Un bibliófilo descubridor de mundos
Alberto F. Cañas
Con los años, quienes le conocen y han logrado frecuentarlo han terminado por acostumbrarse. Pero para quienes sólo perciben o sienten la imagen pública de José Figueres, la sorpresa es grande cuando se encuentran con que es un hombre que recibe rodeado de libros, que vive leyendo esos libros, y que tiene una cultura clásica muy bien ordenada y bien redondeada, como cultura de severo autodidacta, que en muchos campos don Pepe lo es.
Recién pasado su triunfo militar en 1948, y en los albores de sus triunfos políticos a partir de 1953, los visitantes extranjeros que venían a conversar con un guerrillero, se llevaban esa sorpresa; hombre de libros salía a relucir inmediatamente.
Una de las características que más sorprende en este hombre de innumerables libros, es que nunca rutila su charla ni sus escritos con citas. Las citas, ha dicho alguien por allí, son cuestión de memoria (como me falla la memoria, no sé de quién es la cita); y cabe agregar que cuando lo que se ha leído ha penetrado tanto en nuestro espíritu que llega a ser parte de nuestro pensamiento, el instinto de citarlo desaparece, y llegamos a la conclusión de que hacerlo sería como citarnos a nosotros mismos.
Es lo cierto, en todo caso, que don Pepe Figueres no funciona como erudito de citas sino como hombre cuyas lecturas, serias, profundas, sistemáticas, le han configurado en cuanto a ser humano.
Con frecuencia se habla de su profundo trato con los economistas y filósofos liberales de los siglos XVIII y XIX y de su familiaridad con los socialistas utópicos y no utópicos del siglo XDÍ, y se sabe de su personal manera de pensar en cuestiones políticas, sociales y económicas, arranca de allí, y principalmente de sus lecturas juveniles de esos temas y autores. En los terrenos del pensamiento social, Figueres sigue leyendo al día, conforme van apareciendo los nuevos libros.
No así en el terreno de la literatura. Fiel a sus clásicos, fiel a su Cervantes y a su Tolstoi; fiel a su Edgar Alian Poe y a su Ibsen, tiene un justificadísimo temor a las modas y rachas, y prefiere no dedicar su tiempo a un autor al que la posteridad (aunque sea una pequeña posteridad de medio siglo) no haya confirmado. Lo sabemos lector de Darío y de Antonio Machado (los poetas de su juventud, esos poetas a que ningún hombre renuncia y que ningún hombre sustituye); pero se ignora si habrá sentido la tentación de Lorca y de Neruda, por no hablar de Octavio Paz más reciente.
El estudio de don Pepe siempre es una riquísima biblioteca donde el siglo XIX predomina, donde las enciclopedias están abiertas en trance de consulta, y donde Don Quijote está sobre el escritorio o sobre el brazo del sillón donde el dueño de casa acostumbra leer.
“Leerlos de cabo a rabo”
Hace muchos años, quizás él mismo no se acuerde, me daba una fórmula —la suya— para leer: «No hay que leer a todos los autores; pero a los buenos, a los que nos dicen algo, leerlos de cabo a rabo».
Una manera de adquirir una cultura de fondo, más que una erudición que lo abarque todo. Y una posibilidad de hacer descubrimientos cuando se acercan los 80 años: la última vez que lo visitamos juntos, Guido Sáenz rememoraba la ocasión, todavía reciente, en que lo inició en la lectura de Antón Chejov.
¡Qué maravilla, llegar a su edad y descubrir mundos! Descubrirlos para sí mismo y descubrirlos para el prójimo. Siempre que uno habla con él, descubre algo: un resquicio al menos que conduce a un mundo.
Ese descubridor de mundos, ese bibliófilo, ese lector insaciable pero riguroso, es un José Figueres que no conocemos bien, pero que puede explicarlo todo. A la luz del don Pepe lector, tendremos la clave de los otros, numerosos, infinitos don Pepes.
Que no sólo es el hombre lo que lee, sino cómo lo lee.
– Primer Ministro de Cultura de Costa Rica (Administración Figueres, 70-74)
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