La primera dama de la revolución
Jacobo Schifter
Hace 40 años escribí mi tesis de maestría para la Universidad de Chicago. Me sugirieron que escogiera como tema la Revolución de 1948. Como toda mi generación, había oído principalmente la versión de un Figueres democrático, reformador social y de avanzada.
Cuando publiqué el libro, La Fase Oculta de la Guerra Civil en Costa Rica, en 1978, terminé escribiendo lo contrario. En aquellos tiempos, en las Universidades públicas, regidas por una alianza entre Liberación Nacional y el Partido Vanguardia Popular, criticar a Figueres era una osadía. Pagué un alto precio.
Pero esto no es mi tema de hoy. Como dice Henrietta Boggs, cuando llegas a mi edad ya te importa un pepino lo que digan de uno y si no les gusta lo que escribo, pues quizás el año entrante estaré muerto y, entonces, vengan y disfruten de mi funeral. (No traigan flores, eso sí)
Cuando me mandaron la invitación para ver la película «La Primera Dama de la Revolución» sobre la vida de la primera esposa de Figueres, Henrietta Boggs, tenía que odiarla. Como dijo la crítica en La Nación, era la versión parcial de la guerra del 48, carente de balance y de objetividad.
Pero sorpresas te da la vida. Adoré esta película. No puedo dejar de verla. La doy en todas mis clases y la gente termina llorando.
Es lo más interesante que he visto en cine sobre Costa Rica. No pude (traté de no hacerlo, luché contra ello, busqué la manera) dejar de maravillarme con Henrietta; quedé cautivado, ensimismado, atrapado. La película es sobre ella; la parte de su esposo no me interesó para nada y para los que dicen que esta es la versión figuerista de las cosas, no podrían estar más equivocados: por medio de Henrietta uno puede ver algo de la monstruosidad de este hombre. Y lo que digan los críticos de La Nación, me importa otro pepino.
Cuando de la historia de las mujeres, los gays, los judíos, los negros, los chinos, los alemanes o los grupos minoritarios se trata, tenemos un serio problema. Los historiadores «afamados» no se interesan en estos temas: ellos y ellas se enfocan en lo «masculino» (estamos en un patriarcado): la economía, la guerra, las relaciones internacionales, pero de maricones, de lesbianas o de los grupos desfavorecidos, esto se lo dejan a ellos mismos para que escriban su historia.
Y aquí tenemos el gran robo.
Los líderes que cuentan estas historias, o hacen museos o cátedras, se realzan, buscan a quienes les gustan, los que son políticamente correctos y crean así fantasías que nadie corrobora para explicarnos cómo se dieron las cosas. Si un hombre fue el que inició un cambio que dio luz al movimiento feminista, las compañeras se hacen, como decimos aquí, las majes. Y si es una gringa, menos pelota le van a dar y buscarán a una Lyra, una Naranjo, una Calvo, o sea, una tica de pura cepa para endiosarlas y darles todo el crédito. Y no hablemos de los homosexuales que requeriría un tomo entero escribir sobre cómo distorsionan la historia y se convierten en los fundadores de la nada.
Alain Badiou y Slavov Zizek han integrado a la lectura histórica, las matemáticas y la mecánica cuántica. Una de sus contribuciones es el papel de las llamadas partículas divinas, o el Bosón de Higgs. Esta partícula, apenas descubierta hace poco, tiene una función: toma prestada energía, cambia las cosas y desaparece por arte de magia. Si no la hubiéramos buscado por décadas, no sabríamos que existe. Pero dio origen al universo.
En la historia existen actores evanescentes que hacen lo mismo que Higgs: hacen cambios y desaparecen. Foucault probó que cuando a veces creemos que un evento se originó en un momento histórico, es que el proceso más bien terminó.
Pensemos en Rosa Parks, la negra que en los años de 1950 decidió no levantarse -como decía la ley- en el bus y darle su campo a un blanco. Los historiadores nos dicen que, a partir de este acto de rebeldía, nació el movimiento de los derechos civiles. Sin quitarle mérito a la Parks, cuando ella no le dio la gana levantarse, ya el racismo norteamericano, como ideología, había perdido la guerra.
Henrietta Boggs es un actor evanescente. Será gringa, hablará con acento, se casó posiblemente con el hombre incorrecto, pero les guste o no les guste a los que escriben sobre el movimiento de los derechos civiles en Costa Rica, la mujer cambió nuestra historia y cada vez que veo esta película en mis clases, termino llorando con mis alumnos.
Tomado de FB
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