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Entrevista José Figueres Ferrer

José Figueres

ENTREVISTA

José Figueres Ferrer

Publicada en el libro:
«Tres meses con la vida en un hilo:
Crónicas y entrevistas (Manuel Mora-José Figueres)»
de Miguel Salguero, Editorial Costa Rica.

En San Cristóbal Sur, sobre las laderas que se abren desde el cauce del río Grande de La Candelaria hasta coronarse en sierras, se encuentra la hacienda La Lucha, fundada hace más de 30 años por don José Figueres Ferrer, ramonense hijo de emigrantes catalanes, quien ha ejercido la presidencia de la República por tres veces. La Lucha es una pequeña ciudad agrícola-industrial, en donde, a la par del cultivo tradicional de la cabuya, se encuentran las fábricas de mecate, sacos y, como empresa nueva con una inversión de más de 50 millones de colones, de casas prefabricadas.

Un camino pavimentado desde La Sierra, punto en la carretera interamericana, conduce primero por la cresta de una de las filas que encierran al Candelaria y luego, en una bifurcación que está después de varias hileras de cipreses que sombrean el camino, nos lleva, en gradiente muy fuerte, hasta las profundidades en donde hay casas de habitación, y plantas industriales. A mitad de esa cuesta otro camino conduce hasta la casona de madera de ciprés en donde habita la mayor parte del tiempo don Pepe Figueres. «Me gusta más esta casa, por ser sencilla, que la de Curridabat. Pero esto, como el resto de La Lucha, no es mío; es de una compañía con más de 1500 socios. Yo soy asesor, inventor; me gusta hacer cosas, pero ya no tengo nada ni me interesa; nunca me ha interesado la parte material salvo para invertir en empresas…»

Don Pepe nos recibe en esta casa, a la cual hemos llegado directamente, sin pasar antes por ningún portón especial. Abrigada de los fuertes vientos por el terreno y, además, por altos cipreses que denotan una edad de más de veinte años, don Pepe nos explica que esa casa fue comenzada en la década de los treinta, pero que se paralizó su construcción por la Segunda Guerra Mundial, cuando escaseaban los materiales. «Luego, en la guerra del 48, trataron de quemar lo que se había construido, pero los horcones no ardieron. Fue terminada muchos años después pero de vez en cuando le hago arreglos». Instalados en un amplio corredor del cual se ve, por enormes ventanales, un campo enzacatado, y a lo lejos la visión espléndida del paisaje abrupto de estas serranías centrales del país, comenzamos a escuchar la conversación reposada, en tono familiar y patriarcal -salpicada de buen humor- de don Pepe sobre su vida.

-De la infancia, una de las cosas que recuerdo fue que al ir a la escuela primaria me vi obligado a hablar en español todo el tiempo; porque en mi casa eran catalanes muy nacionalistas y no nos dejaban hablar otra cosa que catalán. Era algo raro esto del idioma. Yo me movía entre mis padres y otros parientes y entonces sentí un pequeño choque cuando fui a la escuela. No digamos que tuve que aprender el español; pero hasta aquel momento no me di cuenta que el idioma de mi país era el castellano; que ningún chiquito de la escuela hablaba como yo, el catalán.

Don Pepe sonríe, mientras en una mesa cercana se ponen platos y se prepara el almuerzo. Son las 11:30 de la mañana.

-¿Don Pepe, a qué se debió que sus padres emigraran a Costa Rica?

-Nada más que al espíritu europeo de aquellos tiempos; espíritu de aventura, que se animaba especialmente cuando se trataba de la aventura de venir a América, en busca de un mundo nuevo, tal como se poblaron los Estados Unidos. En Centro América los españoles llegaron primero a Guatemala y luego, los disconformes con el Gobierno, vinieron a Costa Rica. Eran predominantemente gallegos, que es una buena raza, trabajadora, aunque nosotros a veces le hacemos el ridículo de que se suben al árbol, se encaraman en la rama y la cortan por la raíz; yo no sé de dónde han salido esos cuentos. Pero, bueno. Sigamos. Nosotros no teníamos parientes en Costa Rica; de la familia, mis padres fueron los primeros emigrantes; después vinieron las hermanas de mi mamá, una casada con Urgellés, el de la fábrica de muebles; otra hermana, que casó aquí con Alvaro Terán, y la tercera que casó con Agustín Penón. Todos los Ferrer son parientes míos; el Ferrer es un apellido muy corriente en Cataluña. Esto se debe a que en toda Europa le daban el nombre del oficio a la gente que lo practicaba; en aquella época sólo se viajaba a caballo, en todo pueblo había herreros y, por este motivo, abundan los «Ferrer», herrero en catalán.

Pasamos a la mesa. Ensalada, torta de carne, arroz, frijoles. Don Pepe toma un frasco de una especie de harina ordinaria y rocía su comida.

-Es afrecho de trigo. Los científicos han descubierto que la comida que consume el hombre actual carece de fibras: se «purifica» a tal extremo que se elimina la cáscara. Pero el estómago del hombre, luego de millones de años, está adaptado para el consumo de los alimentos con cáscara. Por eso es que ahora los científicos recomiendan mezclar con afrecho de trigo las comidas. Yo he probado y hasta ahora el resultado es muy bueno. El sabor de los alimentos no cambia, pero el estómago trabaja mejor.

Lo anterior es una actitud típica de don Pepe. Siempre está probando nuevos métodos de cultivo, nuevos sistemas para sus industrias, nuevas teorías sobre este o aquel tópico. En una visita anterior nos había mostrado unas rodilleras para templos, fabricadas con sobrantes de material plástico de las fábricas. «Uno de los métodos más recomendables para la meditación es el de hacerla de rodillas. Los orientales pasan largas horas meditando en esa posición; pero yo he observado que en nuestras iglesias la gente casi no permanece de rodillas y eso se debe a la dureza del piso. Por tal motivo estamos haciendo estas rodilleras para venderlas a precio de costo a los templos».

Luego del postre -miel de chiverre con afrecho de trigo- volvemos a la infancia de don Pepe.

-Yo fui compañero en primer grado de Chico Orlich; la maestra se llamaba Austelina Salas. Recuerdo que en una ocasión se me ensució el silabario y me armaron un escándalo tremendo en la casa, porque el silabario valía 25 céntimos en aquella época. Es que eran tiempos de mucha frugalidad. Por ejemplo, la mamá de Chico Orlich tomaba un pedazo de manta, lo lavaba bien, lo ponía en una pared y de allí sacaba el hilo para coser. La forma de atender las visitas de las señoras, mi mamá entre ellas, era zurciendo las medias. Se sentaban a conversar y a zurcir medias. En cuanto a la educación, me parece que en aquella época era más estricta y los programas más amplios. Los profesores tenían una educación mucho más variada. Ahora es diferente. Y a los profesiones de hoy lo que les interesa es sacar un «master», para tener una etiqueta como de «Coca Cola» o «Fanta», pero, ¿para qué? Todo se simplifica con tener el cartón que diga «master». Una majadería.

-¿Volviendo al San Ramón de su infancia cómo era?

-Viajábamos en carreta y a caballo hasta Río Grande para tomar el tren. Y toda la ropa tenía agujeritos; las chispas del tren quemaban la ropa. Ahora bien, San Ramón ya se distinguía por ser una minicultura, producto probablemente de los «desterrados», o sea los políticos que eran condenados al destierro, para alejarlos de la capital. Así como Costa Rica es un producto de la inmigración y de los exilios en Latinoamérica. San Ramón, lo mismo que Pérez Zeledón aunque en menor escala porque es un pueblo más reciente, es producto de la influencia de muchos de esos desterrados. Don Julián Volio es el caso más notable; tal vez otros, pero hay que ver la influencia de un hombre en una población pequeña; y en San Ramón esa influencia dio hombres de la talla de Federico Salas y Nautilio Acosta. Eran unas gentes que, viéndolas con la perspectiva de los años, nos recuerdan a la tertulia griega; con aquellas costumbres familiares tan estrictas. Por ejemplo, don Nautilio hacía que sirvieran la comida a la hora exacta; todo el mundo se sentaba al mismo tiempo, y después nadie entraba o salía del comedor hasta que no se terminara la comida. Era un rito. Y eran los tiempos de la «troja» y la «despensa», dos palabras que debían ser sagradas en todo pueblo, pero que ya van desapareciendo. La troja, o troje, donde el campesino guarda el grano para el consumo durante el año; y la despensa, que se mantenía en toda casa de gente acomodada. En la despensa había de todo; y esto era un símbolo de estabilidad, de orden, de disciplina. Ahora ya no se usan.

