Vida militante

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Arnoldo Ferreto

Tomado del libro «Vida Militante»

CAPITULO VIII

LAS ELECCIONES DEL AÑO 40

Mientras en Europa se libraban los primeros combates de la Segunda Guerra Mundial, en circunstancias en que todavía no intervenían ni Estados Unidos ni la Unión Soviética, y las tropas hitlerianas se apuntaban una victoria tras otra, en Costa Rica asistíamos a una campaña electoral para nombrarle sucesor a don León Cortés y para elegir la mitad del Congreso y las municipalidades en todos los cantones de la República.

Aplicando a las condiciones concretas de nuestro país la táctica de los frentes populares, trazada en el Sétimo Congreso de la Internacional Comunista y aplicada especialmente en Europa Occidental para detener el avance de los partidos y agrupaciones fascistas y filofascistas, nuestro Partido —modificando su línea tradicional— se dio a la tarea de buscar aliados amplios, democráticos, para intervenir en el proceso electoral en marcha. Fue así como entramos en contacto con algunos amigos personales y políticos de don Ricardo Jiménez Oreamuno, entre ellos don Juan Bautista Ortíz, el Dr. Peña Chavarría, don Jesús Pinto y otras personalidades de la política burguesa. Después de un período de negociaciones se logró la elaboración de un programa de gobierno, el cual debía de servir de base para la formación de un partido electoral, producto de la alianza del Partido Comunista y de los seguidores del tres veces Presidente de la República, y quizás el más conocido líder de la burguesía costarricense hasta ese momento, don Ricardo Jiménez. Así surgió la «Alianza Democrática», con la candidatura de don Ricardo Jiménez para la Presidencia de la República y con la participación activa y pública del Partido Comunista de Costa Rica. La vida de esta alianza fue efímera. La guerra de Finlandia primero, y luego el avance del Ejército Rojo sobre las fronteras orientales de Polonia y la recuperación por la U.R.S.S. de los territorios occidentales de Ucrania y Rusia Blanca, erosionaron la precaria coalición de comunistas y demócratas liberales de Costa Rica. Los aliados comenzaron a presionarnos para que hiciéramos declaraciones condenando la política exterior de la U.R.S.S. Nuestro Partido se negó y el compañero Mora defendió en el Congreso la intervención de la Unión Soviética para destruir la Línea Mannerheim, así como el avance del Ejército Rojo en Polonia para contener las huestes hitlerianas que marchaban hacia el este. Años más tarde, cuando se libraban fieros combates en el frente oriental entre los ejércitos nazi-fascistas y el Ejército Rojo, la prensa burguesa internacional reconoció la justeza y el acierto de Stalin al actuar como lo hizo en relación con Finlandia y con Polonia. Pero en aquel momento un verdadero alud se echó sobre nuestro Partido para que se pusiera en contra de la Unión Soviética. Sumemos a esto que el gobierno de León Cortés se lanzó violentamente contra las fuerzas que apoyaban la candidatura de don Ricardo Jiménez. Este no aguantó la represión. Dijo que estaba muy viejo para librar una campaña electoral haciéndole frente a un gobierno arbitrario y violento como el de León Cortés y renunció a su candidatura.

Nuestro Partido hizo algunos esfuerzos, que resultaron infructuosos, para encontrar a otro candidato amplio y mantener la Alianza Democrática. Pero todo fue en vano; no tuvimos más remedio que ir solos a las elecciones del año 40, esta vez con la candidatura de Manuel Mora para la Presidencia de la República. Prácticamente él fue el único contendiente del Dr. Calderón Guardia en esas elecciones.

Así, las fuerzas políticas se polarizaron. De un lado los comunistas y los sectores más radicales de las capas medias, del otro, la reacción, con el pleno apoyo del imperialismo norteamericano. No obstante las condiciones desfavorables en que se libró esta campaña, nuestro Partido obtuvo una alta votación. De nuevo las autoridades de León Cortés emplearon todos los recursos, lícitos e ilícitos, para restarnos votos y reducir nuestras posibilidades de elección. Legítimamente elegimos varios diputados, pero los comicios fueron amañados para impedir que alguno de nuestros candidatos a diputados obtuviera el cociente de ley. A la hora llegada resultó que sólo nos reconocieron la elección de regidores municipales. En Heredia fui electo por cuarta vez regidor por el cantón central.

