Discurso pronunciado en el acto oficial de celebración del centenario del nacimiento de don José Figueres Ferrer
Yo sabía que este día iba a ocurrir algo extraordinario. En medio invierno, el país se ha echado encima un verano sorprendente. Los celejes se mostraron en la tarde y sospecho que ahora, en la noche, algunas estrellas se estén asomándo a mirarnos. Y así tenía que ser puesto que hoy celebramos el nacimiento de don Pepe. En todos los rincones de nuestra tierra, la naturaleza festeja esta fecha.) Pasan como una ráfaga, por mi memoria, la figura de don Pepe, los miles de recuerdos y de emociones que constituyen las hueyas de su vida en nuestra conciencia y en la conciencia del país. En ese recuento, descubrimos al héroe, al hombre de paz, al vigoroso y encrespado gobernante que supo imponer el estado de derecho y que, teniendo más poder que cualquier otro, optó por fortalecer la democracia sin reservas.
Podemos decir de él, lo que dijo él de Russel: no fundó secta. Pero, como corresponde a un político moderno fundó y consolidó un partido y le dio por destino, con su ejemplo, la responsabilidad de innovar, de modernizar sin tregua este país que, a partir de aquellos días, sería tomado como ejemplo, por muchos.
Ya ha sido dicho. Su vida y su obra no se dejan encerrar en fórmulas simples. Por eso, al rememorar los hechos más notables de su biografía —una forma de hablar de la patria— siempre nos quedará algo sin decir, algo sin explicar. Algún aspecto esencial permanecerá extraviado, sin salir a luz.
Al evocar los días de Figueres, surge desde mi remota infancia, la emoción del heroísmo, en medio de sus luchas armadas que muchos creyeron circunstanciales o fundadas en intereses privados, sin percatarse de que constituía un semillero de ideas y de proyectos pensados para el país; una reserva de propósitos de la que se nutriría la vida nacional por treinta o más años, y en algúnos aspectos, para siempre.
Y, de inmediato, se imponen los grandes hechos con que se inició su primer gobierno, el de la Junta que refundó nuestra república. Y ahí, aparece la radical transormación del país, la ruptura con el pasado que, sin ser absoluta, lanzó una bocanada de aire fresco sobre la vida nacional. Y entonces, gracias a su revolución —porque Figueres llevó a cabo una verdadera revolución—, los negros y los blancos fueron iguales ante la ley, las mujeres y los hombres fueron regulados por normas jurídicas sin distinción alguna, la discriminación jurídica entre los así llamados hijos naturales y los de matrimonio, concluyó para siempre. Y se abolió el ejército, y se estatizaron los bancos y se consolidó el sistema electoral costarricense. Y una nueva clase social tomó las riendas de Costa Rica, sustituyendo así a los grupos que tradicionalmente habían tenido a su cargo el ejercicio del poder. Y surgieron sorprendentes iniciativas de carácter social en educación, en salud, al tiempo que se organizaba el sistema público de producción y distribución de electricidad y más tarde el de telefonía. Pero, nada de esto ha de hacernos olvidar el influjo de Figueres sobre la cultura, su apoyo a la vida universitaria, puesto que creó dos universidades y contribuyó a fortalecer la que ya existía. Ni sus afanes por aumentar y consolidar la producción nacional que siempre consideró parte del patrimonio colectivo, aunque estuviera en manos privadas.
Aun sigue ahí, a nuestro lado, el Figueres arrojado y libre, cuando se trata de la defensa de la democracia, uno de los elementos esenciales de su credo. Lo vimos desafiar a los dictadores del Continente, a todos juntos, en Panamá. Porque unca se sometió a la tiranía, ni la aceptó para los demás, aunque viniera recubierta de socialismo y de justicia. Por eso su voz clamó ante un millón de cubanos, pidiendo la rectificación del rumbo que tomó una revolución a cuya victoria había contribuido y que debió haber sido fiel a la democracia para ser verdaderamente exitosa. Fue defensor inclaudicable de la institucionalidad y nadie que defienda la dictadura de las calles lo hará sin traicionarlo.
Su voz clamó por la justicia en los intercambios comerciales entre países pobres y ricos. Con palabras llenas de vigor y de inteligencia, le explicó a los estadounidenses las causas del rechazo que recibían en América Latina. Por primera vez, el nombre de un político costarricense fue tomado en serio en el ámbito de la vida internacional.
Con el paso del tiempo, percibimos más claramente sus planteamientos ideológicos. Siempre se había visto el desarrollo económico, como condición del desarrollo social. A partir de él, los socialdemócratas costarricenses descubrimos que el desarrollo social constituye un elemento esencial del desarrollo económico y que el éxito de la economía se sustenta en el éxito de las políticas sociales. Y esa inversión de los términos es lo que nos ha llevado a avanzar en la tarea inconclusa de lograr el mayor beneficio para el mayor número, según él norte que él nos propusiera. Y estos principios resultan aplicables a diferentes momentos de la historia que requerirán siempre soluciones distintas ante hechos diferentes.
A veces, equivocadamente, se nos invita a conservar inmóviles las soluciones que Figueres concibió para hace sesenta años. Eso equivaldría a haberle pedido a él, permanecer fiel al gran proyecto liberal de 1888, es decir, a lo que había sido innovador sesenta años antes de su llegada al poder.
Se olvida que la fuerza que extraemos de su paso por nuestra historia viene de su ejemplo de renovación, del reconocimiento de sus éxitos como fuente de fe en las posibilidades de nuestro país, y no como fórmulas inalterables. Por eso, siempre seremos fieles a los principios que defendió y no a las soluciones exitosas del pasado que ya no resulten útiles para el presente y mucho menos para el futuro.
Muchos no se han enterado de que Figueres fue un innovador pertinaz. Abierto al mundo, como pocos costarricenses de su tiempo, le tomó incesantemente el pulso a la historia, no para huír de ella y refugiarse en algún rincón confortable del pasado, sino para enfrentarla y aprovechar su curso en beneficio de Costa Rica.
En efecto, hay quien lo quisiera conservador, aferrado a lo inútil, a lo que el tiempo va dejando atrás. Pero, no lo fue. Ni siquiera se ató a sus propias decisiones que, muchas veces sometió a revisión. Por eso, están equivocados aquellos que nos proponen un Figueres entregado a lo que ya fue y nos invitan a sustituir su imagen de demócrata aguerrido y vigoroso, pragmático y postivista, consagrado a la búsqueda de soluciones, por una caricatura inconsistente con lo que fue su destino.
Entre las muchas frases citables de Figueres, quiero retener una que nos marca el camino a seguir. “Ahora, más que antes, debemos servir. Servir con el esfuerzo mientras estemos aquí, para que merezcamos después, en humilde medida, servir con el recuerdo.”
Muchas gracias don Pepe, por todo lo hecho por Costa Rica, muchas gracias por seguir sirviéndole al país con su recuerdo.
Fuente: https://bit.ly/3U8fmVK
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