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Frank Marshall: El último soldado

Frank Marshall

Frank Marshall
El último soldado

Guillermo Villegas Hoffmaister
Originalmente publicado en Ojo

Costa Rica estaba convertida en una verdadera mazamorra. La tierra temblaba a cada instante. La ciudad de San Ramón estaba en ruinas, en Alajuela se cayeron el segundo piso del Instituto y el del Palacio Municipal. No hubo una ciudad o pueblo del país que no sufriera, en aquel marzo de 1924, los efectos devastadores del enjambre sísmico. Las gentes estaban horrorizadas.

En medio de esa catástrofe natural, el 12 de marzo de 1924, nacía, en la Clínica del Dr. Victory a la que los chuscos de entonces bautizaban Salsipuedes, situada frente a la antigua Cervecería Traube, Frank Marshall Jiménez.

Nació inserto en una de las más distinguidas familias del país: Guardia. Bisnieto del Benemérito General Tomás Guardia, sobrino bisnieto del General don Víctor Guardia Gutiérrez. Su padre, el Ingeniero Geólogo George Marshall Carpenter, su madre doña Emilia Jiménez Guardia.

Sea que Frank Marshall Jiménez nació en tiempo de temblores. De temblores de verdad.

El padre

Siendo muy niño su padre, que trabajaba para una empresa americana que realizaba explotaciones mineras en Nicaragua, fue asesinado por gentes del General César Augusto Sandino.

Años más tarde su señora madre contrajo matrimonio con el caballero alemán don Ricardo Steinvorth. El quien fue, de verdad, el padre de Frank. Lo crio dentro de los patrones culturales de orden y esfuerzo propios del pueblo alemán y, para que se imbuyera más dentro de ellos, en marzo de 1936 se trasladaron a Alemania, a Hannover, en donde, junto con su hermano menor Rodolfo, fueron internados en una Landschuleheim, sea una escuela situada en la campiña.

Una educación rigurosa, disciplina total, esfuerzo absoluto, temple de carácter, excursiones al campo aun en los más crudos días del invierno que en esa zona, en el corazón de Alemania, es muy duro y, desde luego estando en su apogeo el Tercer Reich, a seguir las reglas que en el caso de los estudiantes, marcaba la Hitierjügen. Allá estaban cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se emprendió el regreso a Costa Rica.

A la ida, no dejaron al barco en que viajaban tocar Cartagena, en España porque se estaba iniciando la Guerra Civil. Al regreso, pasaron por Barcelona y allí, ya terminada la contienda en que las fuerzas nacionales comandadas por Francisco Franco habían batido a los rojos republicanos, si pudieron desembarcar, viendo los daños causados en la ciudad por la aviación nacionalista.

En Costa Rica ingresó al Seminario a continuar los estudios. Se graduó teniendo como compañeros, entre otros muchos, al actual Monseñor Antonio Troyo, al Ing. Álvaro Jenkins y a su primo hermano el recordado Álvaro Fernández Jiménez e inició, en la Universidad de Costa Rica sus estudios en ingeniería civil.

Campo de concentración

El destino le tenía marcada otra ruta diferente a la mesa de diseño, al teodolito y a la regla de cálculo. Costa Rica le declaró la guerra al Japón, luego a Alemania e Italia.

Los Alemanes, italianos y japoneses fueron a dar al campo de concentración que se ubicó en donde hoy está frente a la Avenida San Martín, el Mercado de Mayoreo. Frank entre ellos. Se iniciaba allí un duro vía crucis pues a la par se les quitaron los bienes con el fin de rematarlos para que el Gobierno usara los dineros en sus gastos de «Defensa».

A don Ricardo lo enviaron a los Estados Unidos a un campo de concentración. pero tras permanecer detenido en Ellis Island algunos meses, sus abogados lograron prueba que era costarricense por nacimiento y así lo dejaron en libertad, aunque aquí los bienes siguieron confiscados.

Aun terminada la guerra, se trató de sacar a remate el edifico Steinvorth y Frank tuvo que abandonar sus estudios para dedicarse a acompañar a su abogado y familiar el eminente jurista don Víctor Guardia Quirós, para salvar el patrimonio familiar.

Por otra parte había que llenar las necesidades de la familia y Frank conjuntamente con su hermana Flory, abrieron una soda y cafetería llamada Blanco y Negro. La soda fue un suspiro en la historia del negocio de los hermanos Marshall-Steinvorth.

