Por qué Figueres no quiso ser dictador
Jaime Gutiérrez Góngora
Entre unos papeles me encontré una solicitud de mi admirado amigo don José María Penabad. En ella me decía: “Se me ocurrió preparar un ensayo con el ambicioso titular de ‘Por qué don Pepe no quiso ser dictador’…, [y] me agradaría contar con su importante aportación, por las diversas razones afectivas e intelectuales que le relacionaron con don Pepe. Con él compartió usted inquietudes y reflexiones y solo quienes compartieron diálogo comprometido y prometedor, hablando con don Pepe, como es su caso, son los llamados a comprender e interpretar la trascendencia y los alcances de quien justamente mereció el título de Costarricense del Siglo”.
Este artículo responde a don José María y es producto de muchas conversaciones con don Pepe. Las resumo lo más objetivamente que puedo.
Esos diálogos me hicieron disfrutar de su intelecto superior, que, a su vez, me colmó con el afán de superación. Don Pepe tenía una especie de altanería intelectual que en ocasiones no lograba disimular. Uno podía estar seguro de que cualquier opinión que expresara, sería sometida instantáneamente a un análisis penetrante y a menudo despiadadamente inteligente. Nunca fue fácil meterse en las complejas ren-dijas de su mente.
Mi contestación a la inquietud de don José María la puedo resumir en una corta frase: Figueres era demasiado inteligente para ser dictador; además, la dictadura no le convenía.
La lucha por la democracia
A quienes –a lo tico– le rogaron, propusieron, sugirieron o demandaron una dictadura, don Pepe les respondía que su proyecto político era más viable si se encauzaba por la vía democrática. Una dictadura siempre era efímera; en cambio, la cultura democrática perduraba una vez que se arraigaba.
Su proyecto político para la región era coherente. Primero había que consolidar la democracia en el Caribe. Con el voto, ofrecer a los pueblos justicia social, y un Estado grande se encargaría de alcanzar el bienestar del mayor número. No necesitaba la dictadura. El respaldo del pueblo garantizaría la viabilidad de su proyecto.
El alcance de sus aspiraciones fue de temple bolivariano. Simón Bolívar se lanzó a independizar los países andinos; Figueres, a implantar la democracia en el Caribe. Había que terminar con las dictaduras de la Nicaragua de Somoza, de la República Dominicana de Trujillo, de la Cuba de Batista, de la Colombia de Rojas Pinilla y de la Venezuela de Pérez Jiménez.
El recurso a la fuerza
Don Pepe nunca buscó la negociación con aquellos regímenes, ni directa ni a través de intermediarios. Daba como un hecho que tales dictaduras no cederían el poder por medio de un proceso electoral. Para arraigar la democracia se necesitaba una fuerza armada revolucionaria.
En la segunda mitad de los años 40, exiliados políticos de diferentes nacionalidades, apoyados por el gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz, organizaron varias aventuras armadas contra las tiranías del Caribe, intentos llevados a cabo por el grupo conocido como la Legión Caribe.
Entre 1944 y 1946, varias de tales empresas fueron fallidas. Un intento de derrocar a Trujillo en 1947 fue cuidadosamente preparado con una eventual expedición militar bien armada desde Cuba, pero el secretario de Estado de los Estados Unidos en ese entonces, George Marshall, no la apoyó por sospechas de que hubiese contaminación comunista.
Un triunfo de la Legión
Don Pepe convenció a los principales dirigentes de la Legión Caribe –sobre todo a los guatemaltecos– para que le prestaran las armas que no se habían usado contra Trujillo.
Pidió además la ayuda de varios oficiales de la Legión en su lucha por la democracia en Costa Rica y para reivindicar la pureza del voto que había sido violada por el gobierno de Picado.
La condición que pusieron a Figueres fue que esas armas debían luego utilizarse en la lucha contra otras dictaduras. Resultó que la intervención de la Legión Caribe en Costa Rica fue la única revolución asistida por ese grupo que tuvo éxito en derrocar un régimen antidemocrático, como fue el de Picado.
Después de esa hazaña, miembros de la Legión Caribe se establecieron en San José, incluido Horacio Ornes, comandante de la Legión en la revolución de Figueres. En Costa Rica empezaron a organizar una invasión a Nicaragua para derrocar a Somoza.
