
Douglas DC-3 en el aeropuerto de San Isidro de El General. Aeronaves como esta fueron decisivas durante los primeros días de la Revolución de 1948.
Los pilotos de la Revolución
La Revolución de 1948 no se explica únicamente desde la acción terrestre. En un país sin fuerza aérea formal, la aviación civil —precaria, audaz y decisiva— se convirtió en un factor estratégico que permitió inclinar la balanza en los momentos críticos. Un reducido grupo de pilotos transformó aviones comerciales en herramientas militares y demostró que, aun con medios limitados, el control del aire podía definir el curso de la guerra.
Volar en tiempos de guerra
En 1948, volar ya era una empresa riesgosa; hacerlo en medio de un conflicto armado lo era aún más. Pistas sin protección, aeronaves sin blindaje y navegación elemental exigían pericia técnica, nervio y convicción política. La aviación revolucionaria fue, ante todo, logística: sin ella, el movimiento habría carecido del abastecimiento indispensable para sostenerse.
El Plan Maíz y el control del aire
La ejecución del Plan Maíz se inició en la madrugada del 12 de marzo de 1948, cuando las fuerzas revolucionarias partieron hacia San Isidro de El General desde la hacienda La Lucha, propiedad de José Figueres Ferrer, que en ese momento funcionaba como cuartel general del movimiento. Desde allí se puso en marcha una operación concebida para asegurar, desde el primer momento, control territorial y dominio aéreo.
San Isidro de El General contaba ya con un aeropuerto en funcionamiento y vuelos comerciales regulares con San José, circunstancia decisiva para el plan. Como parte de la operación, los revolucionarios se apropiaron de un avión comercial de TACA, un Douglas DC-3 que realizaba el primer vuelo del día en la ruta San José–San Isidro. El aparato, concebido para transporte civil, se transformó de inmediato en un activo estratégico.
Una vez asegurado ese primer avión y tomada la plaza de San Isidro, incluidos el aeropuerto y sus instalaciones, se ejecutó una segunda maniobra que revela el grado de ingenio operativo del Plan Maíz. Desde San Isidro se llamó a San José, donde aún no se conocía la magnitud de los acontecimientos, informando que el avión había sufrido una avería al aterrizar y solicitando el envío de repuestos. La solicitud fue atendida y los repuestos fueron enviados en un segundo Douglas DC-3. Apenas aterrizó, este segundo avión fue también ocupado y asegurado por las fuerzas revolucionarias.
Con la captura de dos aeronaves, el Plan Maíz consolidó el control aéreo inicial, amplió de inmediato la capacidad de transporte y convirtió a San Isidro de El General en el eje del posterior puente aéreo con Guatemala, fundamental para el traslado de armas y municiones en los primeros días de la guerra.
El puente aéreo con Guatemala
Desde San Isidro se estableció el puente aéreo hacia el aeropuerto militar de Cipresales, en Guatemala (hoy desaparecido). Estos vuelos —largos, riesgosos y realizados con recursos limitados— permitieron el abastecimiento sostenido del Ejército de Liberación Nacional y resultaron decisivos para equilibrar fuerzas en la fase inicial del conflicto.
Acciones de impacto
La aviación revolucionaria no se limitó al transporte. Hubo acciones aéreas directas sobre puntos neurálgicos, incluida San José, cuyo impacto fue tanto político como psicológico. En una guerra interna, demostrar alcance aéreo tuvo un peso simbólico considerable.
Nombres propios de la gesta aérea
Entre los protagonistas de esta dimensión poco contada del 48 destacan:
Guillermo Núñez Umaña, “Macho” Núñez, uno de los pilotos más osados, vinculado a la concepción y ejecución del Plan Maíz y a operaciones aéreas de alto impacto.
Otto Escalante Wiepking, pieza clave en los vuelos de enlace y abastecimiento, y luego figura central de la aviación civil costarricense.
Manuel Enrique Guerra Velásquez, “Pillique” Guerra, pionero y emprendedor, decisivo en 1948 y 1955, y protagonista del desarrollo posterior de servicios aéreos en el país.
Más allá de la guerra
Concluido el conflicto, varios de estos pilotos continuaron su aporte desde la aviación civil y empresarial, trasladando la experiencia adquirida en la guerra a la construcción de infraestructura y capacidades que marcaron el desarrollo del transporte aéreo nacional.
Una historia que también se jugó en el aire
La Revolución del 48 suele narrarse desde los combates terrestres. Sin embargo, sin los pilotos, sin su audacia y su planificación, la guerra no habría sido posible. Recordarlos es completar el mapa de la historia: reconocer que, durante días decisivos, el destino del país también se decidió desde el aire.
Galería
Invasión del 55
La dimensión aérea de los conflictos armados costarricenses no se agotó en 1948. Siete años después, durante la invasión de 1955, el uso de aeronaves volvió a jugar un papel relevante, esta vez con medios muy distintos, entre ellos aviones de combate P-51 Mustang. Sobre ese episodio y su significado histórico puede leerse el artículo “Los P-51 de la invasión del 55”, que completa el panorama de cómo el control del aire siguió siendo un factor determinante en los años posteriores a la guerra civil.













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