-Bueno, en definítiva, San Ramón tenía un ambiente distinto al de otros pueblos…

-Sí, cómo no; de gente inclinada a la cultura. Gentes como Félix Angel Salas, don Nautilio, Lisímaco Chavarría, tantos otros. Mis maestros fueron Nautilio Acosta y don Héctor Salas, y no es que me dieran clases en una escuela; no, estos hombres eran pedagogos en el sentido griego de la palabra; creaban una atmósfera de cultura a su alrededor. El mismo caso de don Pedro Pérez Zeledón en Santa María; y hombres como Emigdio Ureña fueron producto de don Pedro. Claro que encontraban terreno abonado, mentira que tomó don Pedro un atarantado y lo convirtió en un gran señor, pero esas influencias fueron determinantes para crear las miniculturas en Santa María y en San Ramón.

-Don Pepe, díganos, su papá ejerció la medicina en San Ramón?

-Papá, quien por cierto tenía barba como los muchachos de ahora que creen que han inventado algo nuevo -hombre, yo tuve bigote un año, jovencillo-; bueno, mi papá fue barbero en su pueblo y se hizo médico guardando centavos de lo que ganaba; el abuelo era maestro de segunda enseñanza, pero ganaba muy poco y no hubiera podido pagar la preparación de papá. El pueblo donde vivían era Hoz -hueso- allá cerca de la frontera entre Francia y España. Pues bien, ya graduado y casado alguien le dijo que en América había un pueblo donde necesitaban médico y ni lo pensó; allí fue a dar: San Ramón. Pues bien, mi padre ejerció la medicina en San Ramón y luego se trasladó a San José. Yo hice toda mi primera enseñanza en San Ramón y luego la secundaria en San José.

-¿Qué tal estudiante era el niño José Figueres?

-Buen estudiante, en cierto sentido. Tenía mucha facilidad para aprender, pero siempre fui muy rebelde. En San José comencé a pelear con todos los profesores; y eso mismo me pasó en Boston; allá me peleé con todos; los mandé al diablo y me fui a leer a la biblioteca.

-Nos dijo que usted había sido compañero de don Chico en la primaria; ¿en la secundaria también?

-Lo que pasó en la secundaria fue que a Chico lo mandaron a vivir a mi casa; entonces seguimos de compañeros, primero en el Colegio Seminario, luego en el Liceo de Costa Rica y en el Colegio Evans -que luego se llamó colegio Nicolás Montero-. Juntos también fuimos a dar a Boston.

En la casa de La Lucha, refrescada por los aires que bajan desde El Empalme, don José Figueres sigue recordando los años de su infancia y juventud.

-¿Entonces, don Pepe, la familia se vino a San José?

-Papá se vino a San José cuando yo tenía doce o trece años y se instaló como médico; luego tuvo una clínica. Eran en ese tiempo médicos generales; no había especialistas. Yo recuerdo por cierto la revolución que se produjo cuando llegó la aspirina; aquello fue algo que en cierta forma cambió el panorama de la medicina menor, como ahora creo yo que la aparición del afrecho para mezclar la comida va a cambiar hábitos y a mejorar la salud; ya verán. Pues nos vinimos de San Ramón -que se llamaba en aquellos días «el país de los ayotes», porque había muchos ayotes; hombre, y en aquel tiempo todos los sábados y domingos había ventas de chinchiví en San Ramón, una chicha de maíz con jenjibre; ahora ya esto no se ve. Son costumbres que se han perdido con la manía de copiar todo lo de Estados Unidos; en parte por lo que llaman en inglés, sin equivalente en español, «snob», esnobismo puro. Y hay que adoptar este término porque no tenemos equivalente; lo que me molesta a mi son cosas como «Indoor Club», club bajo techo, cosas así. Bueno nos estamos desviando a cada momento del tema…

-Nos parece muy bien, porque esto es una conversación informal.

-Sí y a propósito de clubes, ahora me están llevando mis chiquillos a unas partes que francamente… parece que no fueran de Costa Rica. Centenares de gentes en un club donde nadan. Gastan sumas que yo no creo que el costarricense pueda gastar; a la pura gringa; después me llevaron a uno que queda al norte de Heredia, allá arriba. Qué solemne majadería. Yo me sentía incomodísimo; en parte seguro porque toda esa generación me conoce y yo no la conozco a ella; son hijos de mis amigos. Pues estos clubes son para hacer a la gente frívola. Tienen hasta patinaje sobre el hielo; claro, eso es lo que está haciendo falta en Costa Rica: que haya bastante patinaje sobre el hielo; los tugurios no importan. ¡Ah, Dios mío! Es que ahora con estas cosas, como la televisión comercial. Yo quisiera reproducir los artículos míos combatiendo la televisión comercial. Yo creo que la televisión debe estar en manos de un patronato responsable.

-Bueno, don Pepe, para seguir con su historia, díganos, una vez terminada la enseñanza secundaria se fue a Boston a estudiar ingeniería; ¿es así?

-Mire, es que yo en mi vida he hecho de todo; pan, máquinas, he sido pulpero. Y cuando estaba en San José, en los recreos o durante los días feriados hacía un curso de ingeniería hidroeléctrica con las Escuelas Internacionales; y me fui a Boston con el fin de desarrollar dos ideas que tenía, porque yo inventaba vainas…

-¿Cómo cuáles?

-Cosas del movimiento continuo, plantas; el primer receptor de radio que hubo aquí, hecho por un costarricense, lo hice yo. Ya había aprendido el inglés, y me valí de una revista para hacerlo. También instalaba plantas eléctricas durante las vacaciones; y esto me permitía ganar algún dinero. Pues el viaje a Boston fue con el fin de desarrollar dos ideas: la grabación del sonido en alambre, ya que en aquella época solamente se grababa en disco, y un nuevo calentador eléctrico (disco), que pudiera intercambiarse en las cocinas. Pues entonces escribí a un laboratorio de Massachusetts y como yo sabía muchas cosas ya de electricidad, dije: voy a poner un año más de edad para que me crean; puse 18 años. Pero me salió el tiro por la culata porque el límite para ingresar era 17 años. Vean cómo me salió mal la cosa.

-¿Qué hizo entonces?

-Me fui para Boston, como les dije antes, con Chico Orlich. Allá estuve unos días en un instituto, pero me peleé con los profesores y me fui a leer a la biblioteca. Vivía entonces con 25 céntimos; cinco céntimos para el desayuno, un 10 para el almuerzo y otro para la comida. Pasaba comiendo emparedados y cosas así; y caminaba mucho por la ciudad. Después conseguí un trabajillo en una fábrica de té. Consistía en chequear las romanas de precisión.

Entonces me instalé en un cuartillo que conseguí por una suma ínfima; era pequeño, incómodo, y sin calefacción. Por este motivo yo me pasaba la mayor parte del tiempo disponible, luego de que salía de la Fábrica, en la biblioteca. Los domingos la dueña me pegaba el grito porque pasaba con la luz encendida todo el día leyendo. Se gastaba mucha luz. Decía.

-Don Pepe, ¿y ya por aquellos años se interesaba por la política? Queremos decir, ¿antes de irse a Boston, tuvo alguna participación en cuestiones políticas?

-No, nunca; leía muchas obras filosóficas y políticas pero no me interesaba la política; sólo el estudio. Bueno, una vez fui a una reunión socialista y me pareció todo tan dogmático que me sentí defraudado. Luego comenzó la gran depresión, y me fui a Nueva York. Aquí me enteré de que necesitaban un traductor en una oficina de ventas que prestaba su servicio a los países latinoamericanos. «¿Usted cree -me dijo el dueño- que con un poco de práctica puede traducir del latín?» «Pues yo creo que sí», le contesté. «Y en máquina, ¿cómo está usted? ¿Puede escribir en Underwood?» «Pues mire, precisamente es en esa máquina en la cual yo escribo mejor…» Era fin de semana; allí cerca había una academia y me pasé de sábado a lunes practicando la máquina de escribir; cuando llegué al trabajo no tuve ningún problema. Luego pude traducir del francés, el portugués, etc; no del italiano, porque yo sabía que las formas verbales son engañosas al individuo de habla castellana.

