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Discurso radial José Figueres Ferrer (25 de abril 1948)

José Figueres Ferrer

Discurso radial de José Figueres Ferrer
25 de abril 1948

Costarricenses:

Que Dios y los tribunales de Justicia juzguen a los malhechores. Nosotros debemos ahora mirar adelante. Nos encontramos en él lugar donde él camino se divide en dos: o vamos al caos o vamos a una reconstrucción total de la nación. No hay sendas intermedias.

Tenemos un país arrasado por ocho años de desgobierno y pillería. Tenemos a la vista el resultado de una guerra civil en que uno de los ejércitos no buscaba otro objeto que él saqueo, el incendio y la profanación. Tenemos las instituciones desprestigiadas y el crédito nacional perdido. Tenemos una situación político-jurídica imposible de esclarecer por las vías ordinarias, después de que un congreso anuló las elecciones y se anuló a sí mismo. Tenemos abiertas ampliamente las puertas del caos. No es cosa rara en la historia él colapso definitivo y permanente de un régimen institucional, de todo un sistema de vida, de toda una nacionalidad; la degeneración hacia una horda sin estructura y sin espíritu.

Pero si escogemos él otro camino, él que va hacia arriba y conduce a la montaña, nuestro trabajo hará que allí florezca, sobre las ruinas del presente, una vida superior. Contamos con gran parte del bagaje necesario en esa marcha. Contamos con un pueblo joven y digno que quiere vivir, que quiere superarse y que no sabiendo expresar en palabras adecuadas sus aspiraciones, recurre al lenguaje superior de los gestos nobles y heroicos. Contamos también con una generación de hombres y mujeres cultos y honestos que se han hecho sentir durante los últimos años en nuestra literatura política, económica y social, expresando una vigorosa filosofía que constituye la moderna enciclopedia de un gran movimiento de regeneración nacional. Unos y otros, el pueblo que siente y el estudiante que piensa, se encontraron juntos durmiendo sobre las mismas rocas, en las filas del Ejército Libertador. Unos y otros pelearon también de este lado del frente, donde no se tenía la suerte de empuñar las armas, haciendo casi imposibles los movimientos del gobierno usurpador. Unos y otros, intelectuales y trabajadores, recibieron injurias y culatazos, y presenciaron la destrucción de sus hogares, y vieron llorar de indignación a sus madres. Unos y otros han alcanzado la victoria, en toda la extensión del territorio nacional.

Con esos elementos contamos, de seguro, para emprender el camino de la dignidad en esta crisis. Pero hay algo que nos falta. Algo que está a nuestro alcance si queremos, pero que quienes están en condiciones de darlo no se deciden todavía. Es algo que faltó también para ir a la guerra libertaria y que la hizo difícil, tardía y peligrosa. Nosotros tenemos él deber de señalar eso que falta, aunque nos sea una labor desagradable.

Lo que falta es la fe. La fe en la clase dirigente, cuyos exponentes son los hombres de negocios y los políticos. Esa clase social se encuentra en estos momentos en todos los países en una situación especial. Se siente anacrónica. Por todas partes ve venir su destrucción si no cambia, si no se transforma, y no se decide a cambiar. Esa clase no ha terminado de comprender dos cosas: lá primera, que su misión en el pasado, económica y política, está cumplida; y la segunda, que dentro de su seno, dentro de su grupo, dentro de su familia, se encuentran los fiambres y mujeres que son indispensables para una nueva organización eficiente de la sociedad. Esa dase social tiene todo: educación, riqueza, experiencia; sólo le falta la fe. La fe en si misma. La fe en que los miembros de su clase tienen mucho que dar al mundo porque no son seres abstractos, ni elementos de una aristocracia olímpica, sino las personas de carne y hueso con quienes hablamos todos los días, a quienes el pueblo ama y no odia, a quienes el pueblo les está pidiendo a gritos, con los gritos del alma, que lo dirijan hacia una vida mejor, que abandonen la mentalidad politiquera y mercantil y que se entreguen con desinterés a la causa de la paz, como al fin se entregaron a la causa de la guerra. Que tengan altura, que tengan inspiración, que tengan fe.

Repito que Costa Rica cuenta en este momento con el pueblo y con los intelectuales. Y si la clase dirigente da su aporte, se habrán solucionado de una vez muchos problemas. Lo que hay que hacer a un lado no es a los hombres, sino a los sistemas. Esos mismos hombres de las clases privilegiadas, en lo económico y en lo político, si en vez de tejer telarañas mentales de posibles diputaciones y otras combinaciones, si en vez de planear negocios y consorcios más o menos confesables, se dedican todos, con el aporte de sus facultades innegables, a la obra de la reconstrucción nacional, se encontrarán con que no sólo se rehace en poco tiempo el daño de los últimos ocho años, sino que de una vez se afrontará para siempre al problema más grande del siglo veinte, que es la lucha de clases.