Luego Frank Marshall, que no había arribado a los veinte años, metió el primer camión de carga a San Isidro del General; cuando la Carretera Interamericana no llegaba hasta allá aún. Lo llevó en una barcaza desde Puntarenas a Playas de Dominical, lo desembarcó mediante una plataforma de maderos montados en llantas y estañones vacíos y luego lo trasladó por el fragoso camino de la playa a San Isidro.

«Eso fue de locos», contaba Joaquín (Pastel) Mesén, -su compañero en esa aventura-.

Vientos de guerra

Mientras, Costa Rica era de nuevo sacudida hasta sus cimientos, pero no por sismos sino por la lucha político electoral.

En los estertores de 1947, Frank Marshall, militaba en la oposición que enfrentaba al Dr. Calderón Guardia, su familiar, y bajo cuyo gobierno se les había perseguido sin tregua. Frank había dejado claro que no participaría en la lucha política pero sí en cualquier lucha armada. La oportunidad de probar las armas llegó pronto.

Poco antes de las elecciones del 8 de febrero de 1948, Marshall, Edgar Cardona, Max (Tuta) Cortés, Fernando Figuls Quirós, José Santos (Pippino) Delcore Alvarado, Alberto Quirós Sasso y Alberto Lorenzo Brenes -el mayor de todos no pasaba de los veintiocho años-, se concentraron en la finca La Lucha. Bajo las órdenes de don José Figueres se preparaban para luchar contra el Gobierno de Picado y sus aliados calderonistas y comunistas, en caso de que se le birlara, como se le birló, el triunfo al candidato opositor don Otilio Ulate Blanco.

Marshall entró en el primer combate en La Sierra el 12 de marzo de 1948, día en que cumplía sus 24 años de vida. Esa mañana se hizo de una ametralladora de bípode, Neuhaussen, que portaba uno de los militares adversarios. Con esa ametralladora y en compañía del soldado Francisco (Pancho) Iglesias, por la tarde atacaron a una columna de la Unidad Móvil, la élite del ejército costarricense, haciendo retroceder a un blindado que se dirigía directo a La Lucha y capturando un jeep del enemigo.

Dos días más tarde, tuvo una distinguida participación en el combate de San Cristóbal Sur en que de nuevo derrotaron a las fuerzas del gobierno.

El ejército rebelde abandonó la Lucha y se trasladó a Santa María de Dota. Marshall y sus camaradas establecieron -por indicación de Alberto Martén Chavarría, segundo comandante del Ejercito de Liberación Nacional-, el frente de El Empalme, que llevó el mayor peso de la pelea desde el momento en que los rebeldes perdieron el control militar sobre La Sierra.

Marshall, con nueve de sus compañeros derrotó y puso en fuga a todo el Ejército Expedicionario en Operaciones en la Carretera Interamericana como se denominaban las fuerzas gobiernistas, recuperando la posición de La Sierra. Luego guió la vanguardia del ejército rebelde en La Marcha Fantasma. Él y Edgar Cardona Quirós, dirigieron las operaciones de la ocupación de la ciudad de Cartago.

Allí fue bautizado por los compañeros de armas con el mote de El Diablo Rubio.

Frank Marshall

La Cruz, Diciembre 1948. Hernán González, Frank Marshall y Marcial Aguiluz

Don Alberto Martén decía que «era un rayo en la guerra». Eso lo dejó bien demostrado en el curso del combate en El Tejar, el 13 de abril de 1948, la más dura de todas las acciones bélicas, donde dirigió a las fuerzas rebeldes.

Ocupada Cartago, Marshall, en una audaz operación, se trasladó a Tres Ríos con dos compañeros y haciéndose pasar por oficiales del Gobierno, capturaron al Jefe Político, a su policía y se llevaron una buena cantidad de armas.

Al finalizar la guerra, sus compañeros oficiales, tras elegir como Ministro de Seguridad pública, a don Edgar Cardona -para evitar que se nombrara a don Mario Esquivel Arguedas como lo deseaba don José Figueres-, designaron a Marshall como Jefe de Estado Mayor.

Don Pepe no lo vio con buenos ojos, pues Marshall era el hombre más querido y popular del Ejército de Liberación Nacional y podría entrañar un grave problema. Pero Marshall no ansiaba el poder.

