Don José Figueres Ferrrer: su centenario (1906-2006)
Alfonso Chase
En cualquier otro país, que no sea el nuestro, el centenario del nacimiento de don José Figueres habría merecido la atención de quienes hacen gobierno o están en la oposición, dada la importancia del caudillo en la historia del siglo XX y la existencia real de su legado, en casi todas las cosas que hacemos. Cierto que fue un individuo con personalidad propia y un desarrollo intelectual muy singular, pero supo entender el signo de los tiempos para darle sepultura, de lujo, a la república liberal, estableciendo coordenadas históricas que nos rigieron hasta cuando se da el Pacto de la Vergüenza (1995), real sepelio mediocre a la Segunda República.
Las raíces del pensamiento de Figueres, eso que algunos llamamos el don Pepe Joven, tuvo su origen en la lectura siendo casi niño, hasta cuando, en La Lucha, leía a la luz de las velas libros de actualidad, que mencionaba muchas veces. Eran Libros de Política, versos románticos y panfletos que dieron origen a su primer pensamiento vertebrado en «Palabras gastadas».
Figueres fue un empresario, a veces afortunado, otras menos, pero toda su dialéctica parte del trabajo concreto con los campesinos, en proyectos innovadores, que le permitieron conocer de cerca de los hombres y mujeres del campo, en los cuales vio la semilla para la transformación del país.
Fue acertado, casi siempre, y cometió errores de bulto, que no desmerecen la talla de su grandeza. Los pagó con creces en términos de polémicas, o ataques desmesurados de sus enemigos y consejos de sus amigos.
A los 30 años descubrió lo que llamó «las virtudes nacionales», que plasmó en su primer discurso ideológico (1942) y que fue el norte de toda su vida, inmersa en la política, la lectura y el levantar proyectos que generalmente se hicieron reales.
En 1945 dijo que iba a establecer la Segunda República en el acto fundacional del Partido Acción Demócrata, y tres años después dio cumplimiento a su propuesta. Nunca creyó don Pepe en cambiar el sistema político y social de Costa Rica por medio de los votos y un paseo por el jardín de las ideas.
Estuvo siempre claro, desde sus labores veinteañeras, en que sólo un socollón podría poner patas arriba a la república cansina de nuestros padres y abuelos, que fue también la suya, sin desconocer el aporte de costarricenses insignes, como don Alfredo González Flores o don Jorge Volio, a quienes vio como visionarios, traicionados ambos por la oligarquía civil, según palabras de Don Otilio Ulate por la plutocracia endogámica del momento, en sus representantes más viejos y emblemáticos.
Nuevo tronco, nuevas flores y nuevos frutos fue su propuesta concreta cuando se dio a la política, esa que marca con grandeza su trayectoria vital, y con resonancias poéticas, una idea de programa que cumplió en los 18 meses de la Junta Fundadora de la Segunda República. Aunque a veces pareció tener ideas fijas, que en otro son limitantes negativas, en él eran ideas visionarias que dieron espíritu de transformación a nuestro país en casi todos los campos, desde la educación hasta las políticas financieras, sin desdeñar su aporte a la consolidación de las instituciones democráticas.
Los años de 1948 y 1949 son cruciales para poder entender el mensaje de Figueres y su proyección como gobernante y estadista. En sólo un año transformó todo el país, y, siendo un político que había destruido un orden social, supo consolidar su visión constructiva y hacia el futuro, asumiendo sus responsabilidades como hombre de Estado.
Una lectura de sus escritos y discursos nos permite entender una clave de su importancia transformadora: la relación que establece entre la marcha del mundo y la situación nacional y el sentido plural de sus ideas pragmáticas, para hacer que Costa Rica sobreviva como nación.
Se habla mucho de don José Figueres Ferrer. Se cuentan sus anécdotas y sus ocurrencias, todas llenas de detalles. Pero en los albores del siglo XXI se le lee poco. Igual que con muchos otros ilustres forjadores de la nación, que deben ser parte del canon político, pluralista y abierto, para entender lo que hemos sido, somos y vamos a ser.
La personalidad de Figueres se expresa en el lenguaje. Y fue buen escritor, extraordinario orador, excelente cuentista, conversador único. Cuando terminé de compilar sus «Escritos y Discursos», se lo llevé. Se quedó con el original en las manos, sopesándolo.
Luego las lágrimas cayeron sobre su rostro. Me abrazó. La palabra gracias iluminó la tarde, en su solitario refugio de Entebe. ¡Ahora a publicarlo! Así será siempre don Pepe.
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