Durante la década de 1940, las ceremonias de toma de poder en Costa Rica se consolidan como un ritual político que permite al nuevo grupo gobernante obtener legitimidad y notoriedad, por medio de la escenificación del poder. Asimismo, se observa cómo estas ceremonias adquieren un carácter de celebración cívica y facilitan el proceso de conciliación nacional tras la lucha por el control del poder político.