La candidatura de Calderón Guardia surgió con el apoyo abrumador de nuestra clase dominante. El era un niño mimado de nuestra aristocracia burguesa. Nadie hubiera creído entonces que pasado algún tiempo la gran burguesía costarricense se iba a volver en redondo contra su ídolo. Pero así fue. Los azares de la Segunda Guerra Mundial trajeron muchas sorpresas.

CAPITULO XI

LAS REFORMAS SOCIALES DE LOS AÑOS 40

En 1942 se celebraron las elecciones de medio período de la administración de Calderón Guardia. Los efectos de la guerra se hacían sentir en la vida económica del país. Había escasez de un gran número de productos, y los especuladores hacían su agosto. Altos funcionarios de la administración Calderón Guardia se aprovechaban para hacer «negocios». Al referirse al auge del peculado durante esos años, los opositores al régimen acuñaron la frase: «lo que el viento se llevó». Sin embargo, la corrupción reinante, en ese tiempo en que el presupuesto de la República no pasó de ochenta millones, fue un juego de niños en comparación con lo que ha venido a ser en las administraciones liberacionistas o en la actual del presidente Carazo. (En 1980 estaba don Rodrigo Carazo en la Presidencia de la República).

Antes de celebrarse los comicios del 42 se había producido ya la ruptura entre León Cortés y el Dr. Calderón Guardia. De modo que para ese entonces la candidatura oficial de Teodoro Picado estaba decidida por parte del partido oficialista, el Republicano Nacional. A Cortés le dieron la misma medicina que él dio. Don Ricardo le ayudó a elegirse presidente y él le dio la clásica patada apenas llegado al poder; Calderón Guardia le debió su candidatura a León Cortés y apenas asumido el mando rompió con él. Como consecuencia de esto los cortesistas más consecuentes inscribieron un partido por San José, mediante el cual eligieron a dos diputados, los licenciados Fernando Lara B., y Eladio Trejos. Nuestro Partido fue, sin embargo, el factor principal de la oposición.

En cierto sentido la campaña del 42 nos puso en una situación contradictoria. Esta contradicción se había de resolver en el curso del año 1943. Como ya quedó dicho el gobierno de Calderón coincidía con nosotros en cuanto a política internacional. Esa coincidencia tenía una base objetiva: la alianza militar de los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Nosotros salimos bien librados en las elecciones del 42, pero nuevamente fuimos víctimas de los fraudes montados por el partido oficial. En suma nos dejaron un diputado en el Congreso y varios regidores municipales en diferentes cantones del país. Por quinta y última vez fui electo munícipe en el cantón central de Heredia. Fue entonces cuando trasladé mi residencia a San José, donde fungía como Secretario de Organización y como miembro del Buró Político del Partido Comunista.

Las elecciones pusieron de relieve, pese a los fraudes, que el gobierno del Dr. Calderón Guardia había perdido su popularidad. Por un lado nuestro Partido ganaba terreno, por otro, el cortesismo capitalizaba, especialmente entre la burguesía, gran parte de descontento producido por efectos de la guerra. Las familias más poderosas del país, vinculadas con las colonias alemana e italiana, se habían vuelto en contra de Calderón Guardia. La corrupción administrativa le había acarreado la oposición de los círculos liberales y progresistas de la pequeña burguesía, encabezados por el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, movimiento que fue capitalizado por don Otilio Ulate. (El Centro devino más tarde, junto con algunos otros agrupamientos, en el Partido Liberación Nacional).

León Cortés surgió entonces como el candidato de la oposición burguesa. Todo le auguraba un triunfo fácil, tal era el desprestigio del Dr. Calderón Guardia, que no podía presentarse en público porque era objeto de silbidos y burlas. Pero el Gobierno seguía teniendo coincidencia con nuestro Partido, en materia de política internacional. Fue así como surgió el gran viraje de la Administración Calderón Guardia, que dio lugar a las reformas sociales del 43.

La creación de la Caja Costarricense del Seguro Social abrió el camino de la unidad entre el calderonismo y nosotros. Y aunque entonces la Caja no pasaba de ser una promesa cuajada en una ley, se hizo claro que la Administración, divorciada de la oligarquía, podía dar otros pasos en dirección al pueblo, en dirección a los trabajadores. Así surgieron las conversaciones entre el Dr. Calderón Guardia, su hermano Paco y Manuel Mora V., que condujeron a la creación de lo que se llamó el Bloque de la Victoria.