Choque con Figueres

Marshall chocó con Figueres por la presencia de muchos extranjeros en el país, quienes pretendían involucrarnos en luchas internacionales, a lo que se oponía viendo las condiciones en que la patria se encontraba.

Estuvo a punto de derrocar a la Junta lo que se evitó tras una serie de explicaciones que don Pepe Figueres le dio y las promesas que le hizo, las que no cumplió, por lo que Marshall ordenó que se capturara al principal motivo de discordia que era el Dr. Rosendo Argüello hijo y se le expulsara del país.

Esto causó la intervención de Figueres que, en pijama llegó a evitar el hecho y de allí, una vez que los militares le hicieron caso por su cargo de Comandante en Jefe, se trasladó a la casa de don Francisco Orlich a anunciarle que abandonaba la Presidencia de la Junta de Gobierno y se iba con los extranjeros a luchar en otros lares. Lo convencieron a duras penas de no hacerlo.

Marshall renunció a la Jefatura del Estado Mayor retirándose a sus negocios familiares.

En diciembre de 1948 se produjo la invasión procedente de Nicaragua comandada por el Dr. Calderón Guardia y Marshall entró a la lucha logrando señalados éxitos.

Frank Marshall

La Cruz, Diciembre 1948. De izquierda a derecha Marcial Aguiluz, Frank Marshall y Hernán González

El 2 de abril de 1949, se produjo el llamado Cardonazo, cuando el Coronel Edgar Cardona pretendía que se hicieran algunos cambios en la Junta de Gobierno. Marshall lo enfrentó y nuevamente salvó a la Junta de Gobierno.

El 55

En enero de 1955 cuando se produjo la nueva invasión calderonista procedente de la Nicaragua de Somoza y con el apoyo de los dictadores de Venezuela y República Dominicana, Marcos Pérez Jiménez y Rafael Leonidas Trujillo, Marshall retomó las armas. En esta oportunidad al frente del batallón de la Unión Cívico Revolucionaria (UCR), partido político que fundó el 15 de septiembre de 1951.

Su grupo ocupó una estratégica posición en El Amo y desde allí dominaba a la fuerza invasora que se retiraba, derrotada, hacia Nicaragua. Los oficiales subalternos dieron orden de abrir fuego sobre el adversario, inmediatamente Marshall ordenó no hacerlo.

Los subalternos lo increparon y él, legendario Diablo Rubio dijo: «Al enemigo que huye, puente de plata…» se evitó así una espantosa carnicería.

Terminada la guerra, Marshall siguió prestando su concurso a quienes buscaban la libertad. Hubo armas suyas para Fidel Castro cuando se creía que era un demócrata. Hubo armas para que el Presidente Villeda Morales, de Honduras, continuara en el poder. Hubo armas para la guerrilla que Indalecio Pastora le metiera a Somoza, así como las hubo para Pedro J. Chamorro cuando la invasión hacia Mollejones y Olama, en Nicaragua. Hubo armas para todo lo que sonara a libertad, como las hubo, en los últimos años de su vida, para Edén Pastora en su lucha contra los sandinistas.

La política

Pero no sólo en la guerra brilló: fue dos veces diputado y en 1961 pactó con Liberación Nacional para llevar al poder a don Francisco J. Orlich.

Marshall organizó en todo el país grupos dispuestos a la defensa de la elección de Orlich, si las cosas llegaban a mayores, pues se enfrentaba al expresidente Calderón Guardia.

Como resultado del pacto le dieron a él el Ministerio de Seguridad Pública y a su amigo entrañable, don Óscar Saborío Alvarado, la Inspección General de Hacienda. No bien llegaron al poder, comenzaron a intrigarlos en el Gabinete. Saborío fue el primero en abandonar el cargo y luego le correspondió a Marshall alejarse.

Antes de renunciar logró lo que parecía imposible: una reunión en el río San Juan con el Jefe de la Guardia Nacional de Nicaragua, General Anastasio Somoza Debayle, para arreglar los problemas limítrofes.

Durante esa reunión en el San Juan, Marshall le dio una impresionante demostración al General Somoza, que lo dejó demudado. Iban llegando en lancha a San Juan del Norte y sin más se lanzó a las aguas del San Juan infestadas de tiburones de agua dulce -furiosos, peligrosos como el demonio- y nadando cuatrocientos metros entre ellos, salió al desembarcadero del lugar, con una sonrisa plena de satisfacción que sellaba la paz entre naciones hermanas.

