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Yvonne Clays: entre el rescate y el desagravio para una primera dama tica y belga

Yvonne Clays: entre el rescate y el desagravio para una primera dama tica y belga

Víctor Valembois

Una primera versión de este esbozo biográfico fue publicada en el libro del Dr. Miguel Acuña (Yvonne Clays, testigo de la neurorosis de una Administración, San José, Costa Rica, sin editor, 1996). La presente elaboración parte de allí, pero está influenciada por tres factores posteriores:

a) De la introducción en el libro de Acuña se publicó una selección y adaptación periodística hecha por Larissa Minsky (La Nación en Revista Dominical, febrero de 1996). El lector atento descubrirá allí una versión sutilmente diferente, en la que no resultan ausentes las alteraciones por autotocensura de la periodista, en un contexto revelador por sí mismo.

b) Con base en la investigación del suscrito, se elaboró un guión para una exposición sobre el mismo tema, hecha en las instalaciones del CENAC, en febrero de 1996. El autor agradece las numerosas sugerencias y los aportes sustanciales efectuados por un equipo de voluntarios, entre los que destacan, en la elaboración de textos, la M. Sc. Ana Lorena Echavarría y Leonora Córdoba.

c) Intervinieron, además, nuevas entrevistas e investigaciones personales respecto del tópico, hechas por el autor.

Yvonne Clays

Yvonne Clays

DE CUNA DE ORO… A SALA COMÚN EN EL CALDERÓN GUARDIA

Pareciera que se confabularon la historiografía oficial y la fatalidad trágica para lograr que varias generaciones de jóvenes, crecidos con la universidad y el seguro social, ignoraran que Yvonne Clays contribuyó a gestar esos mismos frutos a su disposición. Más sorprende aún es que un moderno museo, con un presupuesto holgado, dedicado a la obra que se logró bajo la presidencia del que fue su marido, no la mencione ni por asomo. Pero …, quién fue y qué hizo Yvonne Clays, de origen belga, primera dama entre 1940 y 1944. Esa es la pregunta central a la que quisiera contestar.

Yvonne Clays Spoelders, así rezaba su cédula de residente en el país, nació en 1906 en Amberes, Bélgica. Don Jorge, su padre, era hombre de gran cultura, muchísima sensibilidad cultural, específicamente musical; pertenecía a la aristocracia: decir Clays, en Flandes es como decir Guardia en Costa Rica. Era diamantero y estaba muy introducido en los círculos dirigentes del país.

Ella no hablaba de su madre, porque, en un inicio de una cadena fatal, prácticamente no la conoció. Doña María Catharina falleció tempranamente, al año de edad de la niña Yvonne. Su papá se volvió a casar y tuvo otra hija, Marta, que siempre fue una especie de rival. Resultaron completamente antagónicas, porque si una, la mayor, destacaba en cultura general y gusto por el estudio, la otra, más bien le ganaba en vida social y entretenimientos superficiales. Como toda europea de su edad, Yvonne se vio muy marcada por los dos conflictos bélicos que, originados allí, se expandieron con sus consecuencias a todo el orbe, mereciendo por ello el tristemente famoso apelativo de guerras mundiales. Florimond, su hermano menor, por quien sentía gran cariño, murió en 1915, en las trincheras de la batalla de Yser, en Flandes, en lo que alguien llamó la más estúpida de las guerras.

Pero no hay mal que por bien no venga: con los avatares de la guerra, Yvonne fue educada en Inglaterra con las monjas francesas de las ursulinas. Gracias a esta esmerada formación, aparte de francés, hablaba un inglés «de Oxford», cosa que, años más tarde, pondría al servicio de Costa Rica. Así, pues, nuestra futura primera dama, en su etapa «belga», era entonces una joven de familia acomodada, poseedora de una cultura exquisita.

Esta señora parecía «predestinada» a aquello de «todas íbamos a ser reinas». Pero no fue así. La fatalidad le reservó varias pasadas crueles. En efecto, un matrimonio tormentoso, una administración pública en plena tempestad de guerra, un trato injusto en los avatares del 48 y una marginación de medio siglo, son algunos de los capítulos que la esperaban. Murió finalmente en una sala común en el hospital Calderón Guardia (de nombre del que fue su esposo…), en soledad (porque ya no era políticamente útil) y en relativa pobreza (porque mucho tiempo se le negó lo que le correspondía y cuando por fin se le reconoció, era tarde y la postraron problemas de salud). Sin caer en la hagiografía estéril, hace falta una rectificación histórica.

LOS AÑOS VEINTE EN BÉLGICA: INTERFERENCIAS BILATERALES EN LA GESTACIÓN DE GRANDES IDEAS

Muchos factores se conjugaron para que, después de la dolorosa primera conflagración mundial, Bélgica se consolidara como imán intelectual e industrial para los cuadros dirigentes costarricenses hijos, a su vez, de las grandes reformas liberales y educativas de fines del siglo anterior. La misma estrechez geográfica de esta, pujante nación europea, sus grandes ideologos, como Mercier, Vandervelde y otros de entonces, los estudios que en ella llevaron a cabo destacados costarricenses, antes, Enrique Jiménez Núñez, los hermanos Jiménez, los sacerdotes Volio, los hermanos Aguilar, y tantos otros, todo se congregó para que esta pequeña monarquía siguiera como madre nodriz (alma mater, que se dice en latín).