Hubo cierto margen de audacia de parte de los hermanos Calderón Guardia al decidirse a emprender negociaciones para un acuerdo con nuestro Partido. Pero, por otra parte, Calderón Guardia y su partido no tenía más alternativa, si querían seguir ejerciendo el Poder, que tomar un camino que, al acercarlos a los trabajadores, al convertirlos en reformadores sociales, creara las condiciones necesarias para que el nuevo candidato del Partido Republicano Nacional, don Teodoro Picado, pudiera ganar las elecciones de 1944.

Las bases fundamentales del acuerdo entre nuestro Partido y los hermanos Calderón Guardia fueron las garantías sociales y el código de trabajo. Lo primero era lo primero: aprobar la reforma que incorporó en nuestra Constitución el nuevo capítulo llamado «de las Garantías Sociales», lo segundo era tramitar la aprobación del Código de Trabajo.

Para aprobar la reforma constitucional se requerían dos legislaturas consecutivas. La gestión no era simplemente parlamentaria. Lo fundamental, como ocurre siempre con toda clase de reformas sociales importantes, era la calle, eran las masas. Nuestro Partido se encargó de ese trabajo. Nadie más podía hacerlo.

Yo fui encargado por el Partido de organizar casi todas las grandes acciones de masas que fueron necesarias para crear las condiciones propicias. Primero, para aprobar la reforma constitucional; después para aprobar el código de trabajo. Cuento esto no para destacar mi participación personal, sino para dejar claro que sé bien de lo que hablo y establecer la verdad histórica.

En todas las cabeceras de provincias, en todos los cantones más importantes del país, se efectuaron grandes desfiles y concentraciones de masas en que, junto con el Dr. Calderón Guardia, hablábamos los dirigentes del Partido, en particular Mora Valverde. En San José se efectuaron algunas de las manifestaciones más grandes de la historia nacional. Cada vez que había en el Congreso el menor titubeo en relación con la tramitación de alguna de estas reformas, nosotros poníamos en movimiento a las masas. Es histórica la gran manifestación del 15 de setiembre de 1943, que fue encabezada por un «jeep» que yo iba manejando y en el cual figuraban de pie el Dr. Calderón Guardia, don Teodoro Picado, Monseñor Víctor Manuel Sanabria, Arzobispo de San José, Manuel Mora V., y otras personalidades. El «New York Times» publicó la foto de este «jeep» con un pie de grabado que decía: «Up, on the jeep«.

Esa fotografía y esa noticia recorrieron el mundo. Era quizá la primera vez que un jefe de la Iglesia Católica desfilaba, hombro con hombro, junto con un dirigente del Partido Comunista.

Aprobadas las reformas sociales, en el curso del año 43, nuestro Partido celebró el Congreso en que cambió su nombre, asumiendo el de Vanguardia Popular. Era la condición de Monseñor Sanabria para hacer la declaración, que en efecto hizo, en el sentido de que los católicos podían incorporarse, si lo querían, al Partido Vanguardia Popular sin que tuvieran por qué preocuparse por ningún conflicto de conciencia.

El acuerdo con la Iglesia fue también parte del acuerdo con Teodoro Picado para concertar la alianza electoral.

Como resultado de todo esto Teodoro Picado fue electo Presidente y derrotada la candidatura de León Cortés. Nuestro Partido eligió entonces tres diputados propietarios, a saber: Carlos Luis Fallas, Luis Carballo y Alfredo Picado. Mora Valverde, electo en las elecciones de 1942, continuó en ejercicio hasta el año 46, en que fue reelecto.

La campaña electoral, que culminó en el año 44, fue en extremo violenta. La lucha de clases se elevó a niveles muy altos. La clase gobernante fue constantemente azuzada por la prensa reaccionaria, especialmente en el periódico de Otilio mate. Este preparaba el terreno para sustituir, como jefe de la oposición, a León Cortés, lo que en efecto ocurrió.

Un año después de asumir el poder don Teodoro Picado terminaba la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo bien que mientras se celebraba el mitin con que culminó el desfile del Primero de Mayo de 1945, estando yo de animador en la tribuna montada frente al edificio en que funcionaba la C.T.C.R., hoy sede del Instituto Nacional de Seguros, llegó la noticia de que acababa de suicidarse, en su refugio subterráneo en Berlín, Adolfo Hitler y que Berlín había caído en manos del Ejército Rojo. Ocho días después se produciría la plena capitulación de los ejércitos nazis.

En el año 46 se celebraron elecciones de medio período en las que nuestro Partido, además de reelegir a Mora Valverde, eligió como suplente al compañero Víctor Cordero, entonces dirigente del Sindicato de Zapateros de San José y de la C.T.C.R.

