Exilio de don Pepe

Discurso en Radio América Latina

Exilio de don Pepe

Carlos Ml. Vicente C.

Adaptado y revisado para la web por CRM

Presentación

La Revolución comenzó el 8 de julio de 1942

En un momento de gran tensión política nacional, con un gobierno que se mostraba incapaz de controlar la situación, cuando el desorden popular se imponía en las calles de San José y la protesta pública dominaba en todo el país, un agricultor casi desconocido anuncia, por medio de don Francisco Orlich y de don Alberto Martén, que denunciará -por medio de un discurso que pronunciará por radio- «la organización nacional de sabotaje que mina a la República» y que impide una correcta acción internacional. El orador será José Figueres Ferrer.

Ese discurso fue escuchado por todo el pueblo pero tuvo el nefasto precedente de haber sido interrumpido por la fuerza pública y el orador conducido a la cárcel, primero, y al exilio después. Todo esto queda narrado con todo detalle por Carlos Manuel Vicente en este pequeño ensayo, transcribiendo el texto completo del discurso de don Pepe

Lo importante es subrayar que aquel joven agricultor anunció públicamente el nacimiento de un estadista al analizar con gran claridad la situación por la que estaba pasando la República y el fundamento doctrinario y moral del sistema democrático.

Con palabra sencilla, pero elocuente, manifiesta que todos debemos bendecir el sistema de Gobierno que permite a un ciudadano pensar dignamente y expresar su opinión «sobre el manejo de las cosas de todos»; y que esta libertad es una conquista de los pueblos y herencia histórica del pueblo de Costa Rica; que en la guerra mundial, en la cual participa Costa Rica, «se va a definir la forma de vida y la forma de gobierno que reconocen como lo más sagrado el respeto a la dignidad humana»; que cuando se está participando en una guerra para defender la libertad y los fundamentos de la democracia, hay que tener decisión y capacidad, porque «la peor forma de sabotaje es un aliado incapaz e incompetente»; que la función del Gobierno es educar y que, finalmente, el daño más grave y que no se puede expresar en guarismos, es el daño moral de corromper al pueblo con manejos irresponsables de los fondos públicos».

Por decir estas verdades, Calderón Guardia lo expulsó del país, y por defenderlas después, dirigió la gloriosa Revolución de 1948.

Enrique Obregón Valverde

Corría el año 1942.

El país estaba siendo gobernado por el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia desde 1940. Ya las cosas no marchaban bien.

El descontento en el país, con los actos del Gobierno, era general y manifiesto. La hacienda pública estaba siendo expoliada sin pudor ni misericordia. El Congreso Nacional existía sólo de hecho, pues sus actuaciones eran todas de obediencia servil al mandatario.

La irresponsabilidad e incapacidad de algunos ministros y funcionarios del régimen eran innegables y notorios. La concusión y el cohecho florecían libremente. Además se estaba haciendo sentir demasiado, en las recientes leyes promulgadas, la demagogia y la injerencia, cada día más creciente, en los actos del Gobierno, de un partido, de extrema izquierda, que mas tarde fue el partido comunista francamente tributario de la Unión Soviética.

Verdaderamente que en esos días se tenía en nuestra patria, la triste convicción de que íbamos cuesta abajo, rodando cada vez con mayor rapidez hacia un abismo de corrupción en el que iban desapareciendo todos nuestros antiguos valores espirituales, morales y cívicos. De que el país iba francamente a la bancarrota. Y nadie se atrevía, por temor al gobernante y sus satélites, y al entronizado comunismo, a mover un dedo, a decir una palabra, para mejorar la situación.

Y llegó el 4 de Julio de 1942.

Un barco de la United Fruit Company, atracado al muelle de Puerto Limón, fue torpedeado por un submarino alemán, mientras obreros costarricenses trabajaban en su descarga, pereciendo varios hombres a consecuencia de la explosión.

El pueblo enfurecido, primeramente desfiló por las calles de la capital, en justa manifestación de protesta pero luego, azuzado por los dirigentes del partido comunista, comenzó a tomar represalias, dañando y saqueando cuanta propiedad o comercio de alemanes, españoles e italianos encontraron en su paso.

