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12 de marzo de 1948

José-Figueres

12 de marzo de 1948

Carlos Ml. Vicente Castro

Y… El 12 de Marzo de 1948 se escucharon los primeros disparos en las Montañas de Tarrazú.

Presentación

El 12 de marzo de 1948, llegó a su final la era de los Presidentes del Olimpo, de don Ricardo y de don Cleto, para iniciar la era Social Demócrata de don Pepe, no obstante, él mismo aclaró:

«Nosotros veremos que no se sacrifique nada de la Segunda República, muy en especial debemos heredar dos joyas preciosas, que fueron pulidas con paciencia y con el tiempo, mediante el sapientísimo trabajo de varones ilustres: el derecho al sufragio y ala independencia del Poder Judicial»

Con este pensamiento y con el respeto de las conquistas democráticas logradas en el pasado, inició la nueva etapa histórica de la Junta Fundadora de la Segunda República., pero a la vez, dándole gran importancia a la atención a la pobreza y al desarrollo nacional, a la pureza electoral y a una correcta acción del aparato estatal.

Con este nuevo pensamiento, la aldeana Costa Rica se transformó en la moderna Costa Rica que hoy disfrutamos con costarricenses cultos y sanos.

CMV

Y amaneció el 1º de marzo de 1948.

Las huestes caldero-comunistas, armadas de blackjacks, y las turbas de «mariachis» (1) con sus pobres uniformes y sus caras pálidas de malaria y alcoholismo, recorrían las calles, embravecidas e insolentes… El Congreso había sido convocado para las dos de la tarde y precisaba mantener a los ciudadanos atemorizados y quietos. Las barras del Congreso, desde temprano, habían sido ocupadas por el caldero-comunismo y sus amigos militares, armados hasta los dientes.

La sesión comenzó, turbulenta y vociferante, con la lectura del fallo del Tribunal Electoral. El voto de la mayoría de sus miembros, dando la victoria a Ulate, fue recibido por las barras con griterías ensordecedoras y rechiflas estridentes. Jamás se había oído un estruendo igual dentro de los ámbitos de la Cámara. La lectura siguió, luego, con el voto salvado del Sr. Koberg, que fue recibido con prolongada salva de aplausos, gritos y vivas a Calderón Guardia; y después con la demanda de nulidad de las elecciones presentada por el candidato perdidoso, que también fue frenéticamente aplaudida.

Los oradores del caldero-comunismo vaciaron su encono y sus mentiras desde sus curules, en medio de vivas y aplausos de la chusma, casi histérica.

Los diputados de la oposición contestaban sus ataques con enardecida voz, que apagaba la estruendosa algarabía de insultos soeces y vulgaridades sin nombre, proferidas por las barras.

Oída por radio, aquella sesión parecía provenir de una sala de endemoniados, en la que un ruido infernal apenas dejaba percibir de vez en cuando, el eco airado de las voces honradas, pidiendo dramáticamente a las barras silencio y libertad para hablar.

Pero los diputados de la buena causa enronquecieron en vano, y el asunto se sometió a votación.

El Congreso declaró anuladas las elecciones y la declaratoria provisional hecha por el Tribunal Electoral el 28 de Febrero a favor del Sr. Ulate, por veintisiete votos favorables contra diecinueve negativos, y decretó que el Tribunal continuara los escrutinios sobre la elección de diputados.

El atentado estaba cometido. El nuevo crimen contra la democracia, perpetrado.

Así cumplían su palabra, su solemne promesa hecha a la ciudadanía en un pacto de honor, conquistado a sangre y lágrimas, el Presidente de la República, Teodoro Picado, un Secretario de Seguridad -Rene Picado- y veintisiete diputados al Congreso, cuya deslealtad recordará nuestra Historia con sonrojo.

Pobre y sufrido pueblo el de Costa Rica, triste y adolorida Patria, tres veces escarnecidos, tres veces vilipendiados, y tres veces ultrajados por las mismas manos homicidas. ¿Hasta cuando tendría el país que soportar tanta crueldad, tanta vileza? Ya pronto se sabría, porque, de esta vez, la redención andaba cerca; se presentía en el aire el batir de sus alas poderosas, portadoras del bien para los justos y del castigo implacable para los culpables.

El mismo 1º de marzo de 1948 -fecha negra en nuestra historia- las fuerzas del Gobierno, una vez terminada la trágica sesión descrita, atacaron la casa de habitación de uno de nuestros más grandes hombres, el Dr. Carlos Luis Valverde Vega, (Médico sobresaliente, de grandes virtudes cívicas, trabajador inclaudicable por la causa democrática y miembro destacado de la Oposición), con el pretexto de que ahí se encontraban acuartelados numerosos hombres armados, fue herido de muerte cobardemente por la soldadesca, al defender valientemente su hogar y su honor. Y como si eso fuera poco, los sicarios del Gobierno y del caldero-comunismo habían llevado su saña contra el insigne ciudadano a tal extremo, que no tuvieron inconveniente en ametrallar, durante la noche del 3 de Marzo de 1948, a la multitud que esperaba turno en interminable cola frente a la Facultad de Medicina para tributar un último homenaje al prócer, cuyo cuerpo, se velaba en capilla ardiente en esos momentos, en una de las salas de la Institución.

