José Figueres visto por Enrique Benavides
Enrique Benavides
¿Quién es José Figueres? Es esta, probablemente, la pregunta más difícil de toda nuestra historia política. La extrema polarización de las opiniones que su imagen suscita entre sus contemporáneos, donde no hay término medio, denuncia el enigma de aquel interrogante. Sin embargo, el hecho de que la historia política costarricense de estas últimas décadas haya girado en torno a su persona y a su obra, ya sea en un sentido de atracción o de repulsión, exige una respuesta. Esa respuesta hay que buscarla en el temperamento y personalidad del ex presidente y en las circunstancias históricas en que le correspondió vivir y actuar. Pero como mi propósito no es hacer ni un apunte biográfico, ni un ensayo sobre su persona, sino indagar en la naturaleza de su pensamiento político, no me aventuraré en esos terrenos tan áridos y tan vastos más que para dar unos cuantos pasos, los pasos necesarios para orientarme en un pensamiento político contradictorio e inconstante que obedece en última instancia a una vocación pragmática de signo eminentemente altruista.
No conocía personalmente a José Figueres. La ocasión se presentó porque lo incluí sin su consentimiento en la lista de personalidades políticas que me proponía entrevistar para ofrecer un esquema general del pensamiento político vivo, operante y no formulado, de la Costa Rica de hoy. La razón que adujo para rechazar mi solicitud fue que no quería nada con el periódico La Nación. Esa actitud me puso sobre la pista dé su personalidad. No fue sino luego de prometerle que no seria sino una visita y un breve diálogo, que don Pepe estuvo de acuerdo en recibirme.
Viajé a La Lucha la mañana de un sábado de marzo pasado, con la aprensión natural del que va a un lugar que no conoce y a conversar con un hombre de reacciones imprevisibles.
Después de desviarme de la carretera que conduce a San Marcos de Tarrazú, hice un descenso por entre cerros tupidos de cipreses hasta llegar a la casa de Figueres. Una casona de techo volado, corredores de piedra, y paredes de ciprés, situada en el epicentro de una región montañosa y fría. Mientras bajaba al hueco de la finca me vino a la mente aquella tonada del 48, «Allá en La Lucha y en San Cristóbal, un estandarte yo vi flotar…», como un eco lejano de acontecimientos históricos no muy distantes pero de gran remotidad política y espiritual. El tiempo cronológico es en nuestro país de ritmo más lento que el tiempo vital e histórico. De ese extraño fenómeno me percaté de pronto al recordar no más las primeras coplas de aquel corrido de guerra.
Estaba en el corredor de la casa cuando José Figueres bajó de un vehículo rural vestido con una chaqueta a manera de guerrera y con un casco blanco que le cubría su enorme cabeza de matemático. Me pareció más viejo de lo que imaginaba, pero sus ojos vivos y penetrantes, que escrutan constantemente el contorno como las aves, me convencieron de que aún hay en el fondo de ese hombre una gran reserva de energía. Yo sabía que era muy dado al humor y por eso no me sorprendió cuando al saludarme, me dijo,
-Óscar Arias me habló de usted como autor de un libro sobre un crimen en que enreda las cosas de manera que nadie pueda sospechar que es usted el criminal.
Chocheras de Figueres
Nadie como él celebró la ocurrencia. Y como la última chochera suya era la de fabricante de casas para pobres y por toda la finca se veían muestras de su nuevo invento, se programó de inmediato una gira por las principales instalaciones de lo que bien podría llamarse un complejo industrial.
El diálogo político careció de formalidad y tuvo que realizarse entre las incidencias del periplo por las fábricas. Tuve la impresión de que Figueres es un hombre que no puede estar quieto ni un instante. Las casas de ciprés instaladas en diversos puntos de la finca, algunas muy sencillas pero otras bastante ambiciosas, pues tenían hasta tres pisos como modelos multifamiliares, me intrigaron más acerca de la personalidad tan singular de José Figueres. Sólo él podía meterse en una aventura tan extraña, de apariencia tan quijotesca. Cuando le señalé una casa ubicada en la cumbre de un pequeño cerro, totalmente desguarnecida, y expuesta a las fuertes ventiscas de la región. Comprendió mi sorpresa e inmediatamente me hizo ver que sus casas tienen un sistema de anclaje en lugar de cimientos, y que había instalado ahí esa casa para probar su resistencia al viento. Me contó, a propósito, que una de esas casas había ido a dar a San Marcos impulsada por una fuerte corriente de aire. Tuvo de pronto la sensación de encontrarme en el Macondo de «Cien años de soledad» y no en la finca de un ex presidente de Costa Rica.