Durante todo el día y toda esa horrible noche, se vieron escenas de robo y de saqueo, protegidos y hasta fomentados por la policía, que miraba todo de brazos cruzados, ya que esa era la consigna recibida de los comunistas.

Las vidrieras de las tiendas eran rotas a pedradas, las puertas derribadas a empellones y la chusma entraba a los indefensos establecimientos como una horda de bárbaros, al grito de «¡Muera Hitler!», «¡Muera Mussolini!», «¡Vivan las Democracias!» para robarse la mercadería que, afuera en la calle, era motivo de celebraciones y arrebatiñas.

Y en esta forma no quedó en San José, ni en provincias- ni una sola casa de comercio italiana, española o alemana que no fuera despojada totalmente de sus existencias de mercadería y cuyos vidrios de las ventanas y rótulos luminosos no fueran destrozados.

Vergüenza grande para un pueblo civilizado que hasta la fecha había tenido la fama de serlo efectivamente, y que siempre se había distinguido por su respeto a la ley y a sus buenas costumbres.

El público esperaba ansioso el castigo inmediato de esos crímenes Pero no hubo sanción para nadie. Lo hecho «era una reacción natural de los aliados contra sus enemigos, los totalitarios. Estábamos en guerra. El hundimiento del «San Pablo» -que así se llamaba el barco torpedeado- estaba vengado. El pueblo ofendido tenía derecho a su botín ganado en buena lid».

Don Pepe, de paso en la capital, a donde había llegado de su finca para asuntos propios de sus empresas, había presenciado todo el espectáculo. Su espíritu justiciero y elevado, su conciencia de ciudadano puro y conocedor de las leyes, se había conmovido hasta lo más hondo y revelado con gritos de indignación ante aquella miserable hazaña, consentida y alentada por el Gobierno… y no pudo más.

Su pecho estalló con violencia volcánica ante aquello y todas las deficiencias gubernamentales que habla venido observando desde hacía mucho tiempo, y decidió hablarle al pueblo, comunicarles a sus conciudadanos su indignación, decir al Gobierno la verdad de lo que estaba pasando y conmover así la opinión pública para que se tomara alguna medida salvadora, para que se hiciera algo en pro de la patria descalabrada y ofendida por quienes llevaban tan mal las riendas de su destino…

Y entonces, una buena mañana, sorprendió al público un anuncio aparecido en los diarios, en lugar muy visible y enmarcado en gruesos listones, que decía:

Al Supremo Gobierno
A las colonias de las naciones aliadas
A los ciudadanos costarricenses

Invitamos a escuchar el mensaje que hoy a las 7 de la noche, desde La Estación América Latina, dirigirá

DON JOSE FIGUERES

Desenmascarando la verdadera organización nacional de sabotaje que mina a la República y desvirtúa su acción internacional.

San José, 8 de julio de 1942.

Francisco J. Orlich
Alberto Martén

Línea de Tiempo don Pepe

La expectación fue general. La curiosidad mucha. ¿Quién será este José Figueres que anuncia que va a hablar de cosas tan importantes para el país? Nadie le conocía. Algunos sabían que era un agricultor muy dedicado a su trabajo y un hombre honrado a carta cabal, que estaba laborando hacía años en las montañas de Tarrazú. Pero ignoraban del todo que tuviera preocupaciones de otra índole, y menos que se atreviera a hablar por radio al gran público de la nación, de cosas tan serias como lo decía el aviso. ¿De qué cosa iría a hablar Pepe Figueres? Nadie lo sabía. En todo caso, sería bueno oírlo.

Claro que el discurso no sería contra el Gobierno, porque nadie se había atrevido a tanto y además era a todas vistas peligroso exponerse a una represalia o un castigo arbitrario propio del tipo de hombres que se estaban destacando en el ejército y en la policía.

Y la hora del anunciado discurso llegó.

No hubo un costarricense en todo el país, incluyendo al Presidente de la República y sus allegados, que no estuviera sintonizado su radio. Había ansiedad por escucharlo.