El Congreso Constitutivo de la C.T.C.R. se celebró en el año 43, escogiendo como su primer Secretario General al compañero Rodolfo Guzmán.

Del 46 al 48, bajo el impacto de la guerra fría, se terminaron de crear en nuestro país las condiciones que hicieron posible la guerra civil. El clima de odio a los comunistas, a los sindicatos, a los trabajadores, al pueblo en general, fue cuidadosamente preparado. En contraposición, las organizaciones populares cobraban más y más fuerza.

CAPITULO XIV

LOS ENTRETELONES DE LA GUERRA CIVIL DE 1948

La guerra civil de 1948 tuvo un largo proceso de gestación. En cierta medida fue corolario de la II Guerra Mundial, y una manifestación, en escala nacional, del comienzo de la «guerra fría».

En los días que siguieron a la Gran Guerra, don Otilio Ulate Blanco viajó a Europa, a «recibir la paz», según anunció. A su regreso dijo al país, desde las columnas de su periódico «Diario de Costa Rica», que era inminente el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, en vista de que las potencias capitalistas occidentales, hasta el día anterior aliadas con la Unión Soviética en la lucha contra el nazi-fascismo, consideraban que ahora les correspondía aplastar al campo socialista, en particular a la Unión Soviética que había emergido de la guerra con un gran prestigio. Sacándole consecuencias a sus propias palabras, el señor Ulate declaró que el país debía prepararse para jugar su papel en la nueva contienda y que, al efecto, era necesario expulsar del poder al Partido Republicano Nacional, aliado de los comunistas.

Por otra parte, al concluir la guerra recuperaron gran parte de su poder económico las familias alemanas e italianas cuyos bienes habían sido intervenidos en los años del 41 al 45.

Visto el asunto desde otro ángulo, podemos decir que nuestra oligarquía, golpeada por la promulgación de las reformas sociales de los años 43 y 44, no podía perdonarle al Dr. Calderón Guardia su viraje hacia la izquierda. Yo diría que, aún ahora, pese a las «claudicaciones» del Dr. Calderón Guardia, hechas después de ser depuesto del poder, la oligarquía tradicional conserva su rencor, que se manifiesta, por ejemplo, en su negativa de apoyar como candidato de la Coalición Unidad, al hijo del Dr. Calderón Guardia, Rafael Angel Calderón Fournier. (Me refiero a la campaña electoral que culminó en las elecciones de 1982).

Con todos sus vicios, que fueron muchos, el gobierno de don Teodoro Picado respetó el sistema institucional, funcionó a derecho y se mantuvo respetuoso de las libertades democráticas, tanto o más que sus antecesores más liberales. Era pues, un gobierno legalmente constituido y reconocido inter-nacionalmente, incluso por el gobierno de Washington.

No obstante lo anterior, al hacerle frente al levantamiento de Figueres, el Gobierno de Picado no pudo conseguir en el exterior las armas que necesitaba. Fue evidente que el gobierno de Estados Unidos puso en juego todo su aparato diplomático para impedir que los emisarios de Picado consiguieran armas. Hubo casos en que las armas compradas no llegaron a su destino por haber sido decomisadas gracias a las intrigas del Departamento de Estado y de los servicios secretos estadounidenses. En cambio, la diplomacia imperialista se hizo de la vista gorda y facilitó la adquisición de armas y de cuadros militares por parte de Figueres, pese a que éste actuaba contra un gobierno «legalmente constituido».

Cuando se celebró, en Bogotá, la Conferencia Interamericana, en que fue aprobado el pacto que lleva el nombre de esa capital, en momentos en que se libraba aquí la guerra civil, el general Marshall, entonces Secretario de Estado de Estados Unidos, se permitió declarar que no permitiría que «Costa Rica se convirtiera en una nueva Checoslovaquia». En Washington, don Gonzalo Fació hizo un «piquete» ante el Capitolio, con la consigna: «Costa Rica es la Checoslovaquia del Caribe».

Sin duda fue a estas circunstancias a las que se refirió Teodoro Picado al justificar su capitulación, aduciendo que «fuerzas incontrastables me han hecho saber que tengo perdida la guerra civil».

En suma, el imperialismo impuso un virtual bloqueo al gobierno de Picado. Como remate de su obra, a medidados de abril de 1948 el embajador yanqui hizo convocar al cuerpo diplomático en la Embajada de México, en donde obligó a comparecer al presidente Picado y le impuso la capitulación en términos humillantes.