-¿Conoció a don Cristián Rodríguez por aquellos años?

-¡Cómo no! Ah si Cristián ya era famoso entre los ticos; estuvo en Boston y en Nueva York. Pues me convertí en traductor, a veces adivinando como en el portugués; pero a mí me pusieron una muchacha para que me copiara lo que le dictaba y al poco tiempo yo despachaba una gran cantidad de correspondencia. Lo mejor del puesto era el sueldo: 30 dólares a la semana. Un sueldazo en aquellos años. Después pasé a trabajar en una casa de exportación de repuestos de automóviles. Esa empresa resultó ser de un atarantado; y tenía que trabajar muchas horas al día. Lo que hice para reponerme fue dormir en el tren subterráneo; le decía al conductor que me despertara al llegar a mi estación, y dormía a pierna suelta.

-¿Y don Chico?

-Estaba conmigo en Nueva York. Alquilábamos un apartamentillo y resulta que a mi papá se le ocurrió ir a Nueva York a ver en qué estaba yo. Hizo el viaje en barco; al llegar lo llevamos al apartamento y lo primero que me preguntó…

-¿Fue que si tenía novia!

-¡Novia! Uuuu; pero no, con mi papá no hablábamos de esas cosas; en ese tiempo las cosas referentes al sexo eran tabú. No; lo que me preguntó fue acerca de la misa, porque en mi familia eran muy católicos. Que si íbamos a misa. Yo volví a ver a Chico y me dije, ¡ahora sí! Idiay, si nunca íbamos a misa. Pero me acordé que a la vuelta de nuestro apartamento había visto una iglesia. «No se preocupe, papá, eso sobra aquí» «Bueno yo quiero ir a misa mañana». Al día siguiente le dije: «vamos, vamos a misa» Qué caray, me había dicho yo, de alguna manera hay que salir de esto. Llegamos mi papá, Chico y yo a la iglesia que estaba cerca de nuestra casa, y que tenía una partida de rótulos en un idioma raro. «Entremos». En efecto, era una iglesia; empezó la ceremonia y comenzamos a ver viejos con sombrero y cosas asi.

-¿Y don Mariano?

-Allí sí que fue cierto aquello de que se quedó como en misa. Cuando salimos me dijo: «¿No le he dicho yo a usted que estos gringos son locos? Es la misa más rara que he visto…». Lo que ocurrió fue que nos metimos a una sinagoga judía. Bueno, total que se vino él y al poco tiempo me vine yo también.

-¿A qué actividad se dedicó al regresar?

-Me metí a vender automovilillos Ford de tres pedales, que fue en los que yo aprendí a manejar. La agencia la tenía un señor Arango, colombiano. En esos días se inició una campaña de don Cleto para hacer carreteras. «Hay que hacer carreteras por todo el país»; dijo el mandatario. Los enemigos le dijeron que estaba loco, que para eso estaban los ferrocarriles; pero don Cleto insistió en esto y en las cañerías. Bueno, pues resulta que llegó un campesino a comprar un automóvil. Le di los datos que me solicitó y se fue. El señor Arango me preguntó y yo le dije: «Ese señor está tomando los datos para comprar el vehículo el año entrante, porque ya se metió el invierno y no le sirve para los malos caminos». Entonces mi patrón me dijo, con voz fuerte: «¿Pero usted no le dijo que ahora con don Cleto no va a haber ni invierno ni verano?»

-¿Entonces usted se dedicó a vender automóviles?…

-Un tiempillo, porque resulta que yo había andado averiguando sobre maquinaria y métodos para fabricar sacos de cabuya. Mis vacaciones las pasaba en San Ramón, y en San Rafael había visto cordelerías de cabuya en las cuales botaban los desperdicios. Yo creía que los sacos se podían hacer de esos desperdicios. En Estados Unidos me dediqué a averiguar esos datos, y tuve unas metidas de pata espantosas. Por ejemplo, una vez estuve largas horas hablando con un gringo sobre una máquina, para «baggine» que yo creía que era una palabra para describir la hechura de los sacos; después me di cuenta de que era una máquina para empacar sacos, no para hacerlos. Para hacer sacos se necesita primero hiladoras, luego telares; primero había que peinar la cabuya, luego hilarla y finalmente llegaba el tejido. Bueno, total que yo tenía metida la idea de una fábrica de sacos de cabuya.

-Bueno, ¿y lo consiguió al fin?

-Un tío mío, Alvaro Terán, me dijo un día: «Mirá, en un lugar de lo más recóndito del mundo, que se llama San Cristóbal, hay una familia de apellido Muñóz a la que embrocaron a poner una fabriquilla de mecates de cabuya; los empujó un ingeniero catalán. Murió el señor y ahí quedaron los hijos que no se interesan; la fábrica está botada, te lo digo por si te interesa». «Idiay, vamos a ver; todo es tantear». Pues nos fuimos a Plaza González Víquez, alquilamos unas ruquillas, y salimos en la madrugada para San Cristóbal. Después de muchas horas de caminata llegamos hasta donde ia familia Muñoz. Les dijimos que andábamos conociendo y en el lugar donde estaba la fábrica que me quemaron en la guerra del 48, allí estaba la casilla. Recuerdo que nos preguntaron si andábamos cobija, porque les pedimos posada. No llevábamos nada; pero ellos nos dieron sus cobijas -no sé cómo harían para no pasar fríos- y lo que más me llamó la atención fue el fuerte olor a tabaco de esas cobijas. Al día siguiente vimos la maquinilla y la rueda de agua. «Hombre, a nosotros nos podría interesar esto», les dije. Ya echaron de ver que andábamos en asuntos de trato de la finca. Por cierto que era verano y yo decía: Un aguacero aquí, debe ser cosa de los diablos para salir.

-Bueno, ¿y cómo reaccionaron ellos?

-Querían vender; se hizo el trato y entonces se fundó la Sociedad Agrícola Industrial San Cristóbal; don Ernesto Martén, el papá de don Alberto, fue el tesorero. Se compró esta finca en 60 mil colones; fuimos socios en la empresa don Chico y yo. Para pagarla mi papá hipotecó la casa que se conocía como «Clínica Figueres» y el papá de Chico tenía o consiguió una plata; entonces comenzó la gran lucha, la lucha sin fin, como se llama la finca.

-¿Así es que originalmente don Chico y usted fueron socios en La Lucha?

-Sí, pero al mismo tiempo Chico se estaba metiendo en un almacén en San Ramón con mi hermano Antonio como empleado o socio, no recuerdo. Pues resulta que en la práctica Chico nunca venía a esta finca, porque venir a San Cristóbal en aquella época era una aventura.

-¿Cuántas horas tardaban a San José?

-A caballo en verano se hacía bien el trayecto en cinco o seis horas; yo viajaba casi siempre de noche para no perder tiempo. Con bueyes prácticamente nos llevábamos la semana entera en ir y venir, entre sesteos, compras en San José, etc. Bien el asunto es que el ingeniero catalán experto en cordelerías tenía una referencia de una casa de Nueva York que fabricaba máquinas de hacer mecates. Compramos una y se inició el trabajo, con la idea de convertir todo en una fábrica de sacos, cosa que se logró treinta años después. Hubo mil dificultades. Yo duré once años experimentando cuanta clase de cabuyas encontraba, para determinar las mejores cualidades para hacer los sacos. Vine a parar en una variedad «Olancho» que es muy grande y ahora está por todo el país. Es hondureña.

-Bueno, don Pepe, ¿y usted recuerda la primera… venta de mecate que hizo?

-¡Claro! Al Almacén La Granja, precisamente. ¡Carambas! Me dieron 270 pesos y yo me sentía millonario. Para esa época tendría yo unos 23 años. Otra cosa que hice aquí fue sembrar muchas milpas; maíz por todas partes. En esa época abundaban también las papas; pero ni las papas ni el maíz valían nada. Yo crié muchos chanchos con base en papas, sal y yodo.

