Una ventana para el ser costarricense
José Joaquín Salazar Rojas
Conmemorar el Centenario del Nacimiento de don José Figueres Ferrer, don Pepe, es abrir una ventana de reflexión para cimentar los más preciados rasgos del ser costarricense; es detener el tiempo para alimentar las ideas y el espíritu, máxime en los momentos difíciles por los que transitan el país y el mundo.
Don Pepe será siempre referencia obligada; más que un visionario o estadista, fue un hombre excepcional, cautivador, con un liderazgo singular, preclaro y multifacético; un estudioso empedernido, erudito desde sus concepciones filosóficas y, a la vez, un hombre sencillo y práctico para interpretar el sentir y las aspiraciones de los sencillos. Su inteligencia natural se mezcló con su esencia campesina; su permanente vocación por la agricultura y su arraigado espíritu innovador, lo convierten también en un pragmático.
Como lo señala don Alberto Cañas, “Jamás se dejó esclavizar por las teorías, y tenía en la cabeza las soluciones y adoptaba la fórmula mejor para alcanzarlas”. Para él lo que más importaba era la meta: el bienestar del mayor número.
Con un indiscutible liderazgo, don Pepe fue capaz de reconocer, salvaguardar y mejorar la buena obra que nos heredó: sabiduría pura para afrontar los retos históricos.
Hoy, nuestra generación alaba y reconoce que la presencia de muchos de quienes estamos aquí, ejerciendo una función tan eminente, obedece a este país humanista, de paz e igualdad de oportunidades, que se originó en las sabias decisiones, mediante el sistema socialdemocrático, que Costa Rica abrazó gracias a don Pepe y que él mismo define como una elevada concepción del ser humano.
Al referirse al fin superior de ese sistema, don Pepe señala, en su libro La pobreza de las naciones: “Procurar que se satisfagan con el trabajo de todos, las necesidades de todos en comida y techo, ropa y trabajo, educación y salud, y paz social; todo eso, sin sacrificar la libertad”.
Ese pensamiento permite que entendamos la convicción de las acciones extraordinarias del señor ex Presidente a quien hoy reconocemos; ese pensamiento se traduce en metas concretas, gracias a su firmeza conceptual y su extraordinaria riqueza espiritual, para él fue su ordinaria actuación.
Para entender su legado, sus obras no pueden segmentarse por sectores; su gestión y sus decisiones se orientaron siempre al individuo y a la promoción humana. Eso no fue excepción con la agricultura, que para él fue siempre un sentimiento; así lo proclamaba al aceptar que, tras una larga vida de contacto y afecto, llegó a manejar bien el idioma de la tierra y a sacar la verdad del pobre ranchito, sin ofender la dignidad de su dueño; por eso expresaba: “En la tradición de Costa Rica, se ha considerado siempre la finca agrícola familiar como uno de los mejores medios de la vida rural, por sus implicaciones humanas, sociales y políticas”.
En algún sentido, es cierto el dicho de que nuestra democracia se basa en el pequeño propietario. El sector rural, el campesinado y el agricultor encontraron, gracias a don Pepe, una verdadera atención y el despegue social y económico, a partir de la oportunidad del crédito bancario, los salarios mejorados, la luz eléctrica barata, los servicios de salud y educación y el desarrollo de una agresiva política de protección del productor, mediante el apoyo técnico y logístico y los precios justos por sus productos, logrados mediante el reforzamiento del Consejo Nacional de la Producción, entidad que fomentaría la iniciativa de los productores, los protegería contra los riesgos previsibles y, en general, haría más efectiva la democracia, al llevar hasta todo el campesinado las oportunidades económicas y sociales de la época.
En el libro Escritos y discursos, 1942–1962, recopilado por Alfonso Chase, don Pepe lo concebía así: los individuos realizan por su cuenta el trabajo de producción agrícola, el Consejo Nacional de Producción les asegura el mercado y el precio, y les ofrece ayuda técnica en combinación con otros organismos; las juntas de crédito les facilitan los recursos financieros necesarios para el cultivo, es decir, que los institutos autónomos forman un marco protector que aleja, en lo posible, los riesgos y las dificultades del empresario particular en la lucha por la producción.