Yvonne Clays

Cuarenta y dos ticos reunidos en un hotel en Bruselas, celebrando el 15 de setiembre de 1929.

A principios de los años veinte, un inteligente plan de becas del Estado costarricense reforzó la tendencia, ya muy marcada de que Bélgica fuese destino académico: por coincidir con la época de estudios y de amores de su futura primera dama, se puede llamar a este grupo «la generación de Yvonne Clays». La mayoría se graduó de médico en la Universidad Libre de Bruselas, como el mismo doctor Calderón Guardia. Había tres equipos de fútbol de ticos en Bélgica.

Existía allí un Club Costa Rica, con actividades culturales. De ellos sobreviven todavía media docena de destacados profesionales, como el licenciado Marco Tulio Salazar, los doctores Mena, de Cespedes, Trejos, Alfaro, Vargas, etcétera.

Doña Yvonne era joven y bonita en esta época. Terna los ojos románticos, llenos de idealismo e ilusiones. En la playa, donde la familia Clays tenía una propiedad, esta mirada se vio correspondida por la de un joven médico: de nombre Rafael Angel. Independientemente de muchas diferencias de cultura y de formación con su futuro esposo, Yvonne tema en común con él un profundo sentir social. Entre don Jorge Clays y su futuro yerno, prevalecía entonces una extraña relación de respeto mutuo, por una misma inquietud intelectual y política. Los dos dialogaban asiduamente respecto de las posibilidades de instaurar en Costa Rica un régimen de seguridad social, con base tripartita, obrero, patrón y Estado, como el que se vivía en Bélgica, después de años de inmisericorde explotación de los pobres.

Muchos años después, doña Yvonne relataba que entre tantos que se vanaglorian de ser los gestores de estas garantía sociales en Costa Rica, quién sabe si no habría que poner a don Jorge en un pedestal, aunque sea por su contribución lejana e indirecta. Aparte de las discusiones que hicieron madurar a la futura pareja presidencial, fue grande también su aporte material. De las diecisiete propiedades que tema en Bélgica, a su muerte, en 1941, gran parte del valor de estas se vino a Costa Rica y se utilizó en la campaña para el capítulo constitucional. Otra parte le fue confiscada a doña Yvonne en 1948.

Yvonne Clays

Yvonne Clays. a los veinte años, cuando conoció al Dr. Calderón Guardia, en Bélgica. El padre de Yvonne Clays: Costa Rica le debe mucho, aunque sea indirectamente.

Pero, en lo cultural, no había mayor entendimiento entre el Doctor y su suegro. Al contrario de Rafael Angel Calderón Muñoz, que después de sus estudios, también de médico, en Lovaina, volvió a Bélgica después del episodio de los Tinoco y ejerció allá su profesión, su hijo, en realidad era un desadaptado allá. Felizmente los recursos abundantes, el triple de lo que ocupaban sus otros compañeros de estudio, le permitían ciertas excentricidades en el vestir, en el transporte, en todo. Un corazón de oro, eso sí; en eso concuerdan todos los que lo conocieron en Bruselas. A pesar de que no se conocieron nunca, se perfila más afinidad en sentir y vivir entre «el viejito» (como le decía doña Yvonne) y papá Clays, su otro «viejo».

En realidad, hubo un denominador común entre estos dos ticos y estos dos belgas. Me refiero a su idéntica sensibilidad social y a una fuente religiosa y espiritual común que les daba solaz. Era un catolicismo practicante, más allá de las palabras, en una renovada inspiración imbuida de las lecciones del maestro que todos, eso sí, conocieron personalmente: Désiré Mercier. Partiendo de reflexiones de doña Yvonne, muchos años después, cuando se inauguró el monumento a las Garantías Sociales y su rol de primer dama fue opacado para destacar a otra persona en su lugar, ella en tono mordaz hacía la reflexión de que «en esta estatua sobra mucho y falta mucho», aludiendo, estoy seguro, en este último caso a su suegro y al mentor de todos, el Primado de Bélgica.