Dr. Carlos Luis Valverde

Dr. Carlos Luis Valverde Vega

Enorme pérdida fue esa para la Patria, que todavía lloran todos sus ciudadanos. Pero, qué razón tuvo quien dijo que «el árbol de la Libertad se riega con sangre«. Aquella muerte atroz, aquél sacrificio cobarde de un magnífico ciudadano, por todos estimado y querido, en manos de bandidos al servicio de un gobierno espurio y sus protegidos, fue una chispa violenta, una llamarada intensa que puso fuego desde ese instante en el alma nacional para aprestarla a una nueva lucha, a un nuevo esfuerzo por su libertad.

En casa del Dr. Valverde, en los momentos de su caída, se hallaba reunido con otras varias personas, don Otilio Ulate. Hablaban precisamente del nuevo golpe de estado perpetrado por el Congreso, del nuevo ultraje inferido, por tercera vez en pocos años, a la libertad ciudadana de elegir sus gobernantes, y de la resolución que se habría de tomar para salvar la República.

Sólo por un milagro se libró el Sr. Ulate de caer también asesinado por las balas enemigas, porque la casa fue violada por los asaltantes y registrada hasta en sus últimos rincones.

Se había puesto a salvo momentos después del atentado, pasando a una casa vecina amiga, de donde al fin fue sacado preso, más tarde, para ser internado en la Penitenciaría.

José Figueres había salido el día anterior de la capital, burlando temerariamente la vigilancia de los esbirros, a sus montañas de Tarrazú, donde lo esperaba ansioso un grupo de hombres valientes, con las armas en la mano, que aguardaban su señal para empezar a actuar.

Ulate fue puesto en libertad al día siguiente, y permaneció en la capital, en espera del desarrollo de los acontecimientos.

Sin embargo, todavía había en el país quien creyera en la bondad de los hombres del Gobierno y del caldero-comunismo, en la posibilidad de hacer recapacitar a los delincuentes sobre la maldad de su obra y obligarlos a entrar por el camino de la decencia y la paz…Monseñor Sanabria, Arzobispo de Costa Rica, convencido de que actuaba en ejercicio de su ministerio de fraternidad y reconciliación entre las ovejas de su grey, había iniciado una mediación de su parte para llegar a un acuerdo pacífico.

El 6 de Marzo de 1948, la Asociación de Banqueros se dirigió a los Jefes de los partidos políticos mayoritarios, solicitándoles su anuencia para que Monseñor Sanabria continuara las gestiones de arreglo de la delicada situación política, en la forma por él sugerida, y anunciaba con satisfacción que los señores Jefes de los Partidos Unión Nacional y Republicano Nacional habían aceptado gustosamente la intervención del eminente Prelado costarricense. Como sus gestiones (de la Asociación) comprendían la necesidad de formalizar de previo una tregua política como base del movimiento que se había puesto en manos de Monseñor Sanabria, el Sr. Arzobispo dispuso la supresión de publicaciones y propaganda política hasta el lunes 8 de Marzo de 1948, a las doce de la noche.

Los bancos, mientras tanto, habían cerrado sus puertas, y la Asociación dispuso que debieran continuar así hasta el 10 de Marzo de 1948.

Los médicos del Servicio de Salubridad, en señal de protesta por todo lo que estaba sucediendo, y por el asesinato del Dr. Valverde, habían puesto la renuncia irrevocable de sus cargos, ofreciendo desempeñarlos ad honorem, en cumplimiento de su deber profesional, mientras no se les encontrara sustitutos.

El Pbro. Benjamín Núñez había publicado un hermoso artículo condenando la actitud del Congreso y llamando a todos a la cordura…Pero ya era tarde para todo.

La herida sufrida era muy honda, y no había salvación posible.

El 9 de Marzo de 1948 fue llamado don Pepe Figueres a las oficinas de Otilio Ulate, en el Partido Unión Nacional para enterarlo de un ofrecimiento por parte del caldero-comunismo, para solucionar la crisis.

El ofrecimiento consistía en que Rafael Ángel Calderón Guardia y Otilio Ulate renunciaran a sus aspiraciones presidenciales y que en sustitución se nombrara como próximo Presidente de la República un ciudadano de aceptación de los señores Calderón y Ulate.

Los negociadores sugerían el nombre del Dr. Ovares.

Don Pepe se opuso violentamente a su proposición y agregó: «Queda el Dr. Ovares en el Poder con todos los maleantes en el Gobierno».