Ahora, entremos a una casona del Barrio Amón, la de la familia Castro Saborío, donde varias familias: La Quirós Salazar, la Martínez, y otras del barrio, se juntaron para oír la esperada trasmisión.

Y el discurso comenzó.

Figueres dijo, con pausadas palabras y muy clara voz, que reflejaba la fuerza de sus convicciones y el valor que le animaba para decir lo que estaba seguro de ser la verdad:

«Honorables colonias americana e inglesa; costarricenses:

Bendigamos el sistema de Gobierno que permite a un ciudadano pensar dignamente y expresar su opinión sobre el manejo de las cosas de todos.

Esto es en gran parte conquista de los pueblos de habla inglesa y francesa, y es rica herencia del pueblo costarricense. Hoy este pueblo participa en una guerra mundial donde se libran a un tiempo diversas disputas dé los hombres; donde va a definirse, empero, una cuestión fundamental; si pueden permanecer sobre la tierra, o si van a perecer, la forma de vida y la forma de gobierno que reconocen como lo más sagrado el respeto a la dignidad humana.

Costa Rica, milita en el grupo de naciones optimistas en esta gran prueba. Y aquí está un costarricense ocupando libremente la tribuna para decir cosas que pueden disgustar a personas y a grupos capaces físicamente de impedir este acto, o de tomar represalias, si no mediaron esas grandes conquistas de los hombres, porque hoy se está luchando.

Me siento orgulloso de ser hombre y de ser costarricense. Respiro la atmósfera de las cámaras de Inglaterra, donde ahora mismo, en gravísimos momentos, se pronuncian censuras a Churchill, con independencia y dignidad.

Yo vengo a hablar sobre la situación del momento. Sin ninguna idea original, porque cuanto hay que decir se comenta sin cesar en las conversaciones del pueblo, y algunas cosas ya se han publicado.

Hay un malestar general, reprimido por diversas consideraciones, contra el Gobierno de la República. El señor Presidente se ha quejado varias veces por la prensa, de que se murmura por todas partes, se llega tal vez hasta la calumnia, y nunca se concretan cargos serenamente.

Por otra parte, el público lamenta que nadie tenga la suficiente confianza en el Gobierno, para expresar libremente el sentir general, sin temor a represalias y sinsabores.

Creo que yo tengo esa confianza. Yo estoy seguro de que no siento temores. Lo que se dice es esto: que la Administración Pública es deficiente. Que los métodos o los hombres, del Gobierno, son incompetentes para dirigir al país en tiempo de paz, y absolutamente incapaces de conducir la guerra«.

Aquí los radioescuchas se vuelven a ver uno a otros, con inquietud, y se acercan más al aparato como para no perder la palabra.

«Veamos lo que el publico dice sobre nuestra actuación en la guerra.

La declaramos a su tiempo, en cumplimiento con el sentir nacional, que era en gran mayoría, pro-aliado, y que desea continuar nuestra vida de instituciones y de derechos. Pero hemos manejado la guerra ineptamente. Tal vez hasta hecho el ridículo ante nuestros enemigos, como ante nuestros aliados.

Empezamos por no tener ningún criterio definido en cuanto a las coloniales locales de países enemigos. Este es un problema que no es nuevo en el mundo, y los hombres de gobierno debieran haber sabido cómo se maneja.

No dimos jamás garantías a nuestros aliados contra los peligros verdaderos de agrupaciones enemigas tan cerca del Canal de Panamá. Las Únicas medidas que se han tomado han sido a instancias directas de la Legación Americana.

Y es bien sabido que bajo la política del buen vecino, las legaciones desean intervenir lo menos posible en acciones internas de otros países, a pesar de que somos sus aliados. Y en Costa Rica tienen que intervenir, por la incapacidad de las autoridades locales.

Tenemos a nuestros aliados en un estado de inseguridad, como el que se siente en los cuarteles cuando se habla de que hay traidores adentro. Hemos estado lejos de dar toda nuestra entera colaboración.

Con nuestras escasas fuerzas, podríamos al menos haber recorrido nuestras costas palmo a palmo, para sentirnos seguros de que no hay depósitos de aprovisionamiento de submarinos, protegidos de los aviones por las espesas selvas tropicales. Cada uno debe ayudar con lo que tenga.