Don Rafael Angel y doña Yvonne se casaron en Amberes, Bélgica, en 1927. A pesar de que el señor Clays no veía con buenos ojos que su hija se alejara con un señor con el cual él no se identificaba mucho, les reservó una celebración a toda pompa, como se deduce del libro de Bonilla, Los Presidentes, en el cual aparece una espléndida foto matrimonial. Ella, enamorada como seguiría hasta el final de sus días, a pesar de todas las inmensas desilusiones y en contra también del consejo de su padre, siguió adelante. ¿Será efectivamente ciego el amor? Todos los ticos en Bélgica fueron invitados a la fiesta. Más de sesenta se hicieron presentes para una auténtica celebración, digna de los cuadros de Brueghel. La pareja vino para Costa Rica en 1928. De este matrimonio no habrían de surgir hijos…

Yvonne Clays

Foto matrimonial. Fuente: libro Los Presidentes de Harold H. Bonilla

LOS AÑOS TREINTA EN COSTA RICA: DE LA METRÓPOLI A UNA ALDEA

Tremendo tiene que haber sido el choque para doña Yvonne al llegar a Costa Rica, por el cambio geográfico, climatológico, cultural e idiomático. El país tenía escaso medio millón de habitantes; la capital contaba apenas con cincuenta mil personas. El San José con el que se topó era, aproximadamente el que todavía se perpetuó en la película El retorno de 1930, pero es, como se sabe, una imagen idealizada. La miseria humana, la falta de infraestructura vial, la ausencia de canalizaciones para aguas negras, fuera de las pocas cuadras del centro, mucha gente iba descalza… todo eso la tiene que haber golpeado profundamente. La crisis del 29-30 condicionó los precios del café y afectó los planes de estudio de varios tipos en Bélgica. Era otra la percepción, física y cultural de doña Yvonne, acostumbrada a la pujanza hacendosa, al lujo y la comodidad, en Bruselas y en Amberes. El edificio Metálico, traído de Bélgica, el Teatro Nacional, algunas casas señoriales resultaron visiones que aliviaban el espectáculo general, aldeano, pobre, desolado. Al este de la capital, al norte del Parque Nacional, del Paseo de las Damas y la estación al Atlántico, se extendían los barrios Amón, Otoya y Aranjuez, como nuevos polos urbanos. Allí vivió, pensó, gozó, sufrió. Pero veamos su entorno humano. Su nueva familia, su casa por más de una década, resultó ser la de sus suegros. Era muy amiga de doña Ana María y se acopló rápidamente a su círculo de amistades. Doña Yvonne, por fuerza, tendía también a anclarse en los círculos anglosajones y europeizados, afrancesados, de entonces, como el de la madre de don Fernando Soto Harrison y otros. René Van Huffel, compatriota establecido entonces aquí, la viuda del maestro Loots, otro compatriota suyo, fueron de los pocos europeos con los que ella podía compartir, en idioma y en afinidades culturales. Al doctor Calderón Muñoz, su suegro, lo tuvo siempre muy en alto, por su sensibilidad social, su sentido político y por su inmensa biblioteca, que ella heredó, pero que le fue saqueada en el 48. Ella, que vivió más de una década en casa ajena y después pasó a Casa Presidencial, se tema que integrar o morir: la estructura familiar costarricense es algo absorbente. Entre sus múltiples ocupaciones, acompañaba frecuentemente tanto a su suegro como a su esposo, ambos con don de gentes, un mismo estilo caritativo, nada altivo, para el necesitado. Aspecto generalmente olvidado o infravalorado, es su amistad con don Francisco Calderón Guardia, el hombre fuerte, después, para muchos objetivos del doctor. Don Francisco nunca le daría la espalda a doña Yvonne, como muchos sí lo hicieron…

LOS AÑOS DE LA PRESIDENCIA

Hay dos casos en Centroamérica de primeras damas belgas: Blanca, la esposa de Zelaya, en Nicaragua, en el siglo pasado y doña Yvonne. Esta última había sido precedida, casi un siglo antes, por otra dama europea, más precisamente inglesa, que fue first lady en tiempos del presidente Montealegre. Pero no se nace en esta condición. Se hace o, mejor dicho, la hacen, entre el marido y un monstruo que se llama opinión pública. Respecto de lo segundo: «la mujer del César…» no se puede negar entonces que en el caso de éstas, pero a la sazón extranjeras, haría falta bastante tino, mucha voluntad de integración, una paciencia enorme.

En el caso de la señora Clays, el ascenso no había de ser necesariamente «evidente» desde su llegada. Caudillos históricos y arribistas a título personal no faltaban que querían llegar a la presidencia, antes o en vez del Doctor. Intervino también el destino, como en este caso, con el enorme prestigio de su padre, como profesional médico y político. Hasta la suerte intervino, con la muerte del Doctor Moreno Cañas. Lo cierto es que en el caso de «la macha», como todo el mundo la trataba familiarmente, el camino no era ni rectilíneo ni fácil: prevalecía la dificultad enorme de hacer lo que correspondía y quedar bien. Estaba frente a la doble dificultad o barrera intrínseca de ser del «sexo débil» y forastera. Sin ser «feminista», en el sentido extremo de la palabra, sabría asumir y defender un papel por los hechos, más que por las palabras.

