Figueres
Enrique Obregón V.
Algunos creen que José Figueres nació en San Ramón de Costa Rica: pero yo pienso que fue en la Grecia antigua. Era amigo y partidario de Péneles y discípulo de Anaxágoras. Posteriormente, por un cósmico huequecito de la historia, se marchó de su lugar natal y llegó a nuestro país. Traía sus alforjas repletas de las más puras ideas sobre libertad y democracia.
Aquí descubrió la tolerancia como ley suprema de convivencia pacífica entre los hombres y aprendió a vivir sencillamente en armonía con la naturaleza. Sonrientes, Voltaire y Tolstoi lo admitieron como hermano.
Un día, alguien pretendió desconocer el derecho del pueblo a elegir libremente a sus gobernantes. Fue, entonces, cuando nos enseñó que el uso de las armas puede ser imprescindible en un momento determinado; después, sólo ha de existir el imperio de la ley.
De pronto, se nos ha escapado. Todos lo hemos visto partir, en su vieja motocicleta, hacia la más lejana de las estrellas. Llevaba en alto una bandera en la cual había inscrito la siguiente leyenda: «Recordad siempre que toda lucha verdadera no tiene fin».
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