La Revolución del ’48
(Historia de un Legionario)
Por Rodolfo Quirós González
Mi participación en la Revolución del 48 tuvo dos motivos fundamentales: primero la situación política imperante en esa época y, segundo, el haber estudiado yo en la Escuela Militar de Guatemala.
Ingresé en la Escuela Politécnica en 1942. Nunca había pensado en seguir la carrera militar, pero cuando mi tío Arturo Quirós, quien en ese tiempo estaba de Embajador en Guatemala, me ofreció una beca acepte sin pensarlo mucho. Cuatro años de dura vida, con una disciplina muy estricta, que incluso muchos de los compañeros no la resistían y dejaban los estudios. Al graduarme, esi sí, sentí una gran satisfacción pues había pasado esa dura prueba y era el primer costarricense que se graduaba en esa Escuela.
Esos estudios hicieron que mi participación en la Revolución fuera más efectiva.
Cuando regresé de Guatemala todavía no estaba bien ambientado o definido en el aspecto político. No conocía bien la situación. Empecé a trabajar con el Gobierno de ese entonces, cuyo Presidente era don Teodoro Picado, como asistente de ingeniero en el Instituto Geográfico, ya que en la Escuela Militar había recibido un curso de Ingeniería de Caminos. El trabajo no duró mucho. En ese tiempo ni siquiera pagaban los sueldos con alguna puntualidad. Los atrasaban tanto que había que venderlos. Con una certificación del sueldo que se ganaba y del empleo que se tenía, se iba donde el señor llamado Pedro Secades, que tenía una pulpería por el Colegio de Los Angeles, y él le adelantaba a uno el efectivo correspondiente menos un «módico» descuento.
Después del Instituto Geográfico, trabajé un tiempo corto en una finca de ganadería de una tía política, quien necesitaba un administrador temporal.
Unos meses después comencé a trabajar con la Costa Rica Machinery, cuyo propietario en ese entonces era un señor Newton. Ahí realicé mis primeros contactos con gente que estaba metida en la política, concretamente con Jorge Chamberlain y Rodrigo Gargollo. Después mis familiares, hermanos y primos empezaron a convencerme de estar en el partido de oposición.
Situación difícil
Me empecé a dar cuenta de que la situación del país era muy difícil, que el Gobierno no respetaba la voluntad popular, que había mala situación económica y que el partido comunista tenía gran influencia en el Gobierno. Todo eso fue influyendo en mí para ponerme del lado de la oposición. Vino después la época aquella de la «Huelga de Brazos Caídos», del asesinato del Dr. Valverde Vega y de la anulación de las elecciones. En realidad yo no tomé parte muy activa en esos acontecimientos, casi estaba como observador.
Me juntaba con algunas personas de vez en cuando para conversar sobre la posibilidad de realizar alguna acción pero nada muy definido. Cuando estalló la Revolución yo no había hecho contacto ni conocía a don José Figueres ni a casi ninguno de los dirigentes políticos de ese entonces.
Mis relaciones eran realmente con elementos de segundo orden en la parte política. Cuando estalló la Revolución manifesté mis deseos de unirme a ella e hice contacto con los hermanos Rivera Castain y con Carlos José y Daniel Gutiérrez. Les indiqué que yo tenía conocimientos militares y que estaba especializado en morteros. Entonces planeamos hacer un bombardeo trayendo dichas armas y las respectivas granadas de la zona de la Revolución, ya que según ellos allá había todo ese tipo de armamentos. El plan era así: Ellos, que tenían comunicación con las fuerzas revolucionarias, pedirían el envío de un mortero y granadas suficientes. Dada la característica de esa arma, que puede dispararse sin que tenga que verse el blanco, buscaríamos una casa cerca de Plaza González Víquez, y de ahí bombardearíamos el Cuartel Bella Vista. Posteriormente, localizaríamos otra cerca del Aeropuerto de La Sabana para bombardear ese objetivo. El Bella Vista situado donde hoy día es el Museo Nacional, era entonces un cuartel. Esperamos varios días.
Ellos me dijeron que ya habían mandado el mensaje a las fuerzas revolucionarias y en cualquier momento tendríamos la respuesta. Seguimos esperando porque creíamos que hubiera sido un plan muy efectivo y hubiera causado alarma tremenda entre el Gobierno. Sobre todo, que en ese tiempo se decía que los comandos de la Revolución bajaban hasta Desamparados, atacaban y luego regresaban a sus bases. Yo nunca supe si en realidad vino alguna vez algún comando, aunque creo que eso era parte de la guerra de nervios que la oposición difundía. Lo cierto fue que pasaban los días y no venían ni los morteros ni las granadas. Entonces desistimos del plan y me uní a las fuerzas de la Revolución junto a los hermanos Rivera y Carlos José y Daniel Gutiérrez.