Era mal visto que la mujer fuera demasiado estudiosa y destacara en lo político, en lo cultural, en todo, especialmente en inteligencia, sobre todo, en este caso, siendo de afuera: de allí una serie de rumores echados a andar, como forma de serrucharle el piso, respecto de su comportamiento personal, sus costumbres, sus relaciones sociales, sus modales. Es cierto aquello de «pueblo chico, infierno grande». Es común la frase «detrás de cada gran hombre hay una gran mujer; la señora Clays la aplicaba así: «en la obra del doctor Calderón Guardia, de 1940 a 1944, están las palpitaciones de quien en esos años era su esposa». Femando Soto Harrison, joven y talentoso Ministro de Gobernación en tiempos de la administración Calderón, ahora, por sus años y la perspectiva que le da el haber servido en tantas circunstancias y gobiernos, valora su aporte en estos términos: Antes de Ivonne ninguna primera dama tuvo relevancia en la política interna y externa. Ella sí destacó.»

Son cuatro, por lo menos, los campos en los que se puede condensar la labor de esta primera dama «tica y belga»: en lo cultural, en lu educativo, en lo social y de salud y, por último, en la política externa. A cada uno de estos puntos habría que dedicarle un buen estudio en profundidad. Aquí va, por lo menos, una perspectiva reveladora, ya que, desgraciadamente, la obcecación de ciertas personas y la consecuente labor de encubrimiento de grupos serviles logró un verdadero bloqueo historiográfico. La cosa va más allá, incluso, del tipo de Historia oficial como en el caso argentino que nos recuerda la película homónima, porque lo de Yvonne Clays se llevó más allá de la manipulación unilateral de un partido vencedor, para reforzarse por el silencio quizá involuntario, pero cómplice al fin, del otro.

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La labor señera, meticulosa y asidua de la doctora Virginia Zúñiga Tristán contribuyó, en forma destacada, a desentrañar la madeja respecto del aporte cultural de la señora de Calderón Guardia, específicamente en lo musical. Indirectamente aparece nuevamente el padre de doña Yvonne que le dio una educación tan esmerada en este sentido, sobre la base, claro, de una personal predisposición natural de ella. Después de la gesta de don Juan Loots, con sus bandas militares, entre otras, en las retretas de principio de siglo, era la segunda vez —según consta en el estudio de la niña Virginia— que intervenía Bélgica en la creación de una orquesta nacional costarricense.

Sobre esta semilla y, claro que sí, con la ayuda de un grupo de damas voluntarias destacadas en el medio, con la colaboración, además, de varias personas e instituciones, en contra incluso de la voluntad inicial de su marido que no tenía tiempo ni interés para estos menesteres, doña Yvonne logró que resucitara el Ave Fénix. Ya con el carro en marcha, se institucionalizó la orquesta y desgraciadamente nuevamente se atascó a los pocos años. Lo innegable —a pesar de que en forma sintomática desaparecieran los archivos al respecto, un acto de ostracismo, voluntario o no, pero real— es que hubo una clara y destacada actuación de la primera dama en este histórico logro. Por haber sido tema de investigación por parte de otros autores, no se amplía mayormente, al respecto, en este trabajo de rescate.

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En el campo de la salud también hay que subrayar una labor, pero más específicamente tras bambalinas. Por doña Ana María, ella estaba desde el principio en una serie de labores de tipo caritativo, paliativo, pero no faltó pronto una perspectiva de largo alcance. Señalaba doña Yvonne que ya en los años veinte «Rafael Angel y yo, en Bélgica, hablábamos mucho de la miseria en Costa Rica y de cómo combatirla». Desde 1938, junto con doña Julia F. de Cortés, pero con base en una idea que ella misma aportó, propugna la atención integral a la niñez, en la atención y la prevención que se debe otorgar al binomio madre-niño, exactamente en la línea de la «Obra Nacional para la Infancia» que había visto en Bélgica. Y es que esta labor no nacía de un cálculo político de la señora del Presidente del Congreso, presidenciable también para el Ejecutivo, sino que brotaba del corazón y del refuerzo educativo europeo. La cruzada por las casas cunas, verdadero antecedente de los actuales programas CEN-CINAI, la llevó a cabo ella, con la ayuda de doña Rosario Solano, entre otros. A ella, que confesó no servir para chinear hijos, los cuales finalmente no tuvo (en estos días rechazó una adopción), se le veía regularmente, a las seis de la mañana, en la casa cuna cambiando pañales, organizando…

Queda por investigar el soporte invisible, por políticamente poco destacable, que ella significó en todo el capítulo de las Garantías Sociales. Aparte del Doctor, que estampó su firma en los documentos legales y propugnó publicamente la serie de proyectos alrededor de esta idea, consta la labor tesonera de don Oscar Barahona y se sabe de la misión que asumió el licenciado Padilla. Pero en todo el tejido quedan madejas sueltas. Del lado belga, aparte de la figura señera del cardenal Mercier, como ideólogo, son tres los hilos que hay que ubicar todavía: se mencionó ya la dedicación indirecta a esta distante causa del padre Clays, consta además que estuvo y trabajó en Costa Rica el ex premier de Bélgica, don Paul Van Zeeland, granjeándose por ello uno de los primeros doctorados honoris causa de la flamante Universidad de Costa Rica; pero se desconoce todavía la tarea asumida discretamente por la señora Yvonne.