-Don Pepe, una vez nos contaron -pero seguro son cuentos que la gente le inventa- que usted había tenido aquí una fábrica de guaro de contrabando; ¿es cierto?

-No, no es cierto; lo que sí es cierto es que yo les remendaba los alambiques a los contrabandistas, porque soy soldador. Una vez sí instalé un alambique para destilar jugo de cabuya, porque yo quería ver si salía una especie de tequila, algo así. Bueno, una vez inventamos un cuento; que Santiaguito, un personaje de aquí, y yo íbamos a poner una saca a medias pero Santiaguito ya la tenía por alguna de esas honduras. Un guarda de apellido Brealey lo espantó para el lado de Turrialba.

A eso de las dos de la tarde la temperatura en La Lucha comienza a bajar. Para contrarrestarla don Pepe nos invita a pasar a la sala de la casa amplia y con muebles cómodos. En la pared de la izquierda luego de la puerta principal se ve un retrato del expresidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt; al fondo se encuentra el «hogar», y a la izquierda de esta chimenea vemos un tejido con los colores de nuestra bandera y en ella el nombre del señor Figueres con la leyenda «Presidente 1970-1974».

Mientras don Pepe trata de encender la estufa con varios papeles de periódicos, recordamos que en alguna ocasión habíamos oído de la experiencia de don Pepe como pulpero.

-Ah sí -recuerda el expresidente-; tuve la primera pulpería allá en el Bajo; y ya cuando esto se hizo grande, teníamos once pulperías; por todo lado había pulperías. Yo vendía en la pulpería; sé, por lo tanto lo que es vender fiado a cuatro reales por semana, con libreta. Cuando vino la crisis del 30 viera qué cosa más triste por la falta de circulante. Entonces yo sacaba fiado en los almacenes de San José y le daba la mercadería fiada a la gente, para que luego me la pagaran con trabajo. Un pantalón de seis cincuenta, por ejemplo, costaba seis días de trabajo, así. Por ese tiempo nosotros imprimimos «dinero»: boletos. Por la falta de circulante les pagábamos a los trabajadores con boletos que luego ellos podían utilizar para hacer compras en la pulpería. Don Tobías Umaña hizo lo mismo en San Marcos.

Don Pepe ha acomodado el papel periódico debajo de una carga de leña de ciprés; nos pide un fósforo, pero nosotros no tenemos a mano. Por allí aparece una caja con sólo un palillo. «Bueno -dice el expresidente muy sonriente- el buen encendedor prende cualquier fuego con sólo un fósforo. Ahora verán». En efecto, hace la fogata en menos que canta un gallo.

-¿Don Pepe, en aquellos años de sus comienzos en La Lucha, se interesaba ya por la política electoral?

-No, no, no; en lo que me interesaba cuando me vine a La Lucha era en leer los filósofos alemanes, porque tenía ese vacío en mi formación. En Boston había leído muchas cosas, pero me faltaban los alemanes. Aquí me soplé toda la filosofía alemana con candela; recuerdo que yo tenía un callo en estos dedos de estar arreglando el pabilo. No, no tenía ningún interés en política.

-Entonces, ¿cómo fue que se interesó la primera vez?

-Con el tiempo yo compré un aparato de radio moderno y una noche oí la gran alarma: que andaba un individuo matando gente en la calle; que había matado a Moreno Cañas. Años después oí otra noticia importante: que un barco estaba bombardeando Puerto Limón. Esto ocurría ya durante la Segunda Guerra Mundial. Después se dijo que no era el puerto sino al vapor San Pablo, que estaba cargado con miles de sacos de harina. Por cierto que ese libraco sobre el 48, que yo no pude terminar, dice que todo eso fue mentira. ¡Mentira! ¡Cómo va a ser eso! Bueno, es que aquí hay gente; algunos dicen que a Kennedy no lo mató Oswald; en fin son cosas que pasan. El asunto fue que se acercó un submarino alemán a Limón y le metió tres torpedos al San Pablo. Por aquella época habíamos estado racionados con la harina, ya que no llegaba a nuestros puertos por falta de transporte. Pues bien, recuerdo que el 4 de julio fui a la Embajada Norteamericana porque yo estaba casado con una norteamericana; además, yo había vivido en aquella nación varios años. Pues bien, estábamos en la celebración cuando llegó la noticia de que estaban saqueando los almacenes de San José como represalia por el hundimiento del San Pablo. A la mañana siguiente me enteré de que habían tirado piedras sobre los edificios de los alemanes y los italianos; y que habían ido a donde el Presidente, éste les dijo que hacían muy bien. Hubo entonces un saqueo general; corrió por las calles de San José el vino, los alimentos, todo. Fue un desastre.

-Y usted don Pepe, ¿qué hizo entre tanto?

-Me fui a La Lucha y a los pocos días regresé a San José. La buena o la mala suerte hizo que me tocara ver a los bomberos cuando lavaban la harina que estaba sobre los rieles del tranvía, en la Avenida Central; harina que habían sacado de la panadería Musmanni. Imagínense; nosotros sin harina, y la harina tirada en la calle. Esto lo permitió el Gobierno y entonces ya había mucho descontento contra el gobierno de Calderón Guardia.

-Díganos don José, ¿ya por aquellos días usted tenía contacto con el partido de don León Cortés?

-Yo le había ayudado como campesino, había participado en algunas giras, pero nada en serio. Tal vez algún discurso, alguna cosa así. Pero, bueno, lo cierto es que la situación era tan tirante que, luego de analizarla, yo decidí hablar por radio. Lo hice desde una estación que estaba allí por el lado de la Tabacalera. Había que hacer algo contra Calderón Guardia. Resulta que yo, ¡como siempre!, cuando llegó la hora no había terminado de escribir el discurso; me fui así a la emisora. Inicié el discurso con un fuerte ataque al gobierno; cuando iba como por la mitad me telefonearon que iba la policía a apagar la transmisión. Pero antes de que llegaran yo lo denuncié; al poco rato, en efecto, la policía llegó, cortó el discurso y me hizo preso. Me llevaron a un calabozo allí por el cuartel de la policía cercano a la Casa Presidencial.

-Y ¿cómo reaccionó usted, don Pepe?

-Bueno, ¿qué iba hacer? Al día siguiente cuando llegó la policía con el café y unos bollos de pan de a cinco con mantequilla, yo cogí los papeles y los guardé. «A según vaya la cosa, dentro de poco tiempo ya voy a tener almohada». Es que no había ni un pedazo de tabla para poner la cabeza. Estuve en el calabozo No. 6; había rótulos por todo lado. Yo, por cierto, le regalé pan al policía. Bueno, después comenzaron los amigos a hacer gestiones; Manuel Mora también, ya que yo lo conocía; éramos amigos. Por fin el Gobierno decidió deportarme a El Salvador; y así llegué a este país; me instalé en el Hotel Nuevo Mundo.

En un terreno grande hay café; en otro, mediano, leche. Don Pepe nos invita a un cafecito mientras rememora su exilio durante la administración Calderón Guardia.

-Pues estaba yo en el hotel Nuevo Mundo cuando recibí una nota de la policía para que me presentara en sus oficinas. Lo hice, me preguntaron varias cosas, y luego me dijeron: «Bueno, se le notifica que debe abandonar el país». Empecé a averiguar, y resultó que yo era «espía nazi».

-¿Cómo fue la cosa?

-Aquí el Gobierno le dijo al gobierno salvadoreño que yo era espía nazi. Es que los periódicos de aquí también lo dijeron. Esto ocurrió porque yo en el discurso en el cual condenaba la pedrea a los edificios, metí una frase que decía: «Ahora dicen que van a proteger con cañones la isla de La Uvita…», cosa que era cierta, pero ellos dijeron que eso era un secreto militar que yo había revelado al propio, para avisarle a otros submarinos, o quién sabe. Casi siempre este tipo de mentiras se agarra de un hecho real.

-Bien, y, ¿salió usted del país?

