Don Pepe

Don Pepe

Don Pepe

Alvaro Fernández Escalante

Claro que tenía nombres y apellidos ilustres: José María Figueres Ferrer, Así le pusieron en la Pila di-Bautismo de la Iglesia de San Ramón, doña Paquita y el doctor Mariano, cuando lo llevaron de pocos días de nacido posiblemente pataleando y pegando alaridos. Ya venía desde España en barco y embarcado cómodamente en el vientre de su madre y el 25 de setiembre de 1906 ya en tierra, precisamente en San Ramón, resolvió asomarse e instalarse en este mundo que muy pronto lo habría de conocer bastante. A poco gatear ya le habían encaramado el «Pepe» pero en el devenir histórico de Costa Rica es y será hasta la consumación de los siglos, si la memoria de los pueblos no se borra con un cataclismo «don Pepe». Y es que en su caso el Don no es el don del algodón, que para poder ser don, necesita tener «algo»…

Don Pepe escribió algunas cosas con su pluma y otras con su espada. Con esta última escribió precisamente una nueva historia de nuestra patria. Esa historia se comenzó a escribir con letras de oro, pero luego se fue ensuciando cuando entre sus pliegues se colaron los bribones.

Retrocedamos al 18 de julio de 1942… pocos días antes se había producido una estampida de barbarie que culminó con el saqueo y la destrucción de las propiedades de alemanes e italianos… La chispa de la protesta: el hundimiento del buque mercante «San Pablo» en Puerto Limón, que se atribuyó a un submarino alemán. En la tragedia habían muerto algunos estibadores y trabajadores de muelle, de origen humilde.

Pues bien, ese 18 de Julio apareció un pequeño aviso insertado en la prensa, en el que Francisco Orlich y Alberto Martén anunciaban que esa noche, por la radioemisora «América Latina» José Figueres dirigiría un mensaje al país «desenmascarando la verdadera organización nacional de sabotaje que mina la república y desvirtúa su acción internacional«.

Muy pocos conocían aquella nueva versión de «Los Tres Mosqueteros , y menos aun la existencia de un nuevo D’Artagnan llamado José Figueres. Sin duda, el anunció despertó curiosidad entre ciertos sectores de la sociedad Josefina… pero, a las siete de la noche estalló una bomba que hizo añicos el prestigio del gobierno y proyectó a ese desconocido -al que algunos llamaban Pepe- a las primeras páginas de los periódicos. Algo insólito había sucedido: Las autoridades policíacas habían interrumpido al orador, había cerrado la radioemisora y habían sacado a rastras a aquel joven intrépido que apenas si pudo descolgar sus últimas palabras…»¡lo que el gobierno debe hacer es…irse!»

Dos días después Figueres fue sacado de la cárcel, subido a la fuerza en un avión y enviado al exilio.
El propio gobierno había engendrado al líder político que pocos años después acabaría con aquel oscuro capítulo de nuestra historia.

Con estudios universitarios en los Estados Unidos, interrumpidos a ratos por la «depresión» de los años treinta, don Pepe tenía un espíritu de inventor inquieto, un investigador permanente de cuanto fenómeno extraño pasaba por sus ojos, sus narices o su imaginación. Era un inconforme consuetudinario que soñaba -dormido y despierto- con las utopías que autores de la época, le insertaban a diario en sus lecturas cotidianas. De baja estatura, un tanto «corvetas», delgado pero de fuerte complexión, con una mirada de águila en celo, penetrante y enérgica que se rompía en un gesto a veces bonachón y otras burlón, empeñado en residir de forma permanente en las comisuras de sus labios. Esa extraña mezcla de mirada autoritaria y expresión facial condescendiente imponía respeto con su simple presencia. Presencia no pocas veces inquietante, que se suavizaba casi de inmediato con sus palabras campechanas. Porque don Pepe era culto y serio en su pensamiento, firme y tenaz en sus acciones, pero dicharachero y folklórico en su conversación y sus gestos. Un temperamento audaz y casi temerario extrañamente mezclado con un carácter estudioso y analítico. Don Roberto Fernández Duran lo definió alguna vez como un híbrido producto de una combinación singular entre Shakespeare y Pancho Villa.

No voy a incurrir en simples manoseos históricos o en la repetición de lugares comunes que todo el mundo conoce, o debiera conocer. Pienso que la misión fundamental de este genio singular fue la creación y consolidación de una patria mejor, más justa, más moderna, «más vivible«, habría agregado el propio don Pepe . En síntesis, don Pepe puso a funcionar en la realidad sus sueños de una nueva república acorde con los tiempos modernos, donde imperara la justicia y se entronizara el respeto absoluto a la voluntad ciudadana. «Para qué tractores sin violines«, dijo alguna vez, porque tenía una extraordinaria sensibilidad artística y quería, sinceramente quería que su pueblo disfrutara de la belleza de la misma manera que él la disfrutaba. «La Justicia es el único pararrayos efectivo contra la violencia» dijo en otra oportunidad. Y demostró con hechos la autenticidad de sus palabras: Baste decir que en defensa de esos principios enfrentó y derrotó dos invasiones, debeló un golpe de estado y sostuvo la verticalidad soberana del país frente a un entorno geográfico totalitario y hostil.

Mostrando con frecuencia la otra cara de su personalidad, jamás escatimó su consejo sabio a gobernantes contrarios a su partido ni su vanidad se impuso nunca sobre su patriotismo. No sólo fue respetuoso de los derechos ciudadanos sino que los defendió con su verbo o su pluma o desenvainando la espada cuando fue necesario.

Es cierto, la figura de don Pepe es controversial, tremendamente controversial. Tuvo y su memoria aun tiene «adoradores», y enemigos a muerte. Para los unos un héroe, para los otros un perverso.

Impredecible en sus juicios y en sus salidas anecdóticas, quienes tuvimos la fortuna de estar cerca de él dé conocerlo y tratarlo podríamos hoy repetir la frase de la sabiduría popular: «Genio y figura Hasta la sepultura«.

En el otoño de su vida fue aun más controversial. Lo cierto es que el fardo de los años pesa aun sobre las espaldas de un hombre que marcó sobre el suelo de su patria huellas profundas, en el largo trecho de una vida de penas, triunfos, alegrías y congojas que le deparó el destino.

Loco o genio, es Pepe para los unos, don Pepe para los otros. Para nadie lejano o extraño. Lo cierto es que nuestra historia hubiese sido muy diferente sin su presencia. Y cierto es también que amó a su Patria, la honró y la enriqueció con la gran mayoría de sus actos.

Alvaro Fernández Escalante

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