A ella, y a la ubicación de su familia en el ajedrez político de Bélgica, se debe que el ministro belga estuviese en Costa Rica. Con insistente orgullo confesó después privadamente que ella tomó la iniciativa de invitar a don Ricardo, el tres veces presidente, a casa oficial del mandatario: en estos años el viejo roble y don Rafael Angel estaban distanciados. Así se allanó el terreno para una reconciliación que, a la postre, sirvió a las garantías: el señor Oreamuno se comprometió a escribir varios artículos en su apoyo. El marido de doña Yvonne 1c encomendó de ha blar y convencer a más de una señora de opositor para aunar así fuerzas con miras a la apuesta imposible. ¿Son aportes insignificantes el hablar con una amiga, un enfermo, invitar a comer, visitar a alguien, enviar flores? Claro, pero la política de influencias es así y en el reino del macho, zoen politicón por excelencia, la astucia femenina, aquella que describió tan magistralmente Calderón (de la Barca, no el nuuRlo) la aplicó magistrabiiente «la señora de Calderón». Mujeres hay, como la famosa Evita, sobre las cuales el varón en el poder puede construir.

La campaña de los zapatos para los ninos es más conocida, porque cantidad de gente, hoy adulta, puede testimoniar de esta osadía. Doña Yvonne provocó la iniciativa, en contra, nuevamente, del criterio de su marido. Como sea, a partir del incidente de niños descalzos en el escenario del Teatro Nacional, el Presidente dio la orden de calzar, a como diera lugar, a los niños de este país. Pero ocuparlo como estuvo en otros menesteres de gobierno, fue nuevamente Madame la que corrió con la ejecución práctica de la obra. Estos múltiples ejemplos hacen a Gustavo Rojas Hidalgo referirse a Yvonne Clays como «la Reformadora oculta de la Seguridad Social en este país».

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También en el campo educativo asumió la señora de Calderón (casi tendríamos que decir «la otra señora de Calderón», por aquella de la historiografía dominante) un papel tan eficaz como siempre reservado. Señala el licenciado Marco Tulio Salazar, quien también estudió en Bélgica, que ella constantemente acudía al Ministerio de Educación, para tratar de obtener becas. Testimonio de este tipo de gestiones es el caso del doctor Ornar Acuña. Persona de origen humilde, pudo estudiar en el colegio San Luis Gonzaga, gracias a gestiones personales de la Primera Dama. Consta su labor en pro del Colegio de Sión, con el que se identificaba bastante, por su propia formación: una graduación se dedicó a ella, en reconocimiento. Respecto del Colegio de Señoritas, en un memorable discurso de graduación suyo, que si bien no tuvo, por fuerza y circunstancia imperantes, la misma trascendencia ni resonancia, años después, que el histórico llamado de don Joaquín «ante el monumento nacional», se perfila una voluntad de trascender lo meramente protocolario de la ocasión hacia un mandato a las mujeres jóvenes.

Yvonne Clays

Junto con doña Berta de Gerdi, Lottie de González, María Eugenia de Jiménez y María Isabel de González, doña Yvonne fue una de las almas de la sinfónica de los años cuarenta. Fuente: Revista Pro-Arte, San José, Costa Rica Año 1 N°l, mayo de 1944

Ella, justamente ella, víctima de un machismo imperante, en la definición de su rol como mujer y «esposa de», sentía la vocación y la necesidad de reforzar en las futuras generaciones el compromiso de las alumnas con su condición femenina y para con su Patria.

En la historia de la Universidad de Costa Rica está patente la relación que ha existido, a través de los años, entre Costa Rica y Bélgica, con el papel que han desempeñado en la institución ex estudiantes de famosas universidades belgas: Jorge Volio, de la Universidad de Lovaina, fue el primer decano de la Facultad de Filosofía y Letras y el licenciado Salazar, de la Universida de Bruselas, el primer decano de la Facultad

de Educación. Si bien prevaleció, finalmente, un modelo más anclado a lo norteamericano, arriving system, por varios indicios consta la labor Hp la señora Yvonne en la discusión y ejecución del proyecto UCR. Sobre todo el General y doña Yvonne, desde trincheras diferentes, uno en primera línea y la otra en retaguardia, se relacionaban en una labor que apuntaba a lo mismo. De hecho, en otro paralelismo, fueron después sendas víctimas dolorosas del acontecer político.

Otro episodio, en el que destaca la intervención de esta dama, es la obtención, para Costa Rica, de la sede del Instituto Agrícola Internacional en Turrialba, hoy día CATIE. Se iba a montar en Colombia y la votación estaba perdida para nuestro país. Se logró gracias a la amistad de nuestra primera dama con su homologa estadounidense y el aprecio entre ella y Somer Welles, Secretario de Estado para América Latina. Pese a que el asunto estaba ya decidido, se volcó la balanza a favor de Costa Rica, provocando hasta cierto roce con Bogotá. Cuando en 1943 se puso la primera piedra de este instituto, ella pudo contar nuevamente con la ayuda de su amigo, el Ministro Van Zeeland.