Llegamos a un enorme promontorio de rocas y tierra donde se domina, desde una gran altura, un pequeño vahe industrial abierto con tractores japoneses para ampliar aún más las instalaciones de la fábrica de casas y para lo cual hubo necesidad de desviar el curso del río. Luego bajamos por una trocha improvisada, de tierra aún suelta, al filo casi de un enorme guindo. Hice la observación de la falta de seguridad que ofrecía el camino y don José Figueres de inmediato repuso, «bueno, con el peligro hay que contar siempre porque de otra manera no se puede hacer nada». La explicación, de alcances tan generales y de fondo tan filosófico a propósito de un camino riesgoso, me orientó hacia la idea de que José Figueres es un hombre que le gusta racionalizar todo lo que hace, enmarcándolo dentro de lo que él mismo puede considerar como un sistema de ideas o bien como una manera de pensar y de ver la vida. Con aquella explicación quedaba de una vez en claro cuanto yo pudiera de ahí en adelante encontrar como demasiado audaz o precario. Las cosas hay que hacerlas no importan los riesgos, tal en suma es en suma la esencia de su pensamiento. Meditando en este rasgo de su personalidad llegamos a la taboca de casas. Enormes instalaciones, sierras, máquinas pulidoras, estanques para curar la madera, prensas para que no tuerza, todo esto concebido e instalado en serie, de manera que el proceso de una tuca termine en la armazón de la casa incluyendo sus muebles. Hicimos entonces el recorrido desde el lugar en que se encontraban las tucas hasta el extremo opuesto donde estaban las casas armadas. De inmediato captamos el nuevo sueño del ex presidente: fabricar casas en serie, a granel, mediante un proceso continuo y solucionar así el problema de la vivienda. Don José se detenía constantemente para explicarme la historia de las máquinas que él mismo había traído de Europa a precio de chatarra en algunos de sus tantos viajes, máquinas que según él habían sido abandonadas como inservibles y que ahora funcionaban con no pocas mejoras técnicas gracias a su personal ingenio, o bien, para explicarme el sistema de desecamiento de la madera y la fórmula química para hacerla refractaria al fuego, «por lo menos mientras llegan los bomberos» como agregó luego con su cinismo humano e inteligente. La fábrica, instalada dentro de grandes galerones conforme a una división racional de las fases o etapas del proceso de producción como un todo, impresiona por sus dimensiones y por la concepción a que responde. Nada se le escapa a don José Figueres. Ni el menor detalle queda fuera de su control. El hombre parece haber tenido en su mente el esquema exacto de todo aquello mucho antes de verlo materializado y en pleno funcionamiento. Tuve la sensación de pronto de que él estaba ahora como pez en el agua y que José Figueres es ante todo un empresario, pero un empresario a quien le gusta innovar, inventar, encontrar nuevas fórmulas y descifrar enigmas. Una especie de émulo de Edison y al propio tiempo de Robert Owen.
Eterno conspirador
Desde este punto de vista podría decirse que Figueres es un eterno conspirador. Donde quiera que él esté, ya sea en la empresa privada o en la pública, en la política o en la agricultura, conspira. Su conspiración consiste en el afán casi incontrolable de encontrar soluciones imprevistas e insospechadas que la rutina económica o política ha dejado ignoradas por años. Tanto como empresario o político, su método es darles vuelta a las cosas, meditar o «pensar» -como él mismo lo dice— desde ángulos nuevos, hasta lograr hallazgos que están a la vista pero que la mente humana no descubre por la inercia de las doctrinas y del conocimiento aprendido. De ahí su desdén por lo académico, por los títulos y por los conocimientos profesionales. No es, como pudiera pensarse, el complejo del autodidacto frente al académico. En José Figueres hay algo más que esto. Se trata, a mi juicio, de una actitud mental nativa de curiosidad permanente y de una gran desconfianza por lo consagrado. Esta mentalidad de infatigable explorador lo mantiene en una constante aventura. José Figueres está siempre en alguna aventura. Esta aventura puede ser empresarial, política, filosófica o de cualquier otra naturaleza. Y es precisamente desde la aventura en que se halle en un momento dado que ve todo lo demás. Por razones temperamentales y por no ser un hombre sistemático, ni de disciplinas académicas, Figueres se escapa siempre hacia nuevas intuiciones y se entrega a ellas de lleno. La naturaleza contradictoria de su pensamiento proviene justamente de esta manera de ser suya, en la cual la aventura supera la necesidad de una praxis metódica y cautelosa que resulta de una visión más orgánica y articulada de las cosas.