-Yo había conocido a no sé cuál influyente salvadoreño y me contó que había habido elecciones para diputados de medio periodo; que a mí me habían puesto de candidato a diputado, y que había salido electo. Mi elección de diputado me cogió tan de sorpresa como si me hubieran hecho Papa. Después supe que ese había sido un volado para que yo pudiera regresar al país. La gente se preocupaba a veces más que la propia víctima en estos asuntos. Yo estaba preocupado por volver, pero la gente más. Pues resulta que aquí cuando aquella vaina del 14 de febrero hicieron el recuento de votos y resultó que el partido cortesista, que era el más grande, sacó solamente un diputado por todo el país, que era yo, ya que encabezaba la papeleta por San José. Yo nunca me había metido en política y resulté diputado, fíjense. Pues bien, el salvadoreño del cuento se fue donde el Presidente de aquel país y le dijo: «Mire, es una barbaridad que se expulse a este hombre pues es diputado de su país». Entonces revocaron la orden. Pero la verdad es que nunca fui diputado porque hicieron un recuento de los votos para que yo no saliera… y anularon mi elección. Fue una cosa monstruosa esa elección. En aquella época la Casa Presidencial daba los resultados por radio y se oían las risas cuando le daban vuelta a los números. Son cosas de las cuales es mejor reírse que llorar.

-Bueno, don Pepe; y una vez en El Salvador, ¿qué hizo usted?

-Me puse a hacer preguntas y estudios sobre la economía salvadoreña, sobre el café y otros productos, porque todo esto me interesaba mucho. Después me fui a Guatemala y en este país Ubico me quería apresar a cada rato.

-¿Recuerda anécdotas de su estadía en Guatemala?

-Sí; Desde que llegué me pusieron lo que allá llaman «cola», o sea un detective que lo seguía a uno a todas partes y apuntaba lo que uno hacía. Pasaron dos semanas y entonces yo fui conociendo a los que andaban conmigo. Un día de tantos le dije a uno, arriesgándome a que se enojara porque no nos habíamos cruzado palabra: «¿Quiere tomar café?» El hombre me respondió: «muchas gracias», y se sentó conmigo a la mesa. Enseguida me preguntó: «Bueno, ¿y a qué se debe la vigilancia?».

Fíjense: él, el encargado de vigilarme, preguntándome a mí. Yo le contesté, con una gran prudencia: «Es que soy exiliado político y probablemente el Gobierno de Guatemala tiene vigilados a todos los exiliados; por esto usted me anda vigilando a mí». En esos días llegó a Guatemala una sobrinita de unos ticos que estaban en Guatemala; pero gente muy ocupada. Entonces yo empecé a enseñarle la ciudad. El «cola» al verme en aquella tarea se mostró muy condescendiente conmigo y me dijo un día: «Mire, eso de la muchachilla no lo voy a informar…» ¡Imagínense! Una muestra de amistad.

-Don Pepe, usted estuvo en México, ¿verdad?

-Ahora verán; déjenme terminar con Guatemala. Seguí en mis actividades siempre con el «cola» atrás. Un día de tantos se me acercó el de más confianza -ya le dije: eran tres, que se turnaban- y me dijo: «Mire, yo tengo una cosa urgente que debo hacer hoy; ¿qué le parece si le dejo la libretica y usted apunta todo lo que hace…?» «Ah claro -le respondí- con mucho gusto». Y yo mismo apunté ese día lo que hice… para tranquilidad del gobierno de Ubico.

-Alguien mencionó hace un tiempo un asunto de contrabando…

-Terribles eran los contrabandos en ese tiempo; no se conseguía casi nada por motivo de la guerra. Yo mismo mandé como cinco mil palas por ese sistema… Bueno, después me fui a México, a casa de un filósofo belga; la esposa era hermana de don Fernando Castro Cervantes, quien luego, en 1953 fue contrincante mío como candidato a la presidencia de la República. Vivían en Lomas Chapultepec y hospedaban unos cuantos estudiantes. Allí me hospedé con un muchacho que ahora es doctor en Alajuela, el doctor Cortés, casado con una mexicana. Fue en esa casa en donde yo escribí el libro «Palabras gastadas». No recuerdo por cuál razón hice un viaje de México a Guatemala sin ninguna dificultad; y en Ciudad Guatemala me vino a ver un amigo del Cónsul de los Estados Unidos, con un consejo: «Como a usted lo ha acusado de nazi su gobierno, y nosotros sabemos que es una represalia política, haga solicitud de ingreso a los Estados Unidos. Esta sería la mejor prueba de que usted no es nazi; así se quita ese sambenito». Le agradecí el consejo, hice la solicitud, y a los días recibí un cable firmado por Cordell, Hull en el cual decía que no había impedimento para que yo entrara a los Estados Unidos. Hull era el secretario de Estado; claro que él no firmó, seguro algún empleado, pero la costumbre era, y no si es, que todo lo del Departamento sea firmado por el secretario. Ah caray, ¿así es ]a cosa? Pues póngame de una vez la visa y me voy para los Estados Unidos. Esto lo hice nada más que para quitarme el sambenito de nazi.

-¿Y a que ciudad se dirigió?

-A Nueva Orleans. Llegué al aeropuerto y entonces comencé a hacer cola porque había seis o más miembros del FBI interrogando a los pasajeros. Aquello era interminable. Y si de último minuto usted decía «yo tengo un tío en San Isidro de El General», otra vez a preguntarle que cómo se llama, que a qué se dedica, que si tiene hijos, que si es blanco o negro… todo lo preguntaban y lo anotaban; una cosa terrible. Sí recuerdo que yo llevaba una carta de alguien de aquí para alguien de Estados Unidos; y entonces la puse sobre la ropa. ¿Qué es eso? Y a explicarles; bueno, no se cuántas horas duró el interrogatorio, pero de ahí en adelante sentí un contraste tremendo: nadie se volvió a meter conmigo, nadie nadie. Yo que estaba acostumbrado a ser vigilado, especialmente en Guatemala, ahora en Estados Unidos, que estaba en guerra, me parecía imposible aquello. Me fui a Washington, me asomé por la ventana y lo que estaba viendo era el Capitolio. Yo tenía que hablar por teléfono con don Manuel Montejo, que había sido gerente del Banco de Costa Rica, y dije; de repente esta gente tiene oidores de las conversaciones; voy a despistarlos, voy a hablar con don Manuel en inglés -ya yo era angloparlante-, pero la conversación duró un tiempo en llegar y cuando llegó don Manuel empezó a hablarme en español y a mi se me olvidó. Hablamos y hablamos y nadie dijo nada y si hubiéramos hablado en chino tampoco nadie dice nada porque en los Estados Unidos, en contraste con nuestros países, y a pesar de la guerra, siempre había un alto grado de libertad.

-¿Vivió mucho tiempo en Estados Unidos?

-Bueno, un tiempo después vino el cambio de gobierno aquí; yo me vine a Guatemala y allí me informaron que decía Picado, el nuevo presidente, que podía volver. Bueno, dije yo, me voy para Costa Rica. Me vine en un vuelo de Pan American y cuando llegó a la Sabana me encuentro con ese gran montón de gente. «¿Qué será esta vaina? ¿Habrá algún problema?», me preguntaba yo. Cuando me bajé del avión voy haciendo el gran descubrimiento: ¡Que yo era figura política! Lo que menos me imaginaba. Encumbrado por las calles de San José como pelota. Y me llevaron al balcón del Diario de Costa Rica y allí me salió bien un condenado discurso, porque dije que había que hacer como el campesino costarricense, que cuando se le vuelca la carreta, la para; que el país había perdido sus libertades porque el gobierno de don Teodoro era una imposición, y que entonces había que parar la carreta; y así. Bueno, entonces de ahí para acá seguí en la política de lleno.

-Concretamente, ¿en qué actividades participó?

-Me agarraron los del «Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales», que eran más jóvenes que yo. Primero era un círculo cerrado, pero después resulté yo líder de ellos y ya cuando fuimos a la guerra pues yo encabecé la revolución.

-De la Revolución está por escribirse todo un libro; pero usted nos ha dicho que piensa hacerlo personalmente; de tal manera que no vamos a entrar en pormenores de esa campaña. Ahora bien, don Pepe, y perdonando el consejo…

-Sería bueno que lo hiciera antes de que me muera, ¿es lo que quieren decir? Tienen razón. En mi horario de los meses que viene está escribir, por lo menos, la historia de la guerra. Esa historia, aun para los militares, está llena de cosas interesantísimas; además, hay muchísimas anécdotas en lo civil, de sacrificio, de chistes; voy a ver si la escribo en el año 86.