El Gobierno no procedió a tiempo. Se podrían al menos, haber emplazado pequeños cañones, como dicen que se está haciendo ahora, que ya es tarde.

Así pasamos por la vergüenza de que se metiera un submarino enemigo hasta el puerto mismo de Limón y clavara la puñalada a nuestro huésped, en nuestra propia sala. Nosotros somos los responsables, por imprevisión, por desconocimiento de nuestras incumbencias.

No podemos esperar que los Estados Unidos organicen, por sí solos, en unos pocos meses, la defensa de todos los puertos y de todas las costas del Continente. Si cada pequeña nación no hace lo que puede, tanto les da tenernos de aliados, como de enemigos. La peor forma de sabotaje es un aliado incapaz.

En protesta contra el hundimiento del «San Pablo», que la multitud no puede enfocar ni juzgar cuerdamente, se organizó en San José un desfile, la tarde del 4 de julio. Hubo al principio una hermosa manifestación de duelo por los muertos del barco. Luego la gente rompió los vidrios de algunos establecimientos de casas enemigas, y la manifestación se dirigió a la Casa Presidencial. Y entonces, paso por la pena de decirlo, el señor Presidente cometió los errores que luego ha lamentado tanto en los periódicos y en sus actuaciones posteriores.

Cayó en la trampa de permitir un discurso político del jefe del partido comunista, don Manuel Mora; olvidó las lecciones elementales de psicología colectiva o de psicología de las multitudes; hizo derroche, aunque fuera momentáneamente, de una absoluta falta de prevención práctica de las cosas. Pronunció un discurso de buena fe, que enardeció al pueblo inconsciente y desató la tempestad que no pudo luego contener, y la ciudad fue saqueada y la gente destruyó más riqueza pública, (porque pública es en estas circunstancias toda riqueza, especialmente la de las colonias enemigas), destruyó más riqueza, digo, la gente en dos horas, que la mercadería que perdimos en el «San Pablo».

En cambio, en los Estados Unidos se trabajó el 4 de julio, produciendo riqueza que todos necesitamos. Y ahora todos se lavan las manos. Ni el Partido Comunista tiene la culpa, ni el Gobierno tiene la culpa. Yo creo que los dos son culpables, pero más el Gobierno, porque es el responsable del orden público que no supo mantener. La peor forma de sabotaje es nuestro propia incompetencia.

Y ya nos apartamos del renglón de la guerra para entraren asuntos internos…»

La emoción de los oyentes crece. El interés los petrifica.

«Los rumores que preocupan al señor Presidente, han llegado a su máximo en estos días. Se dice que el Gobierno está entregado al Partido Comunista. Y se dice que el Gobierno se ha visto obligado a echarse en brazos de ese partido, porque las clases dirigentes, y los demás grupos, lo han abandonado en su lucha política contra el partido o los partidos que no son de su agrado.

Tal vez sea cierto ese abandono político. Pero el Gobierno no tiene por qué estar haciendo política en vez de limitarse a gobernar, especialmente en tiempos de guerra. Si el Gobierno está en manos del Partido Comunista, por razones políticas, y si el Partido Comunista tiene que satisfacer, por razones políticas, a las chusmas de pillos un inconscientes, llegamos a la triste conclusión de que esta administración ha entregado el país a esa muchedumbre que saqueó la capital la noche del 4 de julio.

Veamos las finanzas: todos sabemos que el Gobierno está atrasando pagos. Y nos dicen que es por la guerra. Creen que somos ingenuos. La verdad es que en los dos años de esta administración, las entradas fiscales han sido las más altas de nuestra historia hacendaria. Cuarenta y tres y cuarenta y cuatro millones por año. Digan estas cifras costarricenses y sepan que en años relativamente recientes las entradas de la república han bajado hasta diecisiete millones en un año. Y a este gobierno le han entrado cuarenta y tres y cuarenta y cuatro millones, ¿y cómo empezó la administración? Con siete millones disponibles entre varias cuentas. ¿Y cómo está hoy? Sobregirado entre dos y cuatro millones de colones. ¿Y el saldo en descubierto en la calle? ¡Seis millones de colones!