Planeamos la salida para un día por la mañana y nos fuimos en taxi hasta Alajuelita. Desde Alajuelita, en grupos pequeños, fuimos subiendo hasta llegar al Monte La Cruz al Sur de la ciudad. Ya se sabía que en la finca de Jorge Zeledón en Jorco había posibilidades de hacer un campamento y coger eso como un trampolín para seguir a las zonas dominadas ya por la Revolución. Efectivamente, llegamos a Jorco, donde nos esperaban con los brazos abiertos. Casi en las mismos días llegó un grupo grande que estaba comandado por Marcial Aguiluz, que era el que se había encargado de poner bombas en las instalaciones eléctricas y acueductos para causar desmoralización entre el Gobierno. Nos juntamos en esa finca como 120 personas, acampando durante unos cinco días. Luego se formaron dos grupos: uno que comandaba Aguiluz y otro del que me ofrecieron a mí la jefatura por mis conocimientos militares. Luego empezamos a entrenar. Recuerdo muy bien que a ese grupo que estaba entrenando, les enseñaba cómo avanzar, cómo tirarse al suelo, cómo volverse a levantar y cómo desplazarse. Me viene a la memoria una anécdota de «Memo» Ramos. Memo en ese tiempo pesaba como 190 libras, pero ponía gran empeño en los ejercicios. En una de las veces que ordenaba avanzar y tirarse al suelo; Memo obedeció, pero como estaba tan cansado se tiró, sin apoyar el rifle, como debía hacerlo, cayendo al suelo y metiendo la cara en una boñiga ante las risas de sus compañeros.
Entrenamos varios días y realmente fue muy interesante ver como un grupo de gente que no tenía ninguna experiencia aprendía rápidamente. Terminada la fase elemental del entrenamiento, nos preparamos para partir.
Un guía pequeño y moreno
Salimos de la finca de don Jorge de noche con un guía que después de la Revolución estuvo en la Casa Presidencial sirviendo de guardia, cuyo nombre no recuerdo. Era pequeño, moreno y conocía muy bien esa zona, por lo que nos guiaba con gran habilidad en una noche tan oscura que teníamos que ir agarrados unos a otros porque si no nos extraviábamos, pasamos la carretera que va de Aserrí a Vuelta de Jorco y bajamos al otro lado. La parte peligrosa era la pasada de la carretera, porque estaba patrullada por gente del Gobierno. Cuando llegamos al otro lado, un poco más seguros, ya que por la topografía del terreno era más difícil que nos descubrieran, nos contaron que Virgilio Aguiluz se había perdido. Yo, que llevaba un revolver viejo, me devolví. Pasé de nuevo la carretera y lo encontré escondido en una zanja, esperando a que alguien le dijera por donde seguir. Por haberse atrasado se había extraviado. Al principio creyó que eran fuerzas del Gobierno y me apuntó con el revolver que llevaba y casi me dispara. Al fin nos identificamos y me siguió, hasta donde estaba el resto de los compañeros.
Esa noche dormimos en un cafetal. Mejor dicho, al amanecer nos metimos en ese cafetal y pasamos el resto del día escondidos ahí. La noche siguiente salimos hacia a un lugar que se llama El Abejonal, más o menos cerca de San Marcos de Tarrazú. Íbamos por trillos y caminos pero teníamos que pasar por un poblado donde sabíamos que habían fuerzas del Gobierno. Cerca de ese poblado sonó un disparo. Aquello fue un despliegue inmediato. Todos pusieron en práctica lo enseñado y se desplegaron aún más rápido que lo que debían.
Ya al rato, como no pasaba nada, empezamos a llamar otra vez a la gente y nos dimos cuenta que había sido a uno de los compañeros al que se le había disparado su revolver. Entonces continuamos la marcha. Luego nos enteramos que cuando pasamos por el poblado las fuerzas del Gobierno estaban ahí, pero como éramos tantos, salimos 112, y probablemente ellos eran pocos, tuvieron miedo y no salieron a detenernos. Durante toda la noche caminamos, llegando en la madrugada al primer puesto de la Revolución, El Abejonal. Ahí descansamos, comimos un poco, y al día siguiente nos fuimos para San Marcos de Tarrazú. La entrada a San Marcos fue muy interesante, porque el grupo nuestro, que era el grupo más grande que llegaba a la Revolución, fue recibido por la gente de allá con mucho entusiasmo, haciendo disparos al aire a nuestra llegada, nos pusimos en formación y aunque casi ninguno tenía instrucción militar y no llevaban muy bien el paso, entramos desfilando a San Marcos. Fue una gran alegría para ambos grupos: para los que estaban allá porque recibían un refuerzo y para nosotros porque ya habíamos colmado nuestros deseos de estar con las fuerzas de la Revolución. En San Marcos estuvimos un rato y luego nos llevaron en camiones a Santa María de Dota, que era el cuartel general de la Revolución. En San Marcos estuvimos un rato, y luego nos llevaron en camiones a Santa María de Dota, que era el cuartel general de los revolucionarios. Ahí tuve mi primer contacto con don José Figueres, el Jefe de la Revolución, a quien personalmente no conocía. Después de saludarlo y conversar con él, nos asignaron a los distintos lugares donde debíamos acampar. A mi me tocó en una finca de un tío político mío, Alberto Echeverría, que estaba del lado del Gobierno. La Revolución había tomado la finca como campamento de entrenamiento. Por cierto qué, como no llevaba ropa de dormir, empezamos a buscar en las gavetas y encontré una pijama de mi tío y con esa ropa dormí, aunque me quedaba un poco grande.