Tomó del brazo a su acompañante, el Dr. Carlos Manuel Vicente Castro y se retiraron presurosos.

Al salir, don Pepe me encargó que, personalmente, visitara a estos compañeros: Alberto Quirós Sasso, Pocholo Mendieta, Frank Marshall, Tuta y Fernando Cortés, Edgar Cardona, Juan y Jorge Arrea, Carlos Gamboa, Edmon Woodbridge, Guillermo Muñoz, Domingo García, Vico Starke, Hermán y Alvaro Rossi, Juan y Jorge Ulloa, Renato y Pepino Delcore, Carlos Gamboa y Marcial Aguiluz y decirles únicamente estas palabras:

«Dice don Pepe que llegó el momento, y me advirtió no usar el teléfono».

A algunos les pude dar el mensaje de don Pepe, los otros ya habían partido para La Lucha y otros ya habían hecho contacto directamente con don Pepe, como Alberto Martín, Benjamín Odio, Fernando Valverde, don Chico Orlich, Manuel Camacho y el Padre Núñez.

Omito los nombres de los generaleños y de otras comunidades vecinas que, poco a poco, se fueron sumando al grupo revolucionario.

Y el 12 de Marzo de 1948 se oyeron, en las montañas del sur, los primeros disparos de un pueblo sobre las armas, que para hacerse respetar, había decidido cambiar las palabras y los ruegos, los pactos y las transacciones burladas, en algo más efectivo…

La toma de San Isidro se planeó para el 11 de marzo, pero por fuerza mayor, el camión de Piquín Fernández, que debería transportar al grupo revolucionario de La Lucha a San Isidro sufrió un desperfecto por lo que hubo que demorar este operativo hasta el histórico 12 de marzo de 1948.

Y en esa memorable fecha, los periódicos anunciaron que la Villa de San Isidro de El General, situada a 140 kilómetros al sur de la ciudad de San José, había sido lomada por las tropas de Figueres.

La noticia de la toma de San Isidro le llegó a tempranas horas a Venerando Zúñiga, quien estaba sembrando frijoles y eufórico le dijo a su hijo Miguel Zúñiga, de 14 años, -conocido en el mundo literario como Miguel Salguero-.

«Dejemos de sembrar frijoles y vamos a San Isidro y a la par de don Pepe sembraremos libertad», y agregó: «ayer pusimos el dedo en la papeleta azul de don Otilio, hoy lo pondremos en el gatillo del rifle defendiendo la democracia».

Miguel, con sus 14 años participó heroicamente en toda las guerras de Liberación Nacional.

Así comenzaba la Guerra de Liberación Nacional que habría de durar más de 45 días y cuyas incidencias seguía la nación paso a paso, con emoción conmovedora, gracias a la voz de una radio clandestina que operaban los revolucionarios y que todos oían como un mensaje de esperanza y de profunda fe en la cercana salvación de la Patria.

Días gloriosos de la Guerra de Liberación Nacional. Gesta admirable de José Figueres y sus bravos muchachos. ¡Quién pudiera tener las cuerdas bien templadas, en inspirada lira, para cantar con el acento homérico que ellas merecen, todas sus hazañas admirables, todo su labor indomeñable, toda su decisión inquebrantable de llevar a un triunfo definitivo la bandera de su gran Ideal!

Todavía recuerda la Patria emocionada aquellos ecos solemnes y vibrantes de los primeros compases de la Quinta Sinfonía de Beethoven, con que la radio del Ejército Revolucionario comenzaba sus enérgicas proclamas y daba sus informaciones cada día. Aquellas palabras alentadoras y encendidas con que los jefes del movimiento comunicaban a los ciudadanos su inconmovible fe en la victoria, y les daban ánimo y aliento para seguir soportando con paciencia la angustiosa espera.

Nada podrá olvidarse, nada podrá morir en la conciencia ciudadana, por muchos años que pasen, de todo lo realizado por José Figueres y el Ejército de Liberación Nacional en esos gloriosos días.

(1) Se llamaba de esta manera, -por el parecido que su indumentaria tenía con la de los trovadores mejicanos de ese nombre, muy populares entre nosotros en esos días, por haber venido un grupo de ellos a amenizar las Fiestas Cívicas de diciembre de 1947- a los soldados improvisados que el Gobierno había hecho traer a la capital, procedentes de ias regiones bananeras del Atlántico, y a quienes se habían dado frazadas de vivos colores para librarse del frío, que usaban a toda hora, cruzadas sobre el pecho y la espalda, a manera de zarapes, y sombreros de palma de anchas alas.

Por generalización, el pueblo llamó después «mariachis» a todos los partidarios del régimen imperante y enemigos de la Revolución. Por su parte y en desquite ellos llamaron luego «figueriachis» a los partidarios de Figueres.

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