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En el campo de la política propiamente (difícil de separar, dicha, de las otras esferas aludidas), no espera meterse, menos en forma directa, doña Yvonne, sencillamente porque no la dejarían: sabía perfectamente que la interpretación vigente de su función no se lo permitiría y aceptaba, por último, que los tiempos no estaban maduros todavía para eso. No asumió por tanto papel relevante alguno, por lo general, en la política interna. Sin embargo, confrontando este feudo masculino con la actuación de ella, señala el licenciado Soto: «…fue la única persona que tuvo el coraje de cuestionar algunas amistades de Rafael Angel», con lo cual se refiere especialmente al acercamiento táctico que hizo el Doctor respecto de Manuel Mora, Lo anterior se pudo averiguar por alguien que conocio muy de cerca don Paco Calderón (quien tampoco estaba de acuerdo). Católica pract.can.e doña Yvonne no participaba, sin embargo, del servilismo de tantas mujeres respecto de ciertas autoridades eclesiásticas. Su relación con moseñor Sanabria fue siempre correcta, pero algo distante.

Hay evidencia, sobre todo, en relación con el papel asumido por la Primera Dama en la política internacional. Son numerosos los elementos probatorios. Una vez electo y antes de asumir la presidencia, el doctor Calderón Guardia viaja a los Estados Unidos con su esposa, para entrevistarse con su importante colega, costumbre esta que, al parecer, se instauró en aquella oportunidad. Resulta difícil imaginar la importancia tan crucial de esta entrevista para la historia del país y, a la postre, para el continente en general, en plena conflagración bélica. En efecto, se decidió que Costa Rica declararía la guerra a las fuerzas del Eje tan pronto lo hicieran los Estados Unidos. Se acordó, además, un extenso programa de reformas sociales para nuestro país.

En todos estos puntos cruciales, formalmente reservados a los jefes de Estado Roosevelt y Calderón, participó activamente doña Yvonne, no sólo como mero intérprete, sino como digno interlocutor, ella con su exquisito manejo del idioma inglés y con el feeling anglosajón que evidenció mucho más la afinidad entre el presidente Roosevelt y ella, hasta tal punto que este le confiaba frecuentemente que no tradujera tal o cual parte conversada entre ellos. La empatía resultó grande a nivel intuitivo, cultural y hasta en los ancestros: el apellido Delano es flamenco de origen, como el de la señora Clays. Desde entonces, se mantuvo también una estrecha amistad entre las primeras damas, doña Eleanor, de Estados Umdos y doña Yvonne, de Costa Rica: binomio cuyo parecido en limitaciones de función, pero en audacia más allá de lo usual, habría que investigar más a fondo.

En el mismo traspaso del 8 de mayo de 1940, según contaba doña Yvonne, se puso a prueba su capacidad de actuación en lo político, aunque fuera a nivel de protocolar. Resulta que no más se había investido a su marido con la banda presidencial, cuando unos jóvenes del Colegio Seminario se le acercaron para obsequiarle un hermosoarreglo floral. Sería un acto sin mayor trascendencia si no fuera porque estos jóvenes representaban de acto lo alemán en Costa Rica y ese país acababa de bombardear Amberes, la ciudad natal de doña Yvonne, en Bélgica. ¿Tenía ella que dar rienda suelta a su justificado rencor contra la invasión teutónica a su país de origen, o, como lo hizo, le tocaba más bien representar el papel de primera dama en su patria adoptiva? Hay momentos en que el silencio, al aceptar el ramo, se vuelve elocuente. Más allá de lo estrictamente jurídico —el pasaporte, los papeles— la señora Clays es un caso interesante de doble nacionalidad, de doble patria, en el sentido superior, cultural e integrador, de la palabra.

Más adelante, y durante todo su mandato, el doctor Calderón le confió varias misiones sutiles en el exterior, entre otras, captar e interpretar los vientos que soplaban en Washington. Ella resultaría ser una especie de embajadora itinerante, en Estados Unidos y en otras partes. También don Paco le encomendó misiones delicadas en Venezuela. Es en consideración de este tipo de labor, muchas veces de la historia oculta, la verdadera, que años más tarde ella afirmaría: «La verdad histórica sólo puede perjudicar a quienes pretenden vivir de falsedades dormidas en la conciencia del pueblo».

Ella tuvo, por último, un destacado papel en los avatares de la Segunda Guerra Mundial, especialmente respecto de la política en cuanto a los alemanes: los esposos Calderón defendieron siempre una postura proeuropea, proamericana y antifascista, en una frágil alianza estratégica, más allá de sus propias y constantes desavenencias internas. Si hablaran don Frank Marshall, doña María de Federspiel, don Emilio Span y tantos otros, ya fallecidos… En Washington, con la diplomacia y el contacto personal, salvó la vida a muchos. A ella, después, nadie ayudaría para sacarla de funestas listas… Entre la declaración de guerra contra los alemanes, por el interés nacional y la secreta estrategia continental convenida con el presidente Roosevelt, se granjeó tanto enemistades irreconciliables como reconocimientos indelebles.