Luego se hicieron las separaciones, organizando los grupos según las aptitudes de las personas y las misiones que debían cumplir. Por ejemplo, a Daniel Gutiérrez lo pusieron en Artillería. Había unos cañoncitos pequeños y él, por ser ingeniero tenía más facilidad para aprender lo que los oficiales extranjeros estaban enseñando. A mí me tocó formar parte de un grupo que después se llamó la Legión Caribe. Este fue en realidad el origen de esa agrupación, nombre que después adquirió resonancia en toda América. Al grupo nuestro se le asignó, una tarea: nos encargaron que realizáramos un entrenamiento intensivo.
Yo tenía a mi cargo entrenar a un grupo de 20 muchachos, pero con la responsabilidad del grupo total en cuanto a la supervigilancia, por ser el que tenía un poco más de conocimientos militares. Benjamín Piza también los tenía, porque él estuvo en una escuela en Estados Unidos, militarizada, en la cual había recibido algún entrenamiento militar. Se formó una unidad de 66 personas. Nos ponían unas tarimas altas y nos ordenaban que entrenáramos a subir en ellas y tirarnos con todo el equipo, incluyendo las armas.
Pasaron los días y el entrenamiento proseguía. Llegó un día, no recuerdo la fecha, en que nos dijeron que debíamos alistarnos para partir a la misión que nos habían encomendado. Por cierto que el día de la salida nos formaron a todos en la plaza. Estaba don Pepe con todo su Estado Mayor para despedirnos. El Padre Núñez dio la misa de campaña y preguntó quién quería confesarse. La mayoría lo hizo. Siempre pasa eso: uno se confiesa y comulga cuando siente que su vida va a estar en peligro.
Comienza la misión
Salimos esa tarde entre las 5 y 6 en tres camiones de carga. Los oficiales íbamos en la caseta junto con el chofer y los demás iban en el cajón. Pasamos por la zona de la Carretera Interamericana, donde hacía mucho frío. Recuerdo que paramos en Villa Mills que era un puesto que tenía la Public Road. Ahí nos sirvieron un café negro con un gallo pinto, que nos supo a gloria, pues estábamos con mucha hambre. Llegamos a San Isidro de El General ese día. Inmediatamente nos acomodaron en una escuela, y no acabábamos de acostarnos cuando llegaron a levantarnos porque había una alarma. Ya había pasado el tiempo del ataque fuerte a San Isidro, donde se derrotó a las fuerzas del Gobierno en una batalla en que casi se perdió la ciudad, quedando, sin embargo algunas fuerzas del Gobierno cerca. Llamaron porque se suponía que iban a realizar un ataque. Nos fuimos a unos puestos cercanos a la ciudad esperando el ataque, que dichosamente no se realizó, y regresamos en la madrugada. Temprano ese día siguiente los oficiales nos comunicaron cuál era nuestra misión, que ya algunos sospechábamos. El grupo tenía como objetivo atacar Limón y tomar la ciudad. Íbamos a llegar al aeropuerto en aviones y de ahí debíamos avanzar para tomar la ciudad. La impresión general del grupo era que probablemente una tercera parte de nosotros iba a morir en el ataque, porque desembarcar sin apoyo de aviones de combate en un aeropuerto dominado por el enemigo era peligrosísimo. Con una ametralladora nos podrían matar a todos cuando fuéramos saliendo de los aviones.
Ese día volamos a Altamira, una hacienda en San Carlos propiedad de los señores Peralta. En los aviones en que nosotros llegamos se fue a San Isidro del General el grupo de don Chico Orlich que constituía una fuerza guerrillas en esa zona y tenían más o menos dominada la situación. Como la región era bastante grande y además no era una fuerza numéricamente grande capaz de operar por sí sola, se trasladaron a San Isidro de El General y se unió al grupo que iba a atacar Cartago. En ese momento ya se tenía planeado el ataque a esa ciudad por todo el Ejército de Liberación, saliendo por las montañas, sincronizado con el grupo nuestro que iría a Limón.