-Don Pepe, quisiéramos que nos dijera, ¿qué sintió usted, hombre de empresa alejado en su juventud de la política, cuando se vio convertido en político de plaza pública, de discursos «incendiarios», a raíz de la campaña de 1953?

-Un gran cambio, sin duda. Voy a relatarle una anécdota. San Juan de Tobosí quería convertirse en cantón por aquellas fechas. Unos diputados me mandaron a preguntar qué opinaba yo de ese cambio. Les dije: «Me parece que es antipolítico, porque mucha gente se opone, pero la verdad es que resulta un paso conveniente; y hay que hacerlo». Creí que iban a crear el cantón; qué va, después me dijeron que lo que yo había señalado, que era antipolítico, fue lo que predominó para desechar el proyecto. Yo me sentí extrañadísimo; y siempre tengo las mismas sorpresas. Estábamos -yéndonos un poco atrás- en plena guerra, en Santa María, cuando llegaron el doctor Pinto, Monseñor Sanabria, y otros, con una misiva de Ulate; toda la cosa consistía en que políticamente era feo para Ulate su posición; que él tenía que abrir otro frente, aunque no se ocupara, etc.; una pura preocupación politiquera. Yo no terminaba de entender; y eso me sigue pasando ahora. Yo no entiendo como la gente puede decir cosas sólo para que caigan bien en política; únicamente para que hagan buen efecto. Eso no lo entiendo.

-¿O sea que después de tantos años de estar en política, no se acostumbra a la política?

-No me amoldo, es cierto. Muchas veces hago declaraciones, o me las hacen sacadas con tirabuzón, y la gente las lee con lupa a ver qué encuentran…

-¿A ver dónde está el volao?

-¡Y nunca hay volaos, nunca hay volaos!

-Bueno, ¿y eso de andar haciendo discursos todos los días?

-Ya declarada la campaña me pasa como me pasó en el 48, cuando comenzó la guerra, me volví una fiera. Yo recuerdo que aquí, donde nunca doy órdenes, cuando ya éramos muchos en el 48, llegué a una conclusión y los reuní a todos. «Miren, muchachos -les dije- yo voy a tener que mandar». Porque en las pruebas que se hacían no había disciplina. Aquel muchacho Nicolás Marín que lo mataron, en un momento dado no se agachó cuando estaba pasando fuego sobre su cabeza; yo lo agarré y lo tiré sobre un montón de leña, casi lo quiebro. A raíz de eso comencé a mandar como el Diablo, ah sí. Llamé yo a Manuel Camacho y le dije: «Mire, usted que es tan buen hombre, conténteme a la gente porque a lo mejor se va a enojar». Lo hizo y así llegué a ser jefe, de la manera más arbitraria si se quiere. Y el asunto llegó a tal extremo que cuando se anunció la marcha fantasma, con 600 hombres, entre ellos 14 o 15 extranjeros, nadie la quería. Yo la impuse.

Aunque esta conversación al calor del hogar, en La Lucha, no pretende indagar sobre aspectos políticos, poco a poco la parte anecdótica referente a la vida de don José Figueres queda a un lado, y entramos a terrenos que, precisamente de común acuerdo íbamos a evitar. El miércoles anterior don José habló al país y, por lo tanto, ya es conocido su pensamiento referente a la reforma constitucional para presentar de nuevo su nombre a la consideración del electorado. Sin embargo, vamos a transcribir lo que al respecto nos dijo en su finca para redondear la plática de seis horas con el señor expresidente.

-Le decía que yo impuse la Marcha Fantasma en el 48 porque nadie la quería, ¡nadie la quería! Los militares por militares y los otros por tonterías. Y me salían con la misma cosa siempre: hay que hacer un planteo por la derecha o por la izquierda porque, ¿cómo vamos a cruzar las líneas enemigas por el centro? Eso no se hace militarmente…

-¿Qué alegaban sus estrategas?

-Se flanquea el enemigo, decían. ¡Se flanquea! Si se mete la gente a las montañas del Empalme se muere de frío; además, no había ni siquiera trillos. Así nos agarran y nos deshacen, les dije. Hay que pasar por entre ellos. Yo conocía el terreno; y como lo conocía, me impuse. Después cuando viene ia campana electoral -que es otro grado de belicosidad- ya entro yo en calor y hasta en ocasiones se producen cosas que no sé si mortifican a los del otro lado, lo que normalmente no me gusta. Pero yo sí creo que nadie ha predicado más que yo en campaña.

-¿O sea que prefiere el consejo a la arenga?

-Sí, claro. Yo hice en una campaña entre 800 y 900 discursos. la mayoría con esa tónica de predicar…

-Perdone, don Pepe, pero no resulta muy cansado tanta «discurseadera», ¿cómo hubiese dicho Aquileo?

-Terrible: físicamente es matador.

-Pero no sólo físicamente; nos imaginamos que también intelectualmente, al tener que repetir muchos tópicos…

-Esa es precisamente la vaina de la campaña en el país pequeño: Que van los mismos acompañantes a todas las reuniones, y para no repetirse, uno tiene que estar cambiando. Mire, yo he andado mucho en los Estados Unidos, en toda la costa este, en conferencias y predicando sobre la necesidad de comprar bonos a Israel, y es una delicia porque todos los auditorios son distintos: entonces uno el mismo discurso lo va mejorando. Pero viera usted aquí, -¡qué tirada!- porque van 14, 15 o 20 que tendrían que tragarse lo mismo si uno lo repite. Entonces un buen discurso no se repite por temor a cansar a los acompañantes y esto produce un gran cansancio al orador.

-Nos hablaba usted de sus prédicas, cuando lo interrumpimos…

-Es cierto; los discursos míos han sido de prédica. Por ejemplo, el INVU nació en un teatrito de Tres Ríos. Me puse a hablar sobre la vivienda, hicimos una discusión, un discurso, y cuando me bajé me dice Mario Quirós: «¡Arambas! Todo esto en que usted nos está comprometiendo…nos va a llevar el diablo». Y ya ve. El Instituto Costarricense de Electricidad nació en el escenario del Teatro Nacional. Yo me puse a hablar de una institución para la energía eléctrica, de una línea desde el atlántico hasta el Pacífico; hasta el voltaje dí. Y así se hizo. La estabilización de precios yo la he predicado mucho. Y otras tesis importantes del partido han sido producto de esa predicación.

-O sea, repetimos, ¿que usted prefiere no atacar? Pero este tipo de discurso por lo general enardece a las masas…

-Sí, pero ese estilo de campaña es como de pleitos de gallos; no me gusta. Miren, otra cosa inconveniente en las campañas, es que por cortesía en toda reunión dejan para último el discurso del candidato; y entonces siempre al candidato le toca hablarle a un público cansado.

-Algo curioso en las campañas es que el candidato «tiene» que recordar caras y nombres y…

-¡A la gran flauta! Ni me hablen de eso. Miren, yo he conocido tres personas que eran magníficas para la fisonomía: don León, don Otilio y Chico Orlich. Eran excelentes. Pero yo… nunca me acuerdo. Tal vez he visto a una persona veinte veces y nos dejamos de ver tres meses y ya no me acuerdo. ¡Esto sí que es tirada! En primer lugar, que no tengo buena memoria para rostros; y en segundo lugar, que yo he viajado mucho por América Latina y las fisonomías se repiten y yo veo un tipo y digo: ¿Este será de La Legua o será de Montevideo?

-Bueno, y el «¿se acuerda de mí?»

-Ah sí; miren, en Estados Unidos educan a la gente para que nunca pregunte, «¿se acuerda de mí?» Es una falta de cortesía esa pregunta. Por ejemplo, yo he andado mucho en conferencias internacionales y me encuentro con pensadores o científicos, y por lo general me dicen «nosotros estuvimos en la conferencia tal, cuando usted trató tal cosa y yo hice un discurso antes que usted»; entonces ya uno coge la onda; claro, yo me acuerdo.

-Y ya que estamos metidos en estas cosas de campañas, ¿qué dice usted de esa costumbre de poner al candidato a alzar chiquitos…?