Paremos para describir el desastre en que nos metido, hay que hablar de millones como de cincos de achiote«.

El público hogareño ríe, se regocija, pero con risa nerviosa, agrega que la tristeza lo va a a matar.

«Paremos los cifras -continúa el orador- por la siguiente razón: es cierto que si este Gobierno termina su período, le habrá costado al país tal vez cien millones de colones, botados fuera de presupuesto. Pero el daño que habrá sido más grave y no se puede expresar en guarismos, es el daño moral de corromper al pueblo con manejos irresponsables de los fondos públicos.

La función del Gobierno es educar. Otro ejemplo: la langosta. Con dispensa de trámites se hacen pasar por el Congreso los proyectos de mayor trascendencia, inmediata o futura. Viene la plaga de la langosta, que barre los cultivos como un huracán. Y hay calma. La langosta llegó a San Ignacio: un proyecto de ley destinando cincuenta mil colones a combatirla. La langosta esta en Jorco: primer debate del proyecto. La langosta se comió los frijolares de San Gabriel: segundo debate del proyecto. La langosta dejó sin sombra de guineo los cafetales de Rosario: tercer debate. La langosta en los Bajos de Bustamante: el Gobierno no sabe que hacer con los cincuenta mil colones.

En Corralillo: el Gobierno no tiene los cincuenta mil colones. Sigan con tarros, espantándola, los dueños de las milpas de Copalchí. La langosta se murió de frío en el cerro de El Tablazo. El Gobierno tiene la satisfacción de informar que el peligro ha desaparecido Lo que ha desaparecido son los maizales. Y lo que debiera desaparecer es el Gobierno«.

El auditorio ríe otra vez, pero esa risa dura poco; la corta una extraña inquietud que se apodera de todos.

Y el orador continúa:

«Esto semeja los cuentos de los humoristas franceses, sobre la inconciencia de los políticos de París. Esto recuerda las risas de azúcar de la Francia de ayer. Esto presagia las lágrimas de acíbar de la Francia de hoy.

Yo no estoy especulando sobre la teoría de la Relatividad. El caso es que mis peones no tienen maíz, pero disfrutamos de un decreto que rija el precio a un colón el cuartillo Pónganlo a diez centavos, si es cuestión de decretos, y lo tendremos más barato. Lo que ignora el gobierno es que con decretos no se hacen tortillas«.

Nuevas risas de todos. Pero son pasajeras. Algunos exclaman que lo van a matar por atreverse a decir verdades.

«mis peones no tienen zapatos, ni sábanas limpias, ni leche para sus niños, pero el Seguro Social les garantiza una vejez sin privaciones. Señores del Gobierno: acabemos la comedia; asegúrenles a los costarricenses un buen entierro, y déjenlos morirse de hambre«.

El auditorio sonríe, pero comienza a sentir la sensación de que algo desagradable va a ocurrir: creen que de un momento a otro irrumpirá uno de esos tantos tavíos del gobierno a cometer un nuevo asesinato, al de un hombre cuyo delito es cantar «cuatro verdades».

«En los comienzos del cine parlante, -continúa diciendo, impertérrito el orador- el aparato consistía en un proyector mudo, corriente, más un fonógrafo de discos. Era muy difícil hacer coincidir el sonido, con la imagen de la pantalla. A menudo se quedaba uno atrás del otro. Y a veces el operador se equivocaba, y sonaba un disco de versos provenzales mientras se proyectaba un match de boxeo.

Hoy en Costa Rica, quien ve la realidad de las cosas y simultáneamente escucha a los personeros del Gobierno, recibe la misma sensación de desconcierto; siempre están tocando el disco que no es. Ahora anda la policía con carabinas, para evitar el saqueo del sábado pasado…»

La hilaridad llega a su colmo, pero también la inquietud. Los oyentes abandonan sus asientos para dar unos pasos de aquí para allá, en la sala casera, frotándose las manos con nerviosidad. «En realidad es mucho, mucho lo que se ha atrevido a decir este hombre, pero todo verdad, la pura verdad…»

Y la radio continúa:

«Pero señores, el momento no es de risas, ni yo soy hombre de lágrimas. Yo no vengo aquí a llorar calamidades, ni o mortificar por placer sadista a los hombres del Gobierno, ni a censurar actuaciones ineptas que no tengan, a mis ojos, remedio…»

En este momento la voz de la radio calló. Una extraña sensación de frío y de temor entró en todas las almas.