El ataque aéreo
Se suponía que nosotros dormiríamos un día en Altamira y que al día siguiente, temprano, llegaríamos a Limón y atacaríamos ese puerto. Pero resultó que cuando estábamos en Altamira llegó aquel famoso mensaje que decía: «Magnolia a Clavel, 24 horas después». La razón del mismo era que el movimiento a Cartago se había atrasado y entonces nosotros teníamos que postergar el ataque ya que se suponía que ellos tenían que llegar a Cartago y cortar los posibles refuerzos del Gobierno hacia Limón, porque nosotros éramos un grupo muy pequeño que no podía resistir el ataque de una fuerza muy superior a la nuestra. Ese atraso ocasionó que el Gobierno se enterara de nuestra llegada a Altamira. Al día siguiente aparecieron unos aviones grandes y un pequeño avión de caza. Los aviones grandes empezaron a tirarnos bombas. Era la primera vez que cualquiera de nosotros entraba en acción y además en nuestro bautizo de fuego se incluía un bombardeo que, aunque con un método muy elemental y rudimentario, ya que la gente lo que hacia era tirar las bombas por las puertas de los aviones, era realmente impresionante. Uno veía la bomba cuando venía en el aire y no sabía si iba a caerle encima o a diez o veinte metros de distancia. Tratábamos de cubrirnos detrás de algún palo o alguna piedra. Por dicha nosotros teníamos una ametralladora Lewis, tipo pesado, que la manejaba Víctor Alberto Quirós y como los pilotos enemigos estaban aparentemente confiados y volaban relativamente bajo, la ametralladora hizo blanco en uno de los aviones. Luego el aparato comenzó a bajar, perdiendo altura, hasta que desapareció. No lo vimos caer, pero supimos que eso había sucedido. Después se confirmó que ese avión realmente había caido y se había matado un oficial del Gobierno de apellido Alvarez, al que le decían «Quintales». Eso impresionó mucho al Gobierno, haciéndoles creer que teníamos una cantidad enorme de armas, inclusive ametralladoras antiaéreas.
Pasó ese día y al otro levantamos vuelo. Uno de los aviones lo llevaba Pillique Guerra y el otro Macho Núñez.
Luego vino uno de los momentos más impresionantes que pasamos todos los que fuimos a esa Misión. Cuando íbamos en el aire, apareció el avioncito de caza que tenía el Gobierno, que era un AT-6 manejado por un piloto gringo que se llamaba Jerry De Larm, el cual nos atacó, con su ametralladora. Realmente consideramos que estábamos ya en el suelo dado que era facilísimo para él disparar sobre un avión grande y tumbarlo. Todos nos tiramos al suelo más pálidos que una hoja de papel, con un susto enorme y una impresión muy desagradable, al vernos en un avión casi indefenso, al cual le disparaba un avión de caza.
Dichosamente, el piloto debía de estar impresionado por la caída del avión el día anterior, lo que le hizo actuar con exceso de precaución. No hizo más que hacer unas rafaguitas de las cuales vimos el humo, pero que no hicieron blanco. Luego los pilotos divisaron una zona nublada en la cual se metieron y lograron en esa forma perderlo.
Llegada a Limón
Seguimos el vuelo bastante impresionados y llegamos al aeropuerto de Limón poco tiempo después. Las instrucciones que teníamos era saltar casi antes de que parara el avión. Aterrizamos, y para nuestra agradable sorpresa no había gente del Gobierno en el aeropuerto. Sencillamente nos tiramos y corrimos hasta la caseta del aeropuerto, donde lo único que se apareció fue un negrito con un rifle máuser que estaba a cargo del cuido del mismo.
Como fui el primero en llegar a ese punto, lo desarmé llevándome el rifle de él junto con la ametralladora que yo tenía.
La organización de la Legión Caribe era como sigue: tres pelotones de 20 hombres, incluyendo sus jefes, con tres escuadras cada uno de ellos; los oficiales llevábamos ametralladoras y el resto tenía rifles de 7 milímetros de fabricación argentina. Cada pelotón tenía una escuadra con una ametralladora pesada Lewis, que en mi pelotón estaba a cargo de Jorge Arrea. El jefe de todo el grupo era Horacio Ornes, dominicano de maneras suaves pero con bastante autoridad; el subjefe era Vico Starke. Los jefes de pelotones, Benjamín Piza, Hernan Rossi y yo. La disposición para atacar la ciudad de Limón era la siguiente: un pelotón iría por la carretera, otro por la playa y el mío por el lado izquierdo de la carretera, atravesando los solares y potreros que había ahí.
La caida de Limón y Siquirres
En el camino hacia la ciudad, la gente salía de sus casas para vernos pasar. Ellos creían que éramos gente del Gobierno que habíamos llegado para reforzar Limón, claro que se extrañaban que usáramos cachuchas, pero nunca se imaginaron que éramos soldados de la Revolución.