Sin embargo, en 1955, Somoza se anticipó y apoyó a los enemigos de Figueres ubicados en el exilio, para invadir a Costa Rica. Esta contrarrevolución le permitió a Somoza neutralizar la Legión Caribe cuando se negoció y se firmó un Convenio de Amistad de Nicaragua con Costa Rica, con la OEA como garante.
Sin embargo, don Pepe cumplió con su promesa. Las armas, almacenadas en un garaje de su casa de La Lucha, fueron eventualmente entregadas a Edén Pastora en su lucha contra los Somoza en el Frente Sur de Nicaragua.
Figueres y Castro
Cuando Fidel Castro se lanzó a derrocar al dictador Fulgencio Batista, don Pepe consideró que era un deber moral ayudarlo. Le envió tres aviones con algunas de las armas que no se usaron en la revolución del 48 en Costa Rica. Desde La Lucha se hacían trasmisiones radiales hacia Cuba como si saliesen de la Sierra Maestra.
Había que salir de Batista para darle una oportunidad a la democracia en la región. Los dictadores del Caribe formaban una alianza secreta de ayuda mutua, lo que hacía necesario terminar no con uno, sino con todos. Al fin, con el apoyo de elementos democráticos de la región, Castro derrocó a Batista.
No obstante, para marzo de 1959, se hacía evidente que Castro estaba asumiendo una retórica antinorteamericana en medio de la Guerra Fría. A don Pepe lo invitaron, como un aliado, a celebrar el segundo aniversario del ataque al Palacio Presidencial de Cuba y a compartir el podium con Fidel Castro en una manifestación de más de 400.000 personas.
Ya para entonces, más de 450 personas habían sido fusiladas en “el paredón”. Don Pepe asistió, pero no para aplaudir, sino para destapar ante el mundo una realidad que nadie había aceptado públicamente: la revolución cubana había tomado otro rumbo del supuesto.
Un choque inesperado
En su discurso en La Habana, don Pepe demandó que toda Latinoamérica debía estar del lado de los Estados Unidos en la Guerra Fría. Además, expresó que, si estallase una guerra mundial, Latinoamérica debía luchar a la par de los Estados Unidos.
Castro le respondió a Figueres: “¿Por qué tiene América Latina que estar con uno de los dos bandos?”. Acusó a Figueres de estar influido por los grandes trusts y sostuvo que los Estados Unidos habían matado más cubanos que Batista.
La denuncia de don Pepe en defensa de la democracia y de Occidente tuvo repercusiones por todo el mundo. Fue el primer líder americano prominente que destapó al emergente dictador comunista en su propio patio.
Sobre todo, el montaje teatral del evento ayudó mucho a causar un mayor impacto mundial: un enfrentamiento inesperado con Castro ante casi medio millón de cubanos enloquecidos por el hechizo y el verbo de Fidel.
Un socio confiable
Al regreso a Costa Rica, don Pepe terminó de declararle la guerra a Castro y a la revolución cubana. “Aquello es un manicomio”, dijo en privado. Lo de Castro fue para él un golpe personal. “Castro nos traicionó”, denunció por todo lado.
En público, Figueres describió la cubana como “una revolución que solo es palabrería y proyectos descabellados”. Recién llegado de Cuba, en un mitin público con sus partidarios, exclamó ante grandes aplausos: “Nosotros no somos traidores a Occidente”.
Años después le confesó a Eric Pace, un amigo suyo y periodista de The New York Times: “[antes de su viaje a Cuba] Yo estaba conspirando contra las dictaduras latinoamericanas y quería la ayuda de los Estados Unidos”.
En Cuba, don Pepe estableció sus credenciales de demócrata y socio confiable de los Estados Unidos en la Guerra Fría.
Yo sabía que don Pepe era amigo de Allen Dulles, director de la CIA, y, un día, le pregunté si Dulles sabía lo que él tenía pensado hacer en Cuba; me aseguró que no, “pero le debe haber gustado”.
No haberse hecho dictador después de la revolución del 48 le permitió a don Pepe contar con la estatura moral que le dio legitimidad a su gesto en Cuba.