El locutor de la Estación, terminó la radiodifusión con estas palabras:

Por orden superior, emanada del Gobierno, nos vemos obligados a suspender esta transmisión«-

Pero todavía la voz del orador se dejó oír en forma apresurada y enérgica:

«Me mandan a callar con la policía. No podré decir lo que creo que debe hacerse. Pero lo resumo en pocas palabras: ¡Lo que el Gobierno debe hacer, es irse!…»

Y se hizo el silencio.

Una indecible angustia se reflejó en todos los rostros.

¿Qué había sucedido?

Todo se supo después: que un mal Gobierno había sellado los labios, arbitraria y despóticamente, a un buen ciudadano, para decir la verdad, ignorando que al mismo tiempo le estaba abriendo las puertas de una gloriosa carrera política, llena de gestos y hechos admirables, que habrían de colocarlo entre las figuras más brillantes de nuestra Historia.

La resonancia del discurso, en la ciudadanía, fue tremenda. El júbilo inmenso, porque había salido un valiente que dijera la verdad, lo que todo el mundo estaba sintiendo, sin atreverse a externarlo, acerca de las torpezas y abusos de un gobierno que ya se hacía insoportable…

Pero naturalmente, la cólera de los que mandaban fue enorme.

Acabando de hablar el orador, tomó el micrófono un miembro del Gabinete, y en desordenadas palabras dijo al público que no debería hacer caso de las falsedades que acababa de oír de labios de un loco, de un «pobre diablo» desconocido, que no tenia ninguna autoridad para ello, y anuncio que el culpable sería debidamente castigado por su falaz atrevimiento.

¿Qué había sucedido mientras tanto en la Estación Radiodifusora «América Latina«?

El Jefe de la Policía había llegado acompañado de unos cuantos números de ese Cuerpo, y había apresado al orador. Sus amigos íntimos, Francisco J. Orlich y Alberto Martén, que le acompañaron mientras hablaba, nada pudieron hacer ante el atropello. Figueres fue llevado en un automóvil, por la fuerza, al Cuartel, para ser interrogado.

La ansiedad del público, por el destino de quien desde ese instante se convirtió en su héroe, era muy grande. ¿Qué harían con él, lo torturarían, lo mantendrían preso o lo asesinarían? Tres días se pasaron en esta angustia, durante los cuales muchas personas de las ciudades y del campo, entidades y agrupaciones cívicas, y los peones de sus fincas, en conmovedores memoriales y vibrantes artículos de prensa, instaron al Presidente a dejarlo en libertad, sin ningún éxito hasta que por fin se supo la decisión gubernamental.

Figueres sería extrañado del territorio nacional a la mayor brevedad, «por haber revelado en su discurso, gravísimos secretos militares, favoreciendo así a los nazis, actuales enemigos de la Patria».

Pero como ello no era posible, por impedir la Constitución el extrañamiento de un nacional, trataron de demostrar que Figueres no era costarricense sino español.

Pero esto no lo consiguieron. El reo era absolutamente nacional, costarricense de origen por haber nacido en Costa Rica y haber adoptado formalmente nuestra ciudadanía. Entonces se le había hecho firmar, ante los militares que lo acuciaban con las armas en la mano y tras dos noches de tenerlo en un oscuro y estrecho calabozo en el que sólo podía permanecer de pie y sobre un charco de agua, pues habían tenido la generosa precaución de empaparle el suelo, para que no pudiera sentarse, una carta en la que solicitaba a sus verdugos ser trasladado fuera del país…

Y la arbitraria sentencia se cumplió.

Vigilado por rudos militares fue llevado al aeropuerto, en las primeras horas de una aciaga mañana de Julio de 1942, y colocado en un avión, en compañía de un oficial del ejército, para ser transportado a El Salvador.

La consternación de toda la ciudadanía fue honda y sincera.