Nadie en Limón, por supuesto, se imaginaba que la Revolución pudiera atreverse a tomar la ciudad. Una operación aerotransportada como esa, yo creo que en América no se había realizado en acciones reales de guerra. Teníamos que reunirnos en el puente de Cieneguita y a una determinada señal cruzar.
La señal sería la bomba que desde uno de los aviones iba a lanzar Manuel E. Guerra, al cuartel, haciéndolo con los mismos métodos rudimentarios que usaban los del Gobierno, es decir, tirándola por la puerta del aparato. Llegamos los tres grupos al borde del puente y nos esperamos. Oímos el estallido de la bomba, que por cierto no cayó en el cuartel ni causó daño y entonces cruzamos el puente. Ahí empezaron los primeros disparos porque un tipo del Gobierno quiso dar aviso por teléfono y entonces Vico Starke le hizo una ráfaga de ametralladora que lo hirió. Después de cruzar el puente se distribuyeron los pelotones en tres zonas. A mi me tocó un cerrito que está a un costado del cuartel y que lo dominaba completamente, el que nosotros creíamos estaba también resguardado. Subimos tratando de sacar de allí la gente que suponíamos estaba protegiéndolo, pero para nuestra gran sorpresa también estaba descuidado. Cuando llegamos al cerrito y lo tomamos hubo una situación simpática. Vimos a un señor que después supimos era de apellido Crespi, subiendo con un revólver en la mano. Sabíamos que no era nuestro, por lo que se le disparamos a los pies. El tipo cayó y lo tomamos prisionero. Al levantarse preguntó quiénes éramos y al oír que éramos revolucionarlos quedó sorprendidísimo, pues creía que éramos fuerzas del Gobierno. Nos relató que la noche anterior había estado en un baile hasta las cinco de la mañana y todavía no se había acostado. Cuando oyó los disparos, cogió su revolver y se fue al cerrito. Por suerte para él, el tiro le atravesó el zapato por el empeine, y apenas le rozó el pie, sin herirlo seriamente.
Más tarde se acercó un grupo pequeño y Julio Caballero, que estaba en mi grupo, hizo una ráfaga matando a uno, haciendo que los otros huyeran. En realidad fueron pocas las acciones que ellos hicieron para recobrar el cerrito que estaba en nuestras manos.
Al otro grupo, de Benjamín Piza, le tocó tomar una casa que estaba del otro lado del cuartel y que también dominaba la entrada del mismo. El pelotón de Hernán Rossi se encargó de limpiar el resto de la ciudad, especialmente los elementos comunistas, que sabíamos podían combatir.
Realmente nosotros éramos casi los únicos que disparábamos. Los del cuartel respondían, pero como estaban dominados por la altura no se atrevían a exponerse mucho, ya que el que quería entrar o salir de él recibía su caricia de fuego. Iniciamos el ataque entre las 8:00 y las 8:30 de la mañana y el combate se prolongó hasta las 10:30. Hubo la intervención de una autoridad eclesiástica que creyó conveniente interceder para que el cuartel se rindiera. Por cierto que la bandera blanca que usó, el grupo que iba a parlamentar era mi camiseta, un poco sucia, pero bandera blanca al fin. Como a las 10:30 a.m. se rindieron y entramos al cuartel. Quedaba el resto de la ciudad. Estuvimos un rato en el cuartel organizando y clasificando las armas que allí había y pasando revista a la situación militar. Al rato empezó a llegar gente de Limón; eran muchachos jóvenes que querían unirse a nuestras fuerzas, por lo que empezamos a organizarlos y a darles armas, enseñándoles por lo menos cómo se disparaba un rifle porque no había tiempo para más. Yo estaba en el cuartel en esa tarea, cuando Ornes, que siempre me decía, «oye Quirós, trae a tu gente», me llamó para indicarme que quería que fuera, con un grupo de los míos y otro de voluntarios para buscar a Hernán Rossi y a su grupo, ya que no teníamos comunicación con ellos y se oían disparos en el centro de la ciudad.
Mi primera visita a Limón
Para mi Limón era desconocido, ya que esa era mi primera visita a esa ciudad.