-Eso se usa mucho en las campañas de Estados Unidos, que son un relajo. Pero a mi sí me conmueven mucho los chiquitos; quiero mucho a la gente y llega el momento en que se hace con sinceridad…

-¿Y besar viejitas?

-También; lo hago con sinceridad. En cuanto a las muchachas, más bien… Bueno, son las compensaciones. Pero vieran cómo les da a las mujeres de todas las edades por abrazar al líder del respectivo partido.

-Bueno, don Pepe, y en un día de campaña, después de ir a cinco o seis reuniones, ¿cómo acaba el día?

-Termina uno hecho leña. Y por dos cosas: el esfuerzo físico viajar y hablar, y el esfuerzo emocional. A cada rato hay emociones fuertes. Pero esto es igual que en el combate: en el combate saca uno fuerzas de donde no hay. En la campaña, en los últimos días, hay que hacer todo lo que le exigen a uno, y uno lo hace; el cansancio viene después.

-Don Pepe, hay algunas cosas sobre su última administración que deseamos preguntarle. Son cosas que se dicen en la calle y que muchas veces no llegan hasta usted. Por ejemplo, se comentó mucho el hecho de que usted tuvo en sus manos el mayor poder político que presidente alguno haya tenido en los últimos años, y que sin embargo no hizo todas las cosas que, aparentemente, se proponía hacer. ¿Qué nos dice al respecto?

-Estoy contestando esa pregunta por escrito, para la televisión. No se hacen porque el sistema no lo permite; es imposible trabajar sin cambiar el sistema. Por ejemplo, la estabilización de precios yo la considero de enorme importancia para que la gente sepa cuánto puede comprar con lo que gana; yo la estudié. La asignación familiar, para que la mujer tenga un ingreso aparte del hombre; viera cómo la estudié, pero me la echaron a perder. El ahorro del trabajador: ni siquiera existe todavía la ley, y esto teniendo mayoría en el Congreso. No se puede en las condiciones de hoy de Costa Rica hacer un gobierno bueno sin un período provisorio; se necesitan poderes especiales.

-Pero, don Pepe, ¿es el sistema o es el individuo el que obstaculiza…? Nosotros creemos que aquí hay leyes para todo…

-Sobre todo para no dejar trabajar; hay que consultar a todo el mundo; a la Contraloría para todo. Miren, lo que les digo de la guerra, se los digo de la paz. Para hacer una transformación del país, para modernizarlo, deshacer los errores de 25 años, y para corregir el INVU y el IMAS y el Banco Central; y para poner los sindicatos en su lugar, usted no lo puede hacer sin poderes extraordinarios. Y ahora tiene usted otra cosa: esa muchachada de entre 30 y 50 años, que son relativamente jóvenes, que comparados con los que teníamos en el 48, pues son sabios y yo he tenido conversaciones con muchos de ellos, todos frustrados y ¿por qué? Porque cada uno tiene más o menos una solución pensada para un problema específico, pero nada se puede hacer. Supongamos que yo soy el Presidente de la República y me exponen un plan muy bueno y yo averiguo que son personas serias. Ahí para la cosa porque cuando llamo por teléfono a la institución tal, resulta que son autónomas: o porque el experto en tal cosa opinó distinto y, la junta directiva no aprobó. Hay una falta de autoridad tremenda.

-Pero también cuenta mucho el individuo; el deseo de hacer cosas como que ha desaparecido casi por completo…

-Bueno, pero yo no puedo hacer una Costa Rica con suecos; idiay, hay que trabajar con el barro que tenemos. Pero una cosa es evidente; el barro es mucho mejor ahora que en el 48…

-En el sentido de preparación; pero, ¿y la responsabilidad del individuo?

-También, también. Mire, hay un grupo de 15 muchachos que yo conozco; viera qué preparación y qué sentido de responsabilidad; otro grupo que tiene Oscar Arias en la Casa Presidencial, bajo la dirección teórica de Burstin, y que hace encuestas de opinión pública, magnífico; y otros muchos. Son mentes muy valiosas; muy superiores al sistema de gobierno. Ahora lo que dicen es que Daniel no los oye. Y es cierto: no los oye. Pero si los oyera y quisiera apoyarlos, no podría, no podría. Miren, qué cosa más tangible hay que traer 50 tractores que precisan porque hay que arreglar los caminos que el invierno pasado dejó despedazados: pues eso se pega dos años en el Congreso. Es que hay un sistema de gobierno lleno de deficiencias. En un año de gobierno provisorio se podría barrer todo.

-Volvemos sobre nuestros carneros; el individuo creemos nosotros mucho tiene que ver.

-Claro. Y a Rodrigo Facio le gustaba mucho cuando yo decía que un país no puede avanzar más de lo que den sus hombres. Pero que ahora tenemos muchos hombres preparados y serios y responsables frustrados por el sistema, no me cabe ninguna duda. Y que todos los males son remediables; por ejemplo, en los campos que yo conozco, el económico digamos, yo me río de los problemas, si tuviera autoridad. Pero eso aquí no se resuelve con ser presidente; ser presidente aquí no es mejor que ser sacristán en un pueblito. Es que no hay autoridad, no hay.

-Pero, ¿cómo hemos caído en este hueco?

-Por una acumulación de errores y de vicios; igual que como las barbaridades del 40 al 48 no fueron inventadas entonces, sino que venían de atrás, de los tiempos de don Ricardo y don Cleto y se fueron acumulando, lo que está pasando ahora, que los errores de 35 o 40 años de la época que podríamos llamar de la transformación social, se han acumulado y entonces tenemos un sistema deficiente, no hay manera que funcione.

-Se afirma que algunos grupos están impulsando su regreso a la presidencia; esto, probablemente, usted lo va a aclarar durante su anunciada transmisión de televisión. Ahora, al respecto, sólo se nos ocurre preguntarle: ¿Le interesaría regresar a la presidencia en las mismas condiciones que la vez anterior?

-Ahora sería peor la cosa; porque en estos momentos tengo más claras las ideas, Muchas cosas en que los «técnicos» -entre comillas- me ponían a dudar, ya no me ponen; porque repito se me ha aclarado mucho el pensamiento, escribí el libro «La pobreza de las naciones», y por todo esto me sentiría mucho más frustrado. Yo no acepto -yo no acepto- nada de asumir responsabilidades si no me le como se le dan a los gobernantes en tiempo de guerra un periodo de poderes extraordinarios.

-Díganos, don Pepe, ¿el gobernante no tiene en estos momentos un poco más de poder que el que había durante su última administración, esto a raíz de la reforma, que introdujo las presidencias ejecutivas en los organismos autónomos?

-No funciona eso; es que miren, esa fue una buena idea, creo que de Daniel, pero una medida presupone unas tres o cuatro más; y aquí en pasar una se le van dos años al Congreso. Todo esto es una frustración. Nosotros ahora para lo que falta del cuarto de siglo tenemos aquí varios caminos. El más probable es el del estancamiento. Esta vaina se va a volver una cosa de gobiernos de Trejos, ir pasando y relajándose, y la maquinita de Liberación Nacional trabajando por un lado, los otros haciendo combinaciones y consultándole a Paco Calderón… un verdadero desastre. Esto es lo más probable que ocurra.

-¿Y los otros caminos?

-Pues que aquí puede venir un sacudimiento violento; y ya estuvo a punto de haberlo cuando querían darle fuego a la Casa Presidencial. O los sindicatos van a agarrar el poder y después los van a echar, con un Frank Marshall moderno que ponga a todo el mundo a su manera. Lo menos malo que nos puede pasar es que nos quedemos como estamos.

-O sea que…

-Probablemente va a ganar la oposición las elecciones que vienen. Si no pasan la reforma ahora, y lo más probable es que no la pasen, la oposición va a ganar las elecciones porque el candidato que más se está destacando entre nosotros es Luis Alberto Monge, que es muy querido para mí, -¡quién lo va a querer más que yo!-, y ese sí que verdaderamente es un hombre sin malos instintos, pero no le llena a mucha gente. A unos, porque les duele mucho la reforma social; y a otros porque no lo consideran suficientemente realizador.

-¿Cree entonces que Liberación perdería con don Luis Alberto?