La indignación de todo el elemento consciente y de pensamiento libre fue profunda.

Solo los allegados al Presidente y su gobierno y los que estaban usufructuando sus favores, los turiferarios y politiqueros de oficio que formaban su camarilla, aplaudieron inmediatamente la medida y respiraron con satisfacción viéndole partir. Era como si hubiesen despertado de una horrible pesadilla en la que un peligro enorme hubiera surgido de repente para su imperturbada tranquilidad, despareciendo enseguida gracias a la oportuna intervención de su jefe. Pero ¡qué lejos estaba de haber desaparecido aquel peligro para ellos!

El discurso de Figueres, de aquel 8 de Julio de 1942, fue como un alfilerazo en el cuerpo de un pueblo que hacía ya mucho tiempo que parecía estar dormido… Una clarinada, en la noche tranquila de la indiferencia patria ante los desmanes y concupiscencias del gobierno, que hizo despertarse a la conciencia ciudadana, y de simple espectadora la convirtió en un elemento activo y vigilante que, ya en el futuro, no volvería a dormirse jamás…

Nunca como entonces se sintió en la masa nacional, en el pueblo, en el campesinado, en las mujeres, en los obreros honrados, en los empleados no corrompidos de la administración pública y de las instituciones privadas, una preocupación, un interés por la cosa pública y la forma desastrosa en que se estaba administrando, como entonces se sintió.

Figueres había dicho toda la verdad, había puesto el dedo en la llaga, como se dice vulgarmente, y se le castigaba con el exilio por su honestidad y valentía.

Un sentimiento de admiración y cariño brotó hacia él desde ese instante, y Costa Rica entera tuvo la sensación de que había aparecido el hombre capaz de combatir, en el futuro, por su felicidad, poniendo en orden en el caos reinante, sacando a latigazos los mercaderes del templo.

Y en el intervalo, ¿qué había sido de aquel hombre singular? ¿De aquel nuevo Quijote que había embestido contra los molinos del desorden y la corrupción gubernamental?

Estaba en El Salvador. Se hospedó en el Hotel Nuevo Mundo.

En el alma de don Pepe se debatía una lucha tenaz que no le dejaba momento de reposo. Había sido objeto de un acto arbitrario, de una disposición draconiana, propia de una tiranía, que le privaba de su tierra y de todo lo que le era afecto, solamente por haberse atrevido a decir la verdad. Costa Rica pues, estaba en manos de un déspota sin principios y de una camarilla igualmente delictuosa. Ya no se trataba sólo de una mala administración, de una arrebatiña de los bienes nacionales y de una incapacidad sin cuento para gobernar al país. Había algo más, existía la tiranía. Y esto no era más que el principio.

La horrible sombra seguiría avanzando y pronto su querida patria se vería cubierta totalmente por la oscuridad del más negro despotismo, del irrespeto a vidas y propiedades, a leyes y a instituciones.

El Comunismo se movería en su ambiente natural y aprovechando la debilidad y corrupción de los mandatarios, tendría el campo abierto para hacer de las suyas. Y lodo esto a vista y paciencia de la ciudadanía temerosa e indefensa y de los gobiernos vecinos, que no podrían intervenir.

Entonces se hizo un juramento. Un juramento solemne que en aquella ocasión tuvo en intensidad y fuerza el mismo valor que otrora hicieran en circunstancias parecidas otros grandes héroes de la humanidad…

El juramento de librar a su patria de aquellas garras, de aquella vergüenza que ya pesaba en su espíritu como una carga muy grande.

De luchar sin descanso en el futuro, por dar a Costa Rica otra clase de hombres que supieran hacerla grande y productiva y respetar sus leyes y honestas costumbres, para darle en fin, a su país, la felicidad de que había sido siempre merecedor…

Hacer una nueva patria, una nueva Costa Rica que fuera ejemplo de democracia y de progreso en el mundo.