La guerra que acaba de pasar es casi inexplicable dentro del reino de los acontecimientos humanos ordinarios. Había una fuerza divina que lo guiaba todo, como si estuvieran siendo escuchadas las plegarias de ochocientos mil costarricenses. Hombres modestos y desconocedores de las artes bélicas planeábamos las operaciones. Oficiales en su gran mayoría improvisados dirigían los pelotones. Soldados que llevaban en las roanos las huellas frescas de la macana o de la pluma de fuente, tras una preparación rapidísima se convertían en guerreros acertados y valientes. Los planes se ejecutaban con precisión aritmética. Las victorias se alcanzaban casi sin bajas. Y cada vez que necesitábamos ocultamos contra la observación enemiga, las nubes nos cubrían.

Mientras tanto, esas mismas fuerzas sobrehumanadas que dirigían la guerra, inspiraban nuestros planes para la paz. Una profunda transformación se efectuaba en nosotros, los que inmerecidamente dirigíamos la campaña. Todos sabíamos antes, teóricamente, que un régimen político sin una filosofía, es como un puente sin ingeniería. Todos sabíamos que en Costa Rica se había venido gestando, tal vez con contribuciones pequeñas de nosotros mismos, una filosofía política y social. Pero en aquéllas noches estrelladas en que el silencio parecía profundo porque habían dejado de rugir las ametralladoras, nosotros sentíamos que la ideología se estaba transformando en vida, que la guerra era él parto doloroso, y que nuestra misión es garantizar ante él pueblo, ante América y ante él mundo, que ese niño será digno de tan gloriosa gestación.

Por eso consideramos que nuestra misión no ha terminado. En ¡a situación caótica actual, nuestro deber es tomar por una vía expedita todas las medidas conducentes al restablecimiento del orden y de la vida institucional, conforme al gusto de los costarricenses y conforme a las nuevas exigencias de la época. Debe haber un periodo de transición en que el país sea regido por una junta de hombres que garanticen todos los respetos ciudadanos que las instituciones democráticas confieren, sin que se tropiece con los escollos legales de una constitución anticuada, que ya resultaba inadecuada a las necesidades normales del país y que hace imposible toda labor eficiente en momentos de tan grave anormalidad.

Durante ese período de reajuste administrativo, debe redactarse una nueva constitución para Costa Rica. Los costarricenses de hoy tenemos derecho a damos la carta fundamental que nos parezca más acorde a las necesidades jurídicas y de todo género, del presente y del futuro. Por eso pensamos llamar oportunamente al pueblo para que, por medio de una constituyente que sea lo más perfectamente posible representativa de todos los altos intereses nacionales, entregue formalmente al país esa nueva base de su vida institucional. Esa será la constitución de la Segunda República. Cuando la tengamos lista, los hombres que en ese momento ejerzan el poder en forma transitoria y de emergencia, lo traspasarán a quien la nueva constitución señale, en la forma y en el día legalmente prescritos.

Los hombres que integren esa junta provisional, que se llamará “Junta Fundadora de la Segunda República”, no tienen que ser necesariamente los soldados de la guerra pasada. Comprendemos que hay en él país ciudadanos de mayores capacidades y de mayor representación política, cuyo deber es damos su aporte en esta gran tarea. Los invitamos formalmente a que ocupen su puesto en nuestras filas y se consagren patrióticamente al trabajo intenso que tenemos por delante.

Lo importante es que ese periodo de transición sea bien aprovechado. Para ello tenemos programas creadores de trascendencia extraordinaria en todos los campos: en economía, en materia social, en agricultura e industria, en salubridad, en educación publica, en relaciones exteriores. Si el país nos otorga su confianza y nos da su apoyo, ahora como en la guerra, para que el desarrollo de esos programas sea una labor de todos los costarricenses, cuando venga el restablecimiento de la normalidad institucional tendremos el mecanismo administrativo funcionando con un alto grado de eficiencia y entregaremos al nuevo gobierno legal el carro andando.

No podemos extendemos hoy lo suficiente para dar a conocer como es debido, esos programas del gobierno provisorio, pero prometemos hacerlo gradualmente con la rapidez que las circunstancias nos permitan. Adelantamos sí, y pedimos que se nos crea, que están basados en un criterio netamente científico y de eficiencia y que están inspirados en la misma mística heroica, de sacrificarse y de intentar lo aparentemente imposible, que iluminó la guerra.

En nombre de los soldados combatientes, en nombre de los muertos, en nombre de los huérfanos, en nombre de todos los héroes que sufrieron de este lado de las líneas, que son los más, nosotros pedimos en este momento un amplio voto de confianza al pueblo de Costa Rica. No podemos hacerlo todo en un día, pero sí lo tenernos todo previsto. No podemos hacer nada con sólo nuestras débiles fuerzas, pero sí lo podemos hacer todo con el aporte desinteresado de quienes puedan darlo. Nosotros solamente somos los humildes portadores de un mensaje que viene de las montañas de Santa María de Dota para el pueblo de Costa Rica, y tal vez para el de América. No pudiendo escribir ese mensaje en el cielo, lo consignamos aquí. El Mensaje dice así: “Con la ayuda de todos se ganó la guerra, y con lo ayuda de todos se ganará la paz”. Con la ayuda de todos, es decir, con lo ayuda de usted que nos escucho o lee. Con la ayuda de todos, es decir, con lo ayuda de Dios.

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