Figueres y Colombia
En el otoño de 1958, pocos meses después de tomar el poder en Colombia, Alberto Lleras Camargo fue invitado a la Universidad de Harvard.
Don Pepe estaba en Cambridge como profesor visitante. El economista John Kenneth Galbraith le ofreció una recepción a Lleras en su casa. A don Pepe lo invitaron y él me invitó a mí: “No le han dicho que no venga”, me dijo. Fui “colado”. Era un grupo de unas 30 personas, entre ellas, el senador John F. Kennedy y el historiador Arthur Schlesinger.
De un momento a otro, don Pepe tomó a don Alberto del codo y le dijo: “Lleras [no le dijo Alberto], pongan fin a ‘la Violencia’ porque se les va a hacer crónica y puede terminar con Colombia”.
A mí, un muchacho de 23 años, lo que más me impresionó fue que, después de un rato, ya cada uno por su lado, me preguntó don Pepe: “¿Cómo quedó Lleras?”. “Creo que sí le llegó”, respondí. “Ojalá”, me dijo Figueres, entristecido.
Recuerdo al lector que, en el año 1957, para tratar de terminar con los años conocidos como “la Violencia” entre los militantes del Partido Liberal y los del Partido Conservador, se logró un pacto para promover la paz.
Sin embargo, una de las consecuencias de ese conflicto interpartidista fue el recrudecimiento de la delincuencia, especialmente en zonas rurales. Algunos líderes de los grupos armados se convirtieron en bandoleros célebres. Uno de ellos, Manuel Marulanda Vélez (“Tirofijo”, de ideología comunista), fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. El resto es historia.
El Congreso de los Estados Unidos aprobó $ 1,3 billones de ayuda para Colombia “para detener el tráfico de drogas”, pero, según The New York Times , esa ayuda fue “como una operación de rescate de un Estado fracasado”. Nunca dejó de ser tema de conversación con don Pepe la terrible experiencia del proceso de desintegración de Colombia.
El final
En todo caso, después de transcurridos tantos años, lo que me queda es la imborrable convicción de que, en esa tarde en la casa de Galbraith, no existió ningún estadista como él: superior por su agudeza mental y su visión de futuro, y porque se distinguió como un hombre valeroso en sus hazañas de defensor intrépido de la democracia en el campo de las ideas y en el de los hechos.
El final de don Pepe fue triste. Vivió con su mente lúcida para atestiguar que lo que entorpeció su proyecto político fue algo que calculó mal: el egoísmo del ser humano. Debió aceptar que no era cierto que existía una innata solidaridad del bichito Homo sapiens que le permitiría sacrificarse por el bien común. Pensó que ni la educación ni el paso del tiempo lo lograrían.
Ya cerca de su muerte, vino don Pepe con Quique Carreras de regreso de España, y los recogí en el aeropuerto para llevar a don Pepe a La Lucha. Quique nos acompañó.
En algún momento, durante el largo trayecto, a Quique Carreras y a mí nos reconoció que aceptaba la idea de que el socialismo democrático actual no probó ser el mejor medio para lograr el “bienestar del mayor número”; que la solución más práctica para eliminar la pobreza era el empleo bien remunerado, y que el Estado no era el mejor generador de empleo.
Yo le sugerí que fuera a la televisión con esa declaración transformadora. Me contestó más resignado que enojado: “Ya no puedo hacer otra revolución, que es lo que usted me está pidiendo… Véame lo hecho mierda que estoy”. Le faltó tiempo a don Pepe y nos sobraron lágrimas a Quique y a mí.
….
Como Ulises…
Cuando don Pepe cumplió 75 años, padeciendo lo que él llamaba una “depresión Ferrer”, traté de levantarle su espíritu con un pasaje del poema Ulises, de Alfred Tennyson, que Joaquín Gutiérrez me tradujo. Dice el pasaje que le envié a don Pepe:
“Si mucho nos quitaron, mucho queda; / y, aunque ya no tenemos el vigor / que, en los lejanos días, / tierra y cielo movió, / aquello que antes fuimos, aún lo somos: / el mismo viejo temple / de corazón heroico, / que el tiempo y el destino desgastaron, / pero que aún conserva la indomable / voluntad de luchar, / de buscar y encontrar, / y de jamás rendirse”.
Tomado de La Nación
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