Visto desde este ángulo, José Figueres no es un político, ni un estadista, sino un caudillo. Como todo caudillo su visión de las cosas tiene un vigor circunstancial irrefrenable. A esto atribuí su respuesta que me sorprendió mucho por lo intrascendente, a la pregunta que le formulé en un momento dado, en el sentido de cuál es a su juicio la tarea más importante de tipo político que hay que emprender en estos próximos años. «Reducir el consumo. Estamos consumiendo demasiado e innecesariamente», me dijo en el acto. «Es preciso regular todo esto, la publicidad que incita al consumo superfluo y al vicio y en fin todo aquello que nos está induciendo a gastar más de lo que producimos».
Una de sus aventuras
Tuve la impresión de que el ex presidente se hallaba en una de sus aventuras. Esta impresión se originó por la rapidez con que se produjo su respuesta y porque no la profundizó en ningún momento. Se quedó en su formulación escueta, como persiguiendo con ello darle mayor vigor o fuerza a sus palabras. «Hay que reducir el consumo, ese consumo que una publicidad sin control estimula constantemente a un costo de millones de colones por año». ¿No cree usted que es peligroso para la libertad una regimentación en ese sentido, y que si hoy intervenimos la publicidad mañana intervendremos otras áreas más sensibles de la libre expresión y quehacer del hombre? «Si es necesario no habrá otra solución que esa», contestó. «Nada es absoluto, todo tiene sus límites y en ciertas circunstancias hay que tocar hasta lo que se tiene por más sagrado, si eso llega a ser necesario».
Habíamos regresado a su casa. El almuerzo estaba listo. Nos sentamos unos minutos en la sala. Una sala muy sobria como todo el estilo de vida de Figueres, con un fogón al fondo que el anfitrión se dispuso a encender con gran presteza y diligencia. Me entretuve contemplando la pericia con que don José encendía la chimenea y de nuevo pasó por mi mente la idea de que Figueres es un hombre que no puede estarse quieto. Luego se acercó con una botella debajo del brazo y unas tacitas de losa en las manos. Como la botella tuviera una etiqueta que decía «Liqueur», hice la observación de que Óscar Arias me había dicho que en La Lucha no se podía encontrar ni una melcocha de vino. Don José reaccionó de inmediato diciéndome: «esas son historias que me inventó Otilio Ulate». Sirvió del licor de la botella y él también me acompañó en el aperitivo como para probar que las historias de Ulate no eran ciertas. Después pasamos al comedor donde nos esperaba un menú muy sencillo y criollo. Me propuse aventurar dos o tres preguntas más aunque el momento no era ciertamente el más propicio. Figueres contestó muy lacónicamente. No estaba de acuerdo con la variante que sufrió su proyecto de asignaciones familiares. Dijo que en Costa Rica no hace falta reforma agraria, que lo que hace falta es capital. «Tierra sobra para todos, hasta para los precaristas que se movilizan en jeeps». No estaba tampoco de acuerdo con la ley de defensa del consumidor. Todo esto y la forma en que dio respuesta a otras cuestiones más, terminó por convencerme de que Figueres estaba por esos días en alguna nueva onda y que su visión de las realidades y de los problemas del país sufría por eso mismo una especie de deformación al no ocupar esos temas el centro de sus preocupaciones. No estaba interesado en el diálogo ni en los temas que puse sobre el tapete con muy poco entusiasmo dadas las circunstancias. Su encono contra el periódico La Nación y contra algunos de sus representantes era demasiado apasionado como para sostener un diálogo más objetivo sobre tópicos que de alguna manera tienen todavía una gran carga emocional.