Cuando esa paz fue puesta en peligro por los sandinistas, Marshall formó la Unión Patriótica, organización destinada a ayudar en todos los campos a la defensa del país, así se le hizo saber al presidente de entonces don Luis Alberto Monge.

El 2 de noviembre de 1994 el noble corazón de Frank Marshall Jiménez, nacido en tiempo de temblores, el mejor y más valeroso soldado del siglo XX dejó de latir. Su nombre quedó indeleblemente fijado en nuestra historia del siglo XX.

Galería

 

Marshall en el 55

Frank Marshall

El 10 de enero de 1955, en horas de la noche se inició la escritura de una nueva página sangrienta en Costa Rica. El Dr. Calderón Guardia; acompañado de un crecido número de sus partidarios, invadió, por segunda vez, la primera en diciembre de 1948, procedente de territorio nicaragüense, el territorio de Costa Rica. El jefe militar lo fue el capitán Teodoro Picado Lara, graduado en West Point.

Era una invasión anunciada y el gobierno costarricense presidido por don José Figueres, se había preparado para el caso. Importó armas nuevas, preparó las Reservas de la Fuerza Pública, puso en acción a la diplomacia y al servicio de espionaje, en fin que estaba listo para lo que se viniera. Los invasores contaban con la ayuda de Rafael Leonidas Trujillo, el Chacal del Caribe, Anastasio Somoza García, Marcos Pérez Jiménez, dictador de Venezuela que nueve meses antes había enviado un avión a arrojar, sobre San José, postales ridiculizando a Figueres y a su amigo Rómulo Betancourt, a quienes hacían aparecer como homosexuales.

La invasión se inició con la captura de Ciudad Quesada por un grupo comandado por Miguel Ruiz Herrero. La operación fue rápida. El aviso a San José lo envió el gerente de la Sucursal del Banco Nacional de Costa Rica en San Carlos, don Mario Alfaro, a través de la radio de la institución. De inmediato se dispuso el envío de fuerzas a recapturar el lugar y hubo algunos encuentros que no dieron resultado.

En horas de la mañana del día 11, Frank Marshall llegó a la Casa Presidencial a realizar alguna gestión y allí se encontró con el Ministro de Obras Públicas y su amigo Francisco J. Orlich, quien sin darle tiempo a nada le dijo: «-Venite conmigo Frank. Te necesitamos…». Y se lo llevó a San Carlos, sin poder avisar a su oficina o a su casa de la situación.

Los calderonistas tenían un puesto en el puente sobre el río La Vieja y esto tenía frenadas a las fuerzas oficiales. Frank decidió llevar a un grupo de compañeros consigo, y dando un rodeo se colocó a las espaldas de los adversarios, les abrió fuego y estos se retiraron de inmediato a la ciudad, quedando así el campo despejado para las fuerzas del Gobierno.

En tanto, en San José, Carlos Gamboa, valeroso militar del 48, que estaba al mando de la Unión Cívico Revolucionaria, conjuntamente con Beto Valdeperas, Óscar Saborío Alvarado, el Indio Sánchez, -hondureño que tuvo destacada actuación en el 48-, convocaron a los simpatizantes de la Unión Cívico Revolucionaria y en pocas horas se contaba con más de quinientos hombres, que se acantonaron en la Escuela España.

Liquidado el asunto en San Carlos, Frank y su grupo se trasladaron a Guanacaste, llegando a Liberia en donde se instalaron en la escuela Ascensión Esquivel. Aquellos fogosos soldados se sentían allí como párvulos estudiantes…

De Liberia el grupo fue enviado a Los Ahogados y de allí pasaron a Potrerillos en donde Marshall trazó su plan de campaña: tomarían el campo de aterrizaje del Amo. el pueblito de La Cruz y el puesto fronterizo de Peñas Blancas. El plan se fundamentaba en la sorpresa, por lo que había que realizar una marcha casi imposible y, adelante… En camiones se trasladaron a Puercos, en donde se inició la caminata hacia Alto Puercos, llegaron a las Ventanas del río Tempisquito en donde hubo una comida que consistió en un vaso de refresco de avena.

