La Legión del Caribe
El ejército de los Estados perdidos
Esta es la crónica de un ejército sin país: una coalición de románticos, revolucionarios y exiliados que decidió que la única forma de liberar a sus naciones era borrando las fronteras de la lucha armada.
A finales de la década de 1940, mientras el mundo se reacomodaba tras la Segunda Guerra Mundial, en Centroamérica y el Caribe se gestaba una anomalía geopolítica. No era un ejército estatal, sino una fuerza multinacional de voluntarios conocida como la Legión del Caribe. Su objetivo era tan simple como ambicioso: derrocar por la fuerza a la triada de dictadores que asfixiaba la región, compuesta principalmente por Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Anastasio Somoza en Nicaragua y Tiburcio Carías en Honduras.
El origen de esta fuerza se encuentra en el Pacto del Caribe de 1947, un acuerdo firmado en México por líderes en el exilio. A diferencia de otros movimientos rebeldes, la Legión no luchaba por una sola bandera. Estaba compuesta por dominicanos, nicaragüenses, costarricenses, cubanos y venezolanos que entendían que ninguna democracia estaría a salvo mientras existiera una dictadura vecina. Para ellos, la liberación del Caribe era un tablero de ajedrez donde cada pieza caída facilitaba el siguiente movimiento.
Figuras clave y el apoyo democrático
La Legión no operaba en el vacío; contaba con el apoyo velado de lo que se llamó el «Eje Democrático», liderado por figuras como Juan José Arévalo en Guatemala y, más tarde, José Figueres en Costa Rica. Fue precisamente Arévalo quien permitió que los legionarios se entrenaran en territorio guatemalteco y recibieran armamento. Bajo su protección, el grupo acumuló hombres y equipo, convirtiéndose en una amenaza real que obligó a los dictadores a crear su propia red de defensa mutua.
Uno de los episodios más definitorios de la Legión ocurrió en 1948, durante la Guerra Civil de Costa Rica. El líder costarricense Figueres recibió el apoyo vital de la Legión para tomar el poder y restaurar el orden democrático. A cambio, Costa Rica se convirtió temporalmente en una base de operaciones para el siguiente gran objetivo: el derrocamiento de Trujillo. Sin embargo, este éxito temprano sería también el inicio de su fin, ya que la visibilidad de sus acciones atrajo la presión de los Estados Unidos y de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
El declive de los idealistas armados
El final de la Legión del Caribe no llegó por una derrota militar definitiva, sino por el peso de la diplomacia y el inicio de la Guerra Fría. Washington, que inicialmente veía con simpatía los movimientos pro-democráticos, comenzó a temer que la inestabilidad causada por la Legión fuera aprovechada por movimientos de izquierda radical. Bajo la presión de la OEA, los gobiernos de Guatemala y Costa Rica se vieron obligados a retirar su apoyo y confiscar el armamento de los legionarios.
Aunque la Legión se disolvió como estructura militar organizada, su espíritu y muchos de sus miembros —incluyendo a un joven Fidel Castro que participó en el fallido intento de Cayo Confites contra Trujillo— continuaron influyendo en la región. La Legión del Caribe demostró que el ideal de una América Latina democrática y unida podía armar a miles de hombres, dejando como legado la idea de que la libertad de un país caribeño era, en última instancia, la libertad de todos.
José Figueres Ferrer
La relación entre José Figueres Ferrer y la Legión del Caribe es uno de los capítulos más pragmáticos y tensos de la historia centroamericana. Aunque los legionarios fueron el brazo armado que le permitió ganar la Guerra Civil de 1948, el vínculo se transformó rápidamente de una alianza de combate a un problema diplomático que ponía en riesgo la supervivencia de su naciente gobierno.
Antes de estallar el conflicto en Costa Rica, Figueres había firmado el Pacto del Caribe. En este documento, se comprometía a que, una vez liberada Costa Rica, el país serviría como plataforma logística, financiera y militar para que la Legión derrocara a las dictaduras de Somoza en Nicaragua y Trujillo en la República Dominicana. La Legión cumplió su parte: enviaron armas desde Guatemala y combatientes experimentados que fueron decisivos para la victoria del ejército rebelde costarricense.
La deuda de sangre frente a la presión internacional
Una vez en el poder, Figueres se encontró en una encrucijada. Por un lado, tenía a cientos de legionarios en territorio costarricense exigiendo los recursos prometidos para invadir Nicaragua. Por otro lado, la Organización de los Estados Americanos (OEA) y Estados Unidos comenzaron a presionar fuertemente. Washington no estaba dispuesto a permitir una guerra regional que desestabilizara el istmo, y Somoza ya estaba movilizando tropas hacia la frontera con Costa Rica como represalia.