MEDIO SIGLO DE EXILIO INTERNO

«Si se coloca la cuestión en el terreno de la conviencia política (…) yo debía desaparecer en 1944». Con esta extraordinaria lucidez se autoanalizaba Doña Yvonne, en 1987.

Los esposos Calderón-Clays se separaron inmediatamente después del período presidencial a causa de hondas diferencias culturales y personales, pese a una profunda afinidad en muchos ideales. Como he señalado anteriormente, no tuvieron descendientes, a pesar de que, por informaciones fidedignas que llegaron a este investigador, de parte de una persona muy allegada a don Paco, allá por 1942, ella le comentó con alegría que estaba embarazada. Pero las esperanzas abortaron. La ausencia de vástagos afectó bastante al dinástico Doctor. Personas malévolas hicieron correr comentarios respecto del comportamiento sexual que, de propia confesión, le mortificaron enormemente: claro, no era del montón de feminas dóciles e insinuantes. Grave pecado en un pueblo chico. Aseguró haber solicitado la separación y, de no ser porque en el entretanto había muerto su suegro y por la insitencia de don Paco, no habría accedido su esposo. Después de años, y con gestiones en las que intervinieron tanto el presbítero Núñez como el licenciado Fació, el Vaticano otorgó la anulación de este matrimonio, que llegó un día después de la muerte del Doctor.

La señora Clays regresó a Bélgica por un tiempo. ¿Por qué no se quedó? Habían muerto sus parientes cercanos, se había casado contra la voluntad paterna y, para peor vergüenza, le daba haber dilapidado su fortuna. No le parecía oportuno el camino de retomo a su sociedad de origen.

Por allá había quemado las naves. En su ciudad natal renovó su pasaporte porque el no ser costarricense era una protección para ella, en los tiempos convulsos que siguieron. ¡Hubiera sabido que le esperaba medio siglo de ostracismo en su patria de adopción!

En el período de la guerra civil, a pesar de la separación, la persecución contra ella fue grande: se le siguió asociando con el Doctor. Trabajó un tiempo en Nueva York, pero secuelas de un deficiente tratamiento en el trópico la obligaron a retirarse, con problemas de salud que arrastraría el resto de su vida. En intentos de entrada, tanto desde Panamá como desde Nicaragua, para tratar de defenderse, le fue denegado el permiso. Finalmente, en San José, a pesar de gestiones diplomáticas belgas, por medio de su embajador, por medio del presidente del senado belga y del ministro Van Zeeland, sufrió vejámenes y discriminaciones. La inmensa biblioteca que heredó personalmente de su querido suegro desapareció misteriosamente en las andanzas del 48. Resultó también perdedora respecto de dos propiedades que provenían de su dote, que fueron confiscadas y cuyo valor finalmente se le restituyó, pero totalmente devaluado, años más tarde.

Los años cincuenta, sesenta y entrada la década de los setenta fueron de muchísimas privaciones y sufrimientos. La lista de los apartamentos y cuartos donde se alojó se alarga a medida en que aumentan los testimonios de gente que la conoció, pero que prefiere mantenerse en el anonimato. La sobrevivencia se logró a base de empeño de joyas, reducciones progresivas, venta de repostería… Durante años, vivió doña Yvonne en miseria apremiante, a merced de la amistad que le brindaba Manuel Picado, hasta la muerte de este, así como gracias a aportes mensuales de don Paco. Los empeños irrecuperables se mantuvieron, durante décadas y otra vez abusaron de su confiad Abandonada e ignorada, «inservible» para intereses particulares y de política mezquina, sobrellevó el calvario gracias a la fidelidad de amigas y amigos como la señora Solano, la señora Jiménez, los señores Nigro, la familia Picado. Hay allí muestras diversas de desprendimiento y de generosidad, en el primer caso hasta por medio siglo, en las buenas como, sobre todo, en las malas.

Capítulos tremendos, llenos de angustia y privaciones, habrían de ser contados aquí en cuanto a estos largos años. Sendas fieles empleadas, Amparo Marín y Hermelinda Vega, testigos todavía vivos, hacen membranza de días y noches en los que no se sabía si al día siguiente tendrían un bollito de pan. Mención especial merecen, en este contexto, dos profesionales en salud que con esmero le brindaron apoyo sin esperar nada a cambio. El doctor José Manuel Quirce la atendió de gratis hasta que su propia incapacidad y muerte se lo impidieran. La enfermera Flora Sánchez de Quiñones, sin saber inicialmente de quien se trataba, simplemente por compasión y dignidad humanas, primero le dio posada, durante meses, cuando al borde del desastre se efectuó el desahucio, por una señora alcohólica a la que no le importaba. Durante años, con espíritu de auténtica samaritana, le puso inyecciones contra una especial y permanente anemia.

Con tenacidad personal doña Yvonne luchó por obtener una pensión como primera dama, cosa que finalmente consiguió, gracias a su personal empeño y, entre otros, al de varios políticos, entre los que destacan Daniel Oduber y Luis Alberto Monge. Les dio su adhesión. Don Rodrigo Carazo plasmó un día, respecto de ella todo un diagnóstico: «Doña Yvonne es la persona más discreta del mundo.»