Tomé unos cinco muchachos voluntarios y unos cinco del pelotón mío y guiados por los de Limón, nos fuimos adentrando en la ciudad buscando el contacto con los de Rossi. Pasamos por un club comunista al cual entramos rompiendo las puertas para recoger unos documentos que ahí había. Después me comunicaron los muchachos de Limón que la Aduana estaba ocupada por el grupo comunista. Partimos hacia dicho lugar y cuando llegué estaba Manuel E. Guerra con dos o tres muchachos que se habían adelantado. Pillique me pidió que lo cubriera porque había uno de los nuestros que tenía una herida. Parece que al muchacho le había pasado una bala raspando por el cuello, pero estaba sangrando mucho y tenían que retirarlo; entonces lo cubrí y Pillique se fue con el herido para llevarlo al hospital. Ahí me quede, debajo de un carro del ferrocarril, disparando contra la gente de la Aduana, los cuales respondían activamente. Aquí pasó una cosa curiosa: cuando oscureció, como a las cincuenta varas de donde estaba yo, vi un cuerpo tirado en la acera y como protegiéndose. Yo creí que era uno de ellos y le grité que se rindiera. No se movió. Entonces le pedí un Máuser a uno de los muchachos de Limón y empecé a dispararle. Dichosamente para él, el rifle no tenía mira. Le hice dos o tres disparos, creyendo que lo había matado porque el tipo no se movió más. Entonces nos descuidamos de él y lo dejamos. Al día siguiente cuando volvimos nos dimos cuenta de que era un borracho que había estado durmiendo la mona y que era tal la juma que tenía que ni los disparos oyó. Como a las 5:30 p.m. comenzó a oscurecer. Entonces mandé a un muchacho de Limón de apellido Mora a llevarle un mensaje a Ornes diciéndole que nos mandara refuerzos para tomar la Aduana, ya que ahí estaban los comunistas y seguían disparando. Le advertí que se fuera exactamente por el camino que habíamos venido ya que era una ruta segura porque la habíamos pasado y sabíamos que estaba libre de enemigos. Como una hora después llegó, un muchacho al que no conocía, a decirles a los de Limón que habían matado a Mora. Pregunté de quien estaban hablando y me dijeron que era el muchacho que había mandado con el mensaje para el Mayor Ornes. Por supuesto, fue una impresión muy desagradable para mí. Uno se siente en cierta forma culpable de la muerte de las personas que están a su cargo. Después descubrí que ese compañero tomó por iniciativa propia otra ruta diferente de la que usamos a la venida. Nosotros habíamos venido por un camino más largo, que él había querido acortar para llevar el mensaje más rápido, por lo que se fue por unas calles donde no había seguridad todavía. Le dispararon desde un balcón con un rifle Remington y el tiro le pegó, en la espalda saliéndole por el pecho después de hacerle un hueco tremendo. Este fue uno de los acontecimientos más dolorosos de la acción de Limón.
Después vino otro muchacho con un recado de Horacio Ornes, para decirme que me retirara porque ya estaba oscureciendo y al día siguiente iban a tirarle unas bombas a la Aduana. Entonces, íbamos a atacar ese reducto de los comunistas. Siguiendo esas instrucciones me retiré hacia el cuartel. Al día siguiente, cuando volvimos para tomar la Aduana, ya estaba desocupada. Los que estaban allí habían huído. Probablemente supieron que el cuartel había caído y se fueron dejando las armas Después de la captura de la Aduana nuestras fuerzas hicieron operaciones de limpieza, revisando todos los puntos donde creíamos que podía haber gente del gobierno escondida, y tomando todas las posiciones necesarias para dominar completamente la ciudad. Al día siguiente, estaba totalmente dominada la ciudad de Limón sin ningún problema.
En Moín
Como precaución el Comandante mandó un pelotón a un lugar en la vía férrea entre Limón y San José, a unos 30 minutos de la primera, que se llamaba Moín. Nosotros no sabíamos si Cartago había caído, por lo que se ordenó lo anterior por precaución. Al día siguiente me tocó a mí ir a relevarlos. Creo que era Benjamín Piza el que estaba en esa posición. Llegamos el 12 de abril en la tarde y al día siguiente en la mañana estábamos muy tranquilos sin esperar ataque alguno cuando pasó un negrito a caballo, que vendía leche en Limón, y que siempre hacía el mismo recorrido. Siendo oposicionista, y al darse cuenta que nosotros éramos revolucionarios nos reportó que venía un grupo grande del Gobierno. Lo interrogamos bien y según nos aclaró eran unos 200. El grupo nuestro en ese momento estaba reducido porque había un enfermo que se quedó en Limón y otro que había ido buscar comida. En total éramos solo 18. La disposición que yo había tomado era la siguiente: un carro plataforma en sacos de arena, en donde estaba la ametralladora pesada, para cubrir ambos flancos de la posición que ocupábamos; uno era un potrero, y el otro montaña, y al frente, la línea del tren. El resto de la gente quedó distribuida en los cerritos que estaban un poco adelante y que dominaban los accesos frontales, cuando el negrito nos avisó, mandé dos muchachos, uno de apellido Castro y el otro de apellido Rey, a que se internaran un poco por el lado