Queda claro que Estados Unidos intervino desde el primer momento en la guerra civil de 1948 y, al final, se convirtió en el arbitro de la contienda. Las condiciones del mundo de entonces no permitían que nuestro Partido optara por continuar la lucha solo, frente a todos los factores adversos, en primer lugar el imperialismo norteamericano. Las condiciones internas eran también adversas, pero estas pudieron modificarse. No así las condiciones internacionales.

En mi opinión fue un gran error que nuestro Partido perdiera de vista la correlación de fuerzas internacionales del momento, a la hora de apoyar la política calderonista orientada a anular la elección de Otilio Ulate. Debimos prever que eso conduciría, como en efecto condujo, a la guerra civil, y que eran muy desfavorables las condiciones internacionales en el caso que esta se hiciera efectiva.

Durante la guerra civil del 48 nuestro Partido luchó aislado, sin solidaridad alguna. El único partido hermano que nos expresó su solidaridad fue el cubano. Nunca olvidaré el mensaje de Blas Roca expresándonos el apoyo de su Partido. Numerosos partidos latinoamericanos no sabían qué era lo que estaba pasando aquí. Recuerdo que cuando en 1949 asistí al Primer Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, celebrado en París, los camaradas que llegaron allí, como parte de las delegaciones, me preguntaron una y otra vez qué era lo que había pasado en Costa Rica. La confusión fue más grande si se toma en cuenta que el c. Luis Carlos Prestes, como producto de su mala información, publicó un artículo en la revista cubana «Fundamentos», en el que criticaba la forma en que nuestro Partido aceptó poner fin a su participación en la lucha armada.

Unos años después, en 1955, el imperialismo promovió el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz, en Guatemala. Ambos sucesos fueron eslabones de la misma política postbélica de Estados Unidos. Luego siguieron los golpes de Brasil, Argentina, República Dominicana, Uruguay, Chile y otros. Todos forman parte de una sola cadena de crímenes imperialistas. Esto no debe conducirnos a la falsa conclusión de que el imperialismo yanqui es omnipotente en América Latina. Las revoluciones cubana y nicaragüense son harto elocuentes en este sentido. Pero esta experiencia enseña que a la hora de analizar una situación política, especialmente si existe la posibilidad que tal situación desemboque en una lucha armada, hay que tomar en cuenta los factores adversos de carácter internacional, hay que tomar en cuenta la presencia negativa del imperialismo norteamericano. Por supuesto, también los factores favorables, que en el cuadro completo de la situación mundial, son predominantes. Hay sin duda una gran diferencia entre la situación imperante en nuestro hemisferio a raíz de la Segunda Guerra Mundial y la actual. Con todo, el advenimiento de Reagan al poder y con él el de las fuerzas más retrógradas y agresivas del imperialismo, son circunstancias que deben hacernos más cautelosos a la hora de evaluar nuestras posibilidades. Conforme el imperialismo se debilita en escala mundial, tiende a tornarse más agresivo. Así, la elección de Ronald Reagan, a despecho de lo que piensan muchos, es un signo de la debilidad de Estados Unidos y no lo contrario.

Después de que el Congreso de la República, a principios de 1948, acordó anular la elección de Otilio Ulate como Presidente, se promovió una serie de gestiones para evitar el estallido de la guerra civil, en la que intervinieron diversas personalidades, entre ellas Francisco Trejos, y monseñor Sanabria. Con la anuencia de Otilio Ulate fue propuesto el Dr. Julio César Ovares como Presidente de transacción. Pero el Dr. Calderón Guardia hizo fracasar en todo momento las gestiones que se hicieron para concertar un arreglo negociado para la crisis. Nuestro Partido intervino en estas negociaciones por intermedio de su Secretario General, Manuel Mora, Más tarde consideramos que no fuimos suficientemente enérgicos para hacer entender al Dr. Calderón Guardia que debía aceptar un acuerdo negociado, especialmente teniendo en cuenta que el Dr. Ovares, aunque era amigo personal de Otilio Ulate, era conocido como un nacionalista consecuente y como hombre de ideas democráticas y de vida limpia. Además, nuestro Partido debió insistir en el hecho de que el nuevo Congreso iba a quedar con una franca mayoría de diputados calderonistas y vanguardistas. Sólo nuestro Partido iba a tener una fracción de diez diputados. Pero nosotros nos dejamos arrastrar por el Dr. Calderón Guardia y su partido a la guerra civil, en momentos en que la coyuntura internacional, como quedó dicho, nos era completamente desfavorable.