Luego siguieron hacia El Pelón de la Altura y a la caída de la noche, llegaron a Orosi, durmiendo a la orilla del río Bolaños. Al amanecer, café negro y a caminar: Lomas del Tendal, Los Llanos de Centeno, Génova, El Hacha y a Pilastranas donde se acordó ocupar las rocas que dominan el campo de aterrizaje de El Amo… Una patrulla al mando del Chino Herrera cubrió la parte norte del campo y el grueso de la tropa, que venía al mando de Valdeperas, formaban la vanguardia. Ciento ochenta hombres se atrincheraron en las rocas. Hubo un fuerte intercambio de fuego entre una patrulla enemiga y una de la UCR. En ese momento Marshall ordenó a su lugarteniente Óscar Saborío que con unas mantas formara una «V» que señalaría a la aviación del gobierno en donde estaba el enemigo y se ordenó a Valdeperas retirarse poco a poco, con su gente. Los enemigos presumieron que algo feo les esperaba, por lo que también se replegaron.

Por la noche, mientras descansaba, para entrar en combate por la mañana, Marshall dejó a Saborío al mando. Estaba cayendo una ligera lluvia.

Saborío hizo una inspección y vio a lo lejos luces de camiones por el lado de Puercos, era el enemigo que se preparaba para retirarse. Vio allí la oportunidad de oro para terminar con ellos y ordenó preparar a las dotaciones de las ametralladoras y de las bazucas y a todos los que tuvieran armas automáticas.

El Indio Sánchez que se despertó al escuchar la movilización, preguntó qué pasaba, y cuando se le informó, manifestó su desacuerdo, pues alegó que aquello necesitaba más preparación. Al ruido se despertó Marshall quien ordenó suspender la acción manifestando que: «Al enemigo que huye, puente de plata…». Todo volvió a la calma y se evitó una posible carnicería.

El Amo fue tomado y luego se decidió la captura de La Cruz, lo que se hizo en paz, pues las tropas adversarias se habían retirado al otro lado de la frontera. Allí se encontraron trincheras en construcción y algunas tanquetas, una de las cuales se comentaba que era manejada por el invasor Dr. Abel Pacheco de Espriella, quien muchos años más tarde llegaría a ser presidente de la República.

Una parte de los invasores tomó hacia Puerto Soley y otros se habían internado en la montaña y fueron apareciendo maltrechos y hambrientos. Se les capturó, alimentó y envió a San José.

Al parecer ya todo estaba terminado pero faltaba un golpe doloroso para la Unión Cívico Revolucionaria. Los invasores ya no eran amenaza. Allí, sin que jamás se haya sabido quién disparó, una bala mató a un voluntario del gobierno, de nombre Hipólito Sbravatti Rojas, quien a causa de la herida falleció.

Valdeperas había ido a El Amo a recoger bastimentos y parque que llegaba de San José en dos aviones cargueros. La mayor parte de la mercadería se fue a La Cruz y Valdeperas, cuidadoso y ordenado como era, quiso recoger todo, que nada quedara abandonado, y se quedó en el último camión. Fue el último en irse de El Amo a La Cruz. Con él viajaban varios compañeros, entre ellos Carlos Calvo y Avión, veteranos del 48. Iban saliendo de El Amo, alegres, pues iban a descansar y a comer como la gente por primera vez en varios días, cuando los recibió una granizada de balas. Los del mismo bando los atacaron, Valdeperas fue de los primeros en caer, falleciendo de inmediato. Calvo, Avión y muchos más resultaron heridos. Aquello fue mucho. No había justificación para el acto, máxime que la zona desde hacía días estaba libre de enemigos. Marshall se puso furioso y al saber que era entre los mismos el error, les dio quince minutos para que se retiraran de allí o los atacaría y eliminaría a todos.

Surgieron hipótesis y todas convergían en que se trató de asesinar a Marshall. En todo caso, cincuenta años más tarde, siguen tejiéndose hipótesis.

El Batallón de la Unión Cívico Revolucionaria, que liquidó la invasión, regresó en triunfo a San José. De camino muchas de sus armas «desaparecieron» a pesar de que el presidente Figueres ordenó una estricta vigilancia sobre ellos para que no se robaran las armas…

Hubo el Desfile de la Victoria. Frank, de civil, desfiló en un jeep con algunos de sus compañeros de armas. Era, de nuevo, el héroe de la guerra y como tal, lo aplaudía la multitud… Esos aplausos, incontables y estruendosos, saludaban también el paso de los soldados de la Unión Cívico Revolucionaria que operaron como fuerza independiente, bajo la jefatura de Frank Marshall y los oficiales por él designados, autónomos de las fuerzas del gobierno.

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