-Yo creo que con Luis Alberto de candidato -y yo se lo he dicho mucho a él, porque repito que lo quiero mucho- le enfrentan un candidato sacado así con 50 millones de pesos como puede hacer La Nación, y lo barren, lo barren. Y a Luis Alberto le tocaría la candidatura cuando Liberación ha estado gobernando ocho años seguidos, más difícil aún.

-Hay otra cosa, actualmente, don Pepe. No se mueve nada si no es por dinero, dice la gente; y parece que hay mucho de cierto. ¡Qué opina usted?

La corrupción está terrible.

-¿Cree usted que puede detenerse ese mal?

-Sí se puede detener. Yo estoy muy preocupado por esto; y precisamente pensando en ese asunto, y «por lo que potis» como dicen, yo creé una fundación de bien público para pasarle lo que yo tenga de propiedades productivas. Ese estado de corrupción es más delicado en mi caso porque yo manejo platas no sólo de costarricenses sino de extranjeros; yo tengo libros de cheques de varios países, como he participado en tantas revoluciones y he sido tesorero, idiay, yo podría estar millonario. Cuando yo muera se va a saber lo que tengo, y dicho sea de paso a mi nunca me ha importado tener nada; a mi lo que me ha importado es crear cosas.

-Ese problema de la corrupción nos toca a nosotros más de cerca, a los que participamos en la Revolución, porque fue precisamente una de las banderas que nos llevaron a la guerra.

-Sí, precisamente yo estoy muy preocupado por el problema del peculado por dos razones; una, fue una de las banderas, efectivamente; que enarbolamos: la de combatir el peculado, y la otra la del comunismo; y llevamos dos mil muertos a la espalda y eso es un dolor. Además, por la razón permanente de que cuando se establece ese clima no hay manera de juzgar los negocios; contratan una carretera, o traen algo de Suecia o de Rusia, y entonces uno no sabe si será bueno o será malo o será porque alguien se va a ganar una comisión, que es lo que sucedió en el tiempo de Calderón, iniciado en gobiernos anteriores. Ahora se ha soltado una cosa de que todo mundo habla de plata, hasta yo, con la diferencia de que cuando yo cojo plata es para el partido, para el periódico, es decir, para otras cosas, porque yo no necesito riquezas para vivir, y nunca me ha importado tener dinero.

-Pero, ¿usted ha tocado este tema desde su posición en el partido?

-Miren, yo sí tengo boca con que hablar. Pero este tema es muy delicado para mí porque algunos compañeros de mucha importancia tienen la culpa de lo que está pasando. Porque se están enriqueciendo ilícitamente después de la guerra del 48, que, como antes dije, nos dejó dos mil muertos en las espaldas. Y por lo tanto yo no quiero echarlos al agua. Pero el día que aquí coja el poder alguien que no sea yo, que quiera acabar con la mordida y la corrupción, dando el ejemplo personal se para el mal. Se para porque, miren, la cuestión es que no haya connivencia de los superiores. Por ejemplo, un «tráfico» que coge una mordida, si él no sabe que su jefe está haciendo lo mismo, o tiene seguridad que su jefe no lo hace, eso no se llama corrupción, se llama delincuencia, eso no cunde, es delincuencia; la corrupción viene cuando hay connivencia.

-Entonces es cuando ya no se puede controlar aisladamente; tiene que ser algo de raíz…

-De raíz. Luis Alberto es un hombre muy bien dispuesto…

-¿Y tiene suficiente energía para terminar con…?

-No, no, no; lo siento mucho; y ya para terminar con esto, yo creo que no la tiene nadie que no cuente con poderes extraordinarios durante un período.

-Bueno, entonces, díganos, usted que conoce tan bien a los líderes del país, ¿hacia cuál se pueden volver los ojos?

-El cuento que han inventado ahora es que si no me ponen a mí de candidato van a ganar porque ellos van a poner de candidato a Jesús Sibaja (Jesús, si baja). ¿No han oído ese cuento tan bueno? Bien. Si nosotros ponemos a José Figueres de candidato, o mejor aún, a Jesús si baja, con la Constitución actual, dentro de los compromisos adquiridos, con los vicios de Liberación Nacional, sin atraer gente de la poca gente buena y honrada que haya en otros grupos, con una partida de condiciones así, no se puede hacer nada. Yo, por ejemplo, si el Congreso me pasara esa reforma, y si me nombraran candidato, la campaña consistiría en decirle al que vota que diga sí o no para que al Ejecutivo se le den poderes extraordinarios para esto, tampoco puede ser un poder en blanco, pero tiene que ser algo especial, porque el honor de ser presidente, y que viva Figueres y cosas así, y ese montón de gente diciendo cosas, y con el montón de proposiciones, y los contratistas extranjeros, y los del país, y una partida de sinvergüenzas y… no no no, yo no me meto. Ahora bien, en este momento yo considero muy difícil que la gente de Liberación cambie la Constitución. Ellos saben en lo que están. Pero si la cambiaran y yo aceptara ser candidato sería a condición de que en el voto vayan los poderes extraordinarios para esto y lo otro, en lo cual sí tengo experiencia porque fui miembro de la Junta de Gobierno que cambió todo el país en 18 meses, ¡y éramos una partida de inexpertos! Hay mucha gente honrada y…

-Con la cual se pueden hacer muchas cosas. Porque a los excombatientes, don Pepe, nos causa tristeza ver a compañeros metidos en cosas contra las cuales se luchó…

-Y no sólo eso, sino que obligan al Gobierno y al Congreso a dar una amnistía peligrosa porque si bien creo que hubo personas bien amnistiadas, se hizo tan amplia para que «Fulano» pudiera salir. Ustedes vieran lo que me remuerden la conciencia los muertos, porque recuerden que nosotros predicábamos por lo menos igual contra el peculado, que contra el comunismo y por la libertad electoral. Esto sí está bien, pero díganme, atajar a Trejos o a Figueres con marrullerías de Congreso, ¿es libertad electoral? Ahí están coartando la libertad electoral, no digamos a mí o a Trejos, no, no, no; y digo Trejos o yo porque somos los que estamos en el candelero; no, al atajar al que piensa que uno de nosotros debe ser candidato, están coartando la libertad electoral.

-Para terminar esta entrevista, ¿qué puesto desempeña usted en esta hacienda, don Pepe?

-Mire, la gente cree que yo manejo esto; yo no administro nada aquí; yo solamente ayudo en lo que es investigación.

-¿O sea que usted tiene un administrador que se encarga de todo lo de la finca?

-No; si esto no es mío; esto es de una compañía de los once mil diablos de grande; aquí hay 1500 accionistas; aquí hay cuatro o cinco magníficos administradores. Si es que esta ruedita aquí donde está la casa me la presta la Compañía para que yo venga a escribir; pero esas varias compañías que están en el bajo, cuando están inventando algo me llaman para que les ayude, eso es todo.

-Entonces, no tiene puesto directivo ni…

-Nada, nada, nada. Lo que pasa es que yo he sido el líder de la investigación de los métodos por ejemplo para la fabricación de las casas, de sembrar árboles maderables, y así: pero fíjese en esto; ustedes han venido aquí por dos horas y ya llevamos seis, nadie nos ha interrumpido; y si no se van hoy, es igual; si aquí hay jefes y… seis mil personas trabajando. Yo soy un accionista cada vez minoritario. Los jefes hacen y deshacen; ah, y eso es lo que menos me importa. Pero yo fui iniciador de las casas; lo que tenía que hacer el INVU por frustración lo hice yo. Y sabe, ¿cuál frustración tengo ahora? Que cuando teníamos solucionado casi todos los problemas, ahora no se pueden hacer casas baratas porque el Estado costarricense no lo permite, Ustedes tienen que ver con siete dependencias públicas llenas de carajitos universitanos y cada uno metió las condiciones que le dio la gana; de la Municipalidad lo mandan al Ministerio de Salud, de aquí al INVU… bueno, no se pueden hacer casas baratas y esto me tiene frustrado; además, es simbólico de cómo está el país. No hay quien mande, pero no es por culpa de los hombres, es que hemos ido haciendo un entrabamiento tremendo. Sin embargo, existen los hombres y existen las ideas que pueden arreglar esto, pero con poderes extraordinarios; pero si no es así, mejor no me meto porque mi tiempo es demasiado valioso y yo escribiendo puedo hacer más.

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