Cuando vino la lucha se puso de manifiesto, desde el primer momento, que su peso iba a descansar sobre nuestro Partido quien puso la mayoría de los combatientes y consecuentemente, también la mayoría de los muertos. Por otra parte, fue evidente que el Ministro de Seguridad Pública, hermano del presidente Picado, iba a usar su autoridad durante toda la lucha para sabotear a las fuerzas que combatían en favor del gobierno de su hermano. Nuestro Partido tuvo que luchar en dos frentes: por una parte contra las fuerzas de Figueres; por otra, contra las fuerzas reaccionarias incrustadas en la administración Picado, y, en primer término, contra su hermano Rene Picado. Algunas de mis experiencias personales durante la guerra civil, en las que analizo estos hechos, se publicaron en un artículo del periódico «Excelsior».

Un día antes de que se hiciera efectivo el traspaso del Poder a Figueres, el Dr. Calderón Guardia y la mayoría de sus allegados se trasladaron a Nicaragua y quedaron a merced del dictador Anastasio Somoza García. Otro tanto hicieron Teodoro Picado y sus amigos más íntimos. Esta circunstancia fue funesta para el desarrollo de los acontecimientos posteriores, no sólo porque Somoza auspició las invasiones al territorio nacional de diciembre del 48 y de 1955, sino además porque convirtió de hecho a los calderonistas en instrumentos de la política de la dinastía Somoza en Centro América. Las consecuencias de esto persisten aún.

Durante la lucha armada Figueres contó con la participación plena de la llamada Legión Caribe. Sus cuadros militares principales fueron dominicanos, guatemaltecos, hondurenos y nicaragüenses; estos últimos, enemigos de Somoza, como era lógico. Figueres asumió el compromiso de prestar el territorio nacional como base para que dicha Legión atacara a Nicaragua. En esta forma, en los años que siguieron, Costa Rica y Nicaragua fueron terreno para las intrigas de los Somoza, por una parte, y de Figueres y sus amigos de la Legión Caribe, por otra.

Desde este punto de vista hay que colegir que el viejo Tacho Somoza nunca tuvo el firme propósito de ayudar al Dr. Calderón Guardia para volver al poder, sino el de utilizarlo para que le ayudara a sacar sus propias castañas del fuego, es decir, para neutralizar o inmovilizar a don Pepe Figueres y sus amigos caribeños.

Cuando en diciembre del 48 los calderonistas, entrenados en Coyotepe, invadieron el territorio nacional por el norte, nosotros los comunistas, desde la Penitenciara, en donde estábamos presos (éramos más de mil), denunciamos el carácter contraproducente de esa operación y llamamos a nuestros compañeros a no brindarle su apoyo. No obstante, fuimos al chivo expiatorio de la aventura. El gobierno de Figueres aprovechó las circunstancias para desatar otra ola de represión contra nuestro Partido. Cuatro de nuestro dirigente de la provincia de Limón, Federico Picado, Tobías Vaglio, Octavio Sáenz y Lucio Ibarra, fueron asesinados en El Codo del Diablo. Otros cinco de nosotros, Carlos Luis Fallas, Adolfo Bra-ña, Luis Carrballo, Jaime Cerdas y el que escribe, fuimos sacados una noche de la Penitenciaria para ser asesinados. El acto no se consumó porque intervino en nuestro favor el arzobispo Monseñor Víctor Manuel Sanabria.

La Junta de Gobierno, presidida por Figueres, se negó a cumplir los compromisos asumidos al firmar el Pacto de Ochomogo. Mas todavía, al aprobarse la Constitución del 49, fue incluido el funesto párrafo segundo del artículo 98, en virtud del cual se tuvo a nuestro Partido 28 años al margen de la ley, sin participación directa en los procesos electorales. Esta circunstancia fue la que señaló el verdadero contenido de la revuelta del 48. El sello del imperialismo y de la reacción criolla estuvo ahí bien claro. Es necesario anotar que los diputados calderonistas, electos sucesivamente después de que el Dr. Calderón Guardia se reincorporó a la vida política nacional, se prestaron con sus votos, en varias ocasiones, para poner fuera de ley partidos inscritos por nosotros en el Registro Electoral para participar en las elecciones. Como dice el refrán: «Así paga el diablo a quien le sirve». Y digo esto no por el apoyo que dimos a las reformas sociales, sino por el error que cometimos apoyando al calderonismo en la guerra civil de 1948.

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