Y entonces, aquel cerebro, aquella voluntad de hierro que antes transformara las estériles montañas de Tarrazú en sembrados, que abriera arriesgados caminos por entre peñas y alturas en donde no existían sino trillos, que diera cómodas viviendas a sus trabajadores y todas las facilidades de la vida civilizada, mientras él vivía en casi una choza destartalada que hallara en su finca, alimentándose de cubaces y tortillas, se puso a trabajar…

A trabajar intensamente, apasionadamente, por la libertad.

Los años venideros se encargarían de demostrar a su país y al mundo, de lo que es capaz la gota de agua de un pensamiento puro y una voluntad de acero, cayendo continua e inexorablemente sobre la roca de la maldad y el despotismo. Y sobre todo cuando ese pensamiento y esa voluntad van unidos al escudo impenetrable de una fe ciega en el triunfo y un optimismo invariable en el buen éxito de las causas nobles.

México iba a ser su residencia habitual en los futuros dos años.

Don Pepe estudiaba y estudiaba incansablemente. Asistía a la Universidad Libre de México a recibir cursos de Economía Política, de Finanzas, de Sociología, de Filosofía del Derecho y de Teoría General del Estado, y también de Arte y Literatura, porque «no solo de pan vive el hombre».

El contacto con sus compañeros, los exiliados de otros países hermanos de América, le abrió a su espíritu una nueva ruta, un nuevo camino más largo y difícil para su destino, pero no por eso menos realizable: su patria Costa Rica, era uno de los tantos suelos de América que se hallaban bajo la planta de los tiranos. ¿Por qué luchar solo por ella y no a la vez por la libertad y democracia de todos los pueblos oprimidos de este Continente? La concepción de su destino en la vida, se amplió así enormemente ante la consideración de esa amarga verdad, del triste espectáculo de los pueblos latino-americanos, regidos por tiranos de pistola al cinto y machete en la mano, y en el fondo de su corazón se hizo su juramento, también, de combatirlos con todas sus fuerzas.

Sus proyectos eran grandes y ambiciosos, quizá demasiado atrevidos e imposibles, sueños de una mente acalorada, pero tenían todas las marcas de fuego de su espíritu creador, la incandescencia luminosa de sus ideas definidas y concretas acerca del bien y del mal, y no podrían jamás morir en el vacío…

Don Pepe, convirtió su exilio en una especie de «beca», que le permitió estudiar y estudiar, planificar sus futuras actuaciones, incluyendo las bélicas y culturales; así como establecer los lazos de amistad con numerosas personalidades del mundo político-cultural.

Seis fechas heroicas que todos debemos recordar

1942
8 de julio

Don Pepe Figueres se convierte en el primer costarricense expatriado por razones políticas; un discurso valioso y documentado, pronunciado por radio, en el que hizo críticas al Gobierno de Calderón Guardia, fue el motivo alegado por el gobierno.

1944
20 de mayo

Don Pepe Figueres regresa del exilio, con la convicción que era necesario recobrar los valores cívicos y la transparencia electoral abofeteada por el Gobierno de Calderón Guardia. Primero luchando en el campo cívico, pero si este camino se le cerraba al pueblo costarricense, habría que recurrir a las armas.

1948
8 de febrero

Después de una intensa campaña electoral, don Otilio Ulate derrotó al Dr. Calderón Guardia; sin embargo, el Congreso con mayoría calderonista anuló esas legítimas elecciones.

1948
12 de marzo

Don Pepe comprende que jamás se recuperarían los valores cívicos costarricenses y mucho menos la honestidad electoral, por los medios democráticos y que era indispensable iniciar un movimiento armado y en esta fecha se escucharon los primeros disparos en las montañas de Dota.

1948
24 de Abril

Este día entra a San José, capital de Costa Rica, el ejército figuerista, que se llamó ejercito de Liberación Nacional y que había triunfado mediante operaciones fulminantes celosamente estudiadas, en todos los frentes. Ello obligó a los líderes del gobierno, Calderón Guardia, Teodoro Picado y Manuel Mora, a abandonar presurosamente Costa Rica: La revolución había triunfado.

1948
8 de mayo

Asume el poder el ejército de Liberación Nacional, por medio de la Junta Fundadora de la Segunda República presidida por don Pepe Figueres.

Se funda la Segunda República y se establece el primer gobierno socialdemócrata de Costa Rica.

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