Oportunista político
El pensamiento político de Figueres, su pensamiento vivo, actuante, capaz de orientar su conducta y su actitud en un momento dado, es de naturaleza oportunista en el sentido político del término. Oportunista precisamente por su tendencia aventurera, conspiradora, de circunstancias. Y aunque no hay duda de que Figueres posee una manera de pensar, lo que se podría llamar no sin reservas una ideología, su gran capacidad para percibir el momento presente y su circunstancia y para explorar opciones diversas, que elige sin escrúpulos de ortodoxia política o filosófica, determina en él un pensamiento especialmente pragmático que bien puede ser contradictorio y hasta paradójico. Su ensayismo, su curiosidad, su búsqueda constante de lo no descubierto aún, su inventiva muchas veces fecunda, sus intuiciones, no le permiten estar atado ni a un partido, ni a un sistema de ideas, ni a principios, ni a disciplinas.
En suma, José Figueres es muchas cosas a la vez pero ninguna en definitiva. Político, estadista, revolucionario, empresario, agricultor, escritor, inventor y filósofo. Su diletantismo no tiene nada de frívolo, sino que es el resultado de un temperamento ambicioso e inquieto que a la larga puede ser estéril. De ahí que para algunos de sus compañeros de partido, que no obstante lo respetan y admiran, la obra política de Figueres se resienta de estos rasgos de su personalidad hasta el punto de haberse frustrado parcialmente. He oído decir incluso que Figueres no puede exhibir una realización política como la del Dr. Calderón Guardia. He oído decir que a Figueres le gusta más tener mando que gobernar. Es probable que haya mucho de verdad en estos juicios. Pocos presidentes han tenido tanto poder en sus manos. Sin embargo, a pesar de ese poder y de la gravitación tan poderosa de su personalidad política sobre las masas populares, especialmente las campesinas, sus administraciones carecen de la profundidad y de la continuidad que muchos de sus partidarios esperaban. Puede decirse que su inclinación temperamental hacia el hallazgo de soluciones originales, imprevistas, mágicas, que en sus quehaceres empresariales tanto lo han entretenido, explica también su conducta como mandatario. Desgraciadamente este constante buscar el lado inédito de las cosas conspira contra la labor política sistemática, cautelosa y articulada que exigen muchos de los postulados socialdemócratas con que la Junta de Gobierno quiso fundar la segunda república.
Pero de la misma manera que el diletantismo del ex presidente Figueres frustró en gran parte la obra política que se propuso realizar después de su victoria revolucionaria, no obstante el poder con que contó, hay que reconocer que no usó tampoco ese ese poder contra las libertades tradicionales del costarricense ni contra el orden democrático del país. En el fondo de este hombre hay un sedimento democrático del más auténtico linaje campesino. Por más rabietas que haya tenido cuando estuvo en el poder y más desplantes con que haya enfrentado a sus rivales políticos y a sus críticos de prensa, no pudo nunca por formación nativa salirse del marco fundamental de nuestro sistema institucional.
Impulsividad de Figueres
La influencia del marco histórico y humano en que ha actuado es a este respecto determinante. Su impulsividad e «intencionismo», respaldados fundamentalmente por una excesiva seguridad en sí mismo, lo han llevado, empero, a cometer grandes errores y a arrastrar al país y a su partido hasta el borde de sus peligrosas ocurrencias. De no haber sido ese marco histórico y político, su maquiavelismo nato lo habría conducido probablemente a la entronización, tal vez no deliberada, de una dictadura personal. Su lema de que «con el peligro hay que contar siempre porque de otra manera no se hace nada», explica muchas de sus controvertidas actuaciones, como su asociación con Robert Vesco y la protección que desde el poder le brindó sin el menor escrúpulo. Si el dinero del cuestionado financista puede servir al país, al diablo con la beatería de su dudoso origen. El fin justifica los medios. Y cuando un sector de la opinión pública no comparte esa filosofía suya y censura sus decisiones y su conducta, José Figueres se enfurece por lo que califica de antemano como la hipocresía de los pusilánimes incapaces de hacer nada. El político que se deja llevar por las pasiones pierde las grandes batallas y Figueres es un hombre que se apasiona fácil y enconadamente. Es este su talón de Aquiles. Pero hay que admitir que esa vehemencia suya y esa total entrega a la alternativa que considera elegible produce en las masas una sensación de seguridad y de confianza. Figueres es un hombre que toma decisiones, afortunadas o desafortunadas, y esta rara virtud en la Costa Rica de hoy proyecta sobre el pueblo la seductora imagen de un caudillo.
Tomado del libro «Nuestro pensamiento político en sus fuentes», Editorial Costa Rica, 1977. Selección de Enrique Obregón y Camilo Rodríguez.
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