Don Pepe fortaleció las actividades tradicionales de exportación como el café, la caña, el banano y la ganadería. El país fue autosuficiente y exportador de sobrantes de granos básicos; se desencadenó una espectacular formación de técnicos y profesionales, procedentes de todos los niveles sociales y partes del país. Sus herederos políticos han provocado que esa obra se vaya eximiendo. Hoy extrañamos su legado y sus ideales socialdemócratas en la gestión de un gobierno liberacionista, muy alejado de lo que su fundador profesó y aplicó. No obstante, su ejemplo de hacer transitar a Costa Rica apoyada en decisiones valientes, continúa manteniendo una Costa Rica singular, consecuente con su historia. Sin embargo, hoy arriesgan el país los mismos que gobiernan envueltos en la bandera que fundó.
Si bien actualmente nos enfrentamos a circunstancias diferentes, persisten las mismas tendencias y la defensa de intereses sectarios, nacionales e internacionales, así como las asimetrías y una revolución económica mundial que no acaba de ser justa, pese a que don Pepe fue el avanzado modernista capaz de adaptar las soluciones a las corrientes mundiales prevalecientes. A don Pepe sus convicciones jamás lo hubieran llevado a aceptar imposiciones asimétricas ni cambios abruptos integrales para el país, como lo pretende hoy el TLC; menos aún, si ello lleva en ciernes, como una amenaza real, la inminente desaparición de la pequeña y mediana empresa y de la agricultura, entre otras implicaciones para la nacionalidad costarricense.
Esto no es retórica; se constata en el pensamiento figuerista. En 1962, don Pepe sostenía que la mayor causa del subdesarrollo de nuestras repúblicas es la inequidad del comercio con el mundo industrial. Debería establecerse como principio universal que cuando un número de pueblos comercian entre sí, probando su recíproca dependencia, todos tienen derecho a igual compensación por su trabajo y sus recursos naturales.
No podemos soslayar hoy el recuerdo de la herencia de don Pepe; debemos ubicar todo su pensamiento y sus obras ante la actual disyuntiva del país, que se debate entre resistirse a un modelo excluyente o aventurarse a profundizar en él, pese a que se trata de un modelo concentrador de riqueza y depredador de todo lo que huele a estado solidario; en suma, un modelo vilipendioso de la identidad costarricense.
Paradójicamente, hoy en el Gobierno, los principales impulsores del TLC se abrigan en el alero de su bandera y su partido; se lesiona la memoria de don Pepe cuando se esfuerzan encasillar su visión modernista, su realismo y sus ideales, insinuando que él estaría hoy impulsando valientemente un instrumento de relación comercial de tales dimensiones.
En el libro La pobreza de las naciones, don Pepe decía que la social democracia propone corregir las deficiencias de la realidad existente, no como quien arranca y destruye con rencor un árbol viejo, sino como quien poda y abona su huerto con amor. Don Pepe no aceptó la imposición de modelos; desarrolló el autóctono, nutrido con dones exitosos, pero dotado de identidad propia, sin menoscabo de lo que heredó y en plena consonancia con nuestra idiosincrasia.
En su momento, Figueres sentenció: “Nos aprestamos a luchar por las conquistas del futuro, sin menoscabo de mantener y perfeccionar las conquistas del pasado”. Muchos costarricenses jamás traicionaríamos ese legado y ese norte.
Hoy, desde la trinchera del Partido Acción Ciudadana, nos nutrimos con ese pensamiento, más vigente que nunca, y lo hacemos en una crucial hora para la Patria. Por ello, nuestra lucha y posición encuentran sus raíces en esta visión de progreso patriótico, visión valiente de integración al mundo, pero desde nuestras fortalezas y con un total respeto a nuestro pasado y a nuestros próceres.
Conmemoración del centenario del nacimiento de don José Figueres Ferrer
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