que yo creía que podían venir, es decir, donde había potrero y un guayabal, lo que lo hacía accesible. El otro lado era montaña cerrada, por lo que no creía factible un asalto por ese flanco. Tenían instrucciones de disparar dos tiros cuando los vieran y luego regresar. Pasaron las horas y no sucedía nada. Ya nosotros empezábamos a creer que el negrito nos había alarmado en vano y que no venía tanta gente ni nos iban a atacar. Cuando estábamos en esas meditaciones, y siendo como las dos de la tarde, oímos dos disparos que eran la señal de los que habían ido a proteger el flanco. En el momento en que los oímos, todos nos preparamos para afrontar el ataque. Regresaron los dos muchachos y nos dijeron que era un montón de gente la que venía a atacarnos. Entonces ordené que todos estuvieran listos y al rato comenzamos a oír los disparos. Desde los cerritos vi venir un carro de tren con una plataforma, igual a la de nosotros y adelante llevaba una ametralladora pesada de las que usaba el Gobierno. Dichosamente la ametralladora que traían se encasquilló muy rápido y no pudo seguir disparando más, y como nosotros sí lo estábamos haciendo sobre ellos, el carro con su máquina se retiró. Entonces la ametralladora nuestra solo tuvo que disparar sobre el flanco izquierdo por donde venía el ataque principal. El resto también disparaba hacia el flanco y cubría otro posible ataque del ferrocarril. En realidad nosotros casi no vimos al enemigo. Sólo los divisábamos a lo lejos moviéndose de una posición a la otra. El ataque duró calculo, de 45 minutos a una hora. Después sencillamente dejaron de disparar. Yo había ordenado a los del cerrito que dispararan uno seguido del otro, por lo que dábamos la impresión de tener un poder de fuego formidable. Se retiraron, y nosotros habíamos pedido refuerzos a Limón por un teléfono, nos quedamos esperando, creyendo que volverían en la noche. No era posible que tanta gente se retirara definitivamente después de un solo intento. Llegó Vico Starke con unos refuerzos y nos quedamos toda la noche esperando el otro ataque, que no se realizó.
Tres con bandera blanca
A la mañana siguiente como a las 8:30, vimos venir tres individuos por la línea con una bandera blanca. Yo dí orden de estar atentos, porque creí que podía ser una emboscada, se acercaron, y nosotros a ellos, así pudimos constatar que eran tres elementos de los nuestros que venían a decirnos que la gente del gobierno se rendía. Estaban en Siquirres en un campamento y se les habían entregado a ellos. Entonces abordamos un motocar un grupo pequeño en el que iba Vico Starke con algunos otros oficiales, y nos fuimos con los mensajeros a Siquirres. Recuerdo que cuando entramos a Siquirres hubo una gran alegría y mucha gente llego a recibirnos. Entre ellos estaba un padre alemán, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, pero que se mostraba feliz. Efectivamente, el destacamento del gobierno que nos atacó la víspera era como de 200 hombres, armados con mosquetones, que eran los que usaba el gobierno en ese entonces como arma automática, rifles Máuser y una ametralladora Maxin. Nos contaron lo que había pasado de su lado: el segundo jefe de ellos era el Coronel Meza, que era un valiente del grupo y el que realmente ejercía el liderazgo, a pesar de que no era el jefe, murió con los primeros disparos que le hicimos.
Los soldados, al ver el líder muerto se desmoralizaron y se retiraron. Por eso no volvieron a atacar más. Según lo que nos contaban, ellos suponían que nosotros éramos unos 200 guatemaltecos todos con ametralladoras y que ellos no podían combatir contra esa fuerza. En realidad, éramos 18 y con solo dos ametralladoras livianas, y una ametralladora grande.
Línea Vieja y a descansar
Después de tomar Siquirres nos pusimos a hacer contacto con otros lugares de la Linea Vieja y puntos intermedios. Hablamos por teléfono con las autoridades de esos lugares y les dijimos que la Revolución había tomado Limón y Siquirres y que queríamos que se rindieran. Respondieron que estaban dispuestos a hacerlo. Fue una captura muy fácil terminando así todas las Secciones de lo que se conoce como Línea Vieja. Regresamos a nuestro puesto en Moín por unos días más, aunque la mayoría volvimos al cuartel de Limón y nos dedicamos a descansar un poco y a recibir atenciones de la gente, nos llevaban paquetones de cigarros «Lucky Strike». Recuerdo muy bien, porque nosotros en la Revolución lo que fumábamos eran unos cigarros guatemaltecos, que se llamaban «Vaqueros» y eran bastante malos, y solo unos cuantos tenían unos cigarrillos que se llamaban «Victor» que eran mejores. La pasamos muy bien esos días que estuvimos en Limón.
Se nos informó que Cartago había caído. Lo que sucedió fue que el ataque a esa ciudad se atrasó debido a que las fuerzas de la Revolución no pudieron llegar la misma noche y el Gobierno tuvo ocasión de mandar los 200 hombres que nos atacaron antes que el ejército de Liberación bajara a Cartago. Eso era precisamente lo que no se quería, pues se consideraba que nuestra fuerza era muy pequeña para resistir un ataque grande. Gracias a Dios lo aguantamos.
En ese entonces escuchamos por radio noticias muy extrañas que no entendimos. Eran unos manifiestos del partido comunista hablando en contra de la intervención de la Guardia Nacional de Nicaragua. Lo curioso era que ellos eran aliados del Gobierno y la Guardia Nacional había llegado a ciudad Quesada a solicitud del Gobierno de ese entonces para ayudarles. Tomaron esa población saqueando y destruyendo todo lo que podían. El partido comunista se oponía, no sé si en actitud sincera o no, a esa invasión de la Guardia Nacional, criticaba también la actitud del Gobierno de Costa Rica de pedir ayuda a una fuerza extranjera tildándola de traición a la Patria. Claro que eso nos causó mucha sorpresa.
Planeando el ataque a San José
Después vinieron las horas en que todavía no se rendía el Gobierno, y el grupo nuestro preparaba otra acción, para el caso de que hubiera que tomar San José: el ejército que estaba en Cartago saldría hacia San José y nosotros tendríamos que hacer el mismo tipo de operación, es decir, aerotransportada, hacía el campo de aviación de Lindora, que Marcial Aguiluz conocía muy bien. Se hicieron indagaciones por medio de gentes de la oposición, quienes comunicaron al cuartel de Cartago que el campo de Lindora estaba aparentemente libre. El plan era caer sobre ese campo y atacar San José por el lado Oeste, es decir, tomar Santa Ana, Escazú y entrar por La Sabana, mientras el grueso del ejército avanzaría de Cartago a San José. Dichosamente las cosas se arreglaron y el Gobierno se rindió mediante la Embajada de México y otros medios diplomáticos. Ellos comprendieron que estaban perdidos y que aunque el grupo de la Revolución era menor tenía una moral muy superior y el apoyo de la mayoría del pueblo de Costa Rica. Yo creo que también que muchas personas se convencieron por las proclamas que el Ejército de Liberación dio a conocer por radio, de que el nuestro no era un movimiento conservador ni retrógrado que quitaría las Garantías Sociales, sino un movimiento que procuraría una depuración, especialmente en el campo electoral. Este punto fue el principal factor que motivó a la mayoría de los participantes en la Revolución, creo yo. Por lo menos en lo que a mi me concierne, fue lo que más me indujo a unirme a la Guerra del 48. Que los ciudadanos tuvieran capacidad para elegir a quienes los iban a gobernar era fundamental, yo sentía que era indispensable. Además existía gran corrupción en los elementos oficiales y un ligamen muy estrecho con el Partido Comunista y el Gobierno. Yo creo que el pueblo entendió bien esas Proclamas y hubo cada día más apoyo a La Revolución. Eso y los éxitos espectaculares de la toma de Limón y Cartago, hicieron ver al Gobierno que no podían resistir más y se rindió. Una vez conocida la noticia, todo el grupo que había participado en la toma de Limón, además de los voluntarios que habíamos servido allá, tomamos un tren de regreso a San José. En realidad los muertos que hubo en las batallas de Limón fueron pocos. De los nuestros solo Rolando Aguirre, un muchacho voluntario de apellido Mora, y dos heridos. No hubo grandes bajas, pero fue una acción muy interesante que demostró el valor del grupo. A pesar que era una acción muy arriesgada, todos los que participaron en ella lo hicieron con gran éxito y espíritu de valor. Es admirable ver a gente que, sin haber tenido experiencia militar, ni haber participado en combate actúa tan debidamente.
Hubo un gran espíritu combativo por la causa que se estaba apoyando. Y creo que eso fue lo esencial en la Revolución, porque sino no hubiera combatido como se hizo. En cambio, creo que eso fue lo que le faltó al enemigo, los elementos del Gobierno no tenían mística y sentían que estaban apoyando a un gobierno impopular, que había hecho cosas inconvenientes para la buena marcha del país y que además no garantizaba las libertades esenciales para el pueblo costarricense. Yo creo que en el fondo, ellos se daban cuenta de eso y no combatían con el mismo espíritu que nosotros. Para mí esa fue una de las causas principales para que esa gente no presentara la batalla que debió.
Ellos tenían tal vez diez veces más soldados que los de la Revolución, muchas más armas y todas las fuentes de abastecimiento necesarias, y sin embargo no pudieron hacerle frente al Ejército de Liberación. Yo creo que la razón de su fracaso se debió a la carencia de espíritu combativo, por no tener causa por la cual pelear. Algunos defendían sus puestos, otros, granjerías, pero esas cosas materiales no dan el suficiente valor, el espíritu combativo ni la mística indispensable para ganar batallas. De esto se podría exceptuar el grupo comunista, que combatía por temor a que les quitaran las garantías sociales, que todo el mundo sabe, no sucedió. Pero que en ese entonces ellos la consideraban como una amenaza real, dado el pensamiento de unos elementos de la oposición.
Esto es lo que recuerdo de mi actuación en la Revolución del 48.
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