La gestión de Figueres fue un ejercicio de equilibrismo político. En lugar de romper bruscamente con sus aliados, comenzó a «enfriar» la relación. Permitió que la Legión permaneciera en el país y mantuvo el discurso de hermandad democrática, pero empezó a retrasar las autorizaciones para las expediciones armadas, argumentando que Costa Rica necesitaba consolidar su propia seguridad antes de lanzarse a una aventura internacional.
El punto de ruptura
La disolución del ejército
La decisión más audaz de Figueres —la abolición del ejército de Costa Rica el 1 de diciembre de 1948— tuvo una doble función. Internamente, eliminaba la posibilidad de un golpe de Estado en su contra; externamente, era una señal brillante para la comunidad internacional. Al no tener ejército, Costa Rica se presentaba como una nación pacífica que difícilmente podría albergar o patrocinar una invasión militar contra sus vecinos.
Este movimiento dejó a la Legión del Caribe sin una estructura oficial a la cual aferrarse. Finalmente, bajo la presión de una comisión de la OEA que investigaba las actividades conspirativas en la región, Figueres tuvo que pedir a los líderes de la Legión que abandonaran el país o se desarmaran definitivamente. Muchos legionarios se sintieron traicionados, pero para el líder costarricense, el sacrificio de la alianza era el precio necesario para salvar la soberanía y la paz de su nación.
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Anastasio Somoza García
La reacción Somoza ante el ascenso de Figueres fue una mezcla de paranoia militar, agresión directa y una astuta manipulación de los organismos internacionales. Para el dictador nicaragüense, la presencia de la Legión del Caribe en San José no era un asunto político menor, sino una amenaza existencial: sabía que él era el siguiente objetivo en la lista de los revolucionarios.
La respuesta militar
Invasiones y desestabilización
Somoza no esperó a que la diplomacia resolviera sus miedos. Su primera reacción fue el apoyo militar directo a los enemigos de Figueres. Durante la Guerra Civil de 1948, envió tropas de la Guardia Nacional de Nicaragua a territorio costarricense para auxiliar al gobierno de Teodoro Picado.
Tras la victoria de Figueres, la agresividad de Somoza escaló:
La contrarrevolución de diciembre de 1948: Apenas meses después de que la Junta de Gobierno tomara el poder, el dictador nicaragüense permitió que fuerzas calderonistas (seguidores del expresidente derrocado) invadieran Costa Rica desde Nicaragua. El objetivo era doble: restaurar un gobierno afín y, sobre todo, forzar a Figueres a desmantelar la Legión del Caribe.
La invasión del 55: Años después, cuando Figueres ya era presidente constitucional, Somoza volvió a patrocinar una invasión masiva que incluyó ataques aéreos sobre ciudades costarricenses. Esta vez contó con el apoyo de otros «pesos pesados» de la Llamada de las Espadas, como Pérez Jiménez de Venezuela, quien envió aviones de combate para bombardear San José.
La estrategia diplomática y el uso de la OEA
Somoza fue un maestro en usar las instituciones para su propio beneficio. Acusó constantemente a Costa Rica ante la Organización de los Estados Americanos (OEA) de violar los tratados de no intervención al albergar a la Legión del Caribe.
Su argumento era efectivo: presentaba a Figueres no como un demócrata, sino como un agitador internacional que ponía en riesgo la paz del continente. Esta presión diplomática fue la que finalmente obligó al líder costarricense a expulsar a los legionarios, logrando Somoza una victoria política sin necesidad de ganar una guerra abierta.
La abolición del ejército como burla y alivio
Un dato curioso fue la reacción de Somoza ante la abolición del ejército de Costa Rica. Públicamente, la propaganda somocista intentó ridiculizar la medida, llamando a los costarricenses «peleadores de papel». Sin embargo, en privado, fue un alivio estratégico. Un vecino sin ejército formal era un vecino menos peligroso para su dictadura, aunque Figueres demostró que podía movilizar a la población civil con una efectividad que el dictador nicaragüense nunca previó.
La rivalidad entre ambos líderes se volvió tan personal que Somoza llegó a retar a Figueres a un duelo a pistola en la frontera para resolver sus diferencias, un desafío que el presidente costarricense, manteniendo su imagen de civilista, simplemente ignoró.
Al final, Somoza logró que la Legión fuera expulsada, pero no pudo evitar que el modelo democrático de Figueres se consolidara al otro lado de su frontera, convirtiéndose en el contraste permanente a su propia dictadura.
Este video detalla el último conflicto armado en la historia de Costa Rica, donde se puede observar cómo la defensa civil costarricense enfrentó la invasión patrocinada por el régimen nicaragüense en 1955.




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