Yvonne Clays

Segunda Reunión de Primeras Damas de Centroamérica. San José, setiembre de 1988

Si ella hablara, rodarían muchas cabezas. Doña Margarita Penón, cuyo padre fue rescatado de la ruina por doña Yvonne, le restableció públicamente su olvidado rango, con motivo de las jornadas por la paz, en el marco de los esfuerzos del Plan Arias por la paz centroamericana.

EL FINAL: ENTRE EL RESCATE Y EL DESAGRAVIO

Cuando vino el progresivo alivio económico, ya los años y la enfermedad la tenían minada. Varios costarricenses condensaron, al respecto, expresiones que tenían tanto de voluntad de rescate como de necesidad de desagravio: fueron esos los términos que sirvieron como leitmotiv en una retrospectiva que se le organizó en el Ministerio de Cultura, muy cerca de donde había ejercido con dignidad, con decoro y con discreción excepcionales sus funciones de primera dama, más allá de lo meramente protocolar.

En sus últimos años vivió totalmente retirada del mundanal ruido y de los vaivenes políticos, desatendiendo —con muy raras excepciones— entrevistas, refugiada en la lectura y la música, no sin interesarse fuertemente por el quehacer nacional e internacional. Contadas son las ocasiones en que salía de su encierro, también voluntariamente impuesto, en parte por su natural timidez y el contagioso qué dirán. Seguía la actualidad política nacional e internacional de manera asombrosa, leía y leía. Testimonio de ello son sus apuntes de una biografía de Hillary Clinton… de la que, en realidad, en la línea de Eleonor Roosevelt, su amiga, era una digna precursora.

Murió el 11 de febrero de 1994, prácticamente abandonada y arrastrando deudas. Llena de tacto como fue siempre, se apagó todavía durante la administración del licenciado Calderón Fournier, pero ya después de las elecciones que prepararon el pase a la del ingeniero Figueres: pareciera que el destino le asignó una ubicación histórica, por enicma del simple partidismo. Diversas personalidades, que pidieron reserva de su nombre (cosa que comprendo pero no necesariamente justifico en el contexto precisamente del rescate y el desagravio), permitieron que se le diera una despedida y un lugar de reposo eterno dignos de una belga noble, de una Primera Dama de altura. Que su figura sirva de puente en las relaciones bilaterales entre Costa Rica y Bélgica.

Víctor Valembois. Doctorado en Filología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor en la Sección de Comunicación y Lenguaje en la Escuela de Estudios Generales, desde 1974 hasta la fecha y en el Programa de Maestría en Letras, entre 1978 y 1983. Catedrático de la Universidad de Costa Rica. Ha publicado más de cincuenta artículos académicos en revistas universitarias de España y Costa Rica, con énfasis en literatura, teatro y la problemática de la identidad.

Bibliografía

Fuentes orales

Entre los años 1985 y 1996 se procedió a realizar numerosas entrevistas personales con informantes que han conocido la persona y la labor de Yvonne Clays, entre otros:

— Yvonne Clays, en persona.

— Rosario Solano, costarricense, colaboradora, en varios programas, desde 1938.

— Ernestina Barahona. belga, amiga desde los años treinta.

— Flor Sánchez de Quiñones, buena samaritana y enfermera desinteresada, por décadas.

— Amparo Sánchez y Hermclinda Vega, empleadas de doña Yvonne, respectivamente, en los períodos 1942-1963 y 1963-1994

— Femando Soto Harrison, ministro de gobernación en las administraciones de Calderón Guardia y Teodoro Picado.

— Los esposos Carazo, ex presidente y ex primera Dama.

— Muchas personas más, entre destacadas personalidades y simples testigos históricos: a todos ellos sincera gratitud.

Fuentes escritas

Acuña, Miguel: Yvonne Clays, testigo de la neurosis de una Administración, San José, Costa Rica, sin editor, 1996, con extensa introducción biográfica (23 páginas) sobre Yvonne Clays, de mano de Víctor Valembois.

Bonilla, Harold: Los Presidentes, dos tomos. Editorial Universidad Estatal a Distancia y Editorial Costa Rica, 1979.

Despacho de la primera dama, Margarita Penon: «Los nuevos tiempos», Segunda Reunión de Primeras Damas de Centroamérica, San José, Costa Rica, setiembre de 1988, Imprenta Nacional, San José, 1988.

Echeverría, Gabriela: «La dama olvidada», artículo en Perfil, 1994, pp. 12-13.

Svatek, Ludmila: Juan Loots y las bandas de música militar. Instituto del Libro, San José, Costa Rica, 1986.

Villegas Hofmaister, Guillermo: El otro Calderón Guardia, San José, Casa Gráfica, 1985.

«Hymne á l’amour», El Clarín, San José, Costa Rica, 12 de mayo 1994.

Zuñiga T. Virginia: La Orquesta Sinfónica, Editorial Universidad Estatal a Distancia, San José, Costa Rica, 1992.

Revista Nacional de Cultura

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