.
La ametralladora parecía agradecerle. Funcionaba a la maravilla. Recuerdo que cuando en Altamira nos bombardearon los aviones del gobierno, Rolando estaba con ella sobre una loma y disparó sin descansar un momento.
Bajaba el avión para dejar caer una bomba y se oía luego el ruido de la ametralladora pesada que tenía instalada en la puerta:
—Bocooom, Tananananá, Tanananá, Tannanananá, Boooom.
Los rifleros dispersos per el campo de aterrizaje y las ametralladoras, colocadas sobre una loma y junto al río, contestábamos